Se fusila poco.

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Re: Se fusila poco.

Mensaje por tonitrophy »

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Re: Se fusila poco.

Mensaje por Microtaller »

He actualizado el blog con algo que he escrito esta mañana.
No, si al final me voy a poner a trabajar... :face:
Todo es peligroso a este lado de la tumba.
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por DavidAytor »

Vooooy..... :ooWoo: :ooWoo:
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por Ferxo »

Muy bueno "El Piloto" :clap: :clap: :clap: :clap: :clap:
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por DavidAytor »

Las piezas que componen las motos. 3. El piloto

El piloto no es el señor o señora que se sube en la moto para conducirla, que también, porque no forma parte de la moto en sí, incluso hay casos en que se mantienen encima de milagro. El piloto, digo, es esa cajita con tapa roja que se suele poner en la parte posterior de la moto, y que indica dónde acaba ésta. Ahora es de modernos ponerlo en un lado que no sea el de siempre, pero a todos los efectos al piloto eso le da exactamente igual.

El piloto antes era poco importante y más bien canijo (si, eso también les gusta a los modernos) y cumplía su función sin más, pese a no ser el más trabajador de todas las partes de la moto, ya que solo trabajaba por la noche. En esa época el piloto era feliz disfrutando de una vida plácida y cómoda, pero la oscuridad de su horario de trabajo y el aumento del número de vehículos con conductores ebrios hizo que los fallecimientos de pilotos por alcance culero creciesen espectacularmente, lo que hizo que tuviesen que asumir una nueva actividad: la de avisar a quienes venían por detrás de que la moto reducía su velocidad o iba a pararse del todo. El caso es que cuando notaban que la moto frenaba, se acojonaban tanto que se ponían colorados y eso avisaba a los de atrás de que tenían que frenar a su vez.

Podría pensarse que el piloto, al hacer esta función, es amigo de la moto en sí y por tanto de su propietario, pero nada más lejos de la realidad: el piloto es un ser envidioso y cegado por el rencor. Consciente de no dar tanta luz como el faro y de no ver más que la parte de la carretera que se abandona, el piloto ha ido generando un odio terrible que desemboca primero en pequeñas venganzas como no encenderse en la ITV y finalmente y de manera irremediable en iluminar la matrícula para que el resto de la moto pueda ser identificado y denunciado por la policía, porque queridos amigos, es importante que sepáis que vayáis donde vayáis, solos o acompañados, de curvas u de viaje, por cuidad o carretera, estáis dando la espalda a un pequeño ser ruin y chungo preocupado tan solo de dos cosas: salvarse a sí mismo y jorobar a los demás.

Vamos, como casi todo el mundo.




:lol: :lol: :lol: :XX: :XX:
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por DavidAytor »

Rancapú.

Por el camino que llega al río bajaba una caravana grande, casi de las de circo, arrastrando tras de sí una tenue nube de polvo blanco, sorteando los baches que la lluvia dejó tras la última primavera. Alberto, el conductor, pensó que no hay nada más tonto que un charco sin agua, pero luego cayó en la cuenta de que un charco sin agua no es tal charco sino agujero, y que por tanto un agujero con agua es charco y no agujero y que allí delante tenía la casa amarilla que aquel hombre del pueblo le indicó con tan pocas palabras. Alberto era mecánico ambulante: recorría los lugares a que le requerían arreglando motos y, en época de vacas flacas, lo que fuese necesario, mas su mundo y su vocación estaba en estos aparatos de dos ruedas que le parecieron siempre mágicos porque sabía que de todos los artefactos eran los únicos a los que el hombre creó con alma, y que el alma de las motos herrumbrosas solo esperaba a que alguien frotase y le hiciese salir de su letargo.
Hacía ya dos meses que recibió la llamada de una mujer que quería restaurar una moto que perteneció a su padre, ya fallecido años atrás.
- ¿Y qué moto es? – preguntó él – porque deberé hacer acopio de piezas.
- Yo no entiendo de motos – dijo ella – pero en el depósito pone “Rancapú”.
- ¿Ranca qué?
- Rancapú; Ran-ca-pú.
- No conozco la marca. ¿Es extranjera?
- Creo que no, de pequeña recuerdo haber visto otras como estas. Es verde…
- ¿Podría enviarme una fotografía?
- Desde luego, no hay problema.
Y cuando recibió la foto identificó el modelo en un instante: era una de esas motos que sirvieron para todo. Estaba en un estado cosmético más que lamentable, llena de paja y óxido, de polvo y tierra pegada a la grasa y con algunas piezas irrecuperables, pero no parecía tener muchas complicaciones, de modo que calculó la fecha en que podría hacer el trabajo y llegó a un acuerdo con la mujer.
Y allí estaba ahora, con la caravana taller-vivienda al final del camino polvoriento que llevaba a la casa amarilla. Una mujer de entre treinta y cuarenta y tantos leía un libro a la sombra de una gran higuera. Paró la caravana y descendió de ella.
- Buenos días, ¿Begoña?
La mujer cerró el libro y le miró. Tenía unos ojos grandes y expresivos, y su sonrisa junto a toda ella le hicieron sentirse como en casa.
- ¿Alberto? – y sin esperar a que le contestase le alargó la mano – encantada…
- Buenos días. ¿Dónde puedo aparcar?
- Allí mismo – señaló hacia una construcción que podía ser un almacén de cualquier cosa – allí está la moto.
Aparcó junto a la puerta del cobertizo y bajó del vehículo.
- ¿Quiere verla?
- Por supuesto.
Ella se adelantó al cobertizo y encendió la luz. Dentro, entre multitud de cacharros y cajas, acertó a ver un tractor, viejo y detenido quién sabe cuándo. Junto a él estaba la moto, apoyada en la pared. Bajo la capa de polvo acertaba a verse en el depósito, escrito con letras negras, la marca que ella había dicho: Rancapú. Se acercaron.
- Pues a simple vista no parece que haya muchas pegas… ya veremos.
- Mi padre la cuidaba mucho.
- ¿Cuánto tiempo lleva parada?
- Uf… él murió hace veinte años… más o menos eso. ¿Es malo?
- Ni malo ni bueno, solo quiero hacerme una idea de lo que voy a encontrarme. En fin, voy a descargar el material. Calculo que en un mes o mes y medio puede estar terminada.
- Por mi estupendo.
- ¿Hay por aquí una toma de corriente?.

Una semana después, la moto estaba completamente desarmada y todo lo que había que pintar cubierto de imprimación. Alberto lograba mantener un equilibrio entre la prisa por acabar (a menos tiempo más trabajos) y la calidad que él quería dar a todas sus restauraciones; siempre pensaba que la moto era para él. Durante los primeros días había conversado mucho con ella, al ponerse la tarde, cuando podía verse revolotear a los insectos sobre un fondo naranja dejado por el sol que se va. Era maestra, casi un tópico, y divorciada de alguien cuyo recuerdo parecía doler solo con mencionarlo. Por lo demás, estaba de vacaciones hasta Septiembre, cuando tendría que volver a la ciudad y a los libros y a los alumnos y a los coches y a las personas y a las soledades y al humo y a las ausencias. Hasta entonces pasaría las vacaciones con su madre, a quien Alberto había visto una o dos veces, asomada a la ventana o saliendo de la casa, dando la sensación de que solo salía para coger aire antes de volver a entrar, como una tortuga o un delfín, a un medio que es el suyo pero no del todo.

- ¿Y porqué quieres restaurarla?
- Mi padre la tenía mucho cariño. Siempre decía que no tendría más moto que esta nunca, y el tiempo y la muerte estuvieron de acuerdo con él. Iba con ella a todas partes, y yo siempre he pensado que a veces a ninguna, solo a perderse un rato los dos. Le gustaba acompañar a las comitivas de los entierros y bajaba en ella con el motor apagado cuando seguía a la orquesta en las bodas y las fiestas, para no molestar. Mi padre era un hombre muy discreto. A lo mejor repararla es como recuperarle a él un poco.
- ¿Y de dónde viene lo de Rancapú?
- No lo se. Yo pensaba que era la marca de la moto. Debe ser el apodo que le puso.

Pasaban los días y Alberto, al mirarla, se sorprendía de cómo ella había hecho dulce una gran determinación. Era una mujer misteriosa y animada, meditabunda en ocasiones, solitaria las más pero curiosa y abierta al conocimiento. “¿Es posible que esto pueda usarse sin saber cómo funciona?” le había preguntado cuando vio todas las piezas del motor sobre la mesa, y a Alberto no le quedó sino contestar “pero funciona y se usa mejor cuando se sabe”, a lo que ella sonrió y se fue a la higuera con su libro, sus gafas y su pelo recogido en una coleta improvisada.
Y todo esto día tras día hacía el trabajo más agradable aún. Alberto llegó en tan dos semanas a la parte en que las piezas vuelven a su sitio poco a poco, empujadas las unas por las otras; esto siempre le ponía de buen humor.
- ¿Y cómo te dio por ser mecánico ambulante? – preguntó sentada en lo alto de la tapia, con las manos apoyadas junto a sus piernas, los pies colgando.
- Si te gusta la mecánica y los viajes, es lo mejor que puedes hacer. Monta un taller móvil y sal a ver por ahí qué es lo que te encuentras. Al principio lo hacía en casa, pero las motos que vienen o compras no tienen historia; las que arreglas donde están siempre te hablan de los caminos que recorrieron, ellas o sus dueños. Y al final es darles una oportunidad de volver a hacerlo. ¿Se te ocurre algo más inútil que una moto en un museo? A mi me gusta más ver estas joyas andando por ahí, que es para lo que nacieron. Tenerlas quietas es como cortarle las patas a un caballo para que no se mueva. Morirá de tristeza tarde o temprano. Nunca dejes que te corten las alas.
Ella estiró las piernas y se miró a los pies pareciendo perderse, aunque tras moverlos un poco sonrió y bajó de la tapia, camino de la casa. Alberto encogió los hombros y siguió con su labor. Pudo ver a la madre, asomada a la ventana, mirando fijamente la moto, mirando fijamente a Rancapú.

Y llegó el día final. Alberto estaba tan seguro de su trabajo que siempre recogía el material antes de arrancar la moto. Cogió el depósito y pasó las manos sobre él para sentir cuán suave era: frío y perfecto de forma, brillante y con ese tacto de la pintura nueva que no tiene la pintura vieja. Colocó el depósito en su sitio y guardó en la caravana la llave con que lo fijó. Echó en él uno o dos litros de gasolina y fue a la casa a buscar a Begoña. Cuando se acercaba a la puerta, le sorprendió ver a la madre que salía con ella. Begoña se la presentó.
- Encantado, señora.
La madre de Begoña se le antojó la síntesis de lo seguro y confortable: olía a guiso y hogaza de pan, a sábanas limpias y consejos sencillos… olía a algo que no pudo recordar cuánto tiempo hacía que perdió.
Llegaron junto a la moto. Estaba impecable, mejor aún que cuando seguía a los entierros, callada como cuando precedía a las bodas y a la banda, esperando.
- ¿Arranca?
- Vamos a ver…
Alberto abrió la llave de la gasolina. Cebó el carburador y limpió con un trapo las gotas de gasolina que cayeron. Subió a la moto y dio una patada suave, casi con veneración. Nada, el motor no arrancó.
- Rancapú – dijo la madre.
Begoña y Alberto se miraron y luego miraron a la madre. Tenía una gran sonrisa en el rostro. Alberto dio otra patada; Rancapú de nuevo la madre. Y a la tercera arrancó, expeliendo un humo que la luz volvía azul. La madre sonrió aún más. Begoña dio saltos de alegría, Alberto sintió una profunda satisfacción, y la moto abrió los ojos de nuevo, buscando los caminos.

Cuando al atardecer Alberto iba a subir a la caravana para marcharse, Begoña le dio un beso de despedida y un gracias profundo y emotivo, lo mismo que la madre. Pero no podía irse aún, no hasta que lo supiese.
- Señora, disculpe, pero ¿podría contestarme a una pregunta?
-Pregunte, pues.
- ¿Porqué llamaron a la moto Rancapú?
La señora sonrió y pareció desaparecer antes de contestar.
- Esta moto arrancaba muy mal. Y todos los días mi marido, cuando había dado varias patadas, la miraba fijamente y decía : ¡Arranca, puta!. Cuando llevaba quince o veinte patadas, entre suspiros, se convertía en ¡Rancapú!. Y con el paso del tiempo, ya solo decía “Rancapú” desde el primer intento. Incluso lo pinto en el depósito. Esa es la historia, si es que eso es una historia.

Al girar la llave en el contacto de la caravana, Alberto vio que las luces del tablero se encendieron como siempre, que las agujas de los instrumentos se movieron como siempre, pero antes de girar la llave del todo, sin saber porqué, exclamo: “Rancapú”, y el motor se puso en marcha suavemente, camino de otra moto, camino de otra historia.





:plas: :plas: :plas:
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por tonitrophy »

rancapú, maricón eres tú :lol: aunque yo creo que la verdadera interpretación es: arranca puta... :mrgreen:

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Re: Se fusila poco.

Mensaje por Ferxo »

:clap: :clap: :clap: :clap: :clap:
otro gran relato Manuel :XX: :XX:
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por Rayworld »

...muy hermoso y especial

:XX: :XX: :XX:

me he quedado "enganchado" y quería continuarla :oops: . . .
con el permiso tuyo Manu
esa joya tiene que seguir rodando... ;)




..............................................................................................................



casualmente este verano conocí en vivo a "Rancapú"

...había madrugado lo suficiente como para tropezar con la noche y algunas que otras piedras grandes como membrillos, que en cualquier momento del día hubiera sorteado tirando de manillar. La pequeña linterna que llevaba mal atada al puño izquierdo logró me mantuviera apartado del barranco. Los traqueteos desmontaban cualquier esqueleto, pero yo los acomodaba flexionando todas las articulaciones que recordaba tener.

Había pasado casi una hora, iba apretao de tiempo, si no aceleraba el ritmo, el madrugón hubiérase tornado esteril pues la gracia estaba en llegar antes de que el sol comenzara a despuntar de entre aquellos mares de nubes; en aquel pueblo a más de 2.000 metros, el cielo para los niños siempre estuvo al revés, 50 años atrás sólo las mulas obedientes eran capaces de subir al centenar de vecinos de mi abuelo.

¡ Ay mi abuelo !, ese si que era moderno, cuando apareció con aquella pseudo bicicleta reluciente, los más viejos no podían creer el ruido que hacía, y que rodara sin pedales, muchos hombres ni siquiera conocían la ciudad. No puedo creer aún hoy que el camino que me llevó arriba sobre mi bicicleta,que es otro mucho más largo que el que utilizaban a diario las gentes de allí, lo recorriera él de vez en cuando con su "Rancapú", demasiao buena le salió. También tiene mérito haber metido un coche con caravana en este berenjenal, bueno supongo que en primera y a base de paciencia
que no le debe faltar, porque para trabajar buscando piezas y reconstruyendo motos enteras, ¡hay que tener paciencia!

Estoy deseando verla, durante toda mi vida siempre estuvo allí apoyada, ocupando sitio y criando polvo, nunca imaginé
que aquello pudiera resucitar.

Este verano mi primer trabajo para poder pagarme los estudios no me dejó encontrarme con mi tía ni un solo día, pero cuando el cartero me dió en mano una misiva suya supe que marcharía antes de tiempo, y algo más... la historia de que iba a recuperar a Rancapú por fin la hizo realidad, no supe nunca quien fué ese tal Alberto pero prometo cuidarla siempre y no abandonarla jamás
tampoco imaginé que...

¡ME REGALABAN LA MOTO DEL ABUELO! mi primera moto!!

no sé como seguirá arrancando después de todo, yo no entiendo de motos, pero algunos dicen que en este pueblo esos carburadores van peor que en la ciudad
yo no sé si es por sacarle pegas al pueblo o porque alguna penitencia tenía que haber para quienes se despiertan siempre por encima de las nubes, en el pueblo más bonito del mundo...

aquí os dejo unas fotos de como estaba desde que faltó el abuelo
y otras de como la seguiré manteniendo reluciente después del regalo de mi tía...

Abuelo, siempre estarás en mi mente

Te quiero!!



Enlace Video



:plas:

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Re: Se fusila poco.

Mensaje por Microtaller »

Muchas gracias amigo.
Voy a hacer una excepción a mi timidez innata y te voy a poner aquí uno de los relatos de mi primer libro, dedicado a tí especialmente.

EL HOMBRE DE LA COLINA

Mi abuelo era hombre adusto pero afable, tierno y ajado, especial y simple. Su mirada tenía toneladas de vivencias, atrapadas tras el brillo de sus ojos medio cerrados siempre, evocadores.
- Abuelo... ¿ porqué no hay luz por la noche ?.
Y el abuelo sonreía más allá de sus recuerdos, acariciaba mi rostro y contestaba pausadamente.
- El cielo siempre es azul, de noche y de día. Pero por la noche una hechicera lo cubre con un manto negro. Y el manto es tan antiguo como el mundo, y por eso está raído. Y sus agujeros dejan pasar la luz, y nosotros decimos que son las estrellas y la luna.
El abuelo tenía explicaciones para todo. Era, sin duda, un hombre sabio. Por las tardes salíamos a pasear más allá del río, una mano en la mía y otra en su bastón de madera antigua. A mi se me antojaba imponente la figura de mi abuelo, siempre tan protectora, siempre tan humana.
- ¿Qué hay que hacer para ser abuelo?
- Tener paciencia. Y vocación, mucha vocación.
Yo no sabía qué era la vocación y no comprendía la paciencia, pero intuía que con un poco de esfuerzo sería un abuelo estupendo, con dos zagales alegres sobre mis rodillas, sus ojos abiertos de par en par a las historias repetidas por tantas bocas. Quizá un abuelo sea una puerta, quizá no.
El abuelo presidía la mesa, y nadie empezaba hasta que él no lo hacía. Comía con cansancio, como todo, con cansancio. Era como si el tiempo y mi abuelo circulasen a un ritmo distinto del de los demás. Al abuelo le araron el rostro los años y la sonrisa, esa sonrisa tan dulce y desatada que a mi me hacía, algunas tardes, ensayar frente al sucio espejo del desván, a solas, muecas que dejaban blancos mis labios del esfuerzo.
Una tarde de verano, cuando el sol nos anunciaba que debíamos volver, el abuelo paró para cubrir sus ojos del sol y ver más lejos. Salimos del camino y, cruzando el barbecho, trepamos por una colina de lomo suave. Arriba, sentado sobre una piedra, había un hombre. Tenía sus manos entrelazadas sobre su regazo, y sus hombros caían como un manantial de pesadumbre. El abuelo le miró fijamente.
- Espera aquí - me dijo. Y se acercó a él.
Observé al abuelo hablar con el hombre, pero desde donde estaba yo no podía escuchar lo que decían. Al poco, el abuelo volvió hacia mí, serio.
- Es tarde, debemos volver.
Y no se porqué, no me atreví a hablar en todo el camino. El abuelo cantó, como tantos otros días, la benevolencia de los chopos y los campos, pero casi con una nota triste, a duras penas ocultada a mis incipientes sentidos infantiles.
El resto del verano esquivamos la colina. El abuelo nunca dijo nada, pero yo sabía que evitaba tanto la figura del hombre sentado, que ni tan siquiera pasamos nunca cerca para ver si seguía allí. Por lo demás, y salvo una nota leve de amargura, casi imperceptible, el abuelo era el mismo de siempre. Sus historias y explicaciones llenaron mis tardes y mi cabeza de verdades a medias, de mentiras inventadas con buen fin, y de esperanza ante la vida.
Una mañana amaneció extraña, agobiante, pocos días después. Salté de la cama con cuidado, como temiendo que el suelo me atrapase entre sus tablas. Desde mi infancia, volando bajo, algo me decía que las cosas nunca volverían a ser lo poco que habían sido. El abuelo estaba enfermo. Pude verle después, en un silencio marmóreo, inmóvil en su cama, respirando con esfuerzo y con el rostro como de mazapán.
El abuelo no decía nada, perdido en su retiro. Y yo cogía su mano, bruñida por los años, y le contaba bajito las historias que aprendí de él, hasta que alguien me retiraba de su lado con cualquier patraña por delante. Y yo estaba solo sin el abuelo, esperando que se levantase y alzásemos el vuelo juntos, hacia el río. Pero por primera vez, el abuelo se fue solo, quién sabe dónde. Lo sacaron unos hombres de negro y se fueron con él, camino allá. Esto dejó triste a todo el mundo, pese a que ellos no salían con el abuelo a pasear. Pero se ve que también lo echaban de menos. Y mi madre lloraba despacito.
Los años que siguieron, muchos, no estuve allí. No concebía la casa ni los árboles ni el río, ni los gorriones, sin el abuelo. Y me hice mayor, comprendiendo unas cosas y dejando de entender muchas otras, que es como uno se hace mayor de verdad. Luego, cuando sentí que perdía mis raíces, decidí volver a aquélla casa, a aquél lugar, por ver qué quedaba de mi historia. La casa estaba vacía, escondidos los muebles bajo sábanas, como imponentes fantasmas de madera. Solo la habitaba el polvo de los años, la seda de las arañas, y mi corazón vacío y yermo, extraño. Buscando un recuerdo inexistente, caminé río abajo. Los chopos se agitaban como entonces, y los pájaros volaban igual que antes. Pensé que tan solo las vanas cosas de los humanos se mueren con el tiempo, allí donde nos llega la mano torpe, tan especial y tan frágil, tan inmortal y decadente. Y llegando a la colina en que un día vimos sentado al hombre, el tiempo se abrió como una herida para mí. El viento recobró la calidez de la mano del abuelo. Trepé por ella y me senté en su cima. Veía desde allí los escenarios de mi infancia; los campos labrados y los caminos áridos; las lejanas montañas y los hayedos: la vida que seguía aferrada a su aventura.
De repente, sentí alguien junto a mí. El abuelo me miraba fijamente, y al pie de la colina estaba yo, pequeño y extrañado.
- Abuelo...
Y el abuelo, mi abuelo, el abuelo de todos, colmó mi vida con su sonrisa; una sonrisa amplia y vital, un espejo profundo abierto al futuro, el reconocimiento a mi mensaje... el anuncio de su muerte.

:XX: :XX: :XX:
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por Ferxo »

:clap: :clap: :clap: :clap: :clap:

mas, massssss, massssssssssssssssss danos mas.


Manu, déjate de empresas y dedícate a escribir :ala: :ala: :ala:
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por miguelvaloz »

:plas: :XX:
Aprende a usar el antiniebla trasero y no fastidies:

http://www.circulaseguro.com/seguridad- ... arlas-bien
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por Microtaller »

Ferxo escribió::clap: :clap: :clap: :clap: :clap:

mas, massssss, massssssssssssssssss danos mas.


Manu, déjate de empresas y dedícate a escribir :ala: :ala: :ala:
Ya quisiera, ya...
Muchas gracias.
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por DavidAytor »

:XX: :XX: Gracias una vez mas.

Lástima, hay que tener suerte hasta para eso, mis dos abuelos no eran así, o al menos yo no los recuerdo con tal devoción, ya me gustaría..
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Re: Se fusila poco.

Mensaje por Rayworld »

Microtaller escribió:Muchas gracias amigo.
Voy a hacer una excepción a mi timidez innata y te voy a poner aquí uno de los relatos de mi primer libro, dedicado a tí especialmente.
Buen regalo, hermano!! :plas:
ojalá gracias a estas casualidades literarias en un foro de motos, descubra el secreto de la paciencia que siempre me faltó para leer fuera de las obligaciones escolares, y quien sabe si aparte de darme rueda por esas carreteras vuestras, con tu tinta "me das letra..." para encontrar la trazada que me devuelva al camino de aquellas tardes de colegio, y seguir el mio propio al reencuentro del gusto por la lectura.

Ahora sé que cuando aparquemos las monturas y con un café delante, siempre podremos hablar de algo mas que motos... :ride:

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Re: Se fusila poco.

Mensaje por masclet »

Ostrasss...como mooola...
:atope: :atope: :atope:

Me lo voy a tomar con calma para leerlo tranquilamente... a mi ritmo...

Gracias Davidaytor por ilustrarme... y a Microtaller por sus relatos...

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Re: Se fusila poco.

Mensaje por ROSCACHAPA »

Muy Buenos :plas: :plas: :plas: :plas:
Un saludo

333 Nunca es largo el camino que conduce a casa de un amigo
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