Como en el argot alpinista, las ventanas de buen tiempo que se aprovechan para intentar hacer cumbre, yo la he tenido que aprovechar para hacer una rutilla por la parte norte de Burgos, una visita a mis padres que se encontraban en el pueblo y vuelta otra vez a casa esquivando el chaparrón.
A finales de la semana pasada esas “ventanas” se abrían al inicio del día sobre las 7, y a partir de las 3 de la tarde la cosa ya se empezaba a torcer. De ahí mi duda de si quedarme a comer con mis padres o seguir del tirón hasta casa. Lo cierto es que cualquiera le dice que no a una madre, y más si te invita a comer. Lo de la tormenta, ya se verá…
Salgo dirección Miranda de Ebro, la mañana es fresca y los guantes y chaqueta de invierno no me sobran en absoluto. Chispea a ratos pero todo parece indicar que el día mejorará.
Al pasar Pancorbo se empiezan a ver más claros en la Bureba. El contraste entre azul y verde en los campos es algo que no dejará de sorprenderme, esas tonalidades y ese viento que “peina” a rachas las fincas de cebada. Es hipnótico.
Pronto llego a mi destino, un curioso “punto turístico” planeado por el alcalde de una localidad a quien no se le ocurrió otra idea más brillante que subir un tanque retirado del Ejército Español en la colina más alta del pueblo.
La colocación de este M-60 Patton parece que tiene crispados a los apenas 20 vecinos de Quintanilla Cabe Rojas, que ven más lógico la ubicación de una maquina trilladora o ablentadora más características del lugar. Sobre todo si pensamos que por aquí la guerra pasó de largo (el frente se situó a unos 70 kms al norte en la Guerra Civil).
Así que nada, atravieso el pueblo y por un caminito con algo de gravilla llego hasta arriba sin dificultad. Las vistas de la Sierra de Poza de la Sal y los Montes Obarenes llevan toda mi atención. He de reconocer que el bicho ese no pinta nada allí. En fin.
Lo que si me atrae es acercarme al Castillo de Rojas, en la localidad del mismo nombre. Construido en época de la reconquista y rehabilitado en el año 1300, apenas quedan cuatro muros incompletos. Intentar subir hasta el va a ser tarea complicada.
Lo intento por varios caminos, voy sin GPS. “Pa qué” pensé chulito al salir de casa, “si me conozco la zona” . Pero no los caminos, inútil.
Tras varias intentonas de prueba-error y media vuelta me bajo al pueblo con el rabo entre las piernas. Un lugareño me aclara que sólo se puede subir por el sendero tan empinado que he visto un montón de veces. Por ahí, si tuviera una Gas-Gas.
Me dirijo al pueblo de Félix Rodriguez de la Fuente, Poza de la Sal. Lo tengo más que visto, pero lo que me apetece ver es la nueva estatua que entregaron Iker Jimenez y su programa de Cuatro en homenaje al doctor.
Su ubicación en un principio no pudo ser menos acertada (en mi opinión). La pusieron en lo alto del puerto que se encuentra a unos kms del pueblo, donde hay otro monumento, y con la figura dando la espalda a su pueblo, mirando al horroroso parque eólico.
Ahora se encuentra cerca de un parque, encima de unos lavaderos y debajo de las famosas salinas. Poza de la Sal en sí merece una buena visita, aparte de ser uno de los pueblos más bonitos de burgos, con sus casas típicas, sus calles empedradas, sus palacios, salinas, cuenta con un interesante museo de la Radio y una ruta para descubrir los rincones de la infancia del “amigo Félix”.
Según comienzas a subir el puerto dejamos las viejas salinas a nuestra derecha y la carretera se retuerce hasta llegar al castillo. Desde allí las vistas de La Bureba son inmejorables. Yo sigo subiendo entre el verde y el amarillo de la flor de aliaga que domina casi la extensión del diapiro.
Paro a hacer unas fotillos. Esto no va a ser nada bueno para mi alergia, pero este rato y ese olor dulzón de las flores merecen un buen recuerdo.
Por la tarde, apenas con el sabor del café de la amatxu en la boca, sigo camino a casa. Con la vista fijada en los nubarrones que cada vez se acercan más oscuros. Bajo al Valle de Valdivielso y me detengo para relajar las piernas y hacer un par de fotos en la cárcel-campo de concentración de Valdenoceda. Fábrica de sedas en sus inicios, que terminó siendo martirio y tumba para los presos “sobrantes” del campo de Miranda de Ebro y de Nanclares de la Oca. Aún se siguen recordando en Abril y entregando a sus familiares los cuerpos enterrados en una fosa cercana.
Atravieso el Valle y tiro por un atajo. Que bien pensado, no lo es, pero rara vez el camino más divertido es el más corto. En este caso tiro por una carretera muy vanvanera sin prisa pero sin pausa dirección al “único monstruo al que hay que tener miedo”. La Central Nuclear de Santa María de Garoña.
Paso de largo, no me gusta ni un pelo estar cerca de ahí, pero la tentación de esa carreterita con sus curvas, los túneles y los acantilados del embalse de Sobrón es más fuerte que pasar 15 segundos por al lado del monstruo.
Aquí ya me empiezo a mojar las botas. Curiosamente voy por detrás de una tormenta que comenzó aqui, donde empieza Alava, como si hubiese respetado el límite provincial. Este suelo mojado me acompañará hasta casa, con ratos de sol y viendo al fondo las nubes descargando a unos cinco kilómetros por delante mio.