Viernes 14 de septiembre. Sexto día de viaje. Oviedo - Madrid.
La ruta planificada fue
esta. El recorrido prometía, así es que decidí salir temprano para poder abarcarlo en el día.
De nuevo se cumplió la tónica del viaje y las condiciones meteorológicas fueron excelentes. Por el oeste de Oviedo una densa niebla comenzaba a cubrir la ciudad, mas yo iba al este y tan sólo tuve que ponerme ropa de abrigo por el frío húmedo que había.
El trayecto por la AS-114 ascendiendo el Nalón fue maravilloso. Un entorno único de Ibertrén, donde las laderas de las montañas empujan los pueblos de la ribera del Nalón al río comprimiendo toda la belleza en un corto espacio. El asfalto acompaña y el Sol, que daba de cara a esas horas, dificultaba apreciar la belleza del entorno.
Antes de Rioseco encontré, creo recordar, la
última gasolinera antes de entrar en tierras leonesas. Conveniente el reportaje para afrontar el puerto de Tarna y porque además el chaval es un motero que amenizará el repostaje.
Poco después llegué a Campo de Caso, donde comienza el ascenso al puerto de Tarna y, con el ascenso, las dificultades. Una carretera escamada, parcheada, agujereada y con desprendimientos de la montaña. El terreno ideal para mi Tigresa. Un placer, vamos.
Conviene ir parando por el ascenso para deleitarse en las vistas que vamos dejando atrás.
A mil quinientos metros de altitud, y tras un último tramo complicado, llegamos al puerto de Tarna.
Siempre que voy a Asturias una parte de mí se queda allí. Algún día volveré.
En los restaurantes del puerto se come bien según me han dicho, pero no eran horas.
Cambio de provincia anunciado por el cambio del ambiente.
Cuando volví de estirar las piernas me encontré con mi Tigresa acompañada. A la Scoopy y al ciclomotor los había adelantado poco antes de repostar, a unos veinte kilómetros del puerto. En ambas motocicletas iba gente de avanzada edad, di por hecho jubilados. Pero es que en el ciclomotor de paquete iba una mujer. Sentada sobre lo que había dejado de ser un asiento para ser directamente una bolsa de herramientas. Moteros de verdad.
Mi siguiente destino, el pueblo fantasma de Riaño. Me habían comentado que el embalse estaba tan bajo que se podía acceder al antiguo pueblo sumergido. Así es que pensé que el estado de la carretera no sería un problema para mi Tigresa.
El descenso del pueblo de Tarna por la parte leonesa no tiene nada que ver. Carretera ancha y excelentemente pavimentada. Donde el único problema es ir sorteando las boñigas de vaca que se encuentran repartidas por todo lo largo y ancho de la carretera. Y es que jamás había visto tanta vaca en mi vida. El entorno, dentro de que ya no tiene la viva humedad del bosque asturiano es agradecido, con paisaje coronado por inmensas montañas. Otro deleite.
Deleite que desaparece de sopetón llegando a Riaño. Un frío anormal para lo que venía siendo el viaje anuncia el ambiente enrarecido que se siente en los alrededores de Riaño. Una rara sensación que incrementa el estado del embalse.
En Riaño pregunté la forma de acceder al antiguo pueblo. Leyenda urbana. No hay forma de acceder y las iglesias fueron desmanteladas. Mi gozo en un pozo que no hizo otra cosa que acrecentar mis ganas de salir de allí.
La carretera sigue teniendo el acogedor entorno de la Cornisa Cantábrica hasta Cistierna. A partir de ahí se entra en la monótona Castilla para aburrimiento de mi Tigresa y su piloto.
Poco después de Cistierna me desvíe de mi camino para realizar la visita, una vez más, del
Monasterio Cisterciense de Santa María de Gradefes. Donde además de adquirir la excelente miel de la monjas de clausura, suelo dar un tiempo a mi espíritu para alimentarse de la energía que reina en la iglesia.
Almuerzo a la salida de Gradefes en
un hotel que ya conocía, donde la comida y el alojamiento son baratos para la buena calidad que dan.
Varié mi ruta y bajé directamente a Valladolid por la N-601. Un tostón de carretera donde el motor de mi Tigresa se moría de aburrimiento y donde más de una vez me encontraba fuera del rango de velocidad legal.
Parada en Ávila para avisar a la familia que llegaría esa tarde y disfrutar del la encantadora carretera que lleva a San Lorenzo de Escorial por las Navas del Marqués y la Cruz Verde. Lamentable ver los estragos del incendio de este verano al borde de la carretera.
A las ocho y media de la tarde estaba ya en casa. Mi Tigresa se había comportado como una campeona.
Desde que el doce de julio la había sacado de RMS en Toledo había completado con este viaje, seis mil trescientos kilómetros.
Este viaje había supuesto recorrer dos mil cuatrocientos kilómetros.
Con un consumo de cinco con tres litros cada cien kilómetros.
Y en un tiempo de cuarenta horas y media.
Una media de sesenta kilómetros a la hora. Lo que tiene ir deleitándose en el paisaje, ¿no?
No creo que esta redacción haya servido para transmitiros el disfrute de lo que ha supuesto esta aventura. No es comparable a mi viaje al TT de la Isla de Man de hace dos año. Pero ha estado genial.
Espero haber transmitido mi gratitud a los amigos que hicieron posible el encuentro del Calidade y a los amigos y familiares que hicieron posible mis estancias como si estuviera en mi casa. Porque si bien la aventura en moto es apasionante y el desafío de hacerla en solitario es emocionante, lo realmente importante de esta vida es la convivencia y la comunión con los otros. Todo lo demás, queda en un segundo plano.
Gracias por leerme.