De las breves historias que voy a relatar en esta aportación y con el fin de alejarme de los fríos datos, voy a tomarme la licencia de novelar la primera de ellas, con el simple objetivo de hacerla mas amena e interesante.
Si bien lo que se va a narrar sucedió realmente, me refiero a los hechos, parte de los personajes, los más irrelevantes, y de los cuales no se tienen noticias al ser estos personajes secundarios, van a estar sujetos a mi total invención, tanto en trayectoria vital como en nombre y apellido. No obstante el protagonista indiscutible existió, fue un ilustre personaje de la época y su nombre y filiación se corresponde con la realidad y con su intervención en la primera historia.
Vayamos al primer relato.
MAHARAJÁ DE PATIALA
“Aquella plomiza mañana primaveral no auguraba nada bueno. Cabía la posibilidad de que en un par de horas luciera un sol espléndido o en su defecto, como era costumbre del abominable clima londinense, nevara copiosamente.
No obstante en el pequeño apartamento de Dover Street, el señor y la señora Culpepper seguían la rutina habitual de los últimos cuatro años. Se habían mudado a aquel diminuto apartamento situado en la cuarta planta de un edificio modesto, cuando Edmond consiguió hacer realidad su sueño.
Edmond Culpepper era el hijo de un matarife de Queenborough que se ganaba la vida duramente sacrificando reses y de una redera, encargada de reparar los aperos de los barcos que faenaban en el Canal de la Mancha, del mismo lugar. Cuando con el paso de los años Edmond heredó el trabajo de su padre, con la salvedad de que una vez por semana tenía que hacer la entrega de unos solomillos en la Association of Conservative Clubs de Londres.
Allí, a pesar de que Edmond llegaba sudado, mojado o polvoriento, en función del caprichoso e infame clima británico, había llamado la atención por su porte distinguido y buenas maneras a pesar de su ascendencia vulgar y corriente. Como quiera que en una de sus visitas tuvo la suerte de que el camarero encargado de servir el almuerzo muriera de un colapso nervioso, y de que él fuese elegido como camarero de emergencia, aunque es cierto que no había nadie mas en el lugar, comenzó una nueva etapa en su vida.
Consiguió servir la comida de los miembros presentes con cierto decoro. A decir verdad, tan solo uno de los socios estaba lo suficientemente sobrio como para advertir que esa persona no tenía ni idea de la misión encomendada, pero como carecía del don del habla desde el día que nació, no pudo comentar nada con el resto de los comensales, que ya estaban por la cuarta copa de vino de Jeréz y ansiaban el Oporto.
Fue así como Edmond se instaló en la capital. Su padre se enfadó muchísimo, ya que nunca mas volvió a ver la bicicleta que usaba Edmond para hacer los treinta kilómetros de recorrido, y su madre pensó que se había quitado un trabajo de encima.
Edmond se ganó rápidamente la confianza de los miembros por su cortesía y amabilidad, y aunque el sueldo era mas bien exiguo, las propinas le ayudaron a poder seguir adelante paso a paso. En dos años se convirtió en jefe de camareros y sintió por primera vez el poder. Poder despedir y contratar personal de servicio.
Un día, uno de los miembros del Club mas prestigiosos, Sir Clarence Fitzjames, miembro del Parlamento y socio en multitud de empresas le hizo una proposición irrechazable. Junto a unos socios tenía un distribuidor de automóviles en Bond Street, y necesitaban ampliar la plantilla de vendedores. Dado que Edmond estaba muy bien considerado en el Clud Conservador, tendría los suficientes contactos para conseguir el objetivo de vender automóviles de alto precio a adinerados compradores. Y aceptó la oferta. Sería vendedor de Rolls Royce en Bond Street.
Se hizo un traje a medida que pagaría en plazos. Conoció en la sastrería a Rose, que luego sería su mujer y ambos formaron el matrimonio Culpepper. Para entonces, ya Edmond se había erigido como el vendedor mas prometedor, no de ese concesionario, sino de toda la parte sur del país y según tenía planeado en un par de años, sería sin lugar a dudas jefe de ventas de la Rolls Royce Motor Company. Pero la vida es tan imprevisible como el abominable clima inglés.
Como decía al principio de la narración , Edmond y Rose seguían su rutina al pie de la letra. Tomaron un té indio, con una tostada de pan francés y mermelada italiana. No había nada mejor que un buen desayuno inglés, pensaron, para ponerse en marcha.
Cuando se hubieron cambiado de ropa y Rose sacaba por enésima vez brillo a los botines de Edmond emprendieron su camino habitual. Edmond acompañaba a su esposa a la sastrería y él se encaminaba al concesionario, donde se sentía un ser superior al resto de compañeros que a duras penas conseguían entre todos vender la mitad que Edmond.
Por fin unos rayos de sol se hicieron paso entre las nubes justo en el momento que Edmond ponía el primer pie en la tienda. Ese sol hizo que montara en cólera al descubrir como unas motas de polvo se habían posado en el guardabarros del Phantom ll que lideraba la exposición.
-Estoy rodeado de inútiles¡¡¡¡¡.- gritó a modo de saludo.
El resto de personas que ya habían llegado palidecieron de inmediato, y un muchacho, que bien podría haber sido Edmond hacía unos años, apareció de la nada con un trapo dispuesto a solucionar el problema.
Apenas concluyó el recorrido por la exposición, donde lucían orgullosos otros tres Phantom mas, carrozados de diferente manera, y dos Silver Gosth se oyó la puerta abrir.
En ella apareció un joven vestido de manera informal y que a todas luces se había confundido de lugar. El joven se quedó fascinado con el Rolls que estaba siendo limpiado, Un Phantom ll de color crema con los guardabarros de color verde intenso y carrocería coupé. Apenas tuvo tiempo de admirar la joya mecánica cuando Edmond se le acercó velozmente.
-Creo que la entrada de servicio está en al callejón trasero, muchacho....- le dijo.
-No, yo vengo a interesarme por uno de estos coches....- contestó el joven de rasgos indios, con aplomo.
-Verás muchacho, estos coches no se venden a cualquier mendigo que pase por la puerta, así que ya te estás largando o llamo a la policia.-
Y el joven fue agarrado por el brazo y sacado a empujones del concesionario.
El joven era el Maharajá Jai Singh Prabhakar, en aquellos tiempos considerado el segundo hombre mas rico del imperio británico por detrás de la reina, que se hallaba de vacaciones en Inglaterra, y que nunca hubiera imaginado que iba a ser tratado de aquella manera.
Reunió a su sequito y ordenó que hicieran llegar un telegrama al concesionario, informando que el Maharajá de Alwar se acercaría por la tarde a visitar la tienda. Les hizo esperar toda la tarde y cuando llegado el momento de ir, se engalanó con sus mejores ropas, él y su sequito se presentaron en el concesionario que había dispuesto una alfombra roja para su recibimiento y todos los miembros en formación saludaron y dieron la bienvenida al Maharajá.
Edmond, que era hombre de mundo, creyó reconocer en el Maharajá, al pobre indio que horas antes había despreciado, pero se tranquilizó al ver como este no dijo nada y siguió adelante con su visita. Compró todos los coches expuestos, los seis, y además pagó el envió a la India. Y lo pagó al contado, billete sobre billete.
Fue un día grande en el concesionario. Por fin Edmond estaba donde quería, en el cielo.
Semanas más tarde un rumor empezó a correr como la pólvora por los ambientes londinenses. Un rico Maharajá estaba utilizando unos Rolls Royce como camiones de basura en la ciudad india de Alwar. Las ventas de la empresa se desplomaron, ya que nadie, y menos un adinerado comprador, quería que comparasen su caro vehículo con camiones de basura.
La compañía se puso en contacto con el Maharajá y el pidió disculpas por el trato recibido. Le pidió encarecidamente que dejara de usar los coches como recoge basura y le regaló otros seis Rolls Royce de la más alta gama como desagravio.
El Maharajá consideró cerrado el asunto, aceptó de buen grado el obsequio, y llegó a comprar a lo largo de su vida 44 vehículos mas de la marca. Lo que está claro es que ninguno fue vendido por Edmond, que fue despedido fulminantemente y del que nunca mas se supo en los cuarteles de la marca.
Aunque se haga mención en el pie de foto a uno de los Rolls Royce, ese coche no es uno de ellos, yo me inclino a pensar que es un Ford del 33, aunque sin seguridad. No obstante la foto es una recreacion de lo que pudo ser.
Disfrutando de uno de los Rolls del desagravio.
MAHARAJÁ DE MYSORE
Este es otro caso de amor a la marca. Las inmensas fortunas que amasaron estos Maharajas antes de la independencia era de tal magnitud que se dice que este Maharajá fue el segundo hombre mas rico del mundo. Lo que le caracterizaba era que todas las compras que realizaba debían estar hechas de siete en siete. Es decir, no compraba un Rolls Royce, compraba siete, o catorce, o veintiocho de golpe. Era tal la fama que cogió este modo de derrochar que se popularizó la expresión “voy a hacer un Mysore”.
MAHARAJÁ DE NABHA
Este buen hombre se caracteriza por su mal gusto. Era tal el ansia de distinguirse del resto de los ricos del mundo que alguno llegaba a perder la cabeza. Mandó construir una carrocería inédita que se asemejaba a un cisne. Recorría todas las mañanas las calles de su ciudad a paso muy lento, y con unos criados que balanceaban suavemente el coche para que pareciera que se desplazaban por las aguas tranquilas de un lago. Causaba admiración y asombro de los pobres lugareños. Imagino que de vergüenza ajena.
AGA KHAN II
Utilizaba los Rolls Royce para cazar tigres de Bengala. Los pobres animales quedaban deslumbrados por los potentes focos que mandó instalar en los coches y que se encargaban de manejar unos sirvientes que se acomodaban, es un decir, en unos enormes estribos que también mandó instalar en los laterales del coche. Confiaban en la robustez de los Rolls para adentrarse en la selva y conseguir su objetivo.
MAHARAJÁ DE KOTAH
Si no parece suficiente ostentoso ir de caza con un vehículo de alto lujo, algunos ya se venían arriba y lo dotaban de numerosos extras para conseguir el macabro fin de exterminar parte de la fauna local. Este señor en particular no estaba dispuesto a dejar escapar a ninguna de sus presas por muy fuertes y poderosas que fueran. Así que lo mejor era equipar a su Rolls Royce con la artillería necesaria para tal fin. Aquí se conformó con una ametralladora de disco rotatorio a través de manivela capaz de fulminar a un paquidermo en menos que canta un gallo.
Hay más ejemplos de cómo el poder del dinero o la necesidad de poder o de dominio generan historias increíbles, o al menos, dignas de asombro.
JUDDA SHUMSER JUNG BAHADUR RANA
¿Quién era este señor?. En los años treinta Nepal era una monarquía y este buen hombre era primer ministro y comandante de las fuerzas armadas. Recibió el primer coche del Nepal en el año 1940. Un detalle sin importancia era que no existía ninguna carretera en el país y por lo tanto parece una cosa inútil tener un coche.
El coche era un Mercedes Benz 230 Type D y fue regalo del mismísimo Adolf Hitler que pretendía ganarse los favores del sujeto, para poder usar a los temibles guerreros Gurkha, considerados incluso hoy en día como los mejores del mundo.
El coche fue enviado a Calcuta desde donde partió hacia el Himalaya por carretera. Una vez allí se le desmontaban las ruedas y era transportado sobre unos troncos por hombres. En función del coche podían ser 32 o 64. Y es que este regalo levantó un desmesurado interés por poseer un coche en el país que no tenía carreteras.
Por cierto, Hitler no consiguió su objetivo, y los soldados nepalíes combatieron del lado británico en la contienda.

Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.