theboarder
11-05-2004, 09:49 AM
Desde otro foro..............
VELOCIDAD LEGAL
Me gusta respetar los límites de velocidad. Yo no había circulado nunca, salvo con humildes bicicletas y este verano me estrené con una moto. Bicho que, con sus casi doscientos kilos, exige bastante tacto cuando lleva por jinete a un novato. Sobre todo, con la que cae a estas alturas del otoño.
Imaginaos la estampa: con tu casco para que nadie tenga que rascar sesos del suelo con una espátula; tu chaqueta de cuero con refuerzos, que el pellejo no se compra al peso vía online y hay que cuidarlo; y un etcétera compuesto de guantes, pantalones y botas. Que incluye también, por si alguien no lo sabe, miedo a cántaros. Porque la moto hace invisible, esas condiciones es fácil que te pasen por encima.
Meter embrague, primera, y arrancar después de una mirada paranoica a izquierda y derecha, con el intermitente puesto. Despacito, muy despacito, porque no te fías de la burra, que tiene la fea de costumbre de tumbarse de costado si la tratas con poca educación. Y a los dos segundos, ya tienes a un monstruo de doble faro pegado a la matrícula, pidiendóte paso que estorbas. Nunca falla, como los grumitos del Cola Cao. Con el tiempo, le pierdes un tanto de respeto al asfalto, y te atreves a apurar el numerito enmarcado en rojo. Si dice cuarenta, tú te atreves a exprimir el velocímetro hasta los sesenta. Pero no es suficiente. Ya tienes al del coche oliéndote las nalgas, como un perro alertado por una hembra en celo, que pronto te adelanta con un volantazo, porque no estás para fiestas.
En carretera no mejoran las cosas, qué va. Ancha es Castilla, y hay que lucir el tipo. Yendo a ciento veinte, pardillo, no eres más que un obstáculo susceptible de ser atropellado. Sólo un par de abuelos se atreven a fastidiar la media, algún que otro novato de misma quinta también, pero la fauna corre que ni con un galgo. Luego frenan cuando huelen a radar, claro, con una intuición especial para hacerlo en curva. Casi les falta gritar ¡Sorpresa! mientras tú clavas frenos con cara de haberte tragado una cuchara. Menos mal que uno va curado de espantos.
Otro descubrimiento fascinante es que la derecha no existe. Se critica o se la vota, pero en la carretera desaparece. Es feudo de camiones y autobuses de línea, grandes como pirámides con ruedas, de los que tampoco te puedes fiar, porque pronto se marchan a la otra banda sin comprobar el retrovisor. Y es que la izquierda gusta, será cosa del nuevo talante. Lo suyo es pelear por el centro si hay tres carriles, y a ser posible, empujando a todos los rivales.
Y digo yo, puestos a la izquierda, que la gente confunde números y señales, y cree que la velocidad mínima es de ciento veinte. Así se explica la obsesión por no relajar la distancia con el prójimo a más de un metro, aunque haya posibibilidad de tirar de freno y merendar chapa, para luego dispararse como una bala de revolver cuando la pista se limpia de obstáculos.
En fin, de lo que hablamos en realidad es de llegar a viejos, y de una buena pieza. Visto el panorama, hay muchos que no aspiran a conseguirlo.
Al texto, añado algo más:
Otro día hablaré de los peatones, otras variedad zoológica con miga. Hoy mismo, después de escribir el texto anterior, me salen un par de tórtolos detrás de un coche, a traición como diputados del grupo mixto madrileño, y sin dignarse a mirar la calzada. Aunque yo solo iba a cuarenta, bloquear frenos sobre mojado con una moto es un pelín difícil, así que usé el pito (el de la burra. Me refiero al aparato. El que suena). Y la feliz parejita, que parecía haberle dado empleo a otro género de pito por el nivel de perpejidad que demostraban, no tienen otra reacción que tacharme de "¡Majarón!"
Analizando: cruzas por donde no debes, sin mirar, me haces bloquear rueda (derrape a derecha y yo viendo mis piños en el suelo), y encima ¡la culpa es mía!
Espero que sepan perdonar mi reacción: me paré inmediatamente junto a la acera, saqué las llaves del contacto, y me fuí hacia la ofendida pareja para preguntarle si lo suyo era un defecto de nacimiento, y no precisamente con tan comedidas palabras. Me confirmaron que sí, entre disculpa y disculpa, ventajas de parecerse al primo camorrista del Camarón cuando anda falto de grifa, o sea, feo y con mala leche. Pero la próxima vez aplico lo que decía el manual de la autoescuela: si un animal se cruza en tu camino, lo más seguro es pasarle por encima.
VELOCIDAD LEGAL
Me gusta respetar los límites de velocidad. Yo no había circulado nunca, salvo con humildes bicicletas y este verano me estrené con una moto. Bicho que, con sus casi doscientos kilos, exige bastante tacto cuando lleva por jinete a un novato. Sobre todo, con la que cae a estas alturas del otoño.
Imaginaos la estampa: con tu casco para que nadie tenga que rascar sesos del suelo con una espátula; tu chaqueta de cuero con refuerzos, que el pellejo no se compra al peso vía online y hay que cuidarlo; y un etcétera compuesto de guantes, pantalones y botas. Que incluye también, por si alguien no lo sabe, miedo a cántaros. Porque la moto hace invisible, esas condiciones es fácil que te pasen por encima.
Meter embrague, primera, y arrancar después de una mirada paranoica a izquierda y derecha, con el intermitente puesto. Despacito, muy despacito, porque no te fías de la burra, que tiene la fea de costumbre de tumbarse de costado si la tratas con poca educación. Y a los dos segundos, ya tienes a un monstruo de doble faro pegado a la matrícula, pidiendóte paso que estorbas. Nunca falla, como los grumitos del Cola Cao. Con el tiempo, le pierdes un tanto de respeto al asfalto, y te atreves a apurar el numerito enmarcado en rojo. Si dice cuarenta, tú te atreves a exprimir el velocímetro hasta los sesenta. Pero no es suficiente. Ya tienes al del coche oliéndote las nalgas, como un perro alertado por una hembra en celo, que pronto te adelanta con un volantazo, porque no estás para fiestas.
En carretera no mejoran las cosas, qué va. Ancha es Castilla, y hay que lucir el tipo. Yendo a ciento veinte, pardillo, no eres más que un obstáculo susceptible de ser atropellado. Sólo un par de abuelos se atreven a fastidiar la media, algún que otro novato de misma quinta también, pero la fauna corre que ni con un galgo. Luego frenan cuando huelen a radar, claro, con una intuición especial para hacerlo en curva. Casi les falta gritar ¡Sorpresa! mientras tú clavas frenos con cara de haberte tragado una cuchara. Menos mal que uno va curado de espantos.
Otro descubrimiento fascinante es que la derecha no existe. Se critica o se la vota, pero en la carretera desaparece. Es feudo de camiones y autobuses de línea, grandes como pirámides con ruedas, de los que tampoco te puedes fiar, porque pronto se marchan a la otra banda sin comprobar el retrovisor. Y es que la izquierda gusta, será cosa del nuevo talante. Lo suyo es pelear por el centro si hay tres carriles, y a ser posible, empujando a todos los rivales.
Y digo yo, puestos a la izquierda, que la gente confunde números y señales, y cree que la velocidad mínima es de ciento veinte. Así se explica la obsesión por no relajar la distancia con el prójimo a más de un metro, aunque haya posibibilidad de tirar de freno y merendar chapa, para luego dispararse como una bala de revolver cuando la pista se limpia de obstáculos.
En fin, de lo que hablamos en realidad es de llegar a viejos, y de una buena pieza. Visto el panorama, hay muchos que no aspiran a conseguirlo.
Al texto, añado algo más:
Otro día hablaré de los peatones, otras variedad zoológica con miga. Hoy mismo, después de escribir el texto anterior, me salen un par de tórtolos detrás de un coche, a traición como diputados del grupo mixto madrileño, y sin dignarse a mirar la calzada. Aunque yo solo iba a cuarenta, bloquear frenos sobre mojado con una moto es un pelín difícil, así que usé el pito (el de la burra. Me refiero al aparato. El que suena). Y la feliz parejita, que parecía haberle dado empleo a otro género de pito por el nivel de perpejidad que demostraban, no tienen otra reacción que tacharme de "¡Majarón!"
Analizando: cruzas por donde no debes, sin mirar, me haces bloquear rueda (derrape a derecha y yo viendo mis piños en el suelo), y encima ¡la culpa es mía!
Espero que sepan perdonar mi reacción: me paré inmediatamente junto a la acera, saqué las llaves del contacto, y me fuí hacia la ofendida pareja para preguntarle si lo suyo era un defecto de nacimiento, y no precisamente con tan comedidas palabras. Me confirmaron que sí, entre disculpa y disculpa, ventajas de parecerse al primo camorrista del Camarón cuando anda falto de grifa, o sea, feo y con mala leche. Pero la próxima vez aplico lo que decía el manual de la autoescuela: si un animal se cruza en tu camino, lo más seguro es pasarle por encima.