EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

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alapues
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por alapues »

Double the pleasure! ;)



Si hay que ir, se vá.....!

He rodado en el Jarama, subido Stelvio, buceado en el Thistlegorm y con tiburones, y ahora......
pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO TRIGÉSIMO NOVENO


“Rubicón”



Amos Van Cleef se sentía incomodo. El bigote postizo le provocaba unos picores tremendos en la cara, y las terribles gafas de atrezzo unos mareos considerables. Se las retiraba cuando cogía los prismáticos para seguir las evoluciones de los guardas del almacén, y eso le suponía un alivio cierto, pero le obligaba a permanecer unos segundos con los ojos cerrados para tratar de poder enfocar convenientemente.

Tenía una idea aproximada de los hábitos de los guardas. No se equivocaba mucho cuando pensó en la tipologia de los individuos que acudían para tal cometido. El primero que vigiló, era sin duda un polaco borracho. Cada poco tiempo acudía a su viejo Pontiac aparcado en las inmediaciones, y tras abrir la guantera y sacar una botella de vodka, le metía un largo trago. Pasadas unas horas, el regreso del coche al puesto de control se convertía en una especie de caminata errática y llena de tropezones y zigzagueos. Rezaba para que no fuese él quien estuviera cuando decidiera intervenir. Tenían el mismo apego a las armas de fuego que al alcohol, y eso no era un buen presagio.

El segundo guarda que controló, era un muchacho alto y fuerte. Siempre que estaba en la garita, dormía sin disimulo. Amos desconocía que aquel chico no se ajustaba al negro vago y perezoso, aunque era obvio por su color de piel, ni a un europeo adicto a la bebida diestro en el manejo de cuchillos y pistolas. Simplemente aquel hombre natural de Arkansas, y casado con un chica formal y de educación exquisita, acababa de ser padre de gemelos. Si ya la crianza de un niño se puede convertir en la mayoría de los casos en un infierno, cuando se les ocurre nacer a pares, la vida de sus padres deja de existir. El único objetivo pasa a ser sobrevivir a los caprichos de las criaturas que viene determinados por los horarios infames de su alimentación, a la incesante catarata de lloros sin motivos aparentes, a la agotadora rutina de cambio de pañales, y cuando, por arte de magia, están ambos dormidos y la casa se convierte en el paraíso del silencio y la paz, toca tumbarse a descansar.

Su amada esposa se había convertido en una desconocida. Había menguado su ya diminuto cuerpo, sin duda exprimido por la pareja de voraces chupadores de teta, se había descuidado en su aspecto, y era una fuente de irritación inacabable. El buen hombre trataba, cuando estaba despierto, de colmar de atenciones a su mujer, pero ésta lejos de sentirse atendida, le culpaba de su infortunio y del viaje a las puertas de las calderas del infierno del que le hacía responsable.

Si los horarios de los relevos no sufrían cambios, Amos debería de acceder cuando estuviera el gigante dormilón. Su estrategia consistiría en acercarse sigilosamente con la furgoneta cuando viera que Morfeo se hubiese adueñado de su voluntad, y en el momento preciso tocar un fuerte bocinazo y plantar el salvoconducto a escasos centímetros de su nariz, y hablarle alto y fuerte. Suponía que la sorpresa del brusco despertar, la lluvia de palabras sin cesar y una actitud altiva, harían que el fulano de Arkansas no pusiera mucho empeño en el acceso de otro de los muchos suministradores que pasaban por su puesto cada turno.

Tambien estaba al tanto del aumento de actividad en el centro. Múltiples ambulancias acudían desde la tragedia de la pasada noche. Docenas de clientes se acercaban a la clínica para ser atendidos, o bien para concertar cita. Los miembros de la escolta del Gobernador pidieron ayuda a la Policía de la ciudad al sentirse desbordados. Y la cosa iba para largo. Al parecer en el intento de terminar con el vello rebelde de las piernas y de la zona genital, algún tipo de reacción alérgica estaba provocando unos picores atroces a la mujer. El asunto había tomado tal cariz que la mujer había tenido que ser sedada, y por precaución atada a la cama, para evitar que se produjera heridas irreversibles en las piernas y sobre todo, eran ordenes del Gobernador, en la zona genital.

Un minucioso estudio por parte de los dermatólogos del centro, que habían colocado a la ilustre señora en un potro similar al que usan las parturientas, y se habían lanzado de cabeza, literalmente, a la zona afectada, provocó que la buena señora se sintiera invadida en su más profunda intimidad y montara en cólera, de ahí que fuese necesaria una gran dosis de sedante para aplacar su enfado, mientras los galenos hacían uso de instrumental más propio de torturas medievales, que de una buena praxis profesional. Determinaron que la irritación y posterior inflamación de las zonas afectadas deberían tratarse con polvos de talco, y esperar la evolución de las molestias.

El Gobernador fue informado de que su esposa necesitaría un tratamiento muy costoso y prolongado, y al grito de “lo que haga falta, no escatimen en medicamentos”, zanjó el asunto.



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Al Manzini tampoco tenía un día pletórico. Le dolía la cabeza, uno de sus ojos estaba inflamado y terriblemente amoratado, y la ceja del ojo vecino, necesitaba urgentemente media docena de puntos para cerrar una enorme herida llena de sangre reseca.

Era consciente de que debía mantener en secreto su escarceo nocturno. Verse de algún modo involucrado en el desastre de la noche anterior, no solo sería contraproducente para su carrera profesional a punto de concluir, sino que exigiría explicaciones que fuesen convincentes, del porque había hecho uso de su arma reglamentaria.

Recordaba con nitidez como en la sordidez de un retrete, y cuando estaba a punto de consumar un momento “feliz”, una explosión le obligó a abortar la placentera misión, y ungido de una inquebrantable voluntad de hacer cumplir la ley, abrió el cerrojo del cubículo y pistola en mano acudió a servir y proteger. No tenía muy claro ni a que, ni a quien.

Apenas diez segundos después recibió dos terribles golpes en la cara que le hicieron comprender su tremendo error. Una cuadrilla de negros borrachos y drogados no era el lugar adecuado para enarbolar una pistola. O bien corrías el riesgo de que ellos desenfundaran las suyas y cubrieran tu cuerpo de orificios, o bien podrías sufrir el robo de todos tus bienes, incluida el arma de fuego, o la tercera opción, que era la que el azar había escogido por él, te convertirías en blanco (nunca mejor dicho) de las iras de la minoría étnica y recibirías la paliza de tu vida.

Cuando vació el cargador de su pistola habían sucedido varias cosas. Disparar a ciegas había supuesto que la treintena de personas del baño, huyera despavorida en pocos segundos. No había que menospreciar la habilidad de aquellas personas acostumbradas a huir de la policía o de bandas rivales, y también era un punto a su favor, la facilidad que les otorgaba su pigmentación para camuflarse en la oscuridad. La otra cosa relevante que sucedió fue que una de las balas tuvo la mala idea de ir a impactar contra un depósito de gas de efectos especiales. Esos que con una reacción química provocan una densa capa de humo artificial que unida a los destellos de luz de las inmensas bolas de cristales, podían trasladar al trastornado de turno a una especie de paraíso soñado.

Después de aquello, intuyó como su nuevo amigo desaparecía también del lugar. Lo que no pudo ver es como fue blanco de las iras de sus compañeros de raza. Se irritaron considerablemente al observar como era capaz de intimar con un “blanco de mierda” y “además viejo”, y le empujaron violentamente, le arrancaron partes de su precioso traje nuevo, en la huida tropezó y destruyó una de las plataformas del calzado, y lo peor de todo, su pelo rizado se enganchó con algún tipo de anclaje que antes había sujetado un extintor y un mechón de este se quedó pendiendo de él. El susto que llevaba encima, la preocupación de escapar y dejar de recibir patadas y bofetadas, la adrenalina del pavor y la frustración de la inacabada maniobra de succión que realizaba en el váter, contribuyeron a que su mente borrara todo recuerdo de los terribles momentos de zozobra.

Cuando Al apareció en la sala donde le aguardaban sus colaboradores, apenas pudo distinguir las caras de estupor que pusieron al verle.

-¡Dios Santo!, ¿que coño le ha pasado Manzini?- dijo Jennifer con preocupación.

-Nada- contestó secamente Al Manzini - ¿alguna novedad?.

-Eso debería verlo un médico, llamaré a alguien que le atienda. Por Dios, parece que le ha atropellado un tranvía- dijo la mujer.

-¿Quiere dejarlo estar, por favor?. Y si, eso es lo que sucedió. Me caí de un tranvía en marcha, tropecé, y ya está.......-

-Esas heridas se corresponden más a las de una agresión- espetó Alí.

-Me agredió un tranvía. Eso es todo...-

-Es que no veo ninguna abrasión......-

-Si sigue por ese camino agente, su siguiente misión será limpiar inodoros en alguna comisaría de Wyoming- zanjó Al.

-Habrá oído lo de la Surprise, ¿no es así?. Bueno. El modus operandi encaja con el de nuestro sospechoso. Busca la destrucción de sitios clave, generar confusión, alterar a las masas, provocar altercados, en una palabras, caos. No cabe duda de que es un individuo entrenado para tales misiones. Pero ahora ya sabemos donde se encuentra. Y sospechamos que quiere terminar con el trabajo que no pudo concluir con el señor Gobernador. Sabemos que está aquí, en San Francisco. Sabemos que la esposa del Gobernador está internada en una clínica de prestigio para tratarse de las heridas del atentado de la fiesta de Los Ángeles- argumentó la mujer.

-Y si sabemos que tiene pensado modificar su aspecto físico para poder regresar a su escondite en Libia, en Pakistán, quizás en Rusia, o en la China comunista, las piezas encajan. Sería lógico pensar que se hiciera pasar por paciente de la misma clínica, y estando ingresado asesinar al Gobernador, puede que a su esposa, o a su hijo y acto seguido modificar su apariencia y salir de rositas rumbo a su guarida- continuó el arabe.

-Encajaría, si- dijo Manzini- pero no podemos bajar la guardia. Debemos perseverar la vigilancia en todas las clínicas de, digamos, cincuenta millas a la redonda. Nos centraremos en esta, pero no descuidaremos las demás. ¿Cuantos agentes de encargan de la atención de le esposa del Gobernador, Jenny?.

-Unos veinte, señor. Ya viene un paramédico para atenderle, señor- dijo la mujer.

-Se mueve en moto. De eso no hay duda. Encaja en el perfil de un tipo sin miedos y escrúpulos. Un loco insensato. Nadie en su sano juicio elige ese medio de transporte y mucho menos si tiene pensado atravesar medio país. Son máquinas del infierno, inventadas por algún demente y popularizadas por individuos con ganas de sufrimiento- añadió con certeza absoluta Manzini.

-Sabemos también que no es un hombre de envergadura. No tenemos muy clara su apariencia, siempre aparece desenfocado, y tiene un rostro impersonal, vulgar, mediocre, pero eso sí, le falta una oreja, la derecha. Nos tenemos que centrar en controlar los accesos de todos los motoristas, y de cualquier peatón o automovilista que carezca de, al menos, una oreja. No parece complicado- concluyó el agente musulmán.

Una enfermera, que a duras penas podía ver Al Manzini, se afanaba en coser la ceja abierta. Momentos antes con ayuda de unas pinzas había sacado restos de sangre seca del interior de la herida. A Al Manzini aquello le estaba doliendo exageradamente, sentía los latidos de su corazón en la herida a modo de pulsaciones, y apremiaba a la mujer a terminar rápido con aquel padecimiento. Fue entonces cuando la enfermera le ofreció una pastilla para el dolor y le dijo que sería mejor un pequeño pinchazo de anestesia para terminar con la tortura. Instantes después ya no le dolía la cara.

La enfermera cosía el desaguisado ya mas tranquila, aquel individuo desagradecido se había calmado, y podía enfrentarse a su cometido sin interrupciones.

Al Manzini no sentía su cara. Era como si un ejercito de hormigas desfilara continuamente por ella. Pero se pellizcaba con fuerza y no sentía ninguna sensación. La herida estaba ya cosida con quince puntos de sutura,“en trece años de profesión, nunca había visto nada parecido, se le veía el hueso, no vuelva a tomar un tranvía nunca más”. Del otro ojo, poco podía decir. No servía de gran cosa inflamado como estaba, pero según la torturadora que decía ser enfermera, “en dos o tres días podrá abrir un poco los párpados, querido, mientras tanto calma”.

No. Al Manzini tampoco tenía un buen día. Y tampoco tenía intención de calmarse.




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En el Motoclub “Tumba más, o la tumba”, entre cerveza y cerveza, discutían de lo que se suele discutir en esos entornos. Que moto era la más rápida, que si yo inclino más que tu, que sacar el culo en las curvas no sirve de nada, que sólo es una pose, que si Sito Pons es un pijo que nunca será campeón del mundo. Cosas trascendentales para una mente obsesa con la gasolina, y el placer del aire en la cara, mientras conviertes tu cuerpo en una especie de cementerio de insectos.

Pero en el transcurso de aquellas conversaciones, siempre salía a relucir el nombre de Clemente. A pesar de ser uno de los miembros más recientes de la asociación, su dominio de las motos, el coraje de emprender viajes a lomos de motos más cercanas a la chatarra que a una máquina fiable y rápida, su vasto conocimiento de la técnicas alternativas para conseguir el dominio de una moto desbocada, y una simpatía extraña, mezcla de un estado taciturno y sentencias abrumadoras, como cuando dijo, “no hay nada como una moto española”, hacían de él alguien a quien añorar.

La chica de la Morini 3 ½ se había agenciado una bandera de los Estados Unidos y la habían colocado en la pared sobre la foto de Clemente en Las Vegas, para disgusto del mecánico del taller, que discrepaba de todos los demás, “es un inútil con suerte, eso si, a beber es el mejor”.

Se podía decir que añoraban a Clemente. Ya faltaba menos para que a su regreso, les hiciera participes de sus hazañas, para que informara sobre la historia motociclista estadounidense, para que rindiera cuentas de como sus dotes innatas habían humillado a los mejores bikers americanos; estaban ávidos de historias de verdad y no de cuentos inventados.




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El juez Bradley McWilliams acababa de llegar a la Corte del Condado. En el trayecto, un policía negro le había multado por circular con su Volvo entre los dos carriles de circulación, y por no indicar el cambio de sentido. Ochenta dólares. Y de poco había servido que se identificara como miembro de un Tribunal Estatal. El policía fue inflexible y la multa siguió su recorrido administrativo.

El juez Bradley McWilliams tenía la costumbre de tomar un buen trago de whisky escoces antes de ir a trabajar. De poco servía que su hija le recriminara la ingesta de alcohol antes del mediodía, pero él seguía las tradiciones de sus ascendientes de Escocia, que se sacudían un buen trago antes de ir con el ganado en aquellos parajes indómitos y solitarios de las Hihglands.

El juez Bradley McWilliams por lo tanto, no tenía un buen día. Y debía tomar una decisión esa mañana, absolver o condenar a un policía negro, Balthazar Embila, por la muerte de Clarence Whitedoor de un disparo al confundirlo con un terrorista, por el simple hecho de lucir un casco de igual apariencia al que se suponía que poseía el fugitivo.

El juez Bradley McWilliams además tenía un problema con su próstata. Le obligaba a acudir al baño más veces de las deseadas, así que dictaría sentencia lo más rápido posible y se iría a descansar a su despacho, cerca de su baño.

El juez Bardley McWilliams entró en la sala y todos los presentes se pusieron en pie.

-Este Tribunal a tomado una decisión con respecto al caso número “tal”, que nos ha ocupado las últimas jornadas. Considera culpable de asesinato al agente “tal” por los hechos acaecidos el día “tal” a “tal” hora en “tal” lugar. Por lo tanto le condeno a ingresar en prisión durante un periodo no inferior a cincuenta años en la penitenciaría del Estado que determine la autoridad penitenciaría. Considerando que el acusado fue un servidor público, le eximo de morir electrocutado el la silla eléctrica. Dicto sentencia irrevocable y levanto la sesión. Se meaba.

El juez Bradley McWilliams rompió en pedazos el papel donde había escrito su decisión horas antes, decisión que después de lo acaecido minutos antes con el otro policía negro, el diablo confunda, decidió modificar. En él se absolvía al agente de policía negro por los sucesos luctuosos que llevaron a la muerte accidental del señor Whitedoor. Ahora descargaba la frustración de no haber podido hacer nada cuando el otro agente de color le imponía ochenta dólares de sanción. ¡Ochenta dólares!.

Cinco días más tarde el agente Embila apareció ahorcado en su celda.



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Los hermanos Stewart acompañaban a Clemente al taxi que lo iba a llevar a la Clínica Palo Alto. Cada uno le cogía de un brazo mientras se dirigían al taxi de color rojo y verde del amigo de Baldomero.

El taxista amigo era un chino muy mayor de pequeña estatura. A pesar de llevar décadas en la ciudad, apenas hablaba inglés, lo justo para desenvolverse con los turistas que tomaban su taxi.

-Querido-dijo Baldomero- hablo en nombre de los dos. Estamos enormemente agradecidos a su actuación de anoche. Nos salvó la vida.......-.

Clemente no tenía ni idea de que le hablaba, ni de que hubiera salvado la vida de nadie. Su mente estaba confusa, lo único que recordaba con meridiana claridad era el momento en el que chocaron con la barandilla de un puente, y de haber visto una vaca comiendo máquinas de coser. El resto era todo un vacío enorme.

-.....y por eso queremos que su estancia en nuestra modesta residencia sea libre de cargas. Además siempre que venga a vernos, le reservaremos su penthouse, que pasará a llamarse “El Salvador”, en su honor. Y acepte este regalo.....- y le tendió una caja de cierto tamaño, como de una caja de guardar zapatos- para que su estancia en el hospital sea mas llevadera- y rió con ganas.

-Y aquí le guardamos su equipaje. Lo han perfumado con olor a flor de azahar- dijo Lincoln.

Clemente se subió al taxi decidido. Lucía le mismo traje de la noche anterior, el mismo pañuelo, el mismo calzado. Y llevaba en la muñeca el reloj de acero obsequio de la señora Lamarr. El aire del mediodía le llenaba sus pulmones maltrechos. Un olfato avezado distinguiría claramente el olor a mar, la fragancia a desagües, los aromas multiculturales a comida china, pakistaní, rusa, italiana,

que invadía el entorno, el olor de los cubos de basura y a los humeantes escapes de los coches.

Puso la caja a su lado y comenzó a desenvolver el regalo. Dentro había un Walkman Sony último modelo, una cinta de pasodobles españoles y una nota de los hermanos.

“Querido amigo:

Ha supuesto usted un aire fresco en nuestra existencia. Nos ha salvado la vida, ha traído la paz a nuestra comunidad. Nunca podremos agradecer bastante su empeño en hacernos felices. Acepte a modo de agradecimiento este pequeño obsequio. Le hará su estancia más placentera.

Gracias de todo corazón. Es usted un ejemplo de libertad, de frescura, de paz y de armonía.

God Bless You.”

Con el taxi lanzado a toda velocidad por las empinadas calles, de haber sabido emocionarse, lo hubiera hecho. El chino miraba entre el aro del volante del Chrysler Fifth Avenue a la par que Clemente se entretenía poniendo las pilas al aparato reproductor de música. Ajustaba los auriculares al tamaño de su cabeza y mientras tanto pensaba hondamente el lo absurdo de la gente abstemia.

No concebía que hubiera alguien que no disfrutara de un buen trago de cerveza fría, ni de una copa de Brandy Terry, o de un chupito de vodka ruso, o del cosquilleo de una buena copa de champán. Joder, si incluso los curas le pegan un trago al cáliz en las misas, y algunos se relamen en la liturgia. Tenía el convencimiento de que esos individuos eran gente de poca autoestima, o al igual que la gente que no sudaba, personas de poco fiar.

Cuando el taxi coronó una pequeña loma tras veinte minutos de carrera, el chino detuvo el coche y señaló en dirección al horizonte. Un edifico de moderna construcción se vislumbraba a lo lejos. Clemente no entendió nada de lo que el taxista le dijo, algo que sonó como el ruido que hace una lata al pegarle una patada “cling-chong-pulnk-tang”, mientras sonreía. De nuevo aceleró el recién estrenado Chrysler Fifth Avenue a tope y lo dirigió hacia el edificio.

Un cierto nerviosismo se apoderó de Clemente. Era como si el momento cumbre del viaje estuviese a punto de llegar. El rubicón de su aventura.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por alapues »

La nueva entrega! Menos mal! Lo echaba mucho de menos <:P <:P <:P :XX: :XX: :XX: :XX:



Si hay que ir, se vá.....!

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por albacete »

Por fin... :plas: :plas:
NO DEJES PARA MAÑANA LO QUE PUEDAS RODAR Hoy-

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
:X
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO CUATRIGÉSIMO


“El palpito”



Marcos llevaba a los hijos de su pareja en la furgoneta. La hermana de Clemente, ahora su pareja, había consentido que pudieran visitar a su padre. La temporada del pimiento continuaba y eso le proporcionaba cierta estabilidad económica y le había permitido alquilar una pequeña cabaña en medio de la nada, donde compartía espacio con otro desventurado divorciado. Aunque no era un domicilio acogedor, al menos tenía paredes, y no la oxidada carrocería de la vieja Siata abandonada.

Los niños pasarían el día con su padre y serían recogidos al terminar el día. Los chiquillos se habían transformado del mismo modo que lo había hecho su madre. Ésta había pasado de ser un claro ejemplo de intratabilidad, de irritación continua y prepotencia manifiesta, a ser una mujer afable, cercana, eso si, sin llegar a resultar insultantemente simpática, pero bastante tratable.

Continuaba su embarazo de manera placentera. Le gustaba tumbarse a tomar el sol en completa desnudez, mientras su nueva pareja, le acariciaba el vientre. Rememorar sensaciones púberes había supuesto un revulsivo vital. El estremecimiento que le provocaba el roce de la mano de Marcos, solía terminar entre las sábanas del dormitorio, dando rienda a una pasión desbocada y desmedida.

Disfrutaba de nuevo de la vida. Gozaba de manera exagerada de frases olvidadas. Los “amor mío”, los “te deseo” o “serás mi mujer para siempre”, explotaban de manera violenta en su interior y le llenaban de deseo, de felicidad y de una nueva juventud veinteañera.

Por primera vez en su vida aguardaba el regreso de su irrelevante hermano, para hacerle participe de su alegría, y para intentar entablar una relación cordial y duradera. De algún modo aquel individuo con el que compartía padres, era el culpable de su nueva existencia. De no ser por la obstinada manía de inaugurar locales de hostelería, no hubiese conocido a su Marcos. Cierto es que era un pensamiento simplista, pero le servía como ligazón sentimental y eso resultaba ser suficiente.

Al principio del día los niños eran reacios a pasar unas horas de viaje para ver a su papá, pero luego resultó que el trayecto se hizo ameno. Jugaron al “veo veo”, a las adivinanzas y pararon a tomar un batido de cacao y unos donuts, cosa que su madre les tenía prohibido, pero que sería un secreto.

Cuando llegaron al punto de encuentro, la tensión entre ambos hombres era evidente, pero se esfumó cuando los niños se abalanzaron sobre su padre. Éste dejó de pensar en que “coño habrá visto esta loca en este fulano que solo quiere su dinero, bueno, no, mi dinero. Como es jovencito....”, y de eso el parecía saber mucho, de relaciones con jovencitas, aunque no existiera evidencia de ello.

Marcos, en cambio, vio en él un padre entregado a tiempo parcial y un imbécil integral por haber dejado escapar a una mujer, ahora la suya, espectacular, bella e inteligente, y sin lugar a dudas la mejor amante que había pasado por su vida. A veces la naturaleza juega con la genética de un modo caprichoso y ofrece del mismo cocktail químico resultados dispares. La prueba era evidente, su hermosa mujer y Clemente.



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Unos doscientos metros antes de la entrada a la clínica, Clemente había conseguido hacer funcionar el Walkman. Se había colocado los auriculares y disfrutaba a todo volumen de “Suspiros de España” de Estrellita Castro, y dejaba asomar una sonrisa que mostraba a quien pudiera verlo unos dientes faltos de cuidados.

Un primer control de acceso a cargo de la Policía Metropolitana que servía de filtro, estaba a pocos metros de ellos. El taxi aguardaba en la fila de coches y una moto, a que llegara su turno de inspección. El Chrysler Fifth Avenue se balanceaba cada vez que el chino frenaba. Las suspensiones de los coches americanos proporcionaban confort y altas dosis de mareo a sus ocupantes, y no disimulaban como lo hacían.

Al llegar la moto al punto policial, obligaron al tipo que la conducía, a apearse. Un policía le arrancó literalmente el casco al motorista, y acto seguido le estiró violentamente de las orejas, mientras un perro que sujetaba otro compañero, amenazaba con arrancarle una pierna de un mordisco. La reacción del motero no se hizo esperar, y como no podía ser de otra manera, fue violenta y brusca.

Todo agente de la policía sabe que cualquier usuario de una moto es, como poco, un infractor recalcitrante. En una mayoría de casos, es además drogadicto o borracho, pendenciero a buen seguro y en estos días, un potencial terrorista. Excepto los patrulleros que usan moto, el resto debe ser visto como una especie a extinguir. Suelen conseguirlo a base de accidentes brutales, pero los que son capaces de sobrevivir, merecen ser perseguidos hasta la extenuación, saqueados a base de multas, y escarmentados con continuas inspecciones absurdas. También la climatología ayuda a que los tarados que compran una moto, abandonen el deseo de usarla. Desde días abrasadores, a terroríficas jornadas invernales, sin contar granizadas, viento espantoso y nieblas impenetrables, contribuyen a que la súbita afición por rodar en motocicleta vaya menguando y siendo sustituida por apasionantes jornadas delante de un televisor viendo partidas de curling o torneos de poker.

El hombre al revolverse obligó a actuar a los miembros del control, que tuvieron que usar sus porras con esmero, mientras el resto de los allí presentes miraban y alguno exigía, que siguieran con la paliza al motorista, pero que les dejaran pasar.

El perro se había cebado con la entrepierna del hombre, una mujer policía se empleaba con brutalidad, pegando patadas y porrazos al motorista, mientras reía. Al fin y al cabo, se merecía la paliza. Si hubiera estado tullido y no hubiera hecho gala de sus dos orejas, le hubieran leído sus derechos y lo hubieran introducido con cortesía en un coche y trasladado para su interrogatorio, pero era inconcebible que teniendo sus dos pabellones auditivos, no fuese objeto de la frustración de los policías, que veían así como la gratificación de un viaje a la Bahamas para quien capturara al terrorista, se volatilizaba delante de sus narices. Intolerable.

Al llegar el turno del taxi, el chino paró delante del agente de gafas de sol de aviador. Entre tanto la mujer policía y otros dos agentes trataban de que “Murder”, el pastor alemán, soltara de una vez al infeliz que ahora deseaba fervientemente no haber tenido oreja y ser condenado a morir en la silla eléctrica.

El suave cabeceo del Chrysler se vio acompañado por el cante de Clemente, que ahora escuchaba “Los Nardos”. El policía miró fijamente al chino, que reconoció de inmediato, a pesar de que todos los chinos son iguales, por ser el padre de la mujer que vendía el mejor pato laqueado de la bahía. Le sonrió amablemente y echando un vistazo rápido al interior del taxi, observó como había un tipo escuchando música y cantando “deme usted nardos caballero.....si es que quiere a una mujer.....”, que sin lugar a dudas tenía las dos orejas, aunque no podía verlas por los auriculares que usaba. Nadie medianamente normal usaría auriculares si no tuviera oreja, ¿o no?.

Clemente cantaba, miraba como el pobre infeliz sangraba de la entrepierna mientras “Murder” se relamía, ya liberada la pieza, y en un alarde de brillantez, era capaz de hacer tres cosas simultaneamente, y pensaba en la Pepi, en cuanto la echaba de menos, en las ganas de abrazarle y por que no decirlo, de retozar con ella. Si bien creía recordar haber tenido algún contacto carnal en el viaje, pero pudiera ser que fuese una ensoñación debida al exceso de alcohol, o al cansancio del trayecto, un hombre español, necesita de una hembra con mayor regularidad. Al menos en su caso. Y se sentía afortunado por haber encontrado una esposa ardiente, guapa, de entidad corporal adecuada e incapaz de ser infiel. Exceptuando lo de Peñarara, que fue sin querer, y en grupo, lo cual no puntuaba.

El taxi avanzó por el carril que desembocaba en una pequeña rotonda en la cual lucía orgullosa una talla de la diosa Panacea (la que todo lo cura), sobresaliendo de entre una multitud de flores de colores.

Clemente se apeó del coche y se quedó maravillado por la enormidad del edificio. Eran dos enormes bloques que se unían en un magnifico amasijo de hierro y vidrio, donde estaba la entrada principal. A su izquierda se podía ver como el camino conducía a la salida de los vehículos y a un aparcamiento enorme, y si se tomaba un desvío, la carretera parecía rodear el edificio y también servía de acceso a los sótanos del complejo atravesando una barrera de control, donde ese día el guarda jurado de Arkansas trataba por todos los medios de mantenerse despierto.

Clemente se encaminó a la entrada al son de “Francisco Alegre”. Las puertas se abrieron de modo automático dejando el paso expédito y de pronto se vio envuelto en una atmósfera indescriptible. El enorme recibidor de suelos brillantes le dirigían a un no menos enorme mostrador donde dos chicas poco agraciadas levantaron la vista al verle acercarse. Ambas pusieron cara de sorpresa, se miraron la una a la otra, y balbucearon algo ininteligible para Clemente.

Otros empleados de uniforme, saludaban muy solícitos a Clemente, que pensaba que en España no había recibimientos parecidos. Allí eran más de no levantar la vista del periódico, de señalarte con el lapicero una sala donde esperar a ser atendido, de gruñidos y malos modos por ir a un hospital a molestar, aunque te estuvieras desangrando.

Clemente tomó el mando de la situación.

-¿Florencio?- dijo en perfecto inglés.

Y las dos chicas se pusieron manos a la obra. Desde la centralita llamaron a una extensión, donde Florencio no daba crédito a lo que le decían.

-¡¡Pero no puede ser!!. ¿En recepción?. Pero si........no puede ser. Ahora voy.- dijo preocupado.

-¿Que sucede?- preguntó el doctor Buttuk que estaba reunido con Florencio.

-Nada importante doctor. O eso espero. Debo de ir un momento a recepción. Vuelvo lo antes posible- concluyó mientras se levantaba del butacón de diseño que le estaba maltratando la esplada.

-Vaya, vaya....- gesticuló el doctor Buttuk mientras se levantaba para admirar la vieja zapatilla dentro de la oxidada jaula.

Cuando Florencio apareció en recepción, su semblante mudó. Un temblor inesperado se apoderó de su cuerpo, y sintió un repentino malestar, justo en el instante en que Clemente le alargó la mano para estrecharsela.

-Soy Clemente. Clemente Guerra Tapiz. De España. Hemos hablado por teléfono. Tenemos una cita hoy........- dijo hablando despacio y alto, para ser entendido.

Hay veces que un simple gesto te cambia el momento, por ejemplo si te sirven un café y te regala el camarero un par de churros aceitosos. Si ese gesto es importante, puede cambiarte el día, como cuando pierdes el autobús y luego te enteras que ese autobús es el que se ha quedado sin frenos y ha terminado empotrado dentro de una floristería. Y hay gestos que te cambian la vida. Y este momento de estrechar la mano de otra persona, te lleva a un nuevo mundo inesperado.



XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX




Hay personas que tienen olfato para los negocios. Una de ellas era Amos Van Cleef. Una vez amasada una enorme fortuna a base de falta de escrúpulos, sobornos, de arruinar a pobres infelices, dedicaba todo su talento a perseguir a un infame individuo, que por muy torero que fuese, pagaría la afrenta de haberle ridiculizado delante de sus amigos, y sobre todo multiplicaría por cien el dolor que sentía en todo su cuerpo atravesado por cientos de espinos.

Había sido expulsado dos veces del aparcamiento del a Universidad de Stanford, por los guardas del recinto, que veían la furgoneta de reparto largas horas estacionada sin motivo aparente. Él les explicaba que aprovechaba para hacer tiempo antes del reparto. Y ellos pensaban que bastantes vagos había ejerciendo de profesores universitarios, como para acoger a un gandul que se escaqueaba de sus obligaciones laborales.

De tal modo que tuvo que buscarse un nuevo acomodo donde poder vigilar los accesos a la clínica. No gozaba de una visión impecable, pero al menos entre los árboles de un pequeño reducto vegetal, observaba el puesto de control de la policía y la entrada principal del recinto.

Fue testigo de como un motorista era convenientemente reducido por los agentes de acceso. Le pareció simpático el perro, y su ardoroso empeño en castrar al individuo, y en un pequeño movimiento de los prismáticos, observó al cliente de un taxi conducido por un repugnante chino. El corazón le dio un vuelco. A pesar de la distancia, de que el tipo iba con unos auriculares puestos y con una mano sujetando uno de ellos, mientras que con la otra chasqueaba los dedos, a la par que parecía llevar el ritmo de alguna melodía balanceando el torso, supo que era él.

Debía acudir de inmediato a culminar su plan. Había visto llegar al muchacho de Arkansas, que tan adicto a dormitar en su garita era. Y hoy parecía especialmente cansado. Lo que no sabía era que la noche del hombre había sido movida. No por que los bebés estuvieran especialmente llorones, no, sino porque habían dormido como nunca y en un golpe infinito de suerte, su esposa, esa chica menuda, educada y antes simpática, se había mostrado receptiva y muy cariñosa. De un modo inesperado se había ofrecido a su esposo en todo su esplendor y había resultado muy convincente para una de las noches mas fogosas que la pareja recordara. Producto de la sequía conyugal que provoca el nacimiento de un retoño, llevaban meses sin ni siquiera rozarse, y ambos aprovecharon la sinergia del estremecimiento en la piel, del deseo y de la excitación en la zona inguinal, para brindarse horas de placer. Por supuesto en esos momentos ignoraban que la noche de pasión, había resultado agraciada con el feliz engendramiento de una nueva pareja de gemelos que se unirían a la feliz familia nueve meses más tarde.

Amos arrancó la furgoneta, que borboteaba de un modo cadencioso. Puso la palanca en la posición “D” y tomó rumbo a la clínica.




XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX





Al Manzini había pasado de desear una soga y una viga, a resurgir de sus cenizas. No es que tuviera una visión certera de lo que iba a suceder momentos más tarde. Literalmente su visión dejaba mucho que desear, y la ceja le seguía recordando cada palpitación de su ya maduro corazón, pero cuando recibió la llamada de que un probable sospechoso estaba merodeando en los alrededores de la Clínica Palo Alto, supo que por fin lo tenía.

Llamó a su equipo para tomar el mando de las operaciones. Todos reunidos en la sala fueron testigos de como por error, Manzini, se amorró a una botella de aguarrás en lugar del botellín de agua que tenía a su lado. La sala tenía instantes antes a unos pintores trabajando en ella, cuando fueron expulsados con malos modos debido a la extrema urgencia por disponer de ella.

Afortunadamente el liquido corrosivo no fue ingerido por Al Manzini, pero tras ser expulsado bruscamente sobre un agente de los servicios secretos, que vestía un traje de Armani, provocó que la boca de Al, ya no fuese nunca la misma. La delicada piel del interior de la cavidad bucal se desprendió en su totalidad y obligó a que la alimentación del investigador tuviera que ser por medio de una sonda por la nariz durante semanas.

Con una hablar errático y prácticamente ininteligible de Manzini, fue Jennifer quien tomó la palabra. En pocas frases dio las ordenes necesarias, se impuso de manera convincente y enérgica sin ningún reproche de Manzini que bastante tenía con resistirse a ser ingresado para su cura. Quería ser testigo de la detención del bandido mas cruel de la historia de los Estados Unidos, y por supuesto quería estar presente cuando lo frieran en la silla eléctrica.

Ahora los dolores de la ceja y el ojo habían dejado de existir. Su cerebro, los mecanismos incomprensibles que determinan el comportamiento de las sensaciones, estaban dedicados a la zona bucal. Y esos mecanismos estaban exhaustos y podrían estallar en cualquier momento.

La enorme cantidad de recursos humanos se movilizaba.





XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX


Pepi y Nancy estaban en la cama. Una junto a la otra. Como buenas amigas. Ese día Pepi no tenía un buen día y necesitaba descansar. Cuando Nancy le preparó una tila y se la llevó al dormitorio, Pepi le abrió las sábanas para que se metiera con ella. Necesitaba conversación, desahogarse, y que mejor que su buena amiga para hacerlo.

-Creo que va a pasar algo importante hoy.....- dijo Pepi.

-No me asustes. ¿Estás bien?- contestó Nancy.

-Si. Creo que si. Pero tengo como un palpito. No se.....quizás le pase algo a Clemente....es algo raro- respondió.

-Eso es que lo echas de menos cariño-

-Puede ser, pero es que es como si supiera que le va a pasar algo....-

-Ya, pero puede ser algo bueno, no seas ceniza. Además ya sabes que sabe desenvolverse muy bien. Vale su peso en oro......- dijo la amiga.

-Si, pero me encuentro muy sola. Ya me entiendes. Necesito que este a mi lado. Añoro su templanza, su porte, su saber estar. Es mágico. Deberías saberlo, Aniceta-


Y Nancy lo supo. Se giró hacia Pepi y le besó en la boca.

Lo que allí pasó, nunca se supo. Dos buenas amigas nunca revelan secretos y menos si son de alcoba.


Continuará.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Queridos lectores.

Disculpad la demora en las entregas. La situación personal es un poco compleja y no tengo mucho tiempo para dedicar a escribir. Tampoco quiero hacerlo de manera precipitada y que el resultado no sea el deseado. No queda mucho para el desenlace. Está en mi cabeza, ahora debo encontrar el tiempo y sobre todo, el modo de contar la traca final.

Gracias por vuestra comprensión y vuestra fidelidad.

Un saludo.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Anherko »

Ánimo artista!!!
Esperamos ansiosos nuevas entregas de las andanzas del hidalgo Clemente (3º acepción de la RAE) pero comprendemos la situación y sabremos ser pacientes.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

No tengo ninguna prisa, después de todo lo vivido
:=
Vvssss
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por alapues »

Solo falta que te disculpes! Tus fieles seguidores esperamos anhelantes la próxima entrega, pero con la paciencia que sea necesaria, tu eres quien marcas el ritmo y bastante estás haciendo para alegrarnos con este sensacional relato digno de Tom Sharpe!

:XX: :XX: :XX: :XX: :XX: :XX:



Si hay que ir, se vá.....!

He rodado en el Jarama, subido Stelvio, buceado en el Thistlegorm y con tiburones, y ahora......
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por albacete »

:= := := Dejate de disculpas y más. =)) =))
NO DEJES PARA MAÑANA LO QUE PUEDAS RODAR Hoy-

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pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO CUATRIGESIMO PRIMERO



“Zozobra”






Abraham y Judith Cohen habían llegado al ocaso de su vida laboral triunfantes. Tras cuarenta años de intenso trabajo como prestamistas y usureros en un negocio de compra venta de oro y diamantes, habían optado por una jubilación activa.

Alejados ya de su despacho y de la oficina donde ambos atendían a los pobres infelices que aparecían para empeñar alguna reliquia familiar, u objetos procedentes de algún robo, decidieron hacer participes a los miembros de su familia tras la celebración de la Pascua Judia, de sus nuevas inquietudes.

La noticia provocó que su hijo mayor, Isaac, se atragantara con un pedazo de pan ácimo que empujaba un bocado de cordero. Gracias a la pronta intervención de su hermana pequeña pudo sobrevivir para digerir, nunca mejor dicho, la noticia bomba.

-....¿Pero estáis seguros de lo que decís?.....-

-Si. Es una decisión muy meditada.....-contestó la madre.

-¡Dios Santo!, pero si apenas sabéis nadar. Os recuerdo que nuestro pueblo, nuestros antepasados vivieron en un desierto. Pero si ni siquiera sabéis remar. ¡Habéis perdido el juicio!- dijo otro de los hijos.

-No hay discusión posible. Es una decisión firme. Daremos la vuelta al mundo en nuestro propio velero- afirmó con rotundidad el padre.

Los Cohen hartos de escuchar a lo largo de los años las bondades del mar a sus clientes, en especial a uno de los más asiduos, un filipino adicto a la compra de diamantes, que había forjado una inmensa fortuna enrolando a compatriotas en tripulaciones de barcos mercantes, donde eran convenientemente explotados por grandes multinacionales, se dejaron influenciar y empezaron a informarse sobre los requisitos necesarios para emprender una larga travesía en su propio barco.

Un comerciante de vegetales apareció un buen día para empeñar una multitud de objetos de oro y plata. El pobre diablo se había arruinado al invertir todo su capital en una nueva bebida a base de ruibarbo, que resultó ser tóxica. Roto de dolor y entre sollozos, comentó que también disponía de un magnifico velero de siete metros de eslora, un Jeanneau Brio, del cual debía desprenderse junto a un Maserati, un picadero y varias yeguas.

Pronto el trato se cerró. Ahora los Cohen disponían de barco en un embarcadero de Pacific Grove en Monterrey. Al poco el señor Abraham Cohen empezó a sacarse le licencia para manejar la embarcación, y mientras su esposa tomaba lecciones de natación, él practicaba con un instructor el manejo de su yate. Si bien el manejo podría parecer sencillo, los caprichos del viento hacían que el señor Cohen, genéticamente mas cercano a un camello que a un tiburón, tuviese dificultades para encontrar el rumbo correcto. No obstante la perseverancia y la inacabable serie de instructores diferentes que tuvo que contratar, cuando uno tras otros enfermaban de los nervios viendo la poca pericia del hombre, consiguieron que poco a poco fuera siendo capaz gobernar la embarcación.

Era asimismo un hombre curtido y no desfallecía ni un ápice a pesar de volver a casa agotado y con síntomas de insolación, o bien con principios de hipotermia si la jornada se había desarrollado en un día desapacible.

El mismo día que Clemente y justo cuando este tomaba el taxi para dirigirse a la Clínica Palo Alto, los Cohen, Abraham y Judith, surcaban las frías y tranquilas aguas del Pacifico juntos y en solitario por primera vez. Navegaban a unas cuarenta millas al oeste de la costa. El mar estaba tranquilo, al menos todo lo tranquilo que puede estar en alta mar. Las olas variaban de altitud, pero en ningún caso sobrepasaban el metro de altura.

Al ser la bahía de San Francisco un lugar de atraque para mercantes, no era raro ver en el horizonte grandes buques que, o bien salían o regresaban, del puerto.

-¡Mira Abraham!, que barca mas grande...- dijo señalando a un lugar concreto donde se podía ver un mercante de color verde botella y con la quilla roja, a unas cinco millas de distancia.

-Es un buque mercante, barcas hay en los estanques, querida....- contestó Abraham mientras trataba de desenredar un cabo que se había enganchado al palo de la vela.

-Es lo mismo, ambas flotan, ¿o no?. ¿No te parece que se mueve mucho nuestro yate?, hubiese preferido hacer como los Levi. Una motorhome y visitar Las Rocosas y el Gran Cañon.....creo....-

-Ten paciencia. Actúa como el santo Job. Pronto disfrutaras de la brisa, del suave balanceo, del tibio sol, de costas inexploradas, de islas maravillosas, de naturaleza salvaje- contestó él.

Y la naturaleza salvaje estaba a punto de darles la bienvenida.

Al igual que Clemente, su vida estaba muy cercana a dar un vuelco radical.



XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX



Johnson Alvarado era el capitán del buque “Crush Shells”. El viejo barco mercante de color verde botella y quilla roja, trataba fatigosamente de arribar a puerto. Construido a finales de los años treinta para el transporte de guano, ahora sus bodegas iban cargadas a tope de grano de mijo y harina de copra, para la elaboración de comida dietética o pienso para cerdos.

Navegaban bastante cerca de un pequeño velero con dos tripulantes a bordo. A tenor de la distancia que había a puerto, los aguerridos navegantes llevarían no menos de ocho horas de travesía, contando que hubiesen salido de un puerto cercano. El capitán Alvarado ya había topado con chalados de toda condición que surcaban los mares durante semanas, a bordo de pequeñas embarcaciones, e incluso alguno de ellos se felicitaba de haber dado la vuelta al mundo por placer.

El capitán Alvarado encontraba placer en otras facetas menos arriesgadas que embarcarse en un cascaron de nuez y lanzarse al mar y enfrentarse a los caprichos del clima, del oleaje, y de la salud. Una simple gripe, la rotura de un brazo, o una uña encarnada son pasaportes al infierno, si no tienes la suerte de cara. De sobras lo sabía. Años atrás, cuando era segundo de abordo, el capitán de su buque se excedió en el consumo de ciruelas, y al poco falleció de una severa colitis que lo deshidrato de manera fulminante..

El “Crush Shells” ya no era un buen barco. Había dejado de serlo décadas antes, no gozaba de los últimos elementos electrónicos de control, y el castigado motor diesel ya languidecía a pasos agigantados. Tan es así, que en un momento dado, justo cuando estaba observando con los prismáticos como el hombre del pequeño yate trataba de desenredar un cabo, recibió el aviso de que el motor se había detenido. El barco quedaba a la deriva.

El mecánico de abordo, dejaba ver una expresión de desolación, debajo de la capa de mugre y grasa que lo cubría. Solía vanagloriarse de no haberse duchado en los últimos dos años, pero era un buen mecánico.

-No hay nada que hacer capitán. Necesitamos una bomba de aceite nueva y no tenemos. Debería ponerse en contacto con los guarda costas y solicitar un remolcador. El motor a muerto.- dijo el operario.

-¿No puede hacer nada? ¿Está seguro?. Estamos apenas a 35 millas de puerto-.

-Nada capitán. Este motor ya no da mas de si. Se ha callado para siempre. No oirá nunca una nueva explosión de él-.

-¡Maldita sea!-.

Y en ese momento un estruendo invadió el lugar. Simultáneamente los tripulantes del mercante que estaban en la borda, y la pareja de jubilados judíos que estaban en le yate cercano, volvieron la vista hacia poniente y pudieron observar como de la nada habían surgido unas impresionantes nubes negras en el horizonte de las cuales había surgido el también impresionante trueno precedido de un no menos impresionante relámpago.

-Volvamos a casa Abraham. No me gustan las tormentas. Arranca el motor y volvamos-. Dijo la mujer.

-Es un barco a vela Judith.....a vela. Sólo tiene un pequeño motor para atracar en puerto-.

-Pues arráncalo. Va a llover, me duele el juanete-.

Dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos, las nubes negras aún lejanas, pero aproximándose, un oleaje incipiente y un mal presentimiento, el señor Cohen hizo gala de su sensatez y de unos reflejos dignos de un marino avezado.

Consiguió no sin esfuerzo tomar el rumbo hacia el mercante. Tenía intención de acercarse antes de que el temporal se desatara y abordar el gran barco y sentirse protegido en su interior, donde a buen seguro serían acogidos con alborozo. Bastaría con amarrar su pequeño yate al gran buque y que este lo remolcara a buen puerto.

En el otro navío, el capitán Alvarado no daba crédito a que aquel pequeño yate pusiera rumbo a su barco. Era poco menos que un suicidio. Y mas teniendo en cuenta que su barco carecía de gobierno y estaba a la deriva. Rezaba porque un rayo de sensatez guiara al capitán del yate y variara su rumbo para alejarse. Mandó hacer señas a su tripulación para advertir del peligro. Pero el rayo no fue imaginado, fue real e impacto con violencia en el pararrayos del mercante, que se sacudió perceptiblemente.

El pequeño pero voluntarioso motor del velero, lo acercaba lentamente y junto al impulso de las velas hacia el gran mercante. En una maniobra de ajuste del “trapo”, el señor Cohen erró, y consiguió su objetivo. Imprimir más velocidad al yate.

-Mira Abraham. Parece que nos saludan. Incluso nos hacen señales con unas banderitas. Que gente tan acogedora.....- dijo la señora Cohen a la par que otro terrible estruendo inundaba la infinita soledad del mar.

Ya no había un plácido oleaje. Las olas ya alcanzaban fácilmente los dos metros de altura y zarandeaban al pequeño yate de los Cohen, que ya se aproximaban al gran barco que se balanceaba sin rumbo. Si esto no fuera suficiente, empezó a llover.

-¡Dios Santo!. Vamos a morir. Si al menos el barco no fuese francés, tendríamos una oportunidad- dijo Judith, en una de las afirmaciones mas certeras de las últimas horas.

El pequeño Jeanneau Brio era brutalmente zarandeado. Abraham Cohen llevaba ya dos horas luchando denonadamente para acercarse a su salvación. En cuanto llegaran a puerto, si es que llegaban, vendería el velero y se compraría una autocaravana, para visitar el desierto de Mohave o el de Sonora.

El capitán Alvarado, de nombre Johnson, preparó a su tripulación para intentar rescatar a los pobres desventurados que se acercaban a toda vela hacía su cochambroso barco. Las olas eran ya de una envergadura considerable, y la lluvia había dejado paso a un desatado aguacero. Truenos y relámpagos eran la banda sonora de un desastre anunciado.

El gigantesco barco se mecía sin control. El barco de los jubilados chocó brutalmente contra el casco del mastodonte. La señora Cohen salió despedida y en un acto reflejo sin parangón fue sujetada por su esposo antes de caer por la borda. En la cubierta del barco, los marinos luchaban por no perder el equilibrio y caer a un mar embravecido, sinónimo de ahogamiento seguro.

Inexplicablemente uno de los salvavidas que fueron arrojados desde el gran barco, cayó al alcance de los Cohen. Al poco la señora Cohen era izada por la tripulación del barco. En el trayecto hacia la cubierta, se partió la mandíbula, perdió la ropa de cintura para abajo y juró que nunca más, si era capaz de sobrevivir, volvería a mirar al mar.

El señor Cohen no tuvo tanta suerte. Se partió las piernas antes de poder ser izado. El pequeño velero se alejaba del gran buque y quedaba a merced de las olas y del destino. Abraham Cohen pudo llegar a la pequeña cabina del yate. Allí cerró los ojos y se abandonó. Sufrió multitud de golpes y perdió el conocimiento.

Judith Cohen fue llevada al camarote del capitán con fuertes dolores en la cara. Ajena a todo, no era consciente de su desnudez. El capitán le ofreció una manta para cubrir su cintura y sólo entonces sintió vergüenza.

Tumbada en la cama del capitán Alvarado, era sacudida por las inclemencias del tiempo. No obstante pudo ver que el marino lucía en las paredes del camarote, fotos de la que creyó sería su esposa, y de sus cuatro hijos. Los mismos que ella tenía, los mismos que habían tratado que no se embarcaran en la locura de tener un barco, los mismos que ahora estaban a punto de ser huérfanos.



XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX


En el preciso instante en que Clemente hacía aparición junto al mostrador de la Clínica, se podía observar como en la lejanía unas nubes negras se aproximaban lentamente hacía la bahía. No cabía duda de que habría, como poco, una fina llovizna.

Cuando era recibido por un nervioso Florencio, un tipo que parecía de lo más aplomado al teléfono, y que delante de Clemente se mostraba nervioso y vacilante, la señora Cohen pisaba la cubierta del “Crush Shells” con un terrible golpe en la cara y alegrando la vista de los tripulantes filipinos y nigerianos del navío que no podían quitar la vista de la entrepierna de la mujer madura. Tres meses de travesía sin ver una mujer, le quitaban a uno los escrúpulos y las tonterías, e incluso una mujer madura, con obesidad y sin un mínimo de cuidados estéticos, al menos en la zona que mostraba al prójimo, era un manjar para la libido.

A la par que Clemente era conducido a una sala de espera privada, el señor Cohen yacía tendido en el suelo de su cabina sin sentido. Fue un par de horas mas tarde, cuando ya había amainado la inesperada borrasca, que fue localizado por un buque de los Coast Guard. Abrió los ojos y despertó para ver como un rostro desconocido y angelical le miraba fijamente. En un principio se preguntó si sería el arcángel Gabriel, pero luego supo que era la teniente médico del barco de salvamento que le suministraba sedantes vía intravenosa.

Fue interrogado para saber si alguien le acompañaba en el velero y una vez facilitada la información necesaria y tras las pesquisas pertinentes le dijeron que su esposa se hallaba en un barco que estaba a la deriva, pero a punto de ser rescatado por un remolcador, salva. Sana no estaba sana del todo, pero si salva.

Dio gracias a Jehová por todo. Le pidió perdón por el exceso de trabajo al que le había sometido, y también le rogó al capitán del barco de salvamento que hundiera su velero a cañonazos. No haría falta. La vía de agua producto del impacto contra el mercante, se estaba encargando de llevarlo a pique lentamente.

Clemente se aburría en la sala de espera. Llevaba el mismo tiempo que habían tardado en rescatar al señor Cohen. Ignoraba que se tramaba no muy lejos de allí. Asomado a la ventana pudo ver como el cielo se nublaba rápidamente y se fijó en una furgoneta blanca que accedía a la zona de descarga situada en el sótano.




XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX



Amos Van Cleef mostró su identificación de empresa falsa al control de la policía metropolitana, mientras una ambulancia se llevaba a un motorista que había atacado al perro policía, según constaría en el informe posterior.

Un agente de gafas de sol de aviador certificó que la credencial era auténtica y dio paso al hombre de gafas gruesas y poblado mostacho, que se dirigió hacia una garita de acceso a los sótanos del enorme complejo hospitalario.

Al toque de bocina, el guarda despertó de su profundo sueño. Cuando quiso parpadear ya tenía a menos de dos centímetros una credencial que apenas pudo ver.

-Suministro de gas- dijo Amos, que según su credencial se llamaba Forrester, mientras se colocaba bien el bigote postizo que resbalaba por el sudor.

-Adelante. ¿Sabe donde es?. No es usted el transportista habitual- dijo bostezando el gran muchacho.

-Está enfermo. Digo, el habitual. No se encuentra bien. Una infección, puede que contagiosa. Ayer estuve con él, espero no enfermar yo también-.

El guarda abrió la barrera a toda prisa, para evitar estar con el tipo ese tan raro y no correr el riesgo de contagio. Tenía que velar por la salud de su familia.

La furgoneta accedió a los sótanos y Amos buscó el lugar donde depósitos de todo tipo de gases se distribuían por quirofanos. Aparcó junto a otras furgonetas de reparto de todo tipo de artículos varios y se dispuso a perpetrar la segunda fase de su plan




XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX



Pepi y Nancy no tenían nada de que hablar. De hecho repetirían regularmente los momentos vividos. Nada podría terminar con su amistad entrañable.

Clemente se percató de que la sala de espera disponía de un aparato de telefonía. Descolgó y daba señal, marcó por dos veces el número de Chacinas Belmonte antes de conseguir comunicar con su domicilio en España.

-¿Dígame?- respondió Nancy con su inconfundible voz, allí de pie frente a la ventana.

-Soy yo- dijo Clemente.

-¡Joder!, ahora le digo a Pepi que se ponga....espera.......- y se oyó un grito a lo lejos.

-Ahora viene Clemy. ¿Cómo va todo?, que alegría....

-Ya estoy en el hospital. A ver que dicen....-.

-¡¡Hola mi amor!!- respondió Pepi- ¡¡te echo tanto de menos!!, aunque Nancy me cuida mucho y muy bien-.

-Yo bien- fue breve- ya en el hospital. A ver que dicen. Por mi que me operen ahora mismo. Les daré tu teléfono para que te vayan llamando por si yo no puedo....-.

Se abrió la puerta de la sala y apareció Florencio. Tenía que colgar. Empezaba a tomar forma el fin de su viaje. El inicio de acontecimientos extraordinarios. Tan gigantescos como el gran trueno que sonó en el exterior.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Antonio1968 »

:plas: :plas: :plas:
Con el tiempo un verdadero motero conoce la diferencia entre saber el camino y respetar el camino. ...
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por alapues »

No paras ni el 1° de Mayo! Afortunados de nosotros! :XX: :XX: :XX:



Si hay que ir, se vá.....!

He rodado en el Jarama, subido Stelvio, buceado en el Thistlegorm y con tiburones, y ahora......
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

Creo que se avecina el final :=
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por albacete »

:o :plas: :plas: mas, mas, en vilo me tienes. :=
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO CUATRIGÉSIMO SEGUNDO


“Increíble”. Parte l.



El largo rato que el doctor Florencio tuvo aguardando a su paciente español en la sala de espera, fue aprovechado para reunir al resto de conspiradores y ponerles al tanto de los acontecimientos.

El hombre que aguardaba en la sala tenía una serie de particularidades que le hacían ser la tabla de salvación del grupo. Con ordenes directas del médico especializado en patologías mentales, cada uno tuvo que actuar de manera rápida y eficiente. Uno de ellos se encargó de que un quirófano estuviese preparado de inmediato, otro redactó unos documentos que en breve serían presentados al doctor Buttuk, el tercero se encargó de falsificar los archivos del centro y de hacer varias llamadas telefónicas necesarias, y Mónica y el propio Florencio se encaminaron hacia la sala de espera y el despacho del tirano propietario de la clínica.

Cuando Florencio abrió la puerta del cuarto de espera, pudo observar como el invitado colgaba el teléfono. Antes de que pudiera abrir la boca, este le acercó un papel donde había anotado el número telefónico donde deberían llamar en caso de necesidad. Un teléfono de emergencias. Un “por si acaso”.

No es que Clemente tuviera miedo de ser operado, no, era una simple medida de alivio para su familia, que agradecería ser informada de la evolución de su intervención. Sabía de buena mano que incluso la operación más intrascendente podía encaminarte al averno, o en su defecto a una sucesión de padecimientos horrorosos, y tenía buenas razones para saberlo.

Recordaba como siendo un niño, el amigo de su padre, un tal Vicente, tuvo que operarse de almorranas y el pobre desdichado cayó en manos del mejor cliente de un burdel de las afueras, y que también era cirujano. El caso es que la operación estaba programada para un lunes a primera hora, y el galeno se había pasado el domingo entero entre las burbujas del jacuzzi del prostibulo, rodeado de un par de trabajadoras del amor y había dado cuenta de media docena de botellas de cava burbujeante y alguna otra de whisky que supusieron que el médico no tuviera un pulso firme y decidido al día siguiente.

El pobre Vicente, repartidor de prensa, no pudo despegarse nunca de un orinal que llevaba escondido debajo del asiento de la camioneta de reparto, junto a un arsenal de papel higiénico. Comentaban por ahí que el tamaño de su esfinter anal permitiría la entrada de un tren de mercancías sin ningún problema, Quizás fuese una comparación exagerada y a todas luces malintencionada, pero nadie podía confirmarlo.

Meses más tarde de la intervención, el bueno de Vicente no pudo reprimir la tentación de atropellar al cirujano cuando salía de otro puticlub, y la muerte del hombre y de un travesti que le acompañaba, le supuso pasar varios años en la sombra de una celda de Carabanchel. Así que por eso, Clemente sabía que debía de ser precavido.

Simultáneamente el conspirador que se encargaba de disponer de un quirófano sin demora, ordenó a un nuevo auxiliar venido de Texas que trasladara de nuevo al paciente que iba a ser intervenido para una reducción de estómago, a sus aposentos.

-Despeje el quirofáno- dijo con autoridad- lleve de nuevo al paciente a su habitación y disponga todo para otra intervención de urgencia. ¿Ha entendido jóven?.

-Obvio doctor- respondió el enfermero.

La mujer china que acompañaba al paciente, un chico extremadamente gordo, montó en cólera.

-¿Y esta es la mejor clínica del mundo?- dijo a gritos la china- no voy a tolerar que mi hombre siga padeciendo, ¿me entiende enfermero?......Lo quiero esbelto ¡ya!.

-Obvio señora- respondió el muchacho- pero obedezco ordenes....sigame por favor.

Y desaparecieron por el pasillo rumbo a la otra ala de la clínica donde estaban las habitaciones de los pacientes.

En otra estancia del complejo, otro de los médicos falsificaba los documentos que debería firmar el doctor Buttuk. En ellos se reflejaba que por motivos personales, cedería la propiedad de la clínica a una serie de cinco personas, que ejercerían el control administrativo y de la política de empresa. En estos papeles se indicaba que en breve los abogados se encargarían de los tramites legales pertinentes. En los documentos también se hacía constar que la firma que en breve se produciría, tenía como testigos a una serie de personas, que en realidad no estaban presentes y que eran parientes cercanos de los usurpadores.

Una vez los papeles estaban listos, se los entregó a Mónica que sería la encargada de que el doctor los rubricara.

La médico entro en le despacho del doctor Buttuk que se encontraba ensimismado escudriñando una vieja zapatilla introducida en una jaula de pájaros oxidada.

-Pase, pase, doctora.....¿no le parece una obra maestra?-

-Si, es sorprendente....- respondió Mónica atónita ante la escena.

-Doctor, debe de firmar estos documentos. Una mera formalidad acerca de los nuevos contratos de proveedores.....-

Mónica era mujer, y por lo tanto era un ser capaz de adelantarse a los problemas, de tener ese sexto sentido que le facultaba para imaginar como resolverlos sin que se hubieran producido. Con un pretexto peregrino, hizo entrar a una de las secretarias del docotr, en el preciso instante en que este tomaba los folios para firmarlos. Entre los contratos de los proveedores, se había intercalado el que deseaban y necesitaban firmado para controlar el inmenso negocio de la estética corporal.

Mónica se encargó de que la chica supiera que el doctor iba a firmar los documentos.

-Firme, firme doctor........eh....esto.....señorita Sullivan, ¿puede subir un poco el termostato de la climatización, si es tan amable?- se aseguró de tener un testigo de la firma voluntaria.

El doctor tampoco era un hombre estúpido, y echaba un vistazo rápido a cada papel que iba a firmar. Mónica empezaba a sudar por los nervios, y en el preciso instante en que el señor Buttuk iba a poner su firma en el documento que le iba a arruinar la vida y económicamente, sucedió una escena de lo más impactante y extraordinaria.

La puerta se abrió y apareció Florencio con una persona que le seguía. El médico firmó la cesión de su empresa sin prestar atención al documento.

-Doctor, el nuevo paciente extranjero......- se giró e hizo un gesto invitando a Clemente a pasar al despacho.



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Al Manzini se subió al Chevrolet Suburban negro con mas miembros de su equipo. Tenía intensos dolores en la cara. La boca le ardía, tenía pedazos de piel que le colgaban del paladar, y el esófago estaba completamente irritado. Los analgésicos apenas mitigaban el padecimiento. Tenía asimismo la visión muy mermada a causa de los traumas, y si esto no fuera suficiente, el chaleco antibalas que se había colocado le incomodaba de manera perceptible. Sus partes íntimas tampoco vivían su mejor momento, fruto de la inesperada y brusca interrupción de cierta maniobra que le estaban realizando en el lavabo del “Surprise”. Así que si se pudiese medir numéricamente su estado de bienestar, a buen seguro que no superaría el segundo escalón inferior. Se le ocurría que era infinitamente más placentero bañarse en aguas contaminadas por uranio en la Almería de los años sesenta que estar como él estaba. Se sentía más próximo a un moribundo que a una persona normal.

Como apenas podía comunicarse, Jennifer seguía al mando del equipo. Habían dispuesto una operación a tenor de las noticias de los equipos de información. Se dirigían a la Clínica Palo Alto con la certeza de que allí se encontraba, o iba a encontrarse el infame bandido que estaba desestabilizando él sólo al país más importante del mundo. Sin duda el objetivo del terrorista era el Gobernador y su esposa.

Por si no fuese bastante tener que enfrentarse al delincuente mas astuto y hábil de la historia del crimen, en ese lamentable estado físico y mental, Alí terminó de certificar lo que se apreciaba por las oscurecidas ventanas del inmenso vehículo oficial.

-Va a llover.....- dijo el agente musulmán con la intención de relajar el ambiente tenso- y creo que va a ser una gran tormenta.

Y antes de que Manzini pudiera decir, o mejor dicho, intentar decir que dejara de poner dificultades y de tocar los cojones, que él iba con mocasines de verano, un inmenso trueno sonó en la lejanía.

-Si, va a ser una gran tormenta- certificó el arabe.

-Yff ytu ke cognio sbrazz ssi vienss dddputto defiertto- farfulló como pudo Manzini completamente fuera de si, mientras miraba sus frágiles mocasines italianos de piel vuelta de doscientos dólares.

Comenzó a chispear.




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La señora Cohen estaba siendo atendida a bordo del mercante a la deriva. El mecánico del buque le había hecho llegar unos pantalones para poder vestirse. Aquella prenda llevaría como poco seis años sin lavar, pero era la única que se aproximaba a su talla. El resto de la tripulación, eran unos tipos flacos y menudos, y el capitán Alvarado tampoco tenía una talla compatible con la mujer. Los piojos y los chinches que acumulaba el pantalón saltaban de alegría al encontrar en el cuerpo de la mujer un lugar limpio donde instalarse.

-Señora.....en breve llegará ayuda. Un helicóptero de salvamento vendrá a recogerle. En poco tiempo estará siendo atendida en un hospital. Imagino que le dolerá la cara. Tenga, intente tomar un poco de esto- y le acercó un par de tranquilizantes y una botella de Tequila.

La señora Judith Cohen, no vaciló en coger la botella, y no sin dificultad se amorró a ella y le pegó un buen trago. Tras ingerir las píldoras, de nuevo se sacudió un golpe de tequila que le quemó el gaznate pero que le reconfortó en su calvario.

El buque se zarandeaba fuertemente, pero daba la sensación que los momentos más complicados de la tormenta ya estaban amainando en alta mar y que se trasladaban si pausa hacía la ciudad de San Francisco.

Los guarda costas se afanaban en intentar subir a un naufrago que se encontraba herido dentro de un pequeño velero. Se trataba de un hombre de edad madura con ambas piernas fracturadas. Sumaba a ese padecimiento múltiples heridas producto de los violentos zarandeos del mar. Un helicóptero le recogería después de recoger a una tripulante de un mercante a la deriva que se encontraba seriamente afectada, y aunque no lo sabían, también en un estado de embriaguez cercano al coma etílico.

Una vez el hombre fue recogido por la aeronave, ésta puso rumbo al mercante. A los pocos minutos se encontraba en la vertical del viejo barco y un soldado se descolgaba por una cuerda de la cual suspendía una camilla para izar a la herida.

El destino unía de nuevo a los Cohen. Aunque había sido cruel con ellos en las últimas horas, les recompensaba inesperadamente juntando al matrimonio en la adversidad, brindando la posibilidad de sufrir en compañía. Nada mejor que unos cuantos traumas y la atrocidad de un mal agudo para unir a las parejas.

La señora Cohen era izada meticulosamente en la camilla. Desconocía que a bordo del gran helicóptero de color blanco y naranja, le esperaba su esposo que también era ignorante de quien iba a ser su compañía de viaje al hospital.

Al llegar la camilla a la altura de la puerta corredera del aparato fue introducida con la maestría que confiere el entrenamiento militar. El piloto se afanaba en estabilizar el vuelo, y que la maniobra se efectuara con precisión prusiana.

Una vez colocada una camilla junto a la otra y en el momento en que ponían rumbo a la bahía para ser atendidos en la clínica, ambos fueron conscientes de quien era su compañero de viaje.

Las lágrimas del señor Cohen brotaron con fuerza. Acercó la mano a la de su esposa y la acarició con cariño. Esta a su vez, no podía articular palabra, en parte por los dolores de su mandíbula fracturada y en otra parte por la borrachera que sufría. De haber podido coordinar una frase le hubiera maldecido con energía, en mal momento se le había ocurrido embarcarse en esa aventura, nunca mejor dicho, y odiaba todo lo que tuviera relación con el mundo marino, incluso su admiración por la apasionante lectura de Mobby Dick. Si acaso, horas antes, en un momento de flaqueza deseó que el pequeño yate se fuera a pique con Abraham dentro, pero al instante se arrepintió de ello, y pensó que merecía un sufrimiento mas prolongado. Quizás un buen divorcio.

En cambio el señor Cohen estaba sorprendido de ver a su esposa con unos viejos pantalones mugrientos y se preguntaba en que momento se había despojado de su ropa y sobre todo con que intención lo había hecho. A todas luces esos pantalones obedecían a unas presuntas prisas por ponerse algo encima al ser sorprendida en algún tipo de actitud indecorosa. Ya llegaría el momento de aclarar las cosas, ahora urgía restablecerse, y por una vez en las últimas horas, se sentía seguro y en buenas manos. Quedaba un plácido vuelo que los condujera a un hospital, donde las expertas manos de un buen galeno, aliviara el dolor y la ya larga agonía y desesperación.

El piloto del helicóptero señaló con la cabeza a su copiloto las poco acogedoras nubes negras que les aguardaban rumbo a Palo Alto. No obstante las miles de horas en vuelo que ambos acumulaban, el haber servido con anterioridad a su país aniquilando “amarillos” en Corea en condiciones de lluvia tropical, hacían que más que un inconveniente, las nefastas condiciones atmosféricas, les parecieran un reto fácil de abordar.



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Amos Van Cleef descargaba bombonas de oxígeno y las acumulaba cerca de unas tomas directas asignadas a los diferentes quirófanos. Excepto una de ellas que guardaba en su interior gas fosgeno, un componente venenoso de apariencia inofensiva, incoloro y de agradable olor a hierba cortada.

El vigilante se había espabilado lo suficiente como para darse cuenta de que algo en aquel tipo no estaba del todo bien. Sudaba en exceso y sin duda eso era producto de algún tipo de contagio que ya le había mencionado con anterioridad. No estaba dispuesto a enfermar por un estúpido repartidor más preocupado en su bigote postizo que en procurar el bienestar de quien le rodeaba. Sin duda no era un buen cristiano.

Cuando el gran vigilante se acercó a Amos, este último estaba intentando conectar un ordenador personal, un Epson HX 20, a la red del hospital. Quería determinar los últimos ingresos y acceder, o bien al número de habitación, o al del quirófano asignado para la intervención de Clemente.

-¡Pero que diablos.....!- grito el tipo de Arkansas asustando a Amos que no le había oído llegar- ¿se puede saber que hace?.

-Esto.....verá....es un nuevo procedimiento. Tenemos que registrar en el sistema las entregas que hacemos.....¿no le han informado?......-.

-No. Esto es muy raro.....usted es muy raro......-dijo el vigilante, futuro padre de dos parejas de gemelos- no se mueva, voy a llamar.

Y el hombre lo dijo a la vez que echaba mano a su revolver reglamentario, y buscaba su intercomunicador para dar aviso. No hubo lugar a la llamada. Amos le dio un fuerte golpe con una de las bombonas en la frente y el tipo cayó desplomado entre varios de los enseres y bombonas descargadas en el almacén. Previamente Van Cleef se había retirado las enormes gafas de atrezzo para no fallar el golpe, y no falló. Ahora la frente del encargado de la seguridad lucía una pequeña brecha sangrante, y un chichón del tamaño de una pelota de beisbol.

Amos se sentía más tranquilo. Un problema menos del que preocuparse, aunque no todo había salido a pedir de boca. No había tomado la precaución de marcar la bombona con el gas letal y ahora ésta se encontraba perdida entre el montón de bombonas esparcidas por el suelo.

Maldijo sin demasiados aspavientos. No había forma humana de saber que bombona era la adecuada, pero quedaba la prueba de abrir el paso de cada una de ellas y encontrar la que oliera a heno.

Un enorme estruendo se oyó en el exterior. Otro tremendo rayo había caído en las inmediaciones del hospital, ya que el relámpago y el trueno habían sido prácticamente simultáneos. La luz vaciló levemente, pero el sistema aguantó la descarga. Ahora tocaba encontrar la bombona adecuada, tiró a un rincón las horribles gafas ya innecesarias y se arrancó el bigote con fuerza. Si durante todo el día había estado intentando que el maldito postizo se quedara firmemente adherido a su labio superior, ahora que esperaba quitárselo con suma facilidad, el muy cabrón opuso resistencia y en la maniobra de arrancárselo se llevó una porción de piel de la zona superior de la boca. Un horrible escozor se apoderó de la misma y le hizo rememorar los malos momentos del suceso con Clemente tras atravesar el enorme cactus. Alterado por el recuerdo se dispuso a seguir con su tarea. Faltaba menos para perpetrar su venganza.


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Florencio dio paso a Clemente al despacho del doctor Buttuk.

El afamado cirujano se giró hacia la puerta y dejó de admirar su fantástica obra de arte moderno y se topó de frente con Clemente. Su rostro mudó de color, ya no parecía un caucásico pasado de horas de sol, y palideció de manera preocupante. Se quedó petrificado.

Por su parte, Clemente había accedido en tromba al despacho alargando la mano a la vez que decía “aquí un seguro servidor, eminencia” y cuando fijo la mirada en el doctor se quedó asimismo paralizado.

Era tal la sorpresa de todos los presentes al ver que ambos hombres eran tan parecidos físicamente entre ellos, tan absolutamente iguales en apariencia que nadie pudo decir nada. Hubieran podido parecer gemelos idénticos. Los dos médicos allí presentes sabían que no era obra de la naturaleza al cien por cien, conocían de las múltiples operaciones para modificar el aspecto de su jefe, pero que el resultado fuese haber conseguido que se pareciera a otro ser humano de la otra parte del mundo, y que ambos llegaran a coincidir en espacio y tiempo, era algo extraordinario.

Clemente al ver a aquel hombre y ver en él la viva imagen de cuando se miraba al espejo le hizo dar un pequeño paso atrás. Curiosamente el doctor hizo lo mismo. Ambos se llevaron la mano a la frente al mismo tiempo, y echaron la cabeza hacia atrás mientras arqueaban las cejas en expresión de asombro a la vez. Ambos estaban con la boca entreabierta y pasearon su lengua por el labio al mismo tiempo. Los dos sacudieron su mano izquierda, en un gesto para tranquilizarse, y respiraron profundamente perfectamente coordinados.

-¡¡Mecagonlaputa!!- gritó Clemente.

-¡¡Fucking mother!!- chilló el doctor Buttuk al unisono.

-¿Que coño es esto?-.

-¿What is this?-.

Ambos sosias se apoyaron al mismo tiempo con la mano derecha con el objeto que tenían a su alcance. Clemente en una butaca y el doctor en su mesa. Se miraron de nuevo a la cara y miraron al unisono a los dos doctores que les acompañaban.

Florencio ya había pasado su momento de estupefacción cuando conoció a Clemente. Mónica había sido informada en la precipitada reunión de minutos antes, pero nunca creyó, de hecho ninguno de los dos, que el parecido fuese a ser tan abrumador.

Mónica y Florencio sacaron de su bolsillo sendas jeringuillas con anestesia y se dirigieron cada uno hacia los dos hombres que seguían absortos en su sorprendente parecido físico y gestual.

Sin darse cuenta, todo se volvió negro para los dos. Se desplomaron del mismo modo, cayendo ambos del lado izquierdo y con el brazo derecho entre las piernas. Tuvieron un a pequeña convulsión del cuerpo a la vez y profirieron un largo suspiro simultáneo.

-¡¡Es increíble Mónica, increíble!!-.

Florencio llamó por teléfono al resto de cómplices.

-Adelante. No hay tiempo que perder-.

-El maldito cabrón ya ha firmado los papeles. Delante de testigos. Está todo arreglado- le informó Mónica a su compañero.

-Perfecto. Ahora toca actuar con rapidez-.

La puerta del despacho se abrió, y dos camillas hicieron acto de presencia. Por fin Clemente iba a tener su oreja. Una oreja perfecta. Se podría decir que “su” oreja estaba delante suya.


Continuará.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Antonio1968
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Antonio1968 »

Me alegra de leerte de nuevo Pate
Con el tiempo un verdadero motero conoce la diferencia entre saber el camino y respetar el camino. ...
anibalga
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

Lo mismo digo
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por albacete »

Y yo. :plas: :plas:

:= :=
NO DEJES PARA MAÑANA LO QUE PUEDAS RODAR Hoy-

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