EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

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Bonniato
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Bonniato »

Genial, Clemente escabechando malotes sin querer. Es mi pequeño héroe. :clap:
alapues
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por alapues »

=O Y yo que me lo había perdido! Menos más que lo he visto! Pasa a la sección de relatos imprescindibles! :D

Muchas gracias por compartirlo :plas: :plas: :plas: :plas:



Si hay que ir, se vá.....!

He rodado en el Jarama, subido Stelvio, buceado en el Thistlegorm y con tiburones, y ahora......
Humphrey
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Humphrey »

:XX: :XX:
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pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO DECIMOCUARTO



“No molestar”




Jueves 8 de Agosto de 1985


Al Manzini llevaba ya dos días en Texas y conocía los sucesos acaecidos desde hacía una semana en los alrededores de Dallas. Un numeroso equipo de funcionarios se habían esmerado en recavar todo tipo de información concerniente a los acontecimientos que comenzaban a ser preocupantes.

Tenía en sus manos los informes que aseguraban que desde el fatídico accidente del vuelo Delta 191 al menos tres sospechosos no negros merecían la atención de la Agencia. El resto de pasajeros de color, fallecidos o supervivientes, eran sospechosos por le mero hecho de serlo.

Por un lado se encontraban dos personas ya identificadas que viajaban en grupo y que estaban en el aeropuerto en el momento del desastre, se hallaban en el Motel que quedó prácticamente destruido, donde resultaron sospechosamente heridos y según sus testimonios, lo fueron al ser arrollados en un pasillo por una enorme res bovina, y asimismo se encontraban ingresados por las heridas en el Hospital presbiteriano donde se desató un incendio en las cocinas, y que obligó a movilizar docenas de recursos humanos y materiales causando el pánico en la población y en los pacientes internados. Faltaba determinar si formaban parte del intento de asesinato del juez Reginald Bronston.

Por otra parte estaba otro individuo sin identificar, con una descripción física un tanto vaga, pero con la singularidad de carecer de oreja derecha, lo cual no era un asunto baladí cara a una posible identificación. Este individuo se encontraba en el aeropuerto el día del accidente, fue a alojarse al Motel “Crash Plane”, pero no se hallaba en el Hospital ni en sus inmediaciones en el momento del incendio.

En principio no parecían tener conexión entre los tres, pero era algo que aún habría que investigar. Los dos primeros eran vecinos de Barcelona, naturales, uno de ellos de Burgos, y el otro de Jaén. Este último se llamaba Jordi Pérez Flauta y el otro, siguiendo la tradición familiar, Zadornil Guerra Guerra. Del otro se ignoraba la filiación y procedencia.

Tenían en común los tres individuos la nacionalidad. Eran españoles, y Al Manzini conocía de primera mano lo dificultoso de enfrentarse a los habitantes de aquellas tierras. Podían resultar recalcitrantes y testarudos.


Almería 20 de enero de 1966

Al Manzini acababa de llegar a España en un vuelo privado de la USAF. Se unía así al grupo de investigadores y militares que se habían sido desplegados para la búsqueda y recuperación de las cuatro bombas nucleares, cada una con una capacidad destructiva 65 veces superior a las de Hiroshima, perdidas por el ejercito de su país en un lugar tan apartado y desolador como la costa del sur española.

Salió a toda prisa al recibir la llamada de sus superiores y apenas tuvo tiempo de preparar el equipaje y despedirse del amante con el que secretamente compartía lecho. El trayecto a la base aérea del ejercito del aire fue aprovechado para poner en orden su maletín, para verificar el estado de su arma reglamentaria y abrir el sobre donde estaban las instrucciones y los objetivos de la misión.

Durmió prácticamente todo el vuelo. En sus sueños aparecía besando a Frank en la oscuridad del despacho donde se conocieron. Fue un flechazo en toda regla. Él estaba casado, y su amante también, lo cual garantizaba la discreción mutua. De saberse su historia de amor, no sólo perderían el honor, sino el empleo y sus familias. Y Al pensaba tener una larga carrera en la Agencia.

Ya en suelo español, su primera orden fue apartar a todos los españoles posibles de las inmediaciones. Incluso se planteó la idea de desalojar a miles de lugareños para evitar que molestaran y así poder tener más paz.

Descartaron los mandos militares interrogar a los paisanos por si alguno hubiese sido testigo de donde había podido caer la bomba perdida en el mar. La idea le pareció adecuada a Al. Aquellos paletos de aquellas tierras áridas, que vivían en la pobreza no serían capaces de encontrarse el culo.

Las semanas pasaron sin éxito. Al había desmejorado visiblemente. Ya no se afeitaba a diario y la dieta era infame. Verduras y pescado fresco formaban la base de la dieta cotidiana. No había ni un maldito lugar donde poder comer una hamburguesa, un perrito caliente o una pizza. ¡Ni siquiera había Dr. Pepper¡ , su gaseosa favorita. Era un país subdesarrollado.

Setenta y cinco días más tarde empezaron a interrogar a los habitantes del lugar. Ninguno sabía nada y si lo sabía se lo callaba. Ni la presencia de los llamados Guardias Civiles parecían preocuparles. Se afanaban en preparar sus vetustas barcas de pesca y en reparar las redes.

Al día siguiente muy temprano, un subordinado que ejercía de traductor, le contó que había entablado una breve conversación con un pescador que decía saber donde estaba la bomba.

Manzini se levanto perezosamente a sabiendas que aquello no llevaría a ningún sitio. No le apetecía nada tener que caminar por aquellas calles sin asfaltar y poner perdidos sus Sebago, pero quizás el aire matinal le sirviera para aclarar sus ya escasas ideas.

Si 34 buques y 4 submarinos llevaban casi ochenta días sin resultados, ¿cómo iba un pescador ignorante saber donde diablos se encontraba el artefacto?. Eso sin contar con los más que probables submarinos y aviones soviéticos empeñados en poder robar la bomba y estudiar su tecnología.

Cuando entró en la modesta casa de Francisco Simó Orts, se lo encontró sentado en la mesa de la cocina enfrente de un tazón de café con leche con pan migao enorme. Le estaba poniendo unas cucharadas enormes de azúcar y revolvía con ímpetu el tazón.

El traductor le dijo- Cuéntele a mi jefe lo que me ha dicho antes Francisco-.

-Paco, me llamo Paco-.respondió.-Que se donde está bomba desde el primer día-.

-¿Y si es así, por que no ha dicho nada?-.

-A mi nadie “ma preguntao”-.

-¿Pero si veía que la estábamos buscando por que no fue a decírselo a la Guardia Civil?-

-Si vas a verlos, problemas- dijo, a la par que engullía una enorme porción de sopas de leche-. Y yo ya tengo bastantes problemas.

Al Manzini perdió los nervios y le ordenó que dijera donde estaba la bomba.

Paco se levantó sin terminar su tazón de café con leche y pan “migao”, se dirigió hacia donde estaba Al calmadamente y blandiendo un cuchillo enorme le hizo traducir al interprete que en su casa nadie levanta la voz si no es él, que en su casa nadie da ordenes sino es él mismo o su mujer, y que en su casa es de buena educación dejar comer tranquilo al propietario y esperar a que termine su faena si quieres algo de él. Y se sentó de nuevo a terminar el desayuno.

Al y el interprete salieron al exterior un tanto molestos. Esperaron casi una hora hasta que Paco salió y les dijo que les diría donde estaba la bomba. Pero que sería pasado mañana.

-¿Pasado mañana?- dijo Al contrariado.-Tiene que ser ahora mismo. Dile que es muy importante recuperarla ahora mismo. Es peligroso tenerla ahí, donde quiera que esté.

-Pos aquí el alcalde y la autoridad, dicen que las bombas no son nada peligrosas. Que no corremos peligro. Así que hoy y mañana saldré a pescar. Iremos pasado mañana- respondió Paco con firmeza, y partió hacia el puerto en busca de su barca.

Pasados dos días angustiosos, zarparon a bordo de un pequeño barco de la Armada Norteamericana. En el puesto de mando estaban los marineros que manejaban el navío, Al Manzini, el traductor y Paco. En cubierta esperaban media docena de buzos dispuestos a sumergirse en cuanto el hombre dijera que era el sitio adecuado.

-Aquí. Aquí es. Justo donde la punta del gato, aquella de allí- dijo señalando a tierra- coincide con la roca del acantilado, y al frente tenemos la corriente que llega del mar.

Al no vio ni la corriente, ni la punta del gato, ni la roca. Y además esa zona había sido minuciosamente explorada por los marinos de su país, los mejores del mundo, y no albergaba ninguna esperanza de encontrar nada que no fuera uno de esos horribles pescados que comía todos los días.

Media hora más tarde un buzo balizaba donde estaba el artefacto, y un sin fin de buques, de militares, de helicópteros se afanaban en recuperar la bomba.

En tierra firme Al se acercó a Paco para mostrarle su agradecimiento, para informarle que sería recibido por el embajador americano en breve, y recibió como respuesta que iría con mucho gusto siempre que no tuviera que salir a pescar. Que sino, el embajador tendría que aguardar a una mala marea para conocerle. Se giró y se marchó a casa.

Las autoridades españoles parecían inquietas por la radiación. Había informaciones que escapaban al control y a la censura que decían que la costa de Palomares estaba contaminada. Para desmentir eso se necesitaría un acto de propaganda espectacular.

Se llegó a la conclusión de que se necesitaban a dos o más idiotas de cierta relevancia, dos autoridades, que se dieran un baño en las aguas para calmar a la población.

Los dos idiotas fueron Manuel Fraga Iribarne, y el embajador norteamericano Angier Biddle Duke que quedaron inmortalizados para la posteridad en los noticieros de la época.

Pero Al sabía que uno de ellos era menos idiota que el otro. El embajador se dio un baño por la mañana en Palomares, y otro por la tarde con Fraga, pero a 15 km de allí, en Mojácar. Al sabía quien era menos idiota, pero no podía decirlo.



Jueves 8 de Agosto de 1985


Clemente era un hombre practico, de eso ya había suficientes muestras. Pero ahora era ese mismo hombre, pero asustado. Descartó partir de viaje aquel mismo día. Escondió la moto entre la maleza del jardín. Cuando la señora de la limpieza olvidó una llave en otra habitación, él la cogió, trasladó sus enseres de cuarto, dejó colgada su llave en la puerta y se encerró donde nadie sabía que podía estar. Pensaba dejar pasar los días con el cartel de “Dont Disturb” en el pomo de la puerta.




Viernes 9 de Agosto de 1985


El juez Reginald Bronston se encontraba reposando en la terraza cubierta de su mansión. Aparte del trauma por la perdida de su coche, se encontraba magullado por la súbita irrupción del delincuente por la ventana del mismo.

Cuando pudo reaccionar y a pesar de su avanzada edad, fue él mismo quien golpeó con el hacha al malhechor hasta causarle la muerte. La había encontrado en sus pies cuando recobró el sentido y le pareció buena idea golpearle con ella en la cabeza al infecto individuo.

Esperaba la visita de un destacado miembro de la Agencia que estaba investigando un posible complot contra la seguridad y el bienestar de la comunidad. Al parecer su testimonio sería crucial para determinar el alcance de los probables disturbios que se avecinaban en los funerales de los miembros de un clan motero de los más violentos de la gran nación americana.

Un hombre vestido como visten los agentes se encaminaba por el jardín hacia su terraza. Seguía de cerca de Amanda, la sirvienta negra, que caminaba con pesadez. Con la pesadez propia de una mujer obesa de más de ochenta años.

Al llegar Al se presentó.

- Buenos días señoría. Soy Al Manzini, estoy al mando de la investigación. No le robaré mucho tiempo......hace calor.....-

-Traiga una taza de té helado al señor, Amanda- y la sirvienta salió resoplando como una locomotora hacía la cocina.

-Gracias señoría- respondió Al que detestaba el té-.

-Es una gran chica. Una buena sirvienta. A pesar de ser negra. Lleva en esta casa desde que nació. Mi abuelo compró a su abuelo hace ya muchos años......desde entonces trabajan para mi familia-. Dijo el juez.

-¿Qué puede contarme de su accidente, señor juez?-

-¿¡¡Que accidente¡¡?. Maldita sea. Quisieron matarme. ¿Es usted estúpido?.

-Eso mismo quería decir señor juez-

-¿Qué es estúpido?-.

-No. Que quisieron atentar contra su vida-.

-Vi poca cosa. Suelo cenar en el parque, hay unos perritos extraordinarios. Llevo décadas cenando allí. Además lo hago gratis. El idiota que me los sirve se libró de ir a Sing Sing gracias a que su padre me cortaba el césped de la casa, y no es fácil encontrar un buen jardinero.......Pero vayamos al grano. Antes de que esos criminales atentaran contra mí, otro individuo, sin duda el que me “marcó” como objetivo, pasó a toda velocidad por delante de mi fabuloso coche......ya no hacen coches así......ahora es todo japonés, maldita sea, o peor aún, europeo......se creen mejores que nosotros.....y somos nosotros quien les salvamos el culo siempre.....¿por donde iba?......si, alguien tiene algo en contra de mi. Supongo que serán los comunistas. No había ningún negro entre los muertos y lisiados de mi atentado. Si, serán comunistas. Busque entre los comunistas. Debería volver la horca o los fusilamientos, maldita sea, ahora liquidan a la escoria con inyecciones que los adormecen......¿¡que será lo próximo¡?....¡una pensión para su familia, maldita sea¡........Es mi hora de lectura, me marcho. Trabaje duro muchacho, busque a los comunistas, o le buscaré yo a usted- el juez se levantó y abandonó a Al en la terraza.

Cuando Amanda llegaba con el vaso de té frío, Al ya cerraba la puerta del jardín.

-Estos blancos son insoportables. Lo único que hacen bien, es molestar a la buena gente......-dijo cansinamente la sirvienta. Se sentó en la butaca del juez, expelió una sonora ventosidad, y se bebió el té plácidamente.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Antonio1968
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Antonio1968 »

Muy entretenido Clemente, la verdad que echas un rato divertido.
Con el tiempo un verdadero motero conoce la diferencia entre saber el camino y respetar el camino. ...
anibalga
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

Lo echábamos de menos
pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO DECIMOQUINTO


“El hongo nuclear”




Clemente seguía intranquilo. A pesar de seguir oculto en una habitación que no era la asignada en recepción, se sentía azorado. Nunca había sido un hombre de preocuparse demasiado por las cosas, pero temía que aquellos tipos de las motos “oscuras” estuvieran buscándole. Ignoraba de todo punto que era lo que tanto les podía haber molestado, y no creía que la desafortunada caída del líder dentro del retrete pudiera ser detonante de la manía que parecían haberle cogido.

Recordaba vagamente la persecución a la que fue sometido y como veía acercarse las luces de las otras motos, hasta que súbitamente, y en medio de un estruendo, dejaron de hacerlo. Aquello le trajo sosiego, para que negarlo, ya que no se creía capaz de haber podido despistarlos. No por impericia o incapacidad de pilotaje, mas bien por desconocimiento de la máquina que usaba. Como todo buen motero que se precie, era consciente que el manejo de una moto requería de un periodo de adaptación para conocer el desempeño del motor y la agilidad del chasis, así como la capacidad de frenado o el grado de inclinación que permite su conducción.

Eso si, recordaba como una vez concluida la persecución y mientras estaba preocupadamente perdido en una maraña indescifrable de viaductos, puentes, túneles y cruces, llegó a disfrutar de la moto. El viento en la cara, el mismo viento que aliviaba el dolor de su golondrino, ya venido a menos, sentir el acompasado, eso era decir mucho en una Harley, petardeo del motor, ver como las luces de la ciudad dormida resplandecían a lo lejos, intuir las curvas en la negrura de la noche, incluso el olor al motor caliente le habían transportado al paraíso de todo buen adicto a las motos.

Ya llegarían los momentos de desencanto cuando la moto se negara a arrancar, o cuando perdiera alguna pieza en el camino, o en alguna de las seguras caídas que le aguardaban. Eso por no pensar en las posibles multas, en los conflictos con otros conductores, o quizás cuando no encontrara un surtidor a mano después de varios kilómetros en reserva, momentos de verdadera angustia. O cuando una tempestad imprevista le obligara a circular con el asfalto anegado, a pesar de haber sido previsor y disponer de un magnifico impermeable morado. Ese tipo de cosas que acaban curtiendo a los moteros a lo largo de los años, si son capaces de sobrevivir, o al contrario de lo que a él le sucedía, si su pareja insistía en que las motos eran cosa de zoquetes e irresponsables. O peor aún, de jóvenes sin cabeza o de maduros con crisis de edad e identidad, de esos que creen que tener moto les da una patina de aventurero y que causan admiración en las jovencitas o jovencitos, a pesar de tener canas o de no tener ni un pelo en el coco.

Oculto en su habitación miraba de vez en cuando por una rendija de la ventana. Veía, o mejor dicho, intuía escondida a su magnifica moto entre la maleza justo tras los contenedores de basura. Solo acercándote al lugar podrías ver donde estaba oculta a miradas ajenas. Sobre todo a los del calvo gigante, la chica de uñas negras, o el pirata.

A media mañana del sábado, Clemente daba buena cuenta de una cerveza fría tumbado en la cama. Aprovechaba la oscuridad de la noche para bajar a las expendedoras y hacerse con un buen arsenal de ellas. Cogía la papelera de la habitación, la llenaba de cubitos de hielo y los ponía en la bañera. Así unas veinte veces hasta agotar las existencias de las cámaras. La llenaba con un palmo de agua y los hielos, depositaba la cerveza y tenía calculado que aguantaban frescas hasta la noche siguiente.

Los empleados del Motel, no daban crédito a la ausencia de hielo. Nunca en veinte años de existencia, se habían agotado las provisiones de hielo, así que llamaron dos veces al servicio técnico que aseguraba que todo estaba en orden. Trescientos dólares más tarde dejaron de llamar.

De pronto se oyó un ruido ensordecedor. Clemente se asomó a su ventana, que daba al parking y que dejaba ver al fondo la carretera. Un camión transportaba varios féretros cubiertos con la bandera nacional. También, a modo de homenaje, una moto siniestrada ocupaba un lugar de preferencia. Circulaba lentamente, le seguían docenas, cientos de motos, que hacían rugir sus motores. Eran miembros de numerosos clanes moteros de todo el país, que se habían hecho eco de la llamada a asistir al entierro de los cinco individuos fallecidos.

No pudo ver, su vista no era un valor añadido, mas bien al contrario, que encabezaba la comitiva el gigante calvo, el pirata y la chica de ropa ceñida y cuerpo espectacular que no le gustaba nada.

La policía seguía el desfile de manera indisimulada. Ejercían de una manera poco sutil un control del grupo. Este se dirigía al lugar del último homenaje a los bandidos que ya no estaban entre los ciudadanos vivos de la nación. Nadie consideró que la larga fila de vehículos se encaminaba hacia la mansión de “Regi el Rompecuellos”, en clara amenaza al juez. La tormenta estaba a punto de desatarse.

El juez dormitaba tranquilamente en su terraza. Era consciente que la llamada que hizo al Gobernador para presionar en la búsqueda de sus asesinos, no había tenido más efecto que destinar a dos policías camuflados para vigilar su casa e impedir que el venerable juez, famoso por sus ataques de ira, se tomara la justicia por su mano. Aunque eso era lo que había hecho toda su vida.

Minutos más tarde la comitiva se detuvo delante de la mansión del juez. Este se despertó de su siesta matutina y con una agilidad impropia a su edad, dio un salto y se dirigió al cobertizo del jardín a la carrera.

Los delincuentes se apearon de las máquinas, y sin entrar en la propiedad, empezaron a gritar, a amenazar con sus cuchillos, pistolas, hachas, rifles en dirección a la casa. Los policías secretas se vieron desbordados y tomaron la decisión más inteligente, huir del lugar e informar a sus superiores que una turbamulta de indeseables se encontraba a las puertas de la casa del juez Bronston y no parecían muy contentos.

-Aquí el agente McFaraday, ¿me oye, central?-dijo un agente.

-Le oigo agente. ¿Qué sucede?- contestó la central.

-Manden refuerzos a la casa del juez Bronston. Hay docenas de moteros intentando asaltar la casa. Repito, docenas de moteros, intentan asaltar la propiedad- dijo McFaraday.

-Tenemos todas las unidades ocupadas agente. Intenten ustedes evitar el asalto-.

-¿Nosotros? Pero si sólo estamos el agente López y yo. Y son docenas. ¿Cómo coño vamos a intervenir, eh?- dijo McFaraday- ¿Quieren que nos maten a nosotros también?-.

-Permanezca a la espera agente, le informaremos si hay alguna novedad-.

-¿En serio?. Estos van a matar al juez, ¿me oye?. Mande a la Guardia Nacional, o a los Marines, o a quien sea........-.

-Permanezca a la espera agente- dijo la central.

Para entonces el juez ya estaba en su cobertizo. Guardaba docenas de recuerdos de su etapa en activo. En medio de la estancia estaba el cadalso donde la soga había actuado en múltiples ocasiones tras las sentencias a muerte dictadas por el juez. La última la de una muchacha que fue considerada culpable de la muerte de su padrastro, un prestigioso miembro de la comunidad empresarial y muy conocido por su afición al golf, y a las golfas, a pesar de ser la chica parapléjica.

El juez que solía asistir a las ejecuciones, se mostró sorprendido de que la muchacha, al contrario que el resto de infelices que probaban la soga, no hiciera ningún movimiento con el cuerpo, lo cual quitó vistosidad al espectáculo, estando de acuerdo en este punto tanto el alcaide como el cura que bendijo a la chica antes de ser asesinada legalmente.

El patíbulo tenía atornillada una placa con el agradecimiento de varios verdugos que ejecutaron las sentencias de su señoría y que expresaba el profundo agradecimiento al sostén de sus puestos de trabajo.

Había una colección de fusiles de asalto dedicados por cada uno de los cuerpos del Ejercito. Un rifle que había pertenecido al general Lee. Unas pistolas con su funda de Pancho Villa, un cañón perteneciente a las defensas de la villa de San Cristóbal de la Habana. También atesoraba docenas de cajas de municiones distintas, desde balas de pequeño calibre, a obuses de infantería de la Segunda Guerra Mundial, así como morteros, lanzagranadas, bazookas, bombas de Napalm del conflicto vietnamita, y toda suerte de artilugios mortíferos. Pero la joya de su colección estaba oculta bajo el cadalso.

Se trataba de una ametralladora de rodillo Gatling. Iba montada sobre un eje con ruedas y fue la primera arma de repetición. Famosa por su fiabilidad y por su capacidad de disparo de doscientas balas por minuto. Se popularizaron en multitud de conflictos y esta en particular, no era de la guerra contra los mexicanos que hubiese sido más factible de encontrar. Era regalo de un familiar del general Frederick Augustus Thesiger que la había usado en la guerra anglo-zulú en 1879 donde 15.000 soldados del Imperio Británico, se enfrentaron a unos 40.000 zulús armados con lanzas y algún que otro fusil.
Los diecisiete cañones ingleses, la ametralladora que ahora era del juez y un ejercito bien pertrechado terminaron con la vida de 20.000 indígenas en la batalla de Ulundi. Toda una proeza, según el juez, que admiraba el coraje de haber exterminado a semejante cantidad de negros.

En el cobertizo además se guardaban los productos de limpieza propios de una finca. Cloro para la piscina, herbicidas, desinfectantes, gasolina en abundancia para los cortacésped, amoniaco, desatascador de tuberías, lejías, y demás productos químicos necesarios, así como carbón para la barbacoa, aceites, grasas y pulimentos. La reserva de bebidas alcohólicas, los vinos y espumosos tenían también su lugar en aquella estancia.

El juez sacó con dificultad la ametralladora que estaba cubierta por una lona. A su lado tenía dos cajas de madera repletas de munición y rompió una de ellas para alimentar el arma. Lo logró con facilidad, ya que de vez en cuando, y vestido con una casaca confederada, solía engrasar y limpiar cada una de las piezas del artefacto aniquilador, mientras imaginaba el placer de disparar contra una multitud de indeseables zulús que caían desplomados o partidos en dos al suelo.

La acercó a la puerta del cobertizo. En el exterior algunos de los macarras, ya habían saltado la valla y se acercaban lentamente a la vivienda, dando claras muestras de hostilidad. El juez iba a dar su merecido a los comunistas que asaltaban su propiedad. Hacía mas de doscientos años que pertenecía a su familia, y no iban a ser los seguidores de Stalin, quienes se la arrebataran. Abrió las puertas del cobertizo, ahora convertido en las puertas del infierno, lanzó un grito desgarrador, y se desató el desastre.

-¡Malditos seáis, comunistas del infierno¡. Voy a mandaros a casa- gritó el juez.

Los asaltantes se sintieron sorprendidos. Les habían dicho que el juez era un anciano de 87 años, prácticamente invalido, y ahora veían a un señor muy mayor, terriblemente ágil, y que estaba en la puerta de un garaje, con una especie de carro que no habían visto en su vida.

El juez hizo rotar la manivela que desataba la lluvia de balas. Siempre había fantaseado con disparar la Gatling, y ahora el sueño se convertía en realidad. La primera ráfaga no obtuvo el resultado esperado. Los asaltantes huyeron despavoridos y sorprendidos ante la capacidad ofensiva del anciano. El juez movió la ametralladora, ahora si, hacía donde el resto de congregados miraban estupefactos el destrozo que había provocado en un roble centenario, que ahora se tambaleaba visiblemente herido de muerte.

La segunda andanada de balas acabó con una docena de delincuentes, y también impactó contra un autobús escolar que transportaba un grupo de Gospel que iba a actuar en una boda cercana. Murieron el conductor y siete negros.

El juez no daba crédito de la capacidad destructiva del aparato y se lamentó de no haberlo usado en la época que los fusilamientos eran legales, pero siguió disparando a la vez que ya era capaz de direccionar el artilugio a su antojo. Muchos de los pandilleros estaban muertos, otros terriblemente mutilados, algunos heridos y otros puestos a cubierto detrás del camión con los ataúdes, se las ingeniaban para sobrevivir.

Cuando hubo terminado con una caja de munición, hubo unos minutos de tregua. Fue a por la otra caja y tomó del estante un bazooka y un obús de carga. Este sabía que funcionaba, ya que lo había llevado a una cacería años atrás y lo había probado disparando a un búfalo que quedó para el arrastre.

Asomó el cañón por la puerta y disparó a boleo. El disparo que siguió al fogonazo impactó de lleno en el coche de McFaraday y López que se desgañitaban pidiendo la intervención del Ejercito o de la Otan ante lo que estaban presenciando. Fueron recordados como unos héroes.

El calvo y el pirata haciendo uso de su capacidad de liderazgo, idearon el modo de hacer varios cócteles Molotov. Tenían que poner fin a la masacre que se había desencadenado. De seguir así, el maldito anciano acabaría de un plumazo con buena parte de las bandas callejeras y ladrones motorizados del país. Y eso era algo que una gran nación no puede permitirse. Es necesario un nutrido grupo de criminales para poder sostener una policía y viceversa. Es una regla básica de los estados modernos.

Cuando el primer cóctel impactó contra el cobertizo, las llamas prendieron con facilidad en el tejado. Pero el juez no estaba dispuesto a dejarse vencer por los que creía miembros de la KGB. Al grito de ¡Muerte al invasor¡ y con las pistolas que fuesen de Pancho Villa intentó salir corriendo a por los supervivientes del exterior, justo en el instante que el segundo cóctel Molotov impactaba en las inmediaciones de las bombas de Napalm. Segundos más tarde una terrible explosión acabo con el cobertizo, el juez, la casa, el jardín, la sirvienta negra que se había refugiado en el váter y casi todos los maleantes que no pudieron huir a tiempo.

Los supervivientes que conservaron el habla, relataron que la explosión, que se había oído a docenas de kilómetros a la redonda, formó un hongo similar al de las bombas nucleares y que un intenso olor a barbacoa inundó las inmediaciones. Nunca se tuvo constancia de cuantos muertos hubo exactamente, ya que muchos de los restos se carbonizaron y no pudieron ser identificados.

De lo que si hubo constancia es de los conflictos raciales que se desataron a raíz del asesinato de los cantantes del grupo Gospel. Los altercados duraron días, y los manifestantes expresaban su consternación por no poder ajusticiar ellos mismos al juez Reginald Bronston, que fue condecorado a título póstumo por el Gobierno de los Estados Unidos, no pudiendo ni siquiera destruir alguno de sus bienes materiales, ya que todo se había volatilizado en el asalto. Se conformaron con asaltar negocios ajenos, volcar coches, quemar contenedores de basura, alguna casa y apedrear a la policía antidisturbios.

Clemente no era ajeno a los sucesos. Durante horas, cientos de coches patrulla, bomberos, miembros del ejercito de salvación, periodistas y cotillas sin otro quehacer pasaron por delante del Motel. Se preguntaba que habría pasado ahora. Aquel era un país alejado de la paz y el sosiego de España, y recién empezado el viaje, ya añoraba el regreso. Lo añoraba tanto como un buen plato de boquerones, y casi tanto como a la Pepi.

Al Manzini estaba pensativo, viajando en sus recuerdos, mientras repasaba el informe de los hechos, y estudiaba detenidamente el historial de los tres españoles, sospechosos de estar de algún modo involucrados en los sucesos.

En Abril del año 1966, justo cuando regresó de España, se encontró con que su amante, Frank, había sido destinado a Hawai. Allí su esposa le había sorprendido en la cama de su nueva casa con un aborigen en posición comprometida. Cuando fue capaz de reaccionar a la sorpresa de ver a su esposo desfogándose con un señor enorme de tez morena, cogió un ukelele que había en el dormitorio y no paró de golpearle con él hasta dejarlo inconsciente. Luego vino el divorcio, la expulsión de la Agencia, los llantos y la vergüenza. Meses más tarde, Frank parcialmente desfigurado, se había sincerado con Al, y le había puesto al corriente de su nueva vida. Se dedicaba al turismo y organizaba pequeños cruceros con su nueva pareja, el señor con el que fue encontrado en posición poco decorosa. Era feliz. Al, no podía decir lo mismo. Tenía que seguir viviendo con su esposa.

De algún modo, España estaba involucrada en complicarle la existencia. Le quedaban siete semanas para la jubilación. Siete, sólo siete. Pero podían ser eternas. Y recibió una llamada de la policía local que le ponía al corriente del fallecimiento del juez, de los disturbios raciales, y de la enorme cantidad de cadáveres que había en las calles. Quería llorar. Se derrumbó. Sonó de nuevo el teléfono, ahora eran sus superiores de la Agencia. Aquello pintaba mal, muy mal.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Antonio1968
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Antonio1968 »

:face: :face: :face:
Con el tiempo un verdadero motero conoce la diferencia entre saber el camino y respetar el camino. ...
Humphrey
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Humphrey »

Pues sí, pintaba mal... =)) =))
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

Ohhh
:face: :face:
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por alapues »

Estoy boquiabierto, has logrado superar la primera parte de la historia, algo que es sumamente raro, al alcance de unos pocos elegidos, entre los que cabe destacar un tal Miguel de Cervantes, cuya segunda parte de su libro comúnmente llamado “El Quijote” es considerada por casi todos los entendidos mejor que la primera. :)~

En serio, sencillamente espectacular..... solo un pero hasta ahora: Tora, Tora, Tora es en Technicolor por mucho que suene a antigua :$

:plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas:



Si hay que ir, se vá.....!

He rodado en el Jarama, subido Stelvio, buceado en el Thistlegorm y con tiburones, y ahora......
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Capítulo Decimosexto


VA POR USTEDES


Domingo 11 de Agosto de 1985



Era un día nefasto. Clemente se encontraba ligeramente nervioso, algo impropio de él. Podía seguir asustado, terriblemente asustado, al sentirse perseguido por aquellos tipos, pero no nervioso. Nunca se ponía nervioso, pero el hecho cierto de que los conflictos raciales que se desataban en cualquier rincón de la ciudad, habían impedido el suministro de cerveza, le causaba inquietud. Podía verse abocado a saciar su sed con agua, y eso tenía nefastas consecuencias para su bienestar.

En la televisión se mostraban imágenes de gente asaltando comercios y llevándose televisores gigantes de hasta 29”, aspiradoras y motosierras. Otros individuos salían a todo correr de otra tienda y segundos después esta estallaba brutalmente. Una comisaría de policía estaba siendo asediada y en la calle ardían un par de vehículos policiales mientras los agentes pertrechados con casco y pantallas lanzaban gases lacrimógenos a los concentrados.

El reverendo de la parroquia donde solían actuar los siete miembros fallecidos de su coro Gospel, visiblemente alterado, amenazaba ante los micrófonos a todos los blancos de la ciudad y les hacía responsables de todos los muertos y de los que estaban a punto de morir asesinados en las calles. Aunque Clemente no podía entenderle, estaba diciendo que Dios les daba autorización para omitir temporalmente el perdón y la misericordia, y por supuesto, la compasión. Lo que el reverendo lamentaba profundamente era que su coro Gospel no podría actuar en varias semanas y eso dejaba de atraer feligreses a su iglesia y no podría aflojarles la cartera con la promesa de una vida eterna. Y tenía un Cadillac nuevo que pagar.

En otro momento de la conexión, una reportera que estaba transmitiendo desde un solar devastado por el fuego, a tenor de los restos calcinados que se observaban cientos de metros a la redonda, empezó a ser increpada por docenas de personas que depositaban ramos de flores en el lugar donde cayeron abatidos los cantantes del coro. El espacio estaba patrocinado curiosamente por una marca reputada de carbón para barbacoas. La chica tuvo que abandonar el lugar de manera precipitada en dirección al bosque, o mejor dicho, a lo que fue un bosque cercano y que ahora, víctima de la potente deflagración, era un lugar lleno de árboles derribados, como si un gigante los hubiera arrancado de cuajo y luego tirado violentamente al suelo. Allí ,ella y el cámara que le seguía, se escondieron en un cobijo para despistar a los airados perseguidores, y tuvieron la mala suerte de toparse con restos humanos. En concreto de una cabeza de un individuo calvo y con perilla parcialmente calcinada y con la cuenca de un ojo vacía.

En otro lugar de la ciudad, un veterano miembro de la Agencia que había sido destinado para la investigación de los sucesos, entraba precipitadamente a un enorme edificio acristalado, no queriendo hacer declaraciones. Su demacrado rostro daba muestras de la gravedad de la situación.

Clemente apagó el televisor y saco un mapa que extendió en la cama. Iba a fijar un itinerario aproximado de las próximas etapas de su viaje. Parecía fácil. Se trataba de coger la carretera nacional “35” dirección Oklahoma City, y de allí a la izquierda por la “40” hasta California, entrando de nuevo a Texas, atravesando la ciudad de Amarillo, luego Nuevo México, enseguida Arizona, y la idea era desviarse un poco por la estatal “93” que llevaba a Las Vegas en Nevada, visitar la ciudad haciendo caso a la recomendación de su amigo inglés, y luego por la “15” hacia Los Ángeles y de allí al destino final en San Francisco. Fácil. Desde luego no era una excursión dominical, pero tampoco era una aventura inabordable. Eran apenas tres dedos en el mapa.


**********


Nancy acababa de levantarse de la cama. Estaba desnuda en la habitación y Pepi que seguía dormitando seguía en ella. Nancy encendió un cigarrillo y se asomó al balcón para alborozo de los vecinos y enfado monumental de sus mujeres, que les hacían entrar en casa mientras bajaban las persianas ruidosamente.

Pepi, que había engordado discretamente, terminó por desperezarse y saltó ágilmente del catre. Tampoco llevaba ropa alguna.

-Estoy preocupada por Clemente. No se que dirá cuando se entere de lo que tengo que contarle. ¿Cómo crees que se lo tomará?- dijo Pepi.

-Clemente es un hombre que se viste por los pies. Yo no me preocuparía demasiado. Es posible que al principio se quede impactado, pero luego........- respondió su amiga Nancy que había vuelto a entrar en la vivienda para enorme disgusto de los vecinos que no tenían a la esposa en el domicilio.

-No deberías salir sin ropa al balcón querida. Algún día te detendrán por escándalo público. Ya sabes como es la gente. No entienden cosas que deberían ser normales, ¿no crees?-.

-Seguimos siendo un país atrasado, pero nos movemos a toda velocidad, ya verás. Ahora con esto de Europa, de la integración europea, seremos todos los países iguales, toda la gente igual, se acabarán los pobres, no habrá diferencias, ni envidias, ni rencores. Todos nos apoyaremos, ya verás. Vendrán aún mas turistas, llenaremos los bares-. dijo Nancy.

-Por cierto, ¿cuándo inauguramos “El Cuarto Oscuro”? ¿sabes ya algo?, ¿cuándo estarán los papeles?, se están retrasando un poco más de la cuenta-.

-Ayer mandé a una de las chicas a hablar con el concejal de turno. Le puso mil problemas, que si esto, que si lo otro, que si las cosas van despacio. Pero media hora más tarde, después de un buen repaso del tema, el concejal estaba ya más predispuesto a trabajar de lleno en el asunto. Al menos tan dispuesto como lo estuvo en trabajarse a la chica, que vino echando pestes del aliento a perros que tenía el concejal. “Es que esto ya no es lo que era, antes eran unos caballeros, vale, eran fascistas, pero al menos se limpiaban, ahora cualquiera puede ser concejal....” vino diciendo-.

-Prefiero no saber que trabajos hicieron, no me lo cuentes...Me voy a duchar.....-. dijo Pepi.

-Vale. ¿Te importa que yo mientras me depile el “chirri”?, ya le toca-. Y ambas entraron en el aseo.


******************


Al Manzini había puesto todo el dispositivo a su alcance para localizar, detener sin cargos, trasladar a las oficinas e interrogar toda persona que hubiese podido tener contacto con los tres españoles sospechosos de ser los detonantes de los dramáticos sucesos que consternaban a la ciudad.

Interrogó a un vietnamita propietario de una tienda de licores, que no recordaba nada, de hecho, todos los blancos le parecían iguales, así que no pudo aportar nada relevante.

Tampoco el jardinero del Motel CrashPlane fue de gran ayuda. Si, había visto a los tres españoles, había ayudado en la fiesta a uno de ellos, al que no tenía oreja, a preparar algo, pero no reparaba nunca en los clientes del Motel. Todos eran iguales, desde drogadictos que buscaban un lugar donde colocarse, a comerciales que iban dando tumbos por el país, parejas de amantes que huían de sus familias, jóvenes que acudían con alguna puta para iniciarse, y sobre todo, viajeros enfadados con sus líneas aéreas que eran alojados para compensar retrasos y como era sabido en esos días, familiares de los muertos en el accidente del avión. Y poco más.

El señor Barrimore pudo aportar que dos de los individuos, habían tenido un comportamiento poco amable con los asistentes a la fiesta, habían estado protestando airadamente por el ruido y la música. Parecían ser personas algo violentas y engreídas, por el tono de superioridad que usaban en sus reclamaciones. Estas cesaron en un momento de la noche, al parecer cuando fueron golpeadas por una res.

Del otro individuo, pudo decir que era un ser excepcional. Nunca nadie había sido tan exquisitamente embaucador, nunca nadie había mostrado la habilidad para relacionarse con todo el mundo, desde los músicos de reggae, a las prostitutas que se alojaban en el hotel, a los empleados del mismo, los camioneros, los invitados, todos se habían sentido en su fiesta, en su casa, incluso los agentes de policía.

El señor Barrimore conocía el nombre de Clemente, pero no quiso ponerle las cosas fáciles a ese tipo tan desagradable que le interrogaba, y evitó decírselo. Y se hizo el olvidadizo cuando se lo preguntaron directamente.

No fue tan fácil topar con la chica de recepción. De no ser por el coche tan peculiar que conducía, el AMC Gremlin de color azul, hubiera sido imposible. Las cámaras de tráfico la situaban en River Oaks en Fort Worth. Estaba en una de las miles de casas de la zona, y no precisamente en la más lujosa. Era una de esas viviendas rodeadas de malla de alambre, con un jardín descuidado, un coche desvencijado, un pequeño tractor oxidado y con dos perros sucios sueltos. Allí vivía la hermana de la chica con sus cuatro hijos y su nuevo marido, el quinto marido para ser exactos.

La recepcionista estaba en la cama. Era víctima de una profunda depresión y estaba sedada hasta el extremo que hubo que llevarla en camilla y ambulancia para ser interrogada por Manzini.

-Veamos señorita, ¿qué recuerda usted de este hombre?- le dijo Al enseñándole un boceto a lápiz hecho por uno de los dibujantes de la policía.

-¿Qué hombre?-. balbuceo la chica.

-Este del dibujo, ¿cual sino?-. dijo Al.

-Ese es un mamarracho. Yo no conozco mamarrachos. Bueno, ahora si, a usted- dijo la mujer bajo el influjo de los antidepresivos.

-Empecemos de nuevo señorita. ¿Conoció usted a algún hombre el día previo a la destrucción del Motel?, ¿alguien especial?-.

-Si era especial, no eras tu, mamarracho- dijo ella.

Al Manzini no era un hombre paciente. Nunca lo había sido. Y ahora presionado por las circunstancias mucho menos. Empezaba a perder la paciencia.

-Se lo repito por última vez, ¿hubo alguien que le llamara la atención- dijo Al- sabemos que tuvo usted un acercamiento algo mas personal que con el resto de los clientes con un hombre en particular. Un español, un extranjero, ¿le suena de algo lo que le estoy preguntando?-.

-Quiero una Coca-Cola- dijo ella- las medicinas me dan sed. Quiero una Coca-Cola.

Al hizo un gesto y un hombre se fue a buscar la bebida. Volvió con una Pepsi-Cola. Al se la acercó a la chica.

-¿Una Pepsi? ¿acaso me ven cara de republicana? ¿creen que una mujer en su sano juicio votaría a Reagan? ¡venga ya¡, prefiero morir de sed que beber una bebida republicana- dijo ya más despierta la chica.

-¡No me jodas o te haré vida difícil, muy difícil jodida zorra- gritó Al para sorpresa de todo el mundo.

-¿Cuánto hace que no follas?-le dijo ella- Ese es tu problema ¿sabes?......

-¡Maldita sea¡-

-......yo si que he sido amada por un ser excepcional, ¡nunca te diré nada que te sirva para encontrarlo, mamarracho.....¡, le amo como nunca he amado, mamarracho- dijo la mujer levantándose con un vigor sorprendente.

Momentos después la chica yacía en la acera de la calle junto a los cristales de la ventana por la que saltó. Al no iba a tener un día muy favorable, eso estaba claro. Abrió la lata de Pepsi-Cola y se la tomó de un trago. La mañana había sido un espanto y la tarde no iba a ser mejor.

En la sala estaban Al y dos de sus colaboradores, junto a un traductor. Hicieron acto de presencia los dos españoles que habían sido sacados del hospital para acercarlos a las oficinas, donde un cristalero se afanaba en terminar de colocar un vidrio nuevo. Un vidrio reforzado.

El primero de ellos llevaba un gotero y el otro parecía tener un rango superior. Era sin duda el cabecilla. Caminaba siempre delante de todos y miraba con altivez.

-¿Quién de ustedes es Jorge Pérez Flauta, y quien es Zadornil Guerra Guerra?- preguntó Al en castellano.

-Jordi, no Jorge- dijo uno de ellos, el del gotero- de siempre me han llamado Jordi.

-Sadorniu, y no Zadornil- dijo el otro al unísono- y preferimos ser interrogados en catalán.

-¡Pero si son ustedes españoles¡.....veamos......uno de Jaén, en Andalucía, y el otro de Burgos, en el centro de España......

-¡Ya, ya¡ pero eso no lo decidimos nosotros, digo, el sitio donde nacer. Nosotros nos sentimos catalanes, y exigimos......-.

-Muy bien, como si se sienten del Zaire. Aquí se hace lo que yo digo. Esto es América...-

-Verá- dijo Jordi, que era de Jaén y además historiador- Verá, América no es esto, esto son los Estados Unidos de América, que es muy diferente. Históricamente........- fue interrumpido por un puñetazo en la mesa de Al.

-No estamos aquí para una clase historia. Queremos saber cual es el motivo de su presencia en América......-

-Tal y como le decía mi compañero Jordi- dijo Zadornil- estamos aquí, en los Estados Unidos de América, y no en “América”que es una manera un tanto egocéntrica de llamar a este país, un país sin lugar dudas opresor, no hay más que ver lo que está pasando en las calles, el racismo, nosotros somos gente de paz, digo, estamos aquí para demostrar que este lugar fue descubierto años antes de que Cristóbal Colón llegara aquí, por un catalán, y esperábamos las pruebas que así lo demostraban con la sana, pero firme e inequívoca intención de reclamar la propiedad de estas tierras para Cataluña, pero un sabotaje sin lugar a dudas del Gobierno español, otro Gobierno opresor, ha impedido que llegaran los documentos que así lo atestiguan, y por lo tanto me veo en la obligación de exigir al Presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan que renuncie a su agenda y que organice una reunión de tu a tu, a la mayor brevedad posible con la intención de pedir su renuncia al cargo, afearle su conducta soberanista, siempre con respeto, eh, y la cesión de todos los bienes que han sido.........-

Al Manzini se levantó abruptamente de la mesa, abatido y sin decir nada. Le siguieron el resto de colaboradores. Uno de ellos abrió la ventana albergando una mínima esperanza de que, bueno, de que se repitiera lo de la mañana.

Al Manzini había entrado con la presencia de ánimo recobrada después del suicidio de la mujer, y esperaba tener la certeza de que esos individuos estaban de algún modo relacionados con los ataques a la población civil, al poder jurídico, al poder político y a la segregación racial y salía con la certeza de que eran un par de imbéciles sin posibilidad alguna de curación.

Los dos españoles se quedaron solos en la oficina. Ya nadie reparó en ellos. Horas mas tarde, y muy a su pesar, tuvieron que pedir un taxi y pagarlo de su bolsillo, cosa que no fue fácil, ya que ninguno de los dos parecía dispuesto a sacar la cartera antes que el otro.

En el trayecto hablaron de un nuevo proyecto. Tenían la certeza de que una payesa de Olot que estaba destilando licor clandestinamente, había puesto en órbita el primer satélite artificial de la humanidad, al explotarle el alambique y salir por los aires en agosto de 1957, un par de meses antes de que los rusos pusieran en orbita el Sputnik.

Ahora, cuando pudieran regresar a España, a casa, deberían ponerse a recopilar los datos y los documentos y sobre todo, buscar la financiación pública necesaria para el estudio e investigación de los diferentes modos de destilación, y del tipo de alambiques de la época. Cuando acabaran el estudio, cosa que tardaría varios años, reclamarían al presidente del Soviet Supremo la restitución de la afrenta y una elevada compensación económica por daños y perjuicios, así como bautizar con el nombre de la payesa la Gagarin Plataform, lugar desde donde se lanzó el Sputnik, segundo satélite artificial del hombre.


Clemente era un hombre de suerte. Justo delante de recepción un enorme camión de cerveza reponía el almacén del Motel del preciado líquido. Sin dar tiempo a nada salió en busca del ansiado tesoro que le aguardaba. Tanta fue la prisa que olvidó ponerse calzado y las piedras del asfalto le hicieron un poco de daño en las plantas de los pies. Aunque las cervezas estuvieran calientes no importaba, había estado ocupado vaciando las máquinas de hielo para tener una buena reserva en la bañera que ahora estaba llena por la mitad de cubitos helados.

Cargó con dos cajas de 24 unidades. El repartidor le obsequió con una gorra y un llavero que era un descorchador con forma de botellín. Formarían parte de sus mejores recuerdos del viaje.

Esperaba que al día siguiente, ya lunes, pudiera partir de ruta. Le quemaba la moto parada. Sentía su llamada. A veces inconscientemente, mientras veía dibujos animados en la tele, movía el pie como si cambiara de marcha, mientras con la boca imitaba el petardeo del motor, como hacían los chiquillos por la calle. Cuando creía estar conduciendo la Harley, imitaba un sonido bronco, en cambio, si pensaba en su querida Ossa Yankee, el sonido que salía de sus labios era mas agudo. Así pasaba horas.

Pensaba en su familia. En la Pepi. También en sus padres y algo menos en su irritante hermana, sus molestos hijos y también en el idiota de su cuñado. Cuando había rozado la muerte la otra noche, recordó que su mujer había querido decirle algo cuando llamó y que no hubo ocasión de escucharlo. Ahora necesitaba saber que pasaba. Le urgía saberlo, así que llamaría dentro de dos o tres días, quizás cuatro. Nada de ponerse nervioso. Descorcho con su nuevo llavero un botellín de Bud y sonrió.

-Jejejeje..........va por ustedes- y se marcó un pase de pecho con el botellín antes de bebérselo de un trago.

Continuará.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
Humphrey
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Humphrey »

Gracias, Paté, me tienes enganchado... :XX: :XX:
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

A la espera del siguiente
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Bonniato »

Muy bueno.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO DECIMOSÉPTIMO


“Los apellidos”


Lunes 12 de Agosto


Apenas el sol asomaba en el horizonte y Clemente ya había preparado la motocicleta en las inmediaciones de su habitación. Acumulaba un poco de polvo y una pequeña telaraña entre los cilindros del motor. Al ver la diminuta araña colgando de ella, a Clemente le entró un ataque de ternura, y desestimó pegarle un manotazo y aplastarla de un fuerte pisotón. Decidió que siguiera con él y que fuese testigo del inicio de su ruta por el país.

Al poco la moto, y con una habilidad desusada en él, estaba ya pertrechada con todo el equipaje bien sujeto y aguardando a que una firme patada le diera la vida que merecía.

La temperatura era agradable. De esos días que una simple chaqueta es suficiente para emprender el camino, y que un rato más tarde ya hay que desechar y guardar con el resto del equipaje.

Su primera misión sería completar lo necesario para la travesía. Decidió comprar una pequeña tienda de campaña para que, en caso de no encontrar alojamiento, poder guarecerse y pasar la noche junto a un pequeño fuego reconfortándose con una taza de café. Como en las pelis de oeste.

Clemente ataviado con una camiseta de los Rolling Stones, sus pantalones de cebra daltónicos, la cazadora vaquera y las John Smith azules, giró la llave de contacto y arrancó la moto. Un par de segundos más tarde, la araña y la tela que había tejido, se volatilizaron producto del calor del motor. No acompañarían a Clemente en su viaje, ya habían emprendido el suyo propio al cielo de las arañas.

La habitación se había quedado con la puerta abierta. Casi un centenar de botellines de cerveza estaban perfectamente dispuestos formando una pirámide de vidrio. En la bañera se derretían los miles de cubitos de hielo que aún permanecían en su interior y la televisión encendida retransmitía imágenes de los sucesos del domingo anterior.

Se podían ver violentos enfrentamientos, esta vez de diferentes grupos, divididos en subgrupos y facciones discrepantes, de organizaciones pacifistas que se habían concentrado para pedir el cese de las hostilidades. Reunidos en asamblea, no lograron ponerse de acuerdo en que acciones pacificas tomar. Por un lado estaban los que sugerían una acampada en los jardines del parque Kennedy, pero la facción vegana adujo que someter a la hierba a la presión de la personas no era tolerable, y por otro los que proponían acampar en las calles y Avenidas principales con la discrepancia airada de los ecologistas que argüían que no podrían circular con sus bicicletas libremente.

Horas más tarde un miembro femenino del grupo en contra del uso del sostén y que luchaba ferozmente por la liberación de los pechos, golpeó fortuitamente a un anciano activista pro-marihuana al lanzar un sujetador a modo de protesta. El pobre hombre que estaba en estado de relajación máxima se precipitó contra el suelo y se hubiera matado de no haber ido a estrellarse contra una pareja que practicaba sexo y que eran miembros de honor de la asociación por el amor libre. Eso desencadenó una ola de empujones, insultos, golpes a diestro y siniestro, muy a pesar del organizador de la marcha por la paz que se desgañitaba altavoz en mano para intentar poner un poco de cordura a la situación. Al menos lo intentó hasta que otra activista del movimiento por el silencio y el recogimiento espiritual le arrebató el artefacto y le sacudió un golpe en la cara con él que terminó con la espléndida dentadura del hombre.

A partir de ahí, las escenas de violencia que se desataron asustaron incluso a los propios delincuentes profesionales que optaron por retirarse a sus dominios y dejar que los promulgadores de la paz y la convivencia siguieran en su batalla campal que parecía no tener fin.

La moto inició la marcha con Clemente a sus mandos. Se sentía de nuevo libre y pleno. Al poco estaba ya rodando por la avenida de tres carriles y se conformaba con hacer lo que los vehículos que tenía a su alrededor hacían. Circulaba por el carril central, que es la estrategia que siguen los forasteros cuando llegan a un lugar desconocido. Eso permitía poder tomar cualquier dirección con mayor soltura. Una nueva muestra de sabiduría de un viajero experimentado.

Media hora más tarde la calle seguía sin visos de terminar. Una sucesión de negocios, de casitas bajas, de nuevo negocios, más casas, algún jardín y multitud de establecimientos de comida rápida y gasolineras.

Sabía que estaba en las afueras por el simple motivo que las numerosas humaredas que se levantaban estos días estaban mas lejos, lo mismo que las docenas de helicópteros que sobrevolaban por la ciudad.

Sabía que la carretera 35, que era la que buscaba, salía por el norte de la ciudad. Había estado intentando orientarse por la posición del sol repitiéndose una y otra vez “el sol sale por el este y se esconde por el oeste”, pero luego se hacía un lío pensando que si el sol estaba despuntando y él quería ir al norte, el sol debería estar a su derecha, aunque no a la derecha del todo, sino un poco más adelante, para luego arrepentirse del pensamiento y dudar de si el oeste estaba o no a la derecha, o quizás a la izquierda.

Tuvo que detenerse a poner combustible. Imitó a otro motorista que había cogido la manguera que ponía “unl.....”, no se qué y llenó el depósito. Luego abonó el importe en una cabina donde un señor que comía Doritos, le dijo algo que no entendió. Así que declinó preguntarle donde estaba la carretera 35.

Fue al salir de pagar donde observó con dificultad un enorme cartel a lo lejos, que tenía dibujado un escudito con el número 35 dentro, igual que en el mapa. Una explosión de alegría le invadió, por fin estaba en el camino correcto. No quiso pensar que ya habían transcurrido un depósito de combustible y dos horas desde que emprendió el viaje. Y desconocía que se había dirigido en dirección contraria desde el primer instante. Pero ya todo daba igual, ahora se trataba de seguir el número 35 todo el día y podría disfrutar del camino.

Una vez en la dirección correcta, la carretera ya no era de tres carriles, ahora era de cinco. Atravesaba increíbles puentes, viaductos, cruces e incorporaciones. De momento se veía inmerso en una ingente cantidad de tráfico. Inmensos camiones de dos remolques, coches grandísimos, furgonetas, otras motos conducidas por individuos que lucían crespones negros, le rodeaban y no le daban ninguna sensación de seguridad. De no haber estado atrapado en ese increíble laberinto de carreteras, hubiera acelerado de manera implacable y hubiera huido por la primera salida.

Tanto vehículo le estaba causando inquietud. Apenas podía rebasar a los más lentos cuando de pronto era él adelantado por un gigantesco trailer que hacía sonar la bocina. La moto empezó a petardear en claro síntoma de estar quedándose sin combustible. Clemente tuvo que soltar la mano y colocar el grifo en posición de reserva, momento en el cual una junta de dilatación hizo acto de presencia. El golpe fue lo suficientemente importante como para que perdiera por unos segundos el control firme del acelerador, accionándolo a tope. La moto salió disparada y cuando estaba a punto de colisionar con la trasera de una pick up amarilla, la raza del motero experto, la excelencia en la gestión del pánico que se adquiere a base de sustos de muerte, hizo que con un golpe de cadera y el trabajo de su ángel protector, esquivara el enorme truck y se colara entre este y un furgón de reparto.

Cuando de nuevo abrió los ojos pudo ver que la siguiente salida le llevaba a otra gasolinera. Era hora de repostar y de echar gasolina al tanque. Tomó con decisión la salida, con la misma decisión con la que tuvo que frenar el conductor del furgón de reparto para no golpearle, y al poco estaba llenando el tanque, para pasar seguidamente al bar y poder relajarse.

De la ventana del mismo se podía observar como había una pequeña carretera que circulaba paralela a la gran autopista. Era sin lugar a dudas la antigua ruta que atravesaba los pueblos, las aldeas, y los inmensos campos de cereal con las espigas al viento, salpicadas de amapolas. Era la carretera que debía seguir.

Supo al mirar la cara de la camarera que esa señora hablaba también en español, aparte de extranjero. Y así lo certificó cuando le pidió una cerveza grande y algo de comer. La mujer que no podía apartar la mirada de la oreja de Clemente, o mejor dicho de la “no” oreja, resultó ser una mujer muy vivaracha y que por supuesto hablaba en el idioma que hay que hablar.

Cuando le trajo la cerveza y unas enchiladas y una porción enorme de bizcocho de zanahoria, le explicó que si, que aquella carreterilla circulaba paralela a la autopista. Que unas millas mas adelante se separaba de esta última y se tornaba aún más “bella y solitaria”, pero que en unos 300 km discurría a la par acercándose y alejándose aleatoriamente. Se la recomendó para alejarse del tumulto de la highway y disfrutar del autentico sabor de Texas.

Minutos después Clemente ya circulaba por ella. Anhelaba poder circular con los inmensos campos de trigo ondulante, pero ya en esa época del año estaban cosechados y no quedaba ni rastro de ellos. Lo de las amapolas tampoco pudo ser, pero al menos de cuando en cuando aparecían campos enormes de maíz, que a medida que transcurrían los kilómetros se hacían más y más frecuentes.

A media tarde había recorrido ya doscientas millas, que era una cantidad aceptable para un primer día. De pronto la carretera llegaba a un pequeño pueblo. Pensó en buscar un sitio para repostar y descansar un rato, antes de buscar un lugar donde pernoctar. Si era posible, procuraría encontrar un colmado donde adquirir la tienda de campaña, como cuando hizo la mili y el campamento en Cerro Muriano antes de ir al cuartel de Coria del Río.

Una casa avejentada situada en el extremo sur del pueblo, disponía de dos viejos surtidores de combustible. Repostaba allí un sedán gris, y charlaba animadamente con un anciano que llenaba el depósito del coche, su propietario, que a tenor de su indumentaria era un sacerdote. Le delataba el alzacuellos sobre camisa negra.

Cuando Clemente entró en el descampado que ocupaba la casa y el surtidor, ambos se le quedaron mirando. El anciano le dijo al reverendo que iba al interior a por el rifle, pero este le dijo que los caminos del señor son inescrutables y que todos somos hijos de Dios.

Detuvo la moto en el otro poste y saludo con la mano a la par que decía con un acento infame “jelou”. Cuando el anciano terminó con el religioso, se acercó a llenar el depósito de Clemente, no sin antes pedirle al cura que se quedara un poco hasta que el delincuente de la moto se hubiera ido.

El cura fue testigo de cómo Clemente intentaba con amabilidad saber donde podía encontrar un sitio para dormir, o donde poder comprar una pequeña tienda de campaña. El viejo no comprendía nada. Por allí no solían ir chicanos en moto, ni turistas, ni pordioseros, y mucho menos las tres cosas a la vez. Los únicos que se atrevían a ir por allí eran, o bien los reclusos del penal que realizaban trabajos de limpieza de cunetas, o trabajadores temporeros que no solían confraternizar con la gente del pueblo, ya que conocían de primera mano la habilidad y puntería que tenían estos con las pistolas y las escopetas.

Con mediación del reverendo, que sabía algo de español, al haber estado en Nicaragua un par de meses, justo antes del golpe de estado Sandinista del 79 que derrocó al otro dictador Anastasio Somoza, pudo hacerse entender. Al final concretaron que dejaría la moto allí, que le acompañaría al almacén de provisiones donde podría comprar la tienda, y luego le devolvería al surtidor donde por 20 dólares el anciano le dejaría dormir en el cobertizo donde en su día guardaba el ganado, y hoy almacenaba trastos y un viejo pero decente camastro en un cuarto aledaño. Era donde hospedaba a su hermano, en paz descanse, Eugene, cuando regresaba sin blanca de año en año.

En el colmado, uno de los hermanos Fuller, atendió a Clemente que era traducido por el cura, mientras el otro que no podía dejar de mirar los pantalones que vestía, empuñaba un viejo Colt por si se hacía necesario su uso. Clemente compró la tienda, una linterna, unas tiritas, una botella de tequila para obsequiar al anciano, y una docena de cervezas frías, dos de las cuales ofreció a los tenderos, que no dudaron en aceptar encantados. Otra se bebió él de un trago, pero el cura se bebió la suya a mayor velocidad si cabe.

Ya de mañana, al despertar no recordaba muy bien que había pasado. No se había despertado en el camastro, sino debajo de él. Le dolía la boca, sin duda alguien o algo le había golpeado fuertemente en ella, y cuando salió al exterior el sol le deslumbró de lleno. Empezó a elucubrar que si el sol estaba en tal posición, el norte estaba en tal otra, y el oeste a su izquierda, pero le resultaba dificultoso concentrarse.

Tenía un momento “flash” en el cual se vio bebiendo a morro de la botella de tequila, mientras el anciano descorchaba unas botellas sin etiqueta de un brebaje parecido al whisky. Recordaba a medias como el cura se tambaleaba de un lado al otro de la cocina del viejo, donde los hermanos Fuller hacían lo propio con una garrafa de aguardiente casero. Uno de ellos se precipitó de manera brutal contra el fregadero y permaneció allí sin sentido durante horas, sangrando por la brecha que se había hecho en la frente.

El otro estaba, según podía ver ahora Clemente, tirado en calzoncillos junto a uno de los surtidores y al fondo, el sedán gris del reverendo estaba boca abajo en la cuneta con claras muestras de haber sufrido una grave colisión. En su interior dormía la mona el anciano envuelto en vómito y de su boca colgaba la dentadura postiza de manera grotesca.

El cura se encontraba sentado en una mecedora del exterior durmiendo profundamente y en su mano guardaba el viejo Colt de los Fuller. Fue cuando Clemente recordó que intentando disparar el arma, el retroceso de esta le golpeo en toda la cara, de ahí el dolor que sentía. Lo que no podía recordar era que el disparo había impactado en un transformador eléctrico que estaba situado en lo alto de un poste de luz, y había dejado toda la noche sin luz al pueblo, después de estallar en un colorido baile de chispas.

Fue a la cocina, y en un acto casi suicida, se amorró al grifo de agua y bebió con avidez. No recordaba el tiempo que hacía que un trago de agua le sentaba bien, así que repitió la jugada, antes de irse a dormir, esta vez si, encima del camastro. Dejaría pasar las horas tranquilamente.

Cuando recobró el ánimo ya era de tarde. Un equipo de reparación de una compañía eléctrica, abandonaba las inmediaciones de la casa. Hacía horas que los bomberos habían rescatado al anciano y a los Fuller que fueron trasladados al hospital. El cura fue detenido por conducir borracho y provocar un grave accidente. Como no recordaba nada y su religión le prohibía mentir, no negó los hechos y aceptó la pena que le impuso el juez, que era ateo confeso. Durante las dos semanas de encierro en presidio se devanó los sesos intentando recordar, pero lo único que rememoraba era el sabor a destilados de la juerga nocturna. Pensó seriamente en dejar el ministerio, pero al final encontró su lugar prestando ayuda en centros de alcohólicos anónimos. Como bien dijo, los caminos del Señor son inescrutables. Amén.

Clemente creyó conveniente seguir una noche más en el camastro para recuperarse, y así seguir oculto a los ojos de la policía que patrullaba las inmediaciones de la gasolinera, al menos hasta que el anciano volviera del hospital y pudiera atender de nuevo el servicio. Se evitaba preguntas incómodas y de algún modo se sentía protegido.

***************************

Al Manzini tenía en sus manos un documento importante. La identidad del otro español. Y había una gran casualidad. Se apellidaba de la misma manera que uno de los otros dos individuos. Había relación entre ellos, al menos familiar sin duda. Entre Clemente Guerra Tapiz y Zadornil Guerra Guerra.

Una patrulla detuvo en el hospital a los dos individuos que fueron trasladados a una cárcel de alta seguridad secreta. Les esperaban largas horas de interrogatorio y posiblemente de torturas.

Continuará.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Bonniato »

Vamos a situar el emocionante relato al frente de los nuevos posts. Que no se lo pierda nadie.

Gracias, Paté.
anibalga
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

:face: 8-)
pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Hoy.......capítulo largo.....

Gracias a todos por el seguimiento.

Un saludo.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO DECIMOCTAVO


Air-Raid Siren


Miércoles 14 de Agosto de 1985


En el Estado de Nevada, a 105 km al norte de Las Vegas, la ciudad del juego, se encontraba emplazado el NTS, el Nevada Test Side, o dicho en román paladino, un campo de pruebas nuclear de los Estados Unidos.

Aquel miércoles tuvo lugar una explosión controlada de un artefacto nuclear de 20 kilotones, equivalente a la que destruyó la ciudad de Hiroshima, cuarenta años y ocho días antes. La bomba que se utilizó, denominada “Brain”, contribuyó de manera eficaz a estudiar los efectos de la radiación, y a buen seguro tuvo su parcela de éxito en uno de los más de 75.000 casos de cáncer de tiroides detectados entre las poblaciones más cercanas y no tanto, del campo de pruebas americano.

A varios miles de kilómetros de Nevada, Clemente se había espabilado a media noche. Preparó concienzudamente la moto y el equipaje, y tras dejar en el camastro otro billete de 20 $ por la noche extra, partió del modo más silencioso que pudo, cuando aún faltaban más de dos horas para amanecer.

Recordaba de cuando se acercó al colmado de los Fuller, que la carretera que debía seguir tomaba por una calle a la derecha de la tienda. Intentó memorizar el recorrido cuando abandonaba la gasolinera, pero no tenía claro del todo por donde seguir. Tampoco colaboraba mucho su perdida de visión, mas perceptible de noche, y mucho menos la escasa iluminación del diminuto faro de la moto.

No obstante tuvo tiempo de dedicar un momento a reflexionar sobre la máquina que petardeaba entre sus piernas. No había tenido ni un momento de debilidad, ni había tenido que reparar nada, y ni siquiera se había desarmado alguna parte de ella. Su añorada Sanglas, a estas alturas habría necesitado un buen mecánico español, habilidoso con el martillo y la soldadura, practicas fundamentales de un buen especialista en motores patrios.

Estando en ese punto, adivinó el edificio que albergaba el comercio Fuller. Tocaba girar a su derecha y seguir la carretera. Un par de minutos más tarde, se sorprendió de que la misma dejara de estar asfaltada. Apenas distinguía nada en el horizonte. Maldijo al fulano que había cambiado el faro original y le deseó un paseo por la tinieblas, pero en aquel momento se serenó. A lo lejos, quizás a un kilómetro, se adivinaban un par de luces tenues, que reflejaban una construcción, una casa tal vez.

Efectivamente era una casa. Para ser exactos, y tal y como anunciaba el cartel que no había podido leer, era el Broken Bones Ranch. Y en aquel preciso instante, un par de luces se encendieron dejando ver la silueta de una ventana. Al poco, y cuando ya se acercaba mas lentamente con la mosca detrás de la oreja, la única oreja que conservaba, vio claramente como se abría de par en par la puerta principal del edificio. Un par de siluetas salían al exterior y de pronto, dos fogonazos acompañados de un ruido ensordecedor, le dieron la bienvenida.

En otro acto reflejo típico de quien es suspicaz con el acogimiento y la recepción calurosa y afectiva ajena, detuvo la moto en seco, apagó el faro sin notar mucha diferencia en su rendimiento visual, y se dispuso a volver por donde había llegado con la sana intención de no verse en la cama de un sanatorio, o peor aún, en la cámara frigorífica de la morgue. Otros disparos, esta vez no al aire como los primeros, hizo que notara de cerca lo perjudicial que puede llegar a ser recibir un tiro.

En estos momentos de fatiga mental, cuesta coordinar los movimientos, máxime si los realizas a oscuras, con el miedo en el cuerpo, y con muchísima prisa. El resultado fue que Clemente cayó de lado al unísono con la moto. Lejos de ser una desgracia, impidió que un nuevo disparo le alcanzara. Visto y no visto, la moto salía disparada levantando una nube de polvo y Clemente rozaba un número de pulsaciones digno de un atleta en pleno esfuerzo.

Se encontraba de nuevo en las inmediaciones de la casa Fuller. Un pequeño camión de reparto acababa de dejar en la puerta un paquete de periódicos y salía en la misma dirección de donde venía él, pero en apenas cincuenta metros, en lugar de seguir de frente, tomó una pequeña bifurcación, que antes no vio Clemente, que sin lugar a dudas salía de la ciudad rumbo al siguiente destino.

Metió primera, segunda, tercera, acelerando a tope. Seguía de lejos la estela de lucecitas rojas de la trasera del camión, y pasados unos instantes, encendió su faro. Milagrosamente, la caída anterior, había conmutado accidentalmente el interruptor de las luces, y ya por fin, circulaba en luces cortas y no en las de posición. No es que fuera un prodigio de iluminación, pero podía ver los contornos de la vía por la que circulaba. Una vez más se demostraba que cuando parece que el fin está cerca, lo único que sucede es que empieza el camino.

La carretera serpenteaba suavemente. Seguía de lejos al camión, donde el conductor estaba preocupado por advertir que alguien le seguía en la distancia con una moto. Por si acaso, y mientras esperaba encontrar un lugar seguro, sacó de la guantera una Beretta 92 FS, la pistola más vendida del mundo. No terminaba de entender que llevaba a alguien intentar robar un camión lleno de periódicos conducido par alguien que llegaba a fin de mes por puro milagro, pero su cuñado que también trabajaba en la empresa de reparto de publicaciones, fue víctima de un robo con violencia con la consiguiente tunda de palos, pero se podía entender, en aquella ocasión llevaba el número de fin de año del Penthouse con póster desplegable de Jenny Spielberg. Por si acaso él ya estaba preparado.


Clemente decidió que ya era momento de parar a recobrar la presencia de espíritu. Nunca había sido tiroteado, si exceptuamos el incidente en la mili donde un recluta de Pola de Siero lanzó una granada en la dirección equivocada y a punto estuvo de matar a media compañía. Aún de noche, junto a la moto, le llegaba el calor del motor, la luz ahora enfocaba a una señal de tráfico amarilla con un 30 dibujado dentro. En el horizonte se atisbaba un tenue reflejo amarillento, que denotaba un amanecer ya próximo. Respiró profundamente, el aire fresco llenó sus pulmones y le alivió. Una nueva y larga bocanada le produjo un leve mareo, y la tercera le introdujo un insecto horrible por la garganta. De nuevo comenzaba su disputa con los inmundos bichos de la jodida naturaleza.

El infeliz conductor del camión, por un lado se lamentaba de que el seguidor se hubiera detenido, y no le pudiera brindar la oportunidad de volarle los sesos de un certero disparo, y por otro se alegró de no tener que hacerlo, ya que jamás había tenido la ocasión de disparar un arma de fuego, y en realidad nunca deseaba hacerlo. El buen hombre devolvió la pistola a la guantera, pero olvidó ponerle de nuevo el seguro. Huelga decir que las consecuencias del disparo fortuito que ocasionó al enganchar el gatillo con algún objeto, no fueron del todo motivo de alegría. La bala atravesó el cortafuegos y se incrusto en el radiador del camión con fatales consecuencias para el mismo. Hoy no llegaría a tiempo a repartir la prensa.

Poco después en el desierto de Nevada, una horrible explosión hizo temblar el suelo en decenas de kilómetros a la redonda. Eran las 8,05 de la mañana cuando en el horizonte se dibujó una enorme nube con forma de hongo. Dejó constancia del evento una cámara cinematográfica instalada en un bimotor de la U.S.A.F. y manejada por un operador que moriría de cáncer de páncreas meses más tarde.

Clemente ya estaba de nuevo en movimiento. La suave temperatura invitaba a recorrer la ruta de modo alegre. No hacía mucho había sobrepasado a un furgón de reparto de prensa que humeaba de la parte delantera. Su conductor le hizo gestos para pedir auxilio, pero lejos de pararse siguió acelerando la moto, no fuera a ser que quisiera robarle o algo peor. Empezaba a comprender que la gente por allí era muy aficionada a tener y usar todo tipo de armas de fuego.

Atravesó un nuevo pueblo, con la misma gasolinera, el mismo bar, la misma calle rectilínea, los mismos coches, las mismas caras, la misma gente miserable, los mismos cobertizos a la salida y el enorme depósito de agua en el otro extremo del pueblo.

A este pueblo le siguió otro, pero a diferencia de los demás, parecía tener mas importancia. Había bancos, farmacia, peluquería, y una estación de bomberos. Estos se afanaban en pulir todos los cromados de los camiones y en pasar un paño por la pintura. Realmente lucían como si estuvieran nuevos.

Como necesitaba repostar y un desayuno, se detuvo en una gasolinera abanderada por una multinacional petrolífera. Estaba en lo cierto, aquel pueblo era más importante que los demás. Como siempre, repostó el mismo el combustible, derramo las últimas gotas sobre el depósito, y fue a paga r a la caja. Un enorme cartel estaba pegado junto a la ventanilla de cobro. Se podía ver un dibujo de unos tanques, perros policía, helicópteros, soldados con lanzagranadas, todo tipo de armas y llamaba la atención un grupo de muchachas que arrojaban flores al paso de un enorme camión que transportaba un misil.

Obviamente no podía entender que ponía en el cartel. Incluso la fecha estaba escrita de distinta forma, pero anunciaba que se celebraba a las afueras del pueblo, la feria más relevante de todo el Estado. Por primera vez la habían hecho coincidir con la prueba nuclear de Nevada, en un merecido homenaje a los soldados del Enola Gay, que tanto bien hicieron para la nación americana.

Desayunó con avidez. Tomó un café aguachinado, que cada vez que terminaba, una anciana camarera se empeñaba en reponer, un plato con tocino a la plancha, que allí llamaban “beicon”, acompañado por una tortilla mal hecha, toda revuelta, un par de rebanadas de pan Bimbo, que soportaban unas cucharadas de alubias negras. Y a pesar de todo, se lo comió con ganas.

Cuando terminó ya iban a dar las diez de la mañana, y por la carretera el tráfico era abundante. Cientos de coches se dirigían al lugar de la feria. Muchos de ellos con la bandera americana ondeando, autobuses escolares con niños contentos de no tener clase ese día, los camiones de bomberos que había visto antes que hacían sonar sus sirenas invitando a la gente a unirse al evento.

Como pudo se coló en la larga procesión de asistentes, que cinco minutos más tarde se desviaban a la derecha hacia una gran campa que tenía un enorme aparcamiento. Le seguía un recinto vallado que daba paso un vasto terreno donde multitud de casetas, enormes tiendas de campaña militares, stands y grandes camiones publicitarios formaban una especie de avenida que desembocaba en un gran lago que abastecía de agua potable a las localidades cercanas.

A ambos lados del enorme ferial, unas enormes masas forestales proporcionaban algo de frescura matutina. En el lago se podía observar que habían montado una estructura de madera, que simulaba ser un barco de guerra que llevaba en lo alto la bandera comunista. Allí, media docena de figurantes iban disfrazados de manera grotesca con gorros rusos esperando el momento estelar de su actuación.

Clemente que en un principio no tenía intención de visitar nada, observó que mucha de la publicidad que colgaba del vallado o que estaba pintada en las tiendas y camiones, se correspondía con bebidas alcohólicas y en particular de cervezas. Y salió a relucir su lado profesional, de catador de cerveza, de gerente de cuatro bares y no tuvo más remedio que obligarse a explorar diferentes alternativas y opciones diversas con las cuales enriquecer su experiencia.

Siguió la corriente que le llevaba al aparcamiento. Allí un par de señores barbudos le hicieron señales para que tomará un camino que le acercaba a la entrada. Un lugar de preferencia estaba destinado al estacionamiento de las motos. Los organizadores sabían que muchos de los motoristas eran veteranos de guerra, o miembros de clanes ultranacionalistas y por eso tenían un lugar preferente. Al llegar otro barbudo le indicó donde poner su máquina, y con gestos le dijo que no se preocupara de su equipaje. Unos mocetones armados con cartucheras y un revolver hacían las veces de vigilancia. La verdad es que tenían todo muy bien pensado.

Se quitó el casco y lo puso sobre el manillar. Al ver la horrible mutilación de Clemente, uno de los vigilantes supo de inmediato, que era un veterano de guerra con serias heridas de combate. Lo mismo que le sucedió en el concesionario de motos. Este hombre se acercó y le estrechó la mano a la vez que le decía “gracias por lo que has hecho por tu país”. Clemente no entendía nada y no contestó nada, era una estrategia que sabía que funcionaba, y el chico comprendió que no solo le faltaba la oreja, sino que también el oído.

Con ademanes le invito a seguirle. En la taquilla, charló con el vendedor de entradas y le dieron sin pagar un pase de color oro. Era el salvoconducto destinado a todos los veteranos de guerra, que les proporcionaba entrada, bebida, comida y acceso a todos los espectáculos de manera gratuita y preferente.

Un poco azorado se encaminó al interior del enorme recinto. Sin duda le llevaría horas poder ver todo aquello, pero decidió tomarse su tiempo y disfrutar del día. Lo primero de todo fue dirigirse a los lavabos. Eran unas casetas prefabricadas donde la gente aguardaba una larga cola, para sacar a pasear la suya propia y aliviar la vejiga. Uno de los numerosos vigilantes observó la tarjeta dorada que colgaba del cuello de Clemente, y con bruscos gestos obligó al resto de asistentes a dejarle pasar. La gente muy respetuosa se apartó y algunos se llevaban las manos a la boca cuando veían la mutilación de Clemente. Otros se llevaban la mano al corazón y le hacían el saludo militar. En verdad aquella tarjeta era un tesoro.

Siguió el recorrido y pudo observar diferentes entretenimientos, como un pequeño recinto donde unos perros adiestrados de la policía ladraban ferozmente sujetos por un agente. Al poco salía de detrás de una pared de madera un fulano disfrazado de chino, debidamente protegido con un ropaje grueso, para poder soltar los perros y que estos le atacaran de forma violenta.

En el puesto contiguo un representante de Federal XC Ingeniería mostraba al público su nueva arma, una fantástica metralleta de 9x19 mm Parabellum. Un grupo de boy scouts aguardaba su turno para poder disparar en el campo de tiro trasero. De nuevo al ver su tarjeta dorada los escolares tuvieron que retirarse y dejar prioridad a Clemente. Este rehusó la cortesía, y cogió a una anciana que acompañaba a los muchachos y le puso la metralleta en las manos. La señora, ni corta ni perezosa, se dirigió con paso firme y disparó con energía. Todas las calabazas que hacían la vez de blanco, quedaron fulminadas en unos segundos, y Clemente comenzó un aplauso que fue seguido por la concurrencia.

-Muy bien abuela, muy bien- dijo en voz baja.

El siguiente puesto era de parada obligada. Un enorme bar decorado con banderas nacionales, donde servían unas extraordinarias cervezas de algo más de medio litro. En la trasera se cocinaban lentamente al fuego, dos enormes reses vacunas, para cuando fuese la hora de comer. Bebió un par de jarras en una de las enormes mesas, acompañado por media docena de granjeros de camisas de cuadros, que portaban su propio rifle o pistola en el cinto. Todos le saludaban jarra en mano, al igual que saludaban a un grupo de viejos que llevaban casacas con medallas, o gorro militar. Eran veteranos de la Segunda Guerra Mundial y muchos de ellos iban en silla de ruedas, o con muletas, eso sino les faltaba algún miembro, como a él. También la bebida era gratis.


Un anciano en silla de ruedas motorizada, se acercó junto a otros que le acompañaban, le estrecharon la mano y le saludaron militarmente. Con un acto reflejo él también les saludo y todos rieron al unísono. El más viejo de todos llamó a la camarera y le ordenó cervezas para el grupo. Todos llevaban la tarjeta dorada colgada del cuello.

Le hablaban simultáneamente y por supuesto no entendía nada de lo que le decían, pero aprovechaba para sorber un trago del vaso, levantarlo y brindar con los abuelos. Al poco ya estaban todos un poco alegres y fue cuando uno de ellos le dijo, en extranjero por supuesto.

-Yo serví en el U.S.S. Michigan, en el Pacifico Sur....-dijo solemnemente.

-Fui navegante de un B-17.....nuestro avión derribó varios A6M Zero, teníamos un artillero fantástico.....-dijo otro.

-Yo estuve en el desembarco de Normandía, aquello fue una carnicería, perdí muchos buenos amigos.......-dijo un tercero que usaba una muleta para caminar, producto de una lesión de béisbol.

Clemente no entendía nada, pero imaginó que decían algo de la mili. Por algo iban vestidos con casacas y gorras militares, y llevaban medallitas e insignias.

-Coria.......Coria del Río- grito Clemente.

Acto seguido, todos los allí presentes se pusieron en pie a modo de respeto. Claro que habían entendido que Clemente era un superviviente mutilado del conflicto de Corea. Un asistente comenzó a cantar el himno nacional, y al poco los miles de asistentes se lanzaron a voz en grito a entonar el cato. La verdad es que fue un espectáculo muy bonito. Otro de los ancianos tuvo que conectar el Sonotone para poder oír los acordes finales. A Clemente le recordó cuando fue a ver un partido del Atlético de Madrid y todos en pie cantaron el himno en el Calderón.

A los más avispados no les sorprendió que Clemente no cantara. Sin duda era sordo, y seguramente el trauma de los horrores sufridos, le habían mermado la capacidad del habla. Fueron unos minutos extraordinarios. Cuatro cervezas después se despedía de los viejillos con la promesa de volver a verlos más adelante.

La siguiente parada fue en un puesto donde un señor explicaba todas las virtudes de los vehículos allí aparcados. Una selección de Jeeps, Willis, camiones ligeros GMC CCK, Dodge WC, motos Harley-Davidson, ¡¡como la suya¡¡, vehículos anfibios, tanques Sherman, un británico Crusader, formaban una variopinta exposición donde perder el tiempo.

Sin darse cuenta ya estaba a orillas de lago. Allí el barco simulado estaba siendo convenientemente pertrechado con explosivos, con la finalidad de, un par de horas más tarde, ser atacado por los Navy Seal que se lanzarían desde un helicóptero que ya sobrevolaba la feria, y reducirían a los rusos ficticios y harían estallar el buque de pega. A la par, otros soldados del cuerpo de Marines, a bordo de zodiacs, abordarían el barco y colaborarían en la captura de los enemigos, los subirían a bordo de las lanchas y escaparían de allí antes de que estallara la estructura. Todo muy bien pensado, como corresponde a una organización militar.

De nuevo Clemente retomó el camino de vuelta por el otro lado de la explanada. El primer stand que le llamó la atención era una oficina de reclutamiento, donde docenas de jóvenes eran captados con la promesa de una vida de camaradería, de compañerismo, de amor a la patria, de los mejores instructores físicos, de viajes por todo el mundo, de comida y alojamiento pagados y además un sueldo para sus gastos. Curiosamente la mayor parte de los que se inscribían para enrolarse, eran de procedencia sudamericana o de raza negra. Ante la disyuntiva de pasarse el resto de sus días recolectando sandías o melones, o cultivando maíz para terceros, viviendo en una chabola miserable esperando la noche del sábado para emborracharse y regresar a casa sin ser tiroteado o rajado con una navaja, preferían el infierno de ser destinados a algún desierto para liberar algún país desgraciado.

Paró en un Bar Grill donde fue convidado a varias cervezas que le empezaron a pasar factura. Se sentía un poco mareado. Sentado en la terraza, podía observar como en la caseta contigua, un grupo de personas atendían las instrucciones de manejo de un lanzallamas. La chica que explicaba el funcionamiento, hizo una estupenda demostración. Apuntó el arma hacia donde tenían atados unos perros vagabundos, cedidos por la Protectora de Animales del Condado, y en pocos segundos la bola de fuego los dejaba reducidos a cenizas. El destino de las pobres bestias, tampoco había sido peor que el de morir con una descarga eléctrica en el lazareto, donde les ponían un electrodo en la oreja y el otro en la lengua y los fulminaban en segundos. Los escolares aplaudían entusiasmados y muchos de ellos acababan de convertirse en potenciales pirómanos.

Una larga sucesión de atracciones siguieron a esas. Se entretuvo en una de un fabricante de porras y esposas para las fuerzas del orden. La demostración consistía en tomar una de las porras y darle golpes a unos cerdos que colgaban de las patas traseras. Afortunadamente para ellos, los animales ya estaban sacrificados con anterioridad, y su destino era formar parte del picadillo de las salchichas de Frankfurt de un afamado matadero local junto a los restos de los perros calcinados, que hacían la vez de potenciador del sabor.

Ahora el helicóptero se afanaba en lanzar panfletos alentando a los jóvenes a enrolarse, y a los mas adultos, a formar parte de milicias de protección ciudadana en caso de una invasión rusa desde las costas de Cuba.

Fue entonces cuando Clemente se detuvo a mirar con interés un artilugio aparentemente inocente, de aspecto anodino, que estaba expuesto en un rincón olvidado del recinto. Sólo media docena de personas atendían a la explicación del aparato. El resto del público se acercaba hacia el lago donde en pocos minutos comenzaría el plato fuerte matinal del asalto al buque enemigo.

La máquina era un enorme cajón metálico que escondía en su interior un motor V8 de procedencia Chrysler que erogaba unos 180 CV de potencia. En uno de sus extremos tenía montado un enorme depósito de aire que daba lugar a tres gigantescas trompetas, del tamaño de un armario ropero cada una, y que no eran sino una enorme sirena. Bastaba con poner en funcionamiento el motor, llenar el depósito de aire y accionar una palanca para liberarlo a través de las trompetas.

Estos artilugios formaban parte de un sistema nacional de alerta en caso de invasión del territorio por parte de tropas extranjeras. Producían 180 Db y se podían escuchar a 40 km de distancia, incluso más si el viento colaboraba y soplaba a favor.

Las Air-Raid Siren tenían tal potencia de sonido que eran capaces de disipar la niebla, ya que las ondas sonoras fusionaban las partículas de niebla y provocaban una fina lluvia. Nadie en su sano juicio se colocaría en las inmediaciones del chisme en el momento en que se pusiera a emitir la alarma. De hecho estaba dispuesto que en caso de necesidad, deberían hacerlas funcionar presos de los penales más próximos, estando prohibido al personal militar activarlas por el alto riesgo de sufrir lesiones irreversibles.

El señor que explicaba el funcionamiento, iba tocado con un par de auriculares de alta protección. Ya había experimentado en la fase de restauración los efectos nocivos del intenso sonido que provocaban, cuando por error accionó la palanca unos breves segundos, y estuvo seis meses con disfunción auditiva y terribles dolores de cabeza. Y eso que apenas alcanzó la mitad de potencia al desconectar la máquina rápidamente. Los cristales de su casa y la de los vecinos contiguos también sufrieron el efecto de las ondas sonoras.

El buen hombre, de nombre Harold, acababa de poner en marcha el motor Chrysler y movía las manos explicando como la fuerza que derogaba provocaba el funcionamiento de la bomba que llenaba el enorme depósito. Fue aquí cuando Clemente que se estaba mareando más de la cuenta necesitó sujetarse o corría el riesgo de caer desplomado.

Para infortunio de todos los asistentes, se apoyó en la palanca que accionaba la válvula liberadora del aire hacia las trompetas. Harold fue consciente de lo que estaba sucediendo cuando ya la enorme masa de aire comprimido desató los primeros compases de la sinfonía acústica más indeseable del mundo. Con la precipitación propia de quien conoce las dimensiones de la tragedia que está apunto de desatarse, intentó revertir la palanca accionada por alguien que ya había desaparecido sin dejar rastro. Fue tal el empeño que lo único que consiguió fue romper el mecanismo y dejar bloqueada la sirena.

Completamente desbocada, era tal el estruendo que formó, que los asistentes comenzaron a correr en todas las direcciones para escapar de la tortura. Tumbaron las casetas, saltaron las vallas, muchos de ellos prefirieron tirarse al lago. La innumerable colonia de pájaros de los bosques adyacentes comenzaron la desbandada, yendo cientos de ellos a chocar con el helicóptero que ya se disponía a realizar el número del abordaje del buque de atrezzo. El resultado fue que el rotor colapsó y comenzó a dar tumbos por el aire de manera descontrolada, para terminar estrellándose en medio de la laguna.

Para entonces Harold se había hecho con un bazooka de un stand de armas antiguas y con mucho dolor de corazón, y ya sordo, disparó contra su Sirena. Quedó completamente destrozada, cinco largos años de restauración meticulosa se esfumaban en un segundo.

De igual modo, cientos de personas habían huido en desbandada, los que usaron el coche para huir, quedaron pronto atascados y rodeados de cristales que saltaron hechos añicos, los que lo hicieron a pie acabaron tirados en el suelo intentando taparse los oídos con cualquier cosa que tuvieran a mano. El panorama era desolador, algunos que intentaron refugiarse en los retretes acabaron disparándose para poder acceder a ellos.

En la laguna, el helicóptero derramaba el combustible mientras los soldados luchaban por salir del agua. Cientos de asistentes les dificultaban la labor. Uno de ellos acostado en la orilla, lamentando no saber nadar, encendió un cigarrillo para serenarse. Inconscientemente lanzó la cerilla al agua para que se apagara, pero el keroseno del aeroplano estrellado no estaba muy de acuerdo con la intención y comenzó a arder de manera compulsiva. Los que sabían bucear pudieron salir indemnes, pero algunos de los forzados bañistas sufrieron dolorosas quemaduras. Quienes consiguieron encaramarse a la estructura de madera, no tuvieron más suerte. Los explosivos dispuestos para la exhibición detonaron y terminaron con las ilusiones de todos ellos. Las ilusiones y la vida, para ser exactos.

La gente seguía corriendo despavorida, algunos de ellos perdieron el calzado y la ropa. Otros desesperados llegaron a morder a otros con el fin de escapar lo mas rápido posible. Los perros policía salieron en estampida y un par de ellos fueron encontrados a ochenta kilómetros de allí un par de días después.

La chica del lanzallamas, se desembarazó del arma para escapar del infierno, pero lo hizo con tan poca diligencia que olvidó apagarlo y la lanza de fuego prendió en un camión de Coca-Cola que propagó el incendio en todas direcciones.

Los veteranos de guerra tan sólo desconectaron los audífonos y siguieron bebiendo cerveza, al menos hasta que el fuego prendió en la lona del techo y tuvieron que abandonar el bar.

Clemente que siempre había sido un hombre práctico y avisado, supo que algo raro había provocado al apoyarse en aquella barra metálica. Fue apoyarse y empezar a vibrar de un modo anormal, comenzando un zumbido que aumentaba de volumen rápidamente. Vio de soslayo la cara de pánico de Harold y supo que tenía que desaparecer como en tantas otras ocasiones

Muy cerca de allí había dispuestos unos contenedores de aspecto un tanto futurista. Un fabricante de refugios antinucleares esperaba unas buenas ventas. Soportaban sin inmutarse ataques de armas biológicas, y radioactivas. Inspirado como pocos momentos en su vida, Clemente supo que allí estaría seguro. Entró a toda velocidad en el que estaba expuesto para su visita, cuando ya su oído le comenzaba a pitar y a doler de modo apreciable. Cerró la puerta desde el interior y usó el bloqueo. Por la pequeña ventana veía la gente correr despavorida, y al propietario de la empresa intentando entrar en su refugio. Clemente no abrió la puerta, no tenía el cuerpo para ser molestado. Además descubrió que el refugio estaba provisto de una buena despensa de alimentos y bebidas.

Se sentó en uno de los camastros, mientras el señor seguía golpeando la puerta pidiendo clemencia, abrió un paquete de galletas saladas y encontró una bodega bien surtida. Aunque él no era de vinos, encontró uno de la Ribera del Duero que descorchó con habilidad. Por un instante se sintió en casa. Los de afuera, querrían estar en la suya en lugar de las puertas del averno. No había prisa y el caldo estaba excelente.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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