EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

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Humphrey
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Humphrey »

Bien, esperamos... :XX:
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anibalga
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

:face:
davscram
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por davscram »

Veremos el encuentro con lo meteros Yanquis, miedo me da ......................

Gracias Pate
pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Capítulo Décimo


“FIESTA”



Notó que el sol comenzaba a azotar su espalda. Momentos antes estaba profundamente dormido, pero el implacable sometimiento al astro rey, le había despertado. Lo lógico hubiera sido que al abrir los ojos hubiese contemplado el horroroso papel pintado de su habitación. En cambio su horizonte era azul. El azul del fondo de la piscina donde se encontraba. Afortunadamente carecía de agua, justo lo contrario que hacía unas horas cuando comenzó la fiesta en el jardín del motel. Es cierto que se encontraba semi empapado, pero era una humedad que no se le hacía incómoda. A sus pies, él se encontraba en la parte más profunda del vaso, una de las cámaras de hielo no vivía sus mejores momentos. Estaba parcialmente destrozada, y dejaba ver sus entrañas como en una especie de recordatorio de lo que fue la noche.

A pesar del cansancio, de tener el cuerpo dolorido y una sed espantosa, recordaba con gran claridad lo que había sucedido en la fiesta, en “su” fiesta. Al menos recordaba una buena parte de ella. Cuando entró cargado con el gran costillar de cerdo y los frijoles en el recinto de la piscina, los allí congregados, que ya eran multitud y charlaban animádamente, le recibieron con un aplauso, que él correspondió con una mueca similar a una sonrisa. La gente estaba feliz de verle, incluso los que no le conocían de antes, que se acercaban a estrecharle la mano, y las chicas a besarle. Las compañeras de trabajo de las chicas treintañeras, esas muy maquilladas y con vestimenta llamativa, habían preferido no ir esa noche a trabajar a su esquina, para participar en el evento.

Los músicos de reggae ya tocaban una canción que le sonaba y cuyo estribillo era algo así como “red red uain” envueltos en una nube de humo de unos cigarrillos sospechosamente parecidos a los que su amigo inglés había ofrecido el día de la excursión.

El anciano señor Barrimore estaba sentado en una butaca que le había puesto la abducida recepcionista para que estuviera más cómodo y departía con ella y con los otros músicos, el de la trompeta y el del contrabajo, que estaba afinando el delicado instrumento. La chica en cuanto le vio, se acercó sonriente y deslumbró con las lentejuelas del vestido escotado a Clemente.

-Hola “darling”, deja que te ayude con la comida- y echó mano del costillar para acercarlo a la barbacoa.

-Buenas noches, ¿sabes si hay cerveza?-

-¡Claro que hay!. Acaso crees que no se tus gustos, todos tus gustos, hasta los de la bebida.... Ya te conozco un poquitín “darling”- y fueron a por una cerveza fría para él, y un gran vaso de tequila para ella.

La barbacoa funcionaba a toda pastilla. Docenas de salchichas, tiras de tocino, filetes de res, chorizos criollos, y faldas de ternera se tostaban a manos del chico de mantenimiento. Ingente cantidad de licores formaban fila en unas mesas dispuestas en un lateral junto al murete que delimitaba la propiedad. También unos grandes cubos con hielo albergaban centenares de cervezas, e incluso una de las chicas alegres, la que llevaba una peluca afro de color rosa, trajo una ponchera enorme donde un brebaje de color melocotón parecía tener mucho predicamento.

La fiesta se iba animando a medida que las reservas de alcohol disminuían. Clemente se encontraba un poco mareado, ya que su amiga, la única con la que podía tener una conversación, estaba empeñada en que después de cada cerveza se bebiera un chupito de tequila. Decir que estaba mareado era un síntoma extraño. Clemente nunca se mareaba paulatinamente, lo hacía de golpe. Normalmente cuando había bebido una veintena de cervezas.

En ese estado de euforia contenida tuvo una gran idea. Iría donde los músicos que acompañaban al señor Barrimore, y les tararearía una canción para ver si eran capaces de interpretarla y organizar un baile diferente al que invitaba la música reggae, que a su entender era un poco tedioso y monótono.

Apenas un cuarto de hora más tarde, ya interpretaban algo muy parecido a lo que les había sugerido. Eran músicos profesionales y se notaba. Se acercaron donde los chicos de la banda y les hablaron al oído. Ellos asintieron y les dejaron un sitio en el centro donde tenían los micrófonos y empezaron a tocar.

Clemente llamaba a gritos a todos los presentes y les invitaba a ponerse en una fila y a cogerse de los hombros. Él se anudo un pañuelo a la cabeza, y se remangó los pantalones y se colocó delante de todos. Hizo una seña a la banda y el trompeta empezó a tocar los acordes de “Paquito el Chocolatero”, seguido por el contrabajo, y los del reggae que improvisaban a medida que la melodía avanzaba.

En un corto espacio de tiempo, ya bailaban todos al unísono y gritaban “eeeiiii, eeeiiii” mientras Clemente que se había hecho con el cazo del ponche les dirigía alegre mientras engullía una cerveza tras otra. La velada transcurría a toda velocidad. La recepcionista, casi incapaz de articular palabra, tuvo que llamar al vietnamita de la tienda de licores, para que trajera mas provisiones.

Se unieron a la fiesta unos camioneros que estaban en la gasolinera situada en el otro lado de la carretera del Motel. Para entonces Clemente ya había organizado a los asistentes que se lo estaban pasando en grande, a modo de las filás de moros y cristianos de Alcoy y daban vueltas alrededor de la piscina, él en la actitud chulesca que tienen los que encabezan las filás, y los demás bamboleándose al son del pasodoble que ya se había convertido en una balada conocida y apreciada. Es cierto que el bamboleo que exigía la representación, no era impostado, salía con la naturalidad propia que provoca la embriaguez, y provocó que al menos una decena de asistentes cayera a la piscina. Uno de ellos que no sabía nadar, estuvo a punto de fallecer ahogado, pero en última instancia, fue rescatado por el señor del contrabajo, que también era socorrista en Palm Beach. Fue el inicio de una bonita historia de amor entre los dos hombres.

Los camioneros enseguida encontraron acomodo en el evento, facilitaba su integración la ingente cantidad de alcohol y las chicas de moral distraída, una de las cuales se insinuaba al igual que el día anterior a Clemente, para disgusto de la recepcionista que estaba ya al borde de un ataque de celos.

Clemente ahora había dejado ya el simulacro de fiesta levantina y vaso de tequila en una mano, y cerveza en la otra, charlaba animádamente con un chófer mexicano ya visiblemente borracho y el señor Barrimore que empezaba a notar el cansancio y amenazaba con retirarse.

Aquí es cuando un hombre de ideas brillantes destaca en su faceta de líder y toma las riendas del problema. Le acercó al señor Barrimore los restos del ponche y dejó caer de manera distraída una de las pastillitas mágicas que llevaba en el bolsillo. Fue mano de santo. El anciano revivió de manera espectacular e imitando a Clemente se anudó otro pañuelo a la cabeza y se remangó los pantalones cogiendo el mando de la fiesta. Al poco, todo el personal que estaba en fase de agotamiento y declive, bailaba una konga dando vueltas al jardín capitaneados por el viejo y dos lagartas que se le habían echado encima y lo llevaban en volandas.

Con ayuda del camionero, Clemente vertió en la ponchera unos litros de vino, y toda botella que había a mano. Ron, Bourbon, Tequila y Ginebra. De alguna parte salieron limones y duraznos, que cortó y añadió a su versión tejana de la sangría. Le siguieron las tres o cuatro pastillas restantes que tanta felicidad y energía habían proporcionado al señor Barrimore, que ahora nadaba con extremo vigor de un lado a otro de la piscina sin aparentar el cansancio de los minutos anteriores.

A la llamada del anfitrión acudieron los invitados que aún podían caminar en línea mas o menos recta y tomaron un buen vaso de la poción mágica del extranjero. Los efectos del brebaje llevaron a la concurrida audiencia al éxtasis. El mexicano tuvo una idea brillante. Transportaba ganado a El Paso, y sugirió acercar un ternero y, como había visto en la tele, organizar un “bullrun” para añadir una dosis extra de emoción a la fiesta.

Barrimore que había leído a Heningway, cuando vio entrar al hombre aquel seguido por una ternera de unos 300 kilos, arrancó el vestido rojo a una de las chicas maquilladas, que pareció encantada de quedarse medio desnuda delante de los asistentes, y cortó pedazos a tirones a modo de pañuelo de sanfermines, que se anudó todo el que consiguió uno . El pobre animal estaba tan asustado que arrancó a correr por la piscina y se adentró por los pasillos del motel seguido por la turbamulta. Un par de huéspedes que ya habían llamado a la policía por el escándalo que les impedía recuperarse del disgusto de haber perdido las pruebas de que un catalán había descubierto América antes que Colón, y tenían pensado reclamar la propiedad de todo el continente para ellos, además de daños y perjuicios, fueron arrollados por la res. Afortunadamente no murieron, pero resultaron heridos de consideración y cabía la esperanza de que recuperaran la cordura a raíz del tremendo golpe recibido en la cabeza.

Dos vehículos patrulla que llegaron a la llamada de emergencias, vieron con asombro como la ternera embestía con furia a uno de ellos. Quedó prácticamente destrozado e inservible. El animal salió huyendo hacia la carretera y el otro vehículo policial salió en su busca para evitar una desgracia en la autopista. Lo consiguió a medias. Cinco kilómetros más allá, la vaca exhausta se detuvo de golpe y provocó un choque en cadena de unos veinte coches y camiones. No eran los mejores días para la ciudad, que ya estaba en boca de todos los informativos a causa de la tragedia aérea.

Los otros policías no quisieron intervenir en el jaleo. El hecho de estar casados y conocer de manera muy cercana a varias de las chicas de la fiesta, hizo que miraran para otro lado, y que llamaran a la central para informar que el pequeño altercado del motel, no era sino una pelea doméstica que ya estaba resuelta. Se unieron a la fiesta que continuó durante horas.

Clemente se puso de pie en el fondo de la piscina. Vio la cámara frigorífica y desde esta perspectiva, también vio como la chica que se había quedado medio desnuda estaba dentro junto a uno de los policías que le abrazaba.

En lo que el día anterior fue la recepción del Motel, estaba incrustado el Ford Crown Victoria policial que había sido atacado por la vaca. En su interior aún humeaba la barbacoa y había restos del carbón y docenas de botellines de cerveza esparcidos por todo el parking.

El pasillo era un dormitorio improvisado. Muchas de las chicas, los músicos de reggae y el trompeta, daban muestras de haber culminado la noche dándose amor desinteresadamente. Lo confirmaba el hecho de estar todos completamente desnudos.

El señor Barrimore descansaba en la butaca luciendo la peluca rosa, preguntándose como esta y él mismo habían podido llegar hasta el tejado del motel a dos pisos de altura. No muy lejos de él, al borde del abismo estaba el contrabajo completamente destrozado y varios colchones e incluso una cama completa y un plato de ducha.

Uno de los camioneros asistía perplejo, con la ponchera a modo de sombrero, al panorama que se extendía delante de él. Si le dijeran que el estado del motel era el propio que dejaba un tornado, se lo hubiera creído a pies juntillas. Había perdido ya dos casas a causa de ellos y sabía bien que ese tipo de devastación era muy parecida a lo que ahora contemplaba.

Del cuarto de Clemente salía la recepcionista completamente arreglada y acicalada, con un par de maletas de su equipaje. Se dirigió a buscar a su amigo que recordaba haber dejado en el fondo de la piscina. Allí se lo encontró y el invitó a darse prisa y arreglarse antes de que vinieran los propietarios y la policía o el ejercito a poner orden. Los que si se acercaban eran los bomberos con una escala para bajar al señor Barrimore del tejado.

Al poco Clemente y sus pocas pertenencias se introducían en el antiguo AMC Gremlin de color azul de la mujer. Echaron un vistazo al motel, a sabiendas que sería la última vez que volverían a verlo. Sus expectativas pasaban por ver otro diferente o si les cogía la policía, quizás vieran el recinto penitenciario más cercano si no eran capaces de explicar lo ocurrido aquella noche de manera creíble.

Las noticias de los canales locales, seguían informando del terrible accidente aéreo y también de un micro tornado asociado a la tormenta vivida el día anterior que había terminado con las instalaciones del motel “Planecrash”, según relataron los policías que acudieron a una llamada de socorro. En las imágenes se podía ver como una plataforma de los bomberos bajaba del tejado a un señor muy mayor que parecía delirar por el shock y que repetía ¡Clemente is the boss¡. En otra toma se veía al jefe de policía felicitar a uno de los agentes que había puesto en riesgo su vida, y que fue encontrado dentro de un frigorífico en el fondo de una piscina intentando proteger a una señorita de las consecuencias del huracán. Una enorme grúa sacaba el Ford de entre los escombros de la pared de recepción y solo la brutalidad del fenómeno meteorológico explicaba como en su interior podía haber desde una enorme barbacoa, a una trompeta y ropa de mujer. Ningún experto en catástrofes naturales podía explicar que había sucedido con los miles de litros de agua de la piscina que se habían volatilizado. La lógica indicaba que habían sido absorbidos por el ojo del tornado y que a buen seguro se habían evaporado en la atmósfera. De hecho varios enseres del motel, como máquinas de vending, o armarios roperos y aparatos de aire acondicionado, aparecían tirados en el parking de una gasolinera próxima.

El resto de los huéspedes abandonaba el lugar en autobuses de la Cruz Roja tapados por mantas, en busca de un refugio donde poder ser atendidos de las penalidades pasadas.

En el coche, la recepcionista sonreía al oír las noticias. Cambió de emisora, y para su sorpresa sonaba una canción que le resultaba muy familiar, una melodía que aquel verano se popularizaría bastante en todo el estado de la estrella solitaria, sonaba a petición de un músico de reggae “Paquito el Chocolatero”, un pasodoble de un autor español de la localidad de Cocentaina muy propio de fiestas varias.

Ahora irían al Walmart, una macrotienda donde Clemente podría comprar ropa y otros enseres, y de allí irían a una concesión de motos, donde Clemente podría asimismo comprar una de ellas e iniciar de una vez por todas su tan ansiado viaje reparador por los enormes Estados Unidos de América. Ella no podría acompañarle, sabía por lo que conocía de él, que necesitaba la paz y la soledad para conseguir su ansiada oreja.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
Humphrey
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Buen fiestón... =)) =)) =))
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Bonniato
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Mensaje por Bonniato »

A Clemente le va mucho mejor sin oreja. :lol:
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Mensaje por anibalga »

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Mensaje por Mancha »

...impresinante...pero...¿qué pasó con el agua de la piscina, maestro???...nos tiene usted en ascuas!!! :face: :face: :face:
pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Capítulo Decimoprimero


LA BELLA Y LA BESTIA



El cochecillo azul quedó estacionado en un inmenso aparcamiento aledaño al inmenso centro comercial. Con la maestría propia de quien recurre con asiduidad a un lugar, la mujer se dirigió, casi llevando a paso ligero a Clemente, a por un carro de compra y acto seguido puso rumbo hacia una de las entradas de la tienda.

Según pudo observar Clemente, cada entrada distinta estaba custodiada por enormes guardas de seguridad que mostraban sin pudor alguno revólveres y cartucheras. Iban graciosamente tocados por un enorme sombrero vaquero a conjunto con los pantalones marrones. Se planteó de manera seria comprar uno de esos sombreros para cuando el sol castigara de la manera implacable a la que ya había sido sometido, pero recordó que el viaje en moto requería de un equipaje exiguo y práctico.

Una vez dentro su amiga se dirigió hacia la zona de comida. Clemente no necesitaba ninguna provisión que fuera más allá de unas cuantas cervezas, así que de modo inteligente le encargó que comprara alguna y él se encaminó hacia la zona de ropa, que ahora era su prioridad. Echaba de menos su estupenda cazadora de cuero, que a buen seguro había ardido sin compasión en el fatal accidente del avión, lo mismo que sus botas de la mili.

Quedaron en encontrarse una hora más tarde en el aparcamiento. Aquella tienda era descomunal, del tamaño de un campo de fútbol y tenía de todo lo que uno pudiera imaginar, así que no sería difícil proveerse de las prendas necesarias para su periplo americano.

Siguiendo las indicaciones de la mujer encontró la zona de ropa en un extremo del almacén. Según le había dicho debía dirigirse a la zona donde ponía “man” que era la ropa de hombre. Y obediente como era, más en un sitio donde todos hablaban extranjero, ya estaba dispuesto a hacer una compra maestra.

Mentalmente se hizo un esquema de lo que debía ser su preferencia. Empezaría por los pies e iría subiendo a medida que comprara lo necesario. Hizo examen de lo que ya tenía de calzado y vio que aparte de las sandalias de cruzar el Jordán que llevaba puestas, guardaba en la mochila el par de mocasines de vestir, así que lo que debía comprarse era un calzado que le sirviera para cuando las inclemencias del tiempo fuesen más rigurosas. Creyó buena idea hacerse con una de las múltiples botas vaqueras que había en un estante. Las eligió de media caña para que protegieran lo justo y no llegaran a molestar demasiado. Eran de color rojizo y simulaban ser de cocodrilo. Al probárselas notó como si un potro de tortura estuviera intentando aplastar sus doloridos pies con el único fin de proporcionarle un dolor inmenso hasta que sintiera la llamada de Dios, y su vida llegara al final.

Deshecho inmediatamente la mala idea de esas botas, pero no conseguía de ningún modo poder quitársela sin ayuda. Un dependiente que estaba ojo a vizor, se ofreció a ayudarle. Un minuto más tarde y tras un esfuerzo considerable del muchacho, Clemente se había liberado del atroz dolor, y el pobre empleado estaba tirado junto a un mostrador y docenas de zapatos que había arrastrado en su brusca caída le hacían compañía. Un grupo de gente al oír el estruendo del golpe se había acercado a curiosear, momento en el que Clemente aprovechó para alejarse de allí.

Según pudo observar desde el extremo del pasillo, habían acudido media docena de compañeros a intentar incorporar al chico, que gritaba de un modo espantoso al haberse roto el coxis, y a recomponer el mostrador derribado en la caída.

Decidió hacer una compra rápida y salir pitando de allí, ya que no era hombre de buscarse jaleos innecesarios. Además él no tenía la culpa de que el hombre ejerciera una fuerza desproporcionada con el fin de sacar la bota que estaba obstinada en seguir torturando su pie.

En la sección de ropa se hizo con cuatro camisetas negras con bonitos motivos de grupos musicales, Judas Priest, Iron Maiden, Rolling Stones y Los Ramones, puso en el carro un par más sin mangas de color amarillo de los Lakers. De ahí paso a comprar un par de pantalones siguiendo los consejos, o eso creía él, de una muchacha muy gruesa que le tomó medida con una cinta métrica y le indicó donde estaban las de su talla. Le recordaba a Pepi en sus años buenos, y no ahora que estaba adelgazando de manera compulsiva, para su disgusto.

Eligió, con ese gusto tan particular que tienen los vanguardistas, unos de loneta estampados en camuflaje militar y otros que eran de una especie de malla sintética, que tenían la particularidad de no apretar y ajustarse a su figura, no dejando nada a la imaginación. Imitaban los dibujos de las cebras, pero con una combinación de colores un tanto disparatada, rojo y negro.

Le llamó la atención una cazadora tejana descolorida. Al probársela bendijo la abundancia de gente obesa que había en ese país que facilitaba encontrar toda suerte de tallas. La cazadora era una pieza singular. La parte posterior tenía cosida una gran bandera confederada, y en las mangas lucía un parche de la asociación nacional del rifle en una, y en la otra uno con la leyenda “white power” con la cara de un señor que parecía muy enfadado y enseñaba la dentadura de la cual escapaban perdigones de saliba.

De un cesto metálico enorme cogió un par de botas John Smith de color azul. Se sentó en una banqueta y se las probó. Aquel calzado era mano de santo comparado con las malditas botas vaqueras de mierda anteriores. Precisamente pudo observar como unos enfermeros sacaban en una camilla al muchacho que seguía retorciéndose del dolor, a pesar de ir ya con un suero calmante.

Como el tiempo pasaba volando, buscó en la zona de viajes un bolso imitación cuero del tamaño apropiado para meter el equipaje para su aventura. Se dirigió a las cajas para pagar su compra. Un señor de origen pakistaní muy amable le pasó los artículos por un scanner, hasta que llegó a la cazadora, donde le cambió el rictus de manera indisimulada y la atención se tornó distante y brusca. Abonó con la tarjeta, que gran invento pensó, y se encaminó a la salida. Cuando asomó la cabeza por la puerta, cientos de coches aparcados se encontraban frente a él. No tenía ni la más remota idea de donde estaría el coche de la mujer, y como de vista estaba ya un poco justo, tampoco confiaba en poder verlo en la distancia.

Quince minutos más tarde empezaba a preocuparse y a estar cansado de deambular entre los vehículos, pero la suerte estaba de su lado. De pronto topó de bruces con la mujer y su simpático cochecito azul. Guardo su equipaje en el maletero junto a la compra de ella y pudo observar como estaba triste. Ambos sabían que se acercaba el final de su historia. Ella llegó a soñar con haber encontrado al hombre de su vida, y él no soñaba nada. A decir verdad no recordaba nada de nada, y eso era algo bueno. No añoraría nada ni se tendría que arrepentir, o no, de nada.

Hablaron unos momentos, antes de que la mujer abducida le llevara al concesionario de motos donde tenía una cita con Facundo, y allí se despedirían.

-Han sido unos días maravillosos- dijo la chica.

-Si- era hombre de pocas palabras.

-Nunca había visto nada igual a tu manera de relacionarte con la gente. Nadie me había impactado tanto. Incluso el señor Barrimore dijo que eras un ser excepcional. Alguien especial- dijo con voz entrecortada.

-Bueno, yo no diría tanto- dijo en voz baja, mientras su mente estaba más preocupada en detectar el lugar exacto de la axila donde empezaba a tener molestias.

-Sube. Te llevaré a por tu “bike” y cuando te bajes, me iré sin despedirme. Me rompería de dolor .....- ahora si que escapaban unas lágrimas de sus ojos ya de por si tristes.

-Vale- acababa de encontrar el punto justo donde comenzaba a aflorar un enorme golondrino.

Salieron del aparcamiento a velocidad moderada. Había un enorme atasco y eso que no era hora punta. Al parecer un accidente de tráfico impedía la circulación fluida, propia de esa franja horaria. Vieron a lo lejos como los bomberos intentaban sacar del amasijo de hierros retorcidos de lo que antes era una ambulancia, al paciente que transportaba. Era un chico joven con el atuendo del comercio de donde venían. Sangraba por la cabeza, pero parecía no estar muy grave, y se quejaba amargamente de la parte baja de su espalda. Le resultó familiar su cara, pero le quito importancia, no conocía a casi nadie en ese país.

Veinte minutos mas tarde entraban a una parcela enorme, con unas naves inmensas donde lucían numerosos carteles con marcas de motos. Era el concesionario, era la despedida. En cuanto hubo puesto un pie en el suelo y retirado el equipaje del maletero, el coche salió disparado chirriando ruedas. En su interior la mujer lloraba desconsolada y apunto estuvo de arremeter contra un puesto de perritos calientes que estaba en la entrada.

Delante de la puerta Clemente seguía molesto con el maldito golondrino, así que decidió entrar al negocio y preguntar por su contacto.

Le dijeron que Facundo no estaba. Alguna urgencia le había impedido acudir, pero ya había dejado recado a otro comercial que chapurreaba español para atenderle. Un par de minutos mas tarde un chico joven, activo y sonriente se acercaba a estrecharle la mano y le invitaba a sentarse en un cubículo para saber de las necesidades del nuevo cliente.

-¿Qué tipo de “bike” tenía pensado el señor comprar?- sonrió el chico.

-No sé.- dijo Clemente.

-¿Para que la va a usar? ¿Quiere “por” carretera, o una “dirty bike”?- preguntó.

-Si- dijo Clemente que no entendía muy bien lo que le decía el chico.

No iba a ser una venta fácil. El chico a pesar de su juventud tenía mucha experiencia, y ya había catalogado a Clemente. Iba a ser un cliente difícil, de los que saben manejar la situación, y a los que había que ofrecer un precio lo más bajo posible para garantizar la venta, o se corría el riesgo de perder la operación.

Por su parte Clemente pensaba que pagaría lo que el chico dijera sin discusión. Apenas entendía que le decía, y no tenía ganas de andar discutiendo nada con el molesto dolor que tenía en el sobaco.

El muchacho invitó a Clemente a dejar su equipaje, el bolso y la mochila, allí mismo y se lo llevó directamente a la exposición. Centenares de motos de varias marcas estaban expuestas y brillaban espectacularmente. Sobre todo había Yamaha y Harley Davidson.

-Quiero una usada, pero que esté con pocos kilómetros- dijo Clemente ignorante de que allí era mas propio decir millas.

El chico estaba en lo cierto. Aquel tipo era un hueso duro de roer. No se había dejado engatusar por el producto nuevo, y sabía de primera mano que el concesionario tenía un stock de usadas enorme. Y ese era su objetivo.

Le hizo pasar a una nave contigua, donde en inmensas filas se acomodaban cientos de motos de todo tipo. El chico le dejó allí. Le dijo que cuando hubiera visto alguna moto que encajara con sus deseos, llamara a un timbre de un cuadro de luces, donde aparecía el nombre de Frank, que era su nombre, y acudiría enseguida para intentar llegar a un acuerdo.

Clemente estaba aturdido. Nunca antes había visto semejante cantidad de motos juntas, así que empezó por orden. Primero una fila, y luego otra y así hasta terminar. Había multitud de motos japonesas, lo sabía por la fonética de los nombres rotulados, Kawasaki, Suzuki, Yamaha, como la del chico que le vendió la Ossa, el Willy, y otras que no le sonaban de nada, y que además tenían pinta de ser unas motos de mierda. BSA, Norton, Matchless, Triumph, nadie que no fuera muy experto sabría de la existencia de esas marcas tan raras y a todas luces prescindibles.

Vio con regocijo que había motos buenas, pero que todas eran de campo. Montesa Cota, Ossa, ¡como la suya¡, pero de campo también, Bultaco Sherpa, pero no había ninguna Sanglas, lo cual era decepcionante, hubiera sido una moto ideal para los más de 4000 km que tenía pensado realizar, y de pronto entró en el paraíso de las motos americanas. Ingente cantidad de Harley Davidson formaban un escuadrón impresionante. Paseó entre ellas y le parecían enormes. Muchas de ellas tenían incluso radio y emisora. Eran de una envergadura descomunal. No era que no se sintiera capaz de dominarlas, no, sino de que no le parecían practicas para aparcar.

Y cuando ya desistía de encontrar algo adecuado, allí la vio. Fue amor a primera vista. Y lo fue por que la moto era de un intenso color dorado, e iba decoraba en su parte superior por unas filigranas en color crema clara. Le recordó a una buena jarra de cerveza. Se acercó a trompicones y la admiro de cerca. Sin duda aquella moto le había “llamado”, era para él. Y si esto no fuera poco reunía dos condiciones que se le antojaron perfectas. Por una lado aquella moto tenía el asiento muy bajo, ideal para su estatura, y lucía un manillar alto, del tipo “mono colgado”, nomenclatura que el desconocía, que le venía de perlas para que el maldito golondrino no le molestara en el manejo.

La moto era una Harley Davidson Sportster 1200cc “Hugger”, modificada por el anterior propietario. Aparte del manillar alto, tenía asiento monoplaza de cuero de canguro, y un pequeño portabultos en el guardabarros trasero donde podría sujetar la bolsa imitación cuero. Se le había desplazado el velocímetro, que ahora estaba debajo del depósito de combustible, y el faro era de tamaño ridículo, aunque Clemente no era de viajar de noche y era un detalle sin importancia.

Llamó al timbre y Frank estaba junto a él al momento. Poco hubo que negociar, le ofreció un precio bajo, y al ver que Clemente se mostraba impasible, se lo rebajó 200 $, y le regalaría un casco y unos guantes. Clemente se mostraba impasible, hasta que dijo que aquel trato era aceptable. En el fondo estaba tan emocionado con aquella moto “cerveza”, con aquella pintura de purpurina dorada y la decoración en blanco sucio que no sabía reaccionar. Pintaría la Ossa de ese mismo color al llegar a casa.

Las cosas en USA funcionaban de manera distinta que en España. Aquí no había apenas burocracia y una vez pasada la Américan Express por la terminal, era cuestión de una hora hacer los papeles y poder asegurar el vehículo. Entre tanto, y ya que se fiaba de la palabra del vendedor que le aseguraba que la moto tenía sólo 12.000 millas y que si deseaba la podía probar, cosa que Clemente desestimó, elegiría un buen casco y un par de guantes.

Lo que si hizo fue sentarse en la máquina, y probar los mandos. El manillar le quedaba un tanto lejos y es que su estatura no debía de coincidir con la del primer propietario, así que un mecánico se acercó para ajustarlo a su conveniencia. Los reposapies no estaban donde el hubiera buscado, estaban situados muy adelantados, pero estaba seguro que se habituaría a ellos enseguida, y el asiento, exiguo, no era del todo incómodo. Se golpeó varias veces con el velocímetro que coincidía con su rodilla, pero todo eso eran banalidades comparado con el fascinante color de la moto y la decoración exquisita que tenía. Empezaba a tener sed.

Fueron a la zona de equipamiento a elegir casco y guantes, y ya de paso un buen impermeable. Su experiencia en las islas británicas era determinante. Y aunque aquí daba la sensación de no tener un clima tan desapacible y caprichoso, nunca estaba de más ser precavido. Recordaba con verdadera angustia aquel infame país y agradecía de manera clara que hubiera un mar que los separara del continente.

Del mismo modo que la moto le “llamó”, lo hizo el casco que eligió, y que además era de su talla. Se trataba de una joya, de una obra de arte plástica, pensó, y no tuvo dudas en seleccionarlo. Era un casco negro, sin logotipo de ninguna marca, que lucía un dibujo del esqueleto de un cuervo, de cuyas cuencas oculares sobresalían gusanos. A pesar de eso, los huesos parecían estar alzando el vuelo sobre una leyenda que decía “I Will Never Die” en una trabajada caligrafía gótica de color dorado. Ese detalle encajaba con el color de la moto y le daba un sentido estético al conjunto.

Para los guantes se dejo llevar por el sentido común. Compró unos guantes que dejaban los dedos al descubierto. Eran frescos, ligeros y cómodos. No protegían absolutamente nada, pero eso era secundario, él necesitaba ante todo confort. El impermeable iba en una bolsa que se escondía en el bolsillo, ocupaba muy poco y era de un vistoso color morado.

Como quiera que aún tenía tiempo, se dirigió a la calle donde un numeroso grupo de personas se arremolinaba alrededor de un stand, donde flameaban al viento unas banderolas de Yamaha. Al parecer se estaba presentando un nuevo modelo y la gente que se había apuntado previamente, podía probar la moto.

La moto en cuestión era la Yamaha V-Max, una mala bestia creada para brutales aceleraciones en línea recta, algo muy del espíritu Hot Rod americano. Con 1198 cc era capaz de unos buenos 140 CV, pero estaba dotada de una función “overboost” a modo de anabolizante que le proporcionaba una veintena más en fases de apertura a tope de acelerador.

Clemente llegó a la multitud, donde un señor ataviado con una camisa blanca y unos cuadritos en amarillo ribeteados en negro, debía estar explicando las bondades de aquella moto. Ponía cara de loco e inclinaba el cuerpo hacía atrás como simulando perder la estabilidad. Nada que pudiera asombrarle; él veía continuamente esa pose en la multitud de clientes borrachos que tenía en los bares cuando iban pasados de vueltas, o mejor dicho, de aguardiente.

Fue empujando al personal hasta situarse en primera fila. Debido a su estatura apenas alcanzaba a ver la moto en cuestión, pero cuando la tuvo delante se quedo impactado. Era una moto muy bella, tenía el aspecto fiero que le recordaba al del portero que había contratado para “El Cuarto Oscuro” y algo le dijo que no se acercara a ella, que huyera.

Fue entonces cuando intentando escapar, se colocó el primero entre los que aguardaban el turno para probarla desde hacía un buen rato. Aunque él no entendía nada, ya que la gente tenía la maldita manía de hablar en extranjero, le estaban recriminando el haberse colado. Incluso un tipo negro se acercó de manera amenazadora, pero cuando vio que Clemente levantaba el brazo, para aliviar el dolor del golondrino, cosa que desconocía el iracundo señor, dedujo que aquel tipo chaparro, mutilado y con cara inexpresiva, era sin duda un veterano de la guerra de Corea, dispuesto a batirse con quien hiciera falta y que iniciaba una posición de jiu jitsu con el fin inequívoco de derribarlo.

Entre los asistentes a la escena se desató un debate acalorado, y concluyeron que un veterano militar, debería tener preferencia y que además merecía un aplauso unánime por sus servicios al país.

Clemente no entendía nada, él sólo quería marcharse de allí y no enfrentarse a aquella bestia y mucho menos a aquellos bestias, pero antes de darse cuenta ya le habían puesto un casco en las manos y tenía a su lado una V-Max de color granate ronroneando mansamente y la gente aplaudía y silbaba ruidosamente.

De nuevo sin saber como, la ecuación espacio-tiempo-voluntad había hecho de las suyas. No recordaba como, pero ya estaba sentado en la máquina, y era confortable, ya tenía las manos en el manillar y daba pequeños acelerones, como si quisiera enfadar a aquel artefacto.

Lo demás salió como salían las cosas a un experto. La maneta izquierda apretada y en una bella sinfonía el pie izquierdo engranaba la primera velocidad, mientras simultáneamente el puño derecho retorcía el acelerador.

A veces, y solo a veces, la natural armonía y precisión necesarias para el manejo hábil de una moto se desmorona. Y esa era una de las veces. Nadie podía precisar si aquello fue un exceso de gas, de ganas, de insensatez, o una mezcla de todas, o simplemente ignorancia y desconocimiento pero aquella moto salió disparada, mientras Clemente unos segundos antes pensaba que nada podía ser más brutal que su querida Ossa Yankee, y ahora tenía la certeza de que si. De que si podía haber una moto más brutal que su Yankee, mucho más brutal.

La moto aceleró de modo loco entre el pasillo de gente que segundos antes aplaudían y vitoreaban a quien creían un héroe acostumbrado a destripar amarillos y a jugar con napal y bombas trampa entre arrozales.

Extrañamente aquella moto no se comportaba como otras que en los excesos de ímpetu tendían a buscar el cielo con su rueda delantera. Aquel engendro estaba diseñado para seguir en línea recta sin inmutarse. Aunque eso no era del todo riguroso. La moto manejada con gran destreza por Clemente, que ya había encomendado su suerte a los arcanos y no a un dios en el que había dejado de creer, comenzó su alocada carrera dejando una marca de neumático negra en forma de eses envuelta en una nube de humo con olor a goma achicharrada.

Trataba de no perder el control. Ya había agotado la primera velocidad y los buenos 160 CV desfallecían a la espera de una marcha que les permitieran volver a desbocarse. El instinto de motero se antepuso al instinto de supervivencia y ya de nuevo el neumático trasero humeaba y seguía intentando sobrepasar el delantero. La marca negra en el asfalto tenía mas de cincuenta metros cuando pasó rozando un puesto de perritos calientes, cuyo dueño salvó la vida por segunda vez esa mañana. El parking se terminaba y desembocaba en la calle de entrada que daba paso a la calle principal. En un alarde sin parangón, Clemente fue capaz de soltar el acelerador, y la paz llegó de manera súbita. Metió tercera y aceleró finamente. Aquella maldita máquina de hacer viudas, se calmó de tal modo que parecía una alfombra voladora. Enfiló la recta paralela al parking, donde la gente se arremolinaba en la valla y gritaba y aplaudía a aquel aguerrido ex combatiente que acababa de demostrar que ningún peligro era lo suficientemente grande e inabordable para él.

El paseo que siguió fue placentero. Le permitió saborear la suavidad del motor, notar un peso elevado, y una manejabilidad digna para una moto de esa tara. Dio la vuelta a la manzana y se encaminó hacia el lugar de partida, seguido ahora por un coche de policía que había sido testigo de cómo se había saltado no menos de dos semáforos en rojo, y es que tenían la mala costumbre de colocarlos en el otro lado de la calle, para confusión de los conductores y alboroto de los talleres de reparación de chapa y pintura.

El policía estaba dispuesto a detener a ese insensato, pero cuando Clemente se quitó el casco, el oficial lo reconoció al instante. Había estado en la fiesta más grande que recordara, y aquel tipo era el anfitrión. Por nada del mundo le iba a denunciar, y mucho menos después de haber visto como hacía desaparecer el agua de la piscina. Había sido un truco fenomenal e insólito, pero todos los asistentes se habían perjurado para guardar el secreto, y así iba a ser.

Palmadas en la espalda, vítores, multitud de fotos de recuerdo, la felicitación expresa del ingeniero que antes explicaba gráficamente la tremenda capacidad de aceleración de la moto y que tan buena demostración había observado. Sin duda iba a proporcionarle un buen número de ventas entre los espectadores deseosos de imitar al tipo sin oreja y ávidos por arruinar a las compañías aseguradoras. El coche de policía hizo sonar sus sirenas mientras Clemente se alejaba un tanto turbado del lugar, preguntándose que decía toda aquella gente y que tan importante parecía ser. Si le hablaban en extranjero, él no entendía nada, era así de simple.

A medida que se alejaba del lugar, veía a lo lejos como el comercial estaba aguardándole con su nueva moto. Sonreía abiertamente y le esperaba con unas llaves en la mano. Las llaves de su nueva moto, las llaves de un nuevo paraíso.

Clemente sonreía ampliamente por primera vez en muchos años. Pero nadie lo pudo ver.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Antonio1968 »

:face: :face: :face:
Con el tiempo un verdadero motero conoce la diferencia entre saber el camino y respetar el camino. ...
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Bonniato »

Qué grande, Clemente. A este paso va a acabar con la mitad de los Hells Angels... :clap:
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

8-) Y seguimos sin saber que pasó con el agua de la piscina :face:
Mancha
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Mancha »

Impresionante de nuevo...se nos queda corto el relato...porras!!! :clap: :clap: :clap: :clap:
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Capítulo Decimosegundo


ON THE ROAD AGAIN



El motel se hallaba a apenas dos manzanas del concesionario de motos. Lo había visto cuando probó la V-Max y le pareció el lugar adecuado para instalarse y empezar a planificar ya el recorrido de su viaje por el país.

Había llegado en unos minutos, pero tuvo tiempo de saber algo de su nueva moto en tan corto recorrido. Tras golpearse dos veces contra el suelo, supo que no iba a ser tan fácil encontrar a la primera el lugar donde situar los pies una vez iniciada la marcha. Definitivamente los estribos estaban muy adelantados. También fue consciente de que si bien el asiento era confortable, la escasa suspensión trasera le regalaba continuos golpes en la espalda, y sabía que debía aceptar esa condición de la mejor manera posible. Esquivando los baches.

El motor de la moto no era un ejemplo de potencia descomunal. En absoluto. Pero tenía mucho empuje y buena voluntad. Tenía cuatro velocidades, pero era capaz de rodar en la última de ellas casi a paso de un peatón, lo cual aportaría un gran confort a la conducción relajada que tenía planeado emplear.

Resultó ser una bendición el manillar tan alto. Su golondrino, que había crecido de manera descomunal, dejaba de molestarle en cuanto el aire fresco, y no tan fresco, le acariciaba una vez iniciada la marcha. Y también estaba seguro que podría seguir sin usar desodorante unos cuantos meses más.

Miraba por la ventana del cuarto, que esta vez estaba situado en un primer piso al cual se accedía por unas escaleras, y veía aparcada allí abajo su nueva máquina. Brillaba al sol de Dallas y dejaba ver su impecable apariencia. Clemente bebía a sorbos su tercera botella de cerveza, miró el reloj y creyó que era una hora adecuada para llamar de nuevo a su mujer. La primera vez que lo hizo la llamada se truncó de manera inesperada, y ardía en ganas de decirle que ya estaba todo en marcha, que tenía su nueva moto, y que ya quedaba menos para poder recomponer su maltrecha cara y poder usar unas gafas que empezaba a necesitar con urgencia. Esto no se lo contaría para no preocuparle.

Este motel era más completo que el primero. Tenía varias cabinas telefónicas, y en las máquinas de autoventa había cerveza. Sin duda un símbolo de distinción.

Cuando llamó por primera vez, de nuevo el contestador de Chacinas Belmonte saltó haciéndole saber el horario de apertura. Colgó y esta vez puso todo el empeño en no errar en la marcación del número. Contestó un señor muy enfadado haciendo saber que aquellas no eran horas de llamar a una casa decente y tras insultar a Clemente y recordarle el pasado poco honroso de su madre, a la cual atribuyó la profesión mas antigua del mundo, le colgó con un sonoro golpe.

El tercer intento fue el acertado. De nuevo Pepi, que ya imaginó que sería él, parecía estar dormida y, sin duda alguna, tener el reloj con la hora mal puesta.

-Cariño, son las dos de la madrugada- dijo ella en tono conciliador.- Ya te expliqué lo de la diferencia horaria, cariño. Deberías llamar cuando allí es por la mañana. Pero, cuenta, cuenta, que yo tengo algo muy importante que decirte.

-¿No pasará nada malo con algún bar?-dijo él.

-No, no, ¡que va¡, todo lo contrario.....espera.....- y se oyó una voz de fondo que preguntaba algo.- ya.....era Nancy que está aquí en casa. Se queda a dormir conmigo, me hace compañía, ya sabes que no me encuentro muy bien últimamente.

-Es que no comes lo suficiente. Deberías engordar un poco y dejar la gimnasia esa.-le reprochó él en un intento claro de volver a disfrutar de la enormidad carnal que su esposa estaba perdiendo.

-Si, bueno.....- y antes de que pudiera seguir, Clemente le interrumpió de manera brusca.

-Cariño, ¡ya tengo moto nueva¡. Es preciosa. Es de color cerveza, como la San Miguel, no como la Voll Damm, o la Mahou tostada, sino como la San Miguel, ¿sabes?, así como clara y la espuma de color crema blanquecina.....-dijo entusiasmado, en un alarde de frases ininterrumpidas.

-¡No sabes como me alegro¡. Ya me mandarás una foto. Oye, para cuando llegues ya estará inaugurado el nuevo bar. Está creando mucha expectación en la zona. Incluso ya tenemos el primer mes entero con las reservas de los apartados completa. Nancy dice que es buena señal, y que si incrementamos aún más los precios, crearemos todavía mayores ganas de acudir. Dice que la gente es capaz de pagar un dineral con tal de poder decir que ha estado en un sitio caro. Dice que a la gente le puede el “postureo”, que hay muchas ganas de aparentar, que hay mucho idiota suelto.......pero bueno, ya veremos, lo que te quiero contar es muy importante.....me gustaría decírtelo en vivo, pero no puedo esperar.....

Y en aquel instante, tras sonar dos lejanos pitidos, la conversación terminó. De nuevo la voracidad de la máquina había dejado sin monedas a Clemente. En realidad tenía unas cuantas, pero esas estaban reservadas para la expendedora de cerveza. Le llamaría en unos días y así podrían seguir la conversación.

Añoraba los abrazos de su mujer. Sus ronquidos, que iban disminuyendo a la misma velocidad con que adelgazaba, también los echaba de menos. Su inmensidad, el dormir en un rincón de la cama que caníbalizaba casi por completo ella. Incluso cuando ella le besaba en el hombro, le gustaba notar el picorcillo de los pelillos de su depilado bigote.
Estaba seguro que ella había sido la mejor decisión de su vida.

De nuevo en su cuarto, y de nuevo en la ventana. En el horizonte se empezaba a vislumbrar una creciente humareda. Esperaba que no fuese otro accidente aéreo. La gente no merecía perder equipajes del mismo modo en que él lo había perdido. Era una autentica desgracia y un trastorno inhumano. Pensó fugazmente en las víctimas y llegó a la conclusión de que al menos ellas, carecían ya de preocupaciones en una visión simplista, pero no carente de racionalidad. El humo negro del horizonte aumentaba su intensidad.

A pocas millas de allí, los bomberos y las fuerzas del orden trataban de evacuar con la mayor celeridad posible a los pacientes del Texas Health Presbyterian Hospital Dallas. Una densa humareda envolvía el entorno del mismo, y multitud de pacientes se encontraban ya en el exterior. Unos en sus propias camas, otros en sillas de ruedas y los que aún podían caminar, habían salido por sus propios medios. Al parecer una de las freidoras de la cocina donde se encargaban de cocinar la comida para la sección de trastornos de la alimentación, había comenzado a arder cuando se le introducía una bandeja repleta de un tipo de longanizas muy grasientas destinada a las pacientes con bulimia y anorexia.

En su cuarto, Clemente seguía observando el desastre de reojo. Aunque sólo tenía ojos para su moto que relucía espléndida en el aparcamiento. Se le ocurrió poner la televisión para ver si podía enterarse de lo que había pasado. Docenas de canales transcurrieron por delante de sus ojos. Unos enseñaban a cocinar, otros mostraban las maravillas del país, uno hablaba de momias y de pirámides, el siguiente te explicaba como levantar un muro de hormigón para la contención de aguas fecales, se podía ver una convención del partido republicano en Oklahoma, donde todos bailaban unidos al son de Paquito el Chocolatero que se había convertido en el fenómeno musical del verano, y entonces encontró el de las noticias que estaba conectado en directo con el lugar de los hechos.

Clemente seguía molesto por el empeño en hablar extranjero de aquella gente, y lo que ignoraba era que estaban comentando como se había desencadenado el fuego, como los médicos, enfermeros y demás miembros de la plantilla, habían conseguido una evacuación rápida y casi perfecta, con la única salvedad de un paciente con fractura de coxis y contusiones severas producto de un accidente de ambulancia, que se había precipitado por las escaleras con su camilla al resbalar un voluntario que lo estaba evacuando. La brusca caída le había hecho perder varias piezas dentales y un traumatismo severo en el pómulo derecho.

El camillero estaba siendo entrevistado por la reportera del canal, mientras el cámara barría el escenario en busca de alguna desgracia mayor para poder deleitar a la audiencia con la mayor cantidad de sangre posible. El muchacho explicaba como había resbalado con un vertido de pus y había perdido por consiguiente el control de la camilla, que había caído por unas escaleras próximas. Repetía a cada pregunta de la periodista la afirmación de “obvio” en una demostración del escaso vocabulario que manejaba.

En un momento dado el cámara se detuvo en una pareja de pacientes. Uno de ellos estaba postrado en una cama y tenía conectado un gotero. Parecía estar sedado. El otro se encontraba sentado a su lado con el camisón desabrochado, dejando ver sus nalgas a la audiencia del programa. Este tenía la mirada perdida y aunque nadie lo sabía, su mente estaba recordando como aquel infecto país les había recibido. Primero les había arrebatado a él y a Jordi, los documentos que certificaban como un paisano suyo había descubierto antes que nadie América, y les dificultaba sobremanera poder reclamar la propiedad de aquella nación. Más tarde habían sido arrollados por una enorme res en el estrecho pasillo de un Motel, en clara metáfora de lo se estaba convirtiendo su misión subvencionada por dinero público. Tenía el firme convencimiento de seguir en su propósito, no podía de ningún modo dejar de percibir la generosa dotación económica que correspondía a su noble proyecto y que tan buena vida le procuraba, y luego si las cosas salían bien, y el gobierno de los Estados Unidos claudicaba y les cedía el país, no descartaba poder regentar la nueva colonia y nombrar a Jordi, su fiel amigo, virrey.

Clemente se tranquilizó al ver que la cosa no era preocupante, que todo estaba bajo control y ya era evidente que la columna de humo se estaba disipando velozmente. Bajo a recepción con el ánimo de comer algo y luego dirigirse a algún sitio cercano a aplacar la sed. Fue entonces cuando se percató que llevaba ya cinco días sin poder ir al baño. No había cagado en cinco días y empezaba a notar ciertas molestias y malestar. No le dio importancia, estaba seguro que el cuerpo reaccionaría antes que después y que todo era producto del disgusto de lo del equipaje. Y no le faltaba razón.

En la pequeña cafetería del Motel le indicó a la camarera con el dedo que deseaba uno de los sandwiches que estaba dibujado en un enorme cartel sobre la barra. Cuando se lo sirvió, junto a una taza enorme de café aguachinado, no se parecía nada al de la foto. Este tenía la hoja de lechuga mustia, de ningún modo sobresalía una rodaja de tomate brillante y el bacón y el queso amarillento y graso, era más bien escaso. No es que le importara mucho, otra cosa distinta hubiera sido si lo mismo hubiese pasado con una cerveza, así que dio buena cuenta del sándwich y del café, que no le gustaba mucho, pero recordó que su amigo Jorge, cuando no estaba dormido, solía decir “café y a la taza” en clara alusión al efecto benefactor que tiene esa bebida en el tránsito intestinal.

Fuera del local y junto a su moto se puso el casco, los guantes, y arrancó la máquina. Era la segunda toma de contacto con ella. Sabía ya que era una moto amable, alejada del virus salvaje de la Yankee y mas alejada todavía de la moto que había probado en el concesionario, destinada sin duda, a un público insensato y con graves patologías mentales.

Sabía que en las inmediaciones del Motel, había una manzana entera destinada al ocio. Locales de toda índole, desde MacDonalds, Burger King, Kentucky Fried Chicken, Hearth Attack, Dunkin Donuts, boleras, salas de streep tease, 7 Eleven, varias atracciones para niños rodeadas por tiendas de licores, salas de apuestas y burdeles, y también un local un poco diferente al resto, que fue el que atrajo la mirada de Clemente.

Cuando su moto entró petardeando en el laberinto de calles del parking común a todos los negocios, le seguía doliendo el pie que había golpeado el suelo al buscar el estribo donde ponerlo. Le faltaba un tiempo para habituarse a su extraña posición. Lo mismo le pasaba con el manillar. A pesar de estar recolocado por el mecánico a una posición más adecuada para su morfología, le seguía quedando un pelo lejos, de tal modo que en los baches fuertes, o en golpes fortuitos llegaba a perder un poco de sujeción y corría el riesgo de llegar a soltarse involuntariamente de él.

Por fin dio con la callejuela que le llevaba al bar que había sido de su agrado. Era un establecimiento que simulaba ser un saloon del oeste y donde esperaba por fin, ver algún indio comanche, sioux, piel roja, o cherokee. En el exterior docenas de pick up a cada cual más grande, algún coche antiguo amacarrado y pintado con colores llamativos y franjas negras, y una larga hilera de motos. En su mayoría como la suya, Harley Davidson, pero de las enormes, de las que tenían radio.

Dos chicas se estaban peleando junto a la entrada jaleadas por otras y con la banda sonora de las perceptibles carcajadas de los hombres que les acompañaban. Uno de ellos enseñaba sin disimulo una pistola en la cintura. Al poco uno de los vigilantes del local salió para invitar a las mujeres a pelearse un poco más lejos del lugar. Como quiera que la mujer se encaró con él, este le dio una bofetada tremenda, la cogió por los pelos y la tiro en la zona de carga de una de las furgonetas allí aparcadas. Clemente asistía entusiasmado a la escena montado en su moto. Era como en las películas de la tele. Ahora el hombre le hacía claros gestos con el dedo amenazador a la chica, y antes de partir pasó el dedo por su garganta en clara muestra del enfado que tenía.

Cuando el portero vio acercarse a Clemente le señaló la zona donde debía estacionar la moto, y le esbozó un gesto de camaradería. Sin duda los moteros sabían reconocerse, incluso si uno de ellos iba caminando. Se sentía a gusto, identificado con la camaradería motera. Aparcó la moto en un hueco que quedaba vacío. A su izquierda quedaban toda suerte de motos diversas, de los mas variados colores y formas, todas muy brillantes y limpias, como la suya. Cerca de ellas, sus dueños charlaban animosamente con cerveza en la mano, o fumando algún cigarrillo.

En cambio a la derecha había una docena de motos que tenían un aspecto distinto. Todas muy sucias, con equipaje y sacos de dormir, todas negras o de colores oscuros, alguna con un cráneo de cabra, otras con pieles de vaca en el asiento. Entre el equipaje de una de ellas sobresalía el cañón de un rifle, junto a una botella de whiskey y en otra se podía observar un látigo enrollado en el manillar que estaba adornado con casquillos de bala. De las alforjas de otra colgaba una enorme hacha de leñador. La última de la fila, tenía el cadáver de un coyote amarrado en el depósito con claras muestras de haber sido atropellado. Se trataba de un grupo de amigos que estaban de viaje. Sin duda, de unas placenteras vacaciones de verano.

*************

A cientos de kilómetros de allí, Al Manzini contaba las semanas que le quedaban para jubilarse. Ocho, ocho semanas y podría colgar la placa. Llevaba más de cuarenta años en la Agencia, había ido ascendiendo a medida que participaba en misiones de lo más diversas. Había participado en detenciones de mafiosos, de delincuentes comunes, violadores, pederastas y asesinos en serie. Ayudó a gobiernos corruptos a enriquecerse con el tráfico de drogas a cambio de poder explotar los recursos naturales del país y así poder empobrecerlos y someterlos a los dictados de la gran nación americana.

Llevó a cabo la coordinación de la búsqueda de una de las bombas atómicas caídas en España, tras la colisión de dos aviones del Ejercito Estadounidense en pleno vuelo en una maniobra de abastecimiento de combustible. De las cuatro bombas que transportaba el B-52, tres fueron rápidamente localizadas, pero la cuarta cayó en el mar. Los 34 buques de la armada americana y los cuatro minisubmarinos tardaron 80 días en localizarla y fue gracias a Al. Viendo como la búsqueda era infructuosa, se le ocurrió preguntar a los pescadores de la zona por si habían visto algo. Una acción tan lógica había sido descartada al inicio en una clara muestra de menosprecio hacia los españoles. Ahí fue cuando un pescador, conocido desde entonces como “Paco el de la bomba”, indicó con precisión milimétrica donde estaba el artefacto a Al. Paco salió en el Nodo y el americano fue ascendido con honores.


Estando destinado en Uganda, fue testigo de cómo Idi Amín Dada se autoproclamó presidente tras dar un golpe de estado. Medró para conseguir que abandonasen el país todos los diplomáticos ingleses y fue cuando el dictador se tituló como “Conquistador del Imperio Británico”. Cuando Uganda dejó de estar bajo el amparo de Israel y pasó a estar dirigido por la Unión Soviética, tuvo que escapar él del país de manera precipitada escondido en el maletero de un viejo Toyota, para no correr el riesgo de acabar como plato principal de uno de los buffets del caníbal Idi Amín Dada.

Ahora Al se enfrentaba a un nuevo reto. Al tanto de la sucesión de extraños sucesos que se estaban dando en las inmediaciones de Dallas, que iban desde un trágico accidente aéreo, a la destrucción de un Motel, y el posterior incendio de un Hospital, debía esclarecer los hechos y así descartar cualquier atisbo de complot contra la nación.

Tenía la confirmación de que dos individuos de nacionalidad española, decían haber perdido unos documentos de valor incalculable en la colisión del avión. Primera pista. Estaban alojados en el Motel que resultó prácticamente devastado en una especie de fiesta o bacanal descontrolada, en la cual varios agentes de la policía se vieron involucrados, y donde se destruyó uno de los vehículos oficiales. Segunda pista. Casualmente, o quizás no, eran pacientes del Hospital que había convertido sus cocinas en una de las salas del infierno, provocando escenas terribles de enfermos desvalidos deambulando por la calle. Tercera pista.

Alguien estaba intentando generar un estado de intranquilidad en la población, con pequeños golpes escalonados, lo que en el argot de los investigadores se conoce como “bombas de racimo”, con el fin claro de desestabilizar a la población y provocar altercados y disturbios, que nunca se sabe como pueden finalizar.

Parecía un caso claro. Pero Al Manzini sabía que siempre hay “algo más” detrás de sucesos aparentemente cotidianos. Iba a estar ocupado las ocho semanas que le quedaban de trabajo. Tenía que ir a Dallas a investigar sobre el terreno.


**************


Clemente sentía un leve cosquilleo de la emoción cuando se dirigía hacia la puerta del bar, que era como las de los bares del Oeste. Esas con dos hojas que se bambolean cuando las empujas. Se hacía de noche y el reflejo de las luces brillaba con mas intensidad. Se oía claramente la música del interior, música country, como en las pelis.

Empujó la puerta y entró. Entró a otro nuevo mundo, a otra dimensión.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Humphrey »

A ver qué hay en esa otra dimensión... :XX: :XX:
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Milcincuenta »

Lo echaba de menos.

Grande!!!!
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

Otra vez en ascuas 8-)
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Antonio1968 »

Si señor, entretenido
Con el tiempo un verdadero motero conoce la diferencia entre saber el camino y respetar el camino. ...
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO DECIMOTERCERO



“Instinto de Supervivencia”




Un hombre se había detenido debajo del umbral de la puerta del Bar and Grill Big Blitz. La escena pasaba inadvertida para todo el mundo. Nadie prestaba atención a un hecho tan insignificante como el de ver un individuo ataviado con pantalones de camuflaje, una camiseta de Los Ramones y calzado con unas John Smith azules y calcetines de deporte blancos con dos franjas azul y roja y un casco colgando del codo.

Esa visión se daba centenares de veces cada día en el local. Lo importante era lo que el individuo podía observar, Y Clemente observaba perplejo un enorme local, casi en penumbra excepto por unos focos que iluminaban una gran mesa de billar y las brillantes luces que desataban toda su potencia a lo largo de la barra. Esta estaba situada en el costado izquierdo del bar. Ocupaba toda su longitud y desembocaba en un pequeño escenario protegido por malla de gallinero que evitaba que los músicos que tocaban pudieran recibir el golpe de la multitud de objetos que pudieran ser arrojados en caso de no satisfacer los gustos musicales de los parroquianos.

La sala estaba despejada frente al escenario y allí varias docenas de clientes bailaban acompasadamente al son de una pieza que interpretaban tres viejos músicos. Un violín, un banjo, y una guitarra eran suficientes para animar al público. Todos al unísono se movían taconeando, girando y dando pequeños saltos, sin sacarse las manos de los bolsillos.

A la derecha se disponían mesas para poder sentarse, entre las cuales unas camareras ataviadas con sombrero vaquero, camisa de cuadros anudada, shorts y las sempiternas botas de cow boy se desenvolvían con soltura para servir con diligencia cantidades enormes de bebida mientras esquivaban los tocamientos de los asistentes.

En el rincón la mesa de billar donde se podía ver entre la espesa capa de humo de cigarrillo cuatro o cinco individuos jugando una partida. Por su aspecto debían de ser algunos de los propietarios de las motos “negras”. Clemente no era de fijarse mucho en esas cosas, ni de catalogar a la gente por su aspecto, no era clasista en una palabra, pero las vestimentas de aquellos tipos se mimetizaba muy bien con las motos del exterior. Era oscura rayando en lo siniestro.

Varios neones dispuestos en las paredes incitaban al consumo de cerveza o cualquier otro tipo de bebida alcohólica, dando un ambiente adulto y responsable e iluminando un poco más el entorno. Pudo observar como una puerta que estaba en el rincón opuesto a la mesa de billar, daba sin lugar a dudas, acceso a los baños. Lo sabía porque aún estando en el otro lado del mundo, las clientas iban al menos de dos en dos hacia allí y los hombres salían abrochándose la bragueta. Eran ese tipo de cosas que un ojo avisado como el suyo procesaba sin quererlo, y no era una información baladí. Su tripa estaba entrando en estado de inquietud, y avisaba con algún pinchazo y rayada, que en breve debería ir a aliviar el exceso de mercancía acumulada los último seis días.

Emocionado entró al local donde oía a partes iguales la música y los gritos de los allí presentes. La gente parecía animada, muchos deambulaban de una esquina a otra en busca de su bebida, de un amigo o simplemente de un lugar donde desplomarse. Como dueño de tres, casi cuatro locales de restauración, estaba habituado a ver escenas de ese tipo. Borrachos de toda índole frecuentaban sus negocios. Eran habituales las caídas a plomo contra el suelo, o en el peor de los casos contra el canto de alguna mesa, teniendo entonces que movilizar a los servicios de socorro. Tampoco eran raras las discusiones subidas de tono cuando alguien no tolera bien la séptima u octava consumición. En raras ocasiones se desataban peleas que culminaban con algún que otro empujón o puñetazo desviado y poco contundente. En esos casos Donato solía intervenir rápidamente para separar a los contendientes y si alguno se ponía violento o no cedía en el empeño de pelearse, era suficiente una buena bofetada o una patada en el escroto para que todo volviera a su cauce.

Sin lugar a dudas, esa tarea aquí la ocupaba el individuo que había visto actuar con contundencia en el exterior, y que ahora con ayuda de otros dos buenos mozos, intentaba reducir a uno de los jugadores de billar que amenazaba con el palo a otro de los jugadores que ya sangraba de una ceja. Un minuto más tarde el agresor era sacado inconsciente a la calle donde fue depositado junto a los contenedores de basura.

Al sacar el cuerpo pasó junto a Clemente y le esbozo de nuevo un saludo. Al parecer el empelado había empatizado con el pequeño hombre de bigote cerrado, tripa contundente, mirada perdida y gesto inexpresivo, al cual le faltaba una oreja según podía ver por primera vez.

Clemente se dirigió a la barra, puso el casco encima de ella y pronunció las pocas palabras que sabía en extranjero.

-Tu biers, plis- dijo.

El camarero le acercó dos botellines de Lite, una de las cervezas que tenía en las cámaras.

Clemente, con el radar que tienen los propietarios de estos negocios, ya había observado como con un billete de cinco dólares, servían dos botellines y decidió que sus rondas irían de dos en dos, para simplificar. Al pagar observó como la barra estaba prácticamente abarrotada de clientes, excepto donde se había colocado él, cerca de dos individuos y una chica a los que el público parecía evitar. Eran tres de los de las motos “negras”. Uno de ellos era una inmensa mole de cabeza rapada, tatuajes que representaban escenas de decapitaciones y perilla desaliñada, el otro era un poco más bajo llevaba un pañuelo enorme anudado a la cabeza, lo cual le daba una apariencia pirata y tenía la cara salpicada de cicatrices y agujereada con multitud de piercings. La chica no era de su tipo. Iba vestida con unos pantalones de cuero ceñidos, una camiseta que no dejaba nada a la imaginación, tremendamente ajustada a sus enormes pechos, los labios pintados de negro al igual que los ojos, y unas uñas enormes que rascaban la cabeza del primer tipo.

Cuando Clemente pidió sus cervezas, el trío se le quedo mirando detenidamente y le increparon algo que él no oyó, y en caso de haberlo hecho, no lo hubiera entendido. Alzaron el tono de voz y Clemente desvió la mirada hacia ellos, mientras engullía de un trago el primer botellín. Sin duda no le hablaban a él, no los conocía de nada.

Bebió la segunda cerveza un poco más despacio. En dos sorbos largos y profundos. Pidió otras dos cervezas más, con la intención de beberlas mas reposadamente, y el hombre de la perilla, le gritó a él algo incomprensible y se dirigió al camarero, que obedeció las instrucciones del peligroso individuo.

Puso dos cervezas y dos vasos de tequila enormes. A cada uno. En ese instante, el portero que había simpatizado con Clemente se interpuso entre los dos y le dijo algo. Clemente hizo un gesto de no comprender y le dijo algo en español. Fue entonces cuando el portero se dirigió en perfecto castellano a Clemente y le previno de la peligrosidad del individuo y de que este le había llamado rata olorosa, le había dicho que era un ser repugnante, amorfo, malnacido y con pintas de ser un cobarde merecedor de un escarmiento. Y que la única forma que tenía de librarse de una paliza era aceptando el reto de ver quien era capaz de beber mayor cantidad de cervezas y tequila.

Clemente se vio sorprendido por la actitud del hombre, que ahora reía abiertamente mientras sus dos acompañantes le seguían la gracia. Apartó amablemente a su nuevo ángel de la guarda, sacó unos billetes de cinco dólares, se los extendió al camarero y con la mirada perdida y un chasquido de los dedos, acepto el reto.

La mente trabaja a velocidades incomprensibles. En apenas unos segundos Clemente recordó como cuando tenía seis años, era de obligado cumplimiento tomarse una copa de Kina Santa Catalina antes de comer en casa. Luego a los diez ya comenzó a tomar vino con sifón, para alborozo de sus padres. Con trece ya tomaba dos vasos palmeros de vino en las comidas y en fiestas unas copitas de Marie Brizard para acompañar a su madre. Con dieciocho, antes de ir a Cerro Muriano al campamento de la mili, las copas de Brandy Terry formaban parte de su nutrición, junto con el vino, el anís y la cerveza. En el cuartel de Coria del Río donde fue destinado, se decantó por la ingesta desmesurada de la cerveza. El clima tan radical de los veranos sevillanos fue el detonante de su afición a la bebida de fermentación, dejando los destilados para los cubalibres de antes de ir a dormir. Así que no sabía del aguante de esa especie de gigante calvo, pero de lo que no dudaba era del suyo.

Llevaban ya diez cervezas y diez tequilas. El gigante sudaba abundantemente y se había quitado la camiseta, dejando ver un cuerpo brutal. Clemente no era de sudar. Se encontraba en el momento canción, ese momento en que casi todo te es ajeno y solo te centras en tararear la melodía que sin saber como se te ha instalado en el disco duro de la cabeza. En la suya sonaba “Oh Carol” del Dúo Dinámico, quizás por oír llamar así a la chica del macarra.

A pesar de estar ensimismado en la melodía, pudo ver un síntoma de flaqueza en su adversario, que cerró los ojos con fuerza en un par de ocasiones, en clara actitud de intentar controlar el equilibrio. Puso de nuevo treinta dólares en la barra, y su rival puso otros treinta. Calculó que en los quince primeros, su rival se tambalearía por primera vez, a los veinte vacilaría ostensiblemente y a los treinta caería al suelo. Él a buen seguro, aún podría mantenerse en pie, aunque con dificultad esos treinta dólares y veinte más. Y si perdía la apuesta estaba seguro que en el estado de su oponente, la paliza no sería muy relevante.

La gente había empezado a arremolinarse para ver el espectáculo y no daba crédito a la desfachatez con la que aquel tipo insignificante se había retado con uno de los bandidos mas feroces del lugar. Algunos pensaron que daba el perfil de un agente de los servicios secretos encubierto, en una misión suicida o quizás la de un infeliz buscando una muerte segura y gratuita.

Tres vasos más tarde el gigante se levantó de la banqueta y alzó la mano. Su nuevo amigo le informó de que el gorila pedía diez minutos de descanso para poder llamar a su madre y decirle que llegaría tarde a casa. Clemente aceptó. Hacía ya dos copas que su estómago pedía a gritos una evacuación de emergencia, y ese parecía ser el mejor momento.

El matón salió en busca de un cabina de teléfono y Clemente en busca de un retrete. Lo hizo con paso firme, pero a ritmo lento. Con pasitos cortos y apretando las nalgas. Cuando llegó al baño vio claramente cual era el suyo, tenía el dibujo de un vaquero en la puerta y el de señoras tenía el dibujo de una bailarina de Saloon.

Al entrar había un tipo esnifando un polvo blanco, otro vomitaba ruidosamente en el lavabo que se encontraba salpicado por completo. En una de las cabinas una pareja fornicaba ruidosamente, otra había dejado de existir ya que se encontraba completamente destruida, y la que quedaba libre tenía un cartel que decía “Out of Order”. Tampoco tenía porque saber que estaba fuera de servicio, y sino que no lo hubieran escrito en extranjero.

Apenas tuvo tiempo de soltarse los pantalones, y pudo aliviarse. Es curioso como cualquier cosa que nos sucede puede llegar a tener cualquier tipo de connotación disparatada. En este caso, se podría decir que viniendo de Clemente lo sucedido dentro del cubículo tenía cierta similitud con el descorche de una botella de champán. Champán agitado previamente, como para la celebración de una victoria deportiva.

Tras un escueto esfuerzo que hizo saltar el tapón, se desató una increíble liberación de materia fecal en claro estado de descomposición y de textura más líquida que sólida. Además la expulsión fue del tipo spray, que implicaba un amplio radio de acción y una dosificación moderada. Acompañaban a la tarea unas ventosidades ruidosas y prolongadas con continuos cambios de tonalidad, como si fuesen la banda sonora de una película de tornados y acompañadas de una fragancia poco deseable. Cuando Clemente creyó haber concluido la misión, ya las protestas de la pareja de fornicadores, del drogadicto y del que estaba vomitando, eran ya sumamente ruidosas y aireadas, pero no tuvo tiempo de centrarse en ellas. Una segunda oleada pedía paso ruidosamente y tuvo que liberarla en todo su esplendor.

Al concluir la deposición, por un lado se sentía aliviado, se sentía relajado, entero a pesar de la pérdida, y por otro lado se sentía molesto por el olor intolerable, y por darse cuenta de que la cisterna del baño no funcionaba y de que la existencia de papel era mera utopía. El panorama que vio al girarse tampoco era una visión feliz para quien tuviera la desgracia de tener que adecentar el baño. Fue tal la fuerza del descorche que la energía se diluyó en esa tarea y se alejó de la de la puntería. Las salpicaduras de heces llegaban a la altura de su hombro y no auguraban nada bueno para el devenir de la limpieza. Quizás se haría imprescindible un escuadrón de guerra bacteriológica para la tarea.

El asunto de su propia limpieza se resolvió de manera audaz. Un hombre acostumbrado a bregar por situaciones duras, no se iba a ver amedentrado por una insignificancia semejante. Usó los calcetines de deporte para no dejar rastro en su cuerpo de la tarea.

En el preciso instante que salió de la cabina entraba a toda velocidad su rival que ya había regresado y le esperaba impaciente. Parecía estar recuperado de los sudores y dispuesto a dar guerra. Gritaba airadamente y hacía gestos amenazadores que se vieron truncados cuando le golpeó el nauseabundo olor de lleno. Puso cara de asco y quiso salir precipitadamente de allí. Había estado en pocilgas que olían mejor que aquello, pero tuvo la desgracia de resbalar en el vómito del gañan de antes, y en un intento por no caer se agarró a Clemente, que hábilmente le empujó para evitar el contacto a la vez que dejaba expedito el camino hacia la letrina de donde acababa de salir.

El macarra cayó a plomo dentro del retrete. Cuando quiso darse cuenta su cuerpo había ejercido el papel de fregona y sus vanos intentos por incorporarse empeoraban la situación. Clemente creyó conveniente salir antes de que pudiera incorporarse. Algo le hacía presagiar que su integridad corría peligro.

Seguía cantando en su interior “.....Oh, Carol, deja de llorar......” cuando abandono el baño. Entró de nuevo en la sala, donde un público expectante les aguardaba, y él con un caminar ya mas armónico y elegante, hizo unos gestos que daban a entender que algo había pasado en el interior. La gente acudió en masa a ver lo acontecido y se toparon con el gigante inconsciente en medio de un baño de mierda.

-¿Qué pasó? ¿Qué pasó?¡¡¡¡¡- pregunto el segurata amigo de Clemente,

-No sé. Cuando he entrado estaba todo.......bufffffffff........perdido......un desastre-respondió Clemente.-Ha sido aquel- dijo señalando al pobre infeliz que se estaba metiendo la raya de coca, y que acababa de ver en un rincón tumbado con una estúpida sonrisa en la cara.

La gente se giró a buscar al individuo que había sido capaz de semejante barbaridad, mientras Clemente cogía su casco, bebía las dos cervezas que le quedaban en la barra y los dos tequilas, y le soltaba diez dólares de propina al camarero por su atención.

En el exterior buscó su moto, al principio con poco éxito, pero cuando localizó la moto que tenía un coyote muerto y que comenzaba a oler como cuando trabajó en la morgue, supo que la suya estaba cerca.

Arrancó la moto, se le cayó el casco, tuvo que apearse a por él, se caló la moto, dio dos traspiés que por poco no acaban con la moto en el suelo, se sentó en ella, le dolía un poco la retaguardia del esfuerzo del descorche, y fue capaz de arrancar y salir en busca de la libertad que sentía tan amenazada.

En el interior, el gigante había recuperado el sentido, explicó que Clemente le había amenazado con una gran pistola, que le había obligado a arrodillarse, que le había golpeado en la cabeza y que, sobre todo, el había luchado con ferocidad encomiable y que había que matar a aquel malnacido.

Media docena se quedaron a acompañar al líder, y los otros salieron en su busca. Preguntaron al camarero, que dijo no saber nada, mientras notaba el billete en su bolsillo. Los secuaces salieron a la calle y pudieron ver como una moto abandonaba el recinto a toda velocidad. Emprendieron la persecución del asesino a sueldo que suponían era Clemente blandiendo una escopeta, un látigo y un hacha.

Clemente a pesar de que su moto le era casi extraña, de que no era un máquina muy oportuna para escapar de una horda de salvajes dispuestos a asesinarle, a pesar de su estado de embriaguez manifiesta, a pesar de seguir cantando en lugar de preocuparse por escapar ágilmente, desplegó su instinto motard.

Cambiaba de marcha en el momento oportuno, aceleraba con vehemencia, no frenaba en las curvas, ignoraba los semáforos y no cumplía con ninguna norma de circulación. Era el ejemplo de las actitudes cotidianas de un buen motorista. La moto no era veloz, pero parecía que con el frescor relativo de la noche, corría mas y mejor. El faro, diminuto, apenas alumbraba nada, y en un acto de supervivencia, pensó que sería conveniente apagarlo, para poder despistar mejor a sus perseguidores. Estuvo a punto de caer cuando cogió un bache y la mano del embrague se le soltó del manillar. La moto rozaba en las curvas con el motor y las estriberas, levantando una bonita lluvia de chispas. No veía nada, pero era feliz, cantaba a voz en grito y cuando quiso darse cuenta, vio como cinco o seis luces de moto le seguían en la distancia. Pronto le alcanzarían. Iba a morir.

Reginald Bronston había sido juez en Houston. Ahora, a sus 87 años, vivía en Dallas, muy cerca del presidio donde habían ejecutado en la horca y en la silla eléctrica a docenas de reos por él juzgados. Se le conocía como “Regi el Rompecuellos” y causaba admiración allí por donde pasaba. Era un heroe local. A pesar de su edad tenía la costumbre de cenar todos los días dos perritos calientes con chili y aros de cebolla con mayonesa en un puesto ambulante del Kennedy Park.

Acababa de cenar y se dirigía a casa donde el esperaban su dos doberman y tres sabuesos. Eran regalos del Klu Klux Klan, uno por cada negro que había tenido la desfachatez de denunciar el asesinato de un pariente o amigo en manos de la Policía, y que al igual que ellos habían terminado en presidio con cualquier absurdo pretexto. Era un buen escarmiento para evitar que los negros molestaran mucho a la justicia, bastante tenía esta con los procesos que los negros provocaban.

El Buick Riviera del 71 era uno de los coches mas grandes y pesados construido en el país. Era un vehículo soberbio, majestuoso, imponente. El juez se lo había comprado para celebrar su jubilación unos años antes y seguía en estado impecable. Era su joya mas preciada y si alguna paloma tenía la ocurrencia de mancharlo, mandaba enseguida disponer de una cuadrilla de cazadores para exterminar cualquier atisbo de una de ellas en kilómetros a la redonda.

La luz del semáforo se puso de color verde, y el juez aceleró el coche a la par que eructaba ruidosamente. La masa se puso en movimiento y casi rozándola, algo paso a toda velocidad por delante del coche. No tuvo tiempo percatarse de que, o quien, había sido capaz de desafiar a la muerte cierta cuando giró la cabeza hacia las luces que se aproximaban hacia él y su magnifico coche.

Reginald pasó del deslumbramiento súbito al trauma de ver, era un decir, como media docena de motocicletas ruidosas iban a colisionar contra su obra de arte rodante. Una tras otra impactaron violentamente contra su coche, excepto una de ellas que manejada con más soltura o con menos cantidad de drogas y alcohol en el conductor, consiguió evitarlo, pero que desgraciadamente para él, comprobó la dureza que puede llegar a alcanzar una de las secouya del parque. Otro de los motoristas atravesó el cristal lateral del coche impactando contra el juez que resultó conmocionado levemente. El hacha que portaba cayó a los pies de su señoría sin causarle daños. De los otros cuatro, dos resultaron heridos de muerte en el impacto y a los restantes les esperaban largas semanas de rehabilitación antes de pasar a prisión acusados de atentado terrorista y de causar daños al patrimonio nacional de vehículos a motor.

La verdad es que la mala suerte de chocar contra uno de los coches mas duros, si exceptuamos por ejemplo a un GMC Sierra, jugó en contra de los salvajes perseguidores de Clemente, que a estas horas seguía perdido en la maraña de viaductos y carreteras de cinco carriles que bordeaban la ciudad. No obstante se sentía extasiado al son del petardeo grave y sonoro de su nueva moto. Conducía de manera fluida, los brazos extendidos, las piernas estiradas, el viento de la noche acariciando su cara, el bigote flaneando ligeramente. De nuevo la libertad conseguida a través de un objeto inanimado. Algunos necios incluso le hablan a sus motos en la creencia de que pueden oírles, otros les ponen nombre, e incluso las recuerdan con cariño y pena si sucumben a uno de los múltiples siniestros a los que se ven sometidas. Cosas de necios.

Aquellas luces le parecían familiares. Sin duda eran las de su Motel. Escondería la moto, se iría a la cama y muy temprano abandonaría para siempre aquel lugar. Guardaba recuerdos encontrados. Entre los malos estaba el no haber podido ayudar a su rival del reto en la caída y demostrar que no podía vencerle en la ingesta descontrolada de alcohol y entre los positivos se felicitaba por los reflejos de culpar al hombre que esnifaba coca y que ahora se recuperaba de la paliza de su simpático amigo del bar, del desastre intestinal que él mismo había provocado. Instinto de supervivencia.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Antonio1968
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Antonio1968 »

Alucinante
:plas: :plas: :plas:
Con el tiempo un verdadero motero conoce la diferencia entre saber el camino y respetar el camino. ...
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