EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

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Bonniato
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Bonniato »

Tronchante. =))
Triply
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Triply »

Buena memoria la de Pepi :lol: :lol: :lol:
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davscram
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por davscram »

:face: Menudo peligro que tiene ese en USA =))
pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Capítulo quinto.


“CRECER”



Las cosas habían cambiado mucho los últimos días. El chico inglés se había marchado en solitario para concluir su trabajo, y ya de paso conseguir la información necesaria para el tratamiento de Clemente.

Nancy empezó a trabajar en el Van Gogh, ya que curiosamente el día de su llegada, un camarero tuvo que dejar el puesto por motivos de causa mayor. Donato valoró muy positivamente la predisposición de la chica, que sabía servir copas con una destreza inusitada. Puede que su sonrisa influyera en el aumento de aforo y de consumiciones del local, pero parecía mas probable que fuese debido a los números de baile que solía protagonizar cada día subida en la barra del bar y a su generoso escote.

Pepi y Nancy habían entablado una relación muy estrecha. Y es que la pelirroja de piernas infinitas, era una mujer cercana, decidida, y ambiciosa. Charlaron durante horas de la evolución de la hostelería, y de la necesidad de diversificar el enfoque de la misma. La cuestión era simple. Los bares tradicionales, como los que tenían Pepi y Clemy (así le llamaba ella a su nuevo amigo), eran una buena fuente de negocio para clientela madura y familiar. A todos les gustaba juntarse con los amigos y familiares y tomar unas cervezas, unos tubos de cubalibres o gintónics acompañados de aceitunas, cortezas de cerdo y callos a la madrileña, pero la clientela esa, estaba envejeciendo, la cirrosis hacía estragos y las nuevas generaciones necesitaban un nuevo estilo de tomar copas y conseguir de manera más distinguida el estado de embriaguez. Lo veía cada día en la costa.

Como los negocios de sus amigos proporcionaban muchos beneficios, y su contable aconsejaba invertir el dinero, la idea estaba clara. La nave contigua al Van Gogh estaba vacía, antes dedicada a la transformación de grasa de los animales muertos en compuestos indispensables para la cosmética, parecía el lugar adecuado para instalar un nuevo estilo de bar y una nueva forma de desplumar a los viciosos que se acercaran al lugar.

Pondrían un local oscuro, con luces de neón de colores pastel, decoración básica y minimalista, una amplia barra en forma de U en el centro de la sala, muy iluminada, para atraer la mirada y el deseo de consumir de los clientes, y música moderna a elevado volumen y así obligar a alzar el tono de voz y resecar la garganta.

El servicio de barra debería estar ocupado por gente “guapa” ya que al parecer eso atraía a los potenciales bebedores. Y aquí Nancy se permitió el lujo de recomendar a dos amigas suyas, Raffaela una brasileña de color negro como el carbón, muy divertida y que contaba a su favor que era abstemia, y conseguía estar centrada toda la noche sin desfallecer y además era muy adicta a lucir prendas que dejaban poco a la imaginación. Por otro lado estaba “La Máquina”, una madrileña de Malasaña cinturón negro de kárate poco dispuesta a dejar que nadie se pasara un pelo, y que era una garantía de paz en el establecimiento. También barajaron el contratar a un par de chicos de buen ver, que lucieran camisetas muy ajustadas y que fueran un imán para las veinteañeras de la comarca y para los muchachos poco o nada interesados en el sexo femenino. No había que despreciar en absoluto la innegable afición a levantar el codo de las mujeres de nueva generación, entre las que se contaban a centenares beodas reconocidas.

En lo más básico se podría decir que se serviría lo mismo que en los otros locales, pero al doble o triple de precio. Tan solo cambiando la vajilla se conseguía dar una imagen diferente y mas “cool”. Una docena de gambas a la parrilla, en el Inglaterra, Francia o Van Gogh se cobraban 350 pesetas, aquí se pondrían ocho gambas en un plato mayor, y se servirían por 500 pesetas. Quedaban descartados los boquerones y la casquería. Convenía refinar la carta de tarde y no servir a partir de las diez de la noche nada de cocina, como mucho almendras con exceso de sal y las famosas aceitunas de Jódar con el aliño mas picante que hubiera y así alentar al consumo de más y más bebida para aplacar la terrible sed que provocaban.

También se haría preciso la contratación de un portero que seleccionara los clientes. Eso daba categoría al local y obligaba de alguna manera a que la gente fuera con la muda de los domingos. Así se podía justificar que el local era de mas categoría y atracar con los precios teniendo una justificación. Ese portero debería ser un hombre rudo, curtido en mil batallas, tranquilo pero a la vez feroz. Un atormentado era el perfil idnóneo.

Pepi ya había movido los hilos necesarios para que todo comenzará a rodar. Prestamos bancarios, contratistas, burocracia. Y Clemente no dejaba de sentir devoción por aquel torbellino de mujer con la que compartía destino. También estuvo conforme con la decisión de que el local fuera gestionado por Aniceta, a Pepi le gustaba llamarle así, por su nombre de pila, y darle el 5% de los beneficios futuros, aparte de un buen sueldo. Sabía que la chica no defraudaría en su tarea.

Ya que iba a ser el cuarto local que tuvieran, decidieron el nombre una noche de pasión. Se llamaría “El Cuarto Oscuro”. Era un nombre con una cierta aura de misterio y que a buen seguro atraería a los nuevos clientes jóvenes, a los maduros que no sabían ni aceptaban envejecer, y a gente con poder adquisitivo mas elevado, con la necesidad de poder pavonearse delante de sus conocidos y airear las abultadas facturas del champán francés consumido en los reservados. Sin descartar a los pasados de copas que salieran del Van Gogh y decidieran tomar la penúltima en el local adyacente. El nombre del local también podría atraer a toda suerte de pervertidos, pero para eso tendrían un portero que supiera, llegado el caso, cortar de raíz los posibles abusos y desmanes. Lo que una buena paliza con rotura de huesos es capaz de hacer, o una navaja barbera usada con maestría, no lo sabe nadie. Ataja de cuajo cualquier salida de madre e influye en ambientes relajados.

Aquella tarde, Clemente tenía cita con el notario. Por fin había quedado para finiquitar la herencia de su madre. Resolver ese asunto era prioritario, no necesitaba un vinculo con esa parte de su familia y poner un punto y aparte tranquilizaría su cabeza.

-Firme aquí- dijo la notaria. Y es que ahora había alguna notaria, nada que ver con esos señores serios con bigote y gafas de concha negras que tanto imponían.

-¿Aquí?- dijo Clemente.

-Si, ahí- dijo bruscamente su hermana, ansiosa por coger el dinero y huir a comprar su chalet de las afueras.

El cuñado asistía de testigo de la operación y apuntillaba detalles técnicos para así demostrar estar en un nivel intelectual superior al de Clemente. Este por su parte le recordaba el día que se casarón y la cara que puso cuando él golpeó de forma fortuita la mesa nupcial y el cocktail de marisco le cayó, a todo lo que daba, encima del traje. Su hermana montó en una cólera contenida y le dijo por lo bajo que era un borracho despreciable, mientras intentaba limpiar los pantalones de su ya marido con la servilleta y Clemente con el ánimo de colaborar acercó el mantel y desmoronó todo el servicio de la mesa, con un estruendo inolvidable para el aforo del local. Fue un momento adorable ver a su hermana fuera de si, intentando clavar un cuchillo de pescado a Clemente y ahora, en ese momento le producía risa. Una risa disimulada y contenida.

Resultó que la vieja tenía un patrimonio mas abultado de lo imaginado. La cantidad que recibieron cada uno, tras vender todas sus posesiones ascendía a algo más de cuatro millones y medio de pesetas. Lo suficiente para pagarse un buen viaje, comprar una buena moto, y regalarle a Pepi un collar de perlas. El resto lo emplearía en el nuevo negocio, o eso tenía pensado, pero su esposa decía que el negocio se debía de financiar “solo”, y que si no tenía inconveniente, ella invertiría ese dinero en algo que pudiera rentarles en el futuro. Así sería.

Cuando llegó a casa, su mujer le dijo que el inglés había llamado, y le había dejado el teléfono de la Clínica Palo Alto, cerca de San Francisco. El doctor con el que debía hablar, era el doctor Rashid Abdul Buttuk , un afamado cirujano plástico capaz de las mas increíbles proezas con un bisturí siempre que estuviera convenientemente animado por un par de rayas de polvo blanco.

Clemente dejo el asunto en manos de su mujer. Pepi conocía a alguien que hablaba en inglés y se encargaría de concretar los detalles del como y cuando. El como era sencillo, Clemente debía estar localizable en el entorno de la Clínica, lo mas sobrio posible. El cuando era más complicado. Tenían disponibilidad a partir de mediados o finales de Agosto, y luego, una vez en lista de espera, habría que esperar que sucediera una tragedia o una catástrofe natural con abundantes fallecidos, para así poder encontrar una oreja lo más similar posible con la que ocupaba aún la cabeza de Clemente. Cabía recurrir a donantes fallecidos por causas naturales, o acudir a las morgues y conseguir una de un cadáver, pero el doctor Buttuk prefería un donante mas “fresco” fallecido en situación trágica. Según su criterio eso favorecía enormemente el transplante y producía menos rechazos.

Quedaban semanas por delante y Clemente estaba decidido a no perder el tiempo. Debía aprender algo sobre el país que iba a visitar, pero debía también ejercitarse en el arte de montar en moto. Para lo primero bastaría una buena enciclopedia, alguna revista y algo de televisión. Se hartó de ver películas de vaqueros, de gangsters y King Kong y así tuvo una vaga idea de que país iba a encontrar. Por muy grande que dieran a entender que era, no sería para tanto, si con un par de caballos y un carromato podían atravesarlo, él con una moto podría hacerlo con los ojos cerrados.

Consultando los libros, llegó a la conclusión de que era un país mal organizado y muy lioso, así que tendría que confiar en su instinto viajero y en su vasta experiencia para solventar las dificultades que pudieran surgir. En ninguna cabeza bien amueblada tendrían cabida las ocurrencias de aquellas gentes. Era presidente un actor de Hollywood llamado Ronald Reagan, que solía salir en alguna peli de cowboys que había traído del video club, como si aquí fuese presidente Mariano Ozores o Tony Leblanc.


Tenían por un lado el país dividido en estados, eso era fácil de comprender. Uno de ellos se llamaba Washington, pero la capital de ese estado era Seattle, hasta ahí todo normal, pero es que luego estaba Washington ciudad, que era además la capital de la nación, que estaba en un distrito, el de Columbia, que no pertenecía a ningún estado. Y además estaban a tomar vientos la una de la otra. Tenían otro estado que era Kansas y su capital Topeka, que no era la ciudad más importante, esa era Wichita, pero existía una ciudad que se llamaba también Kansas que sí era la capital de otro estado que es Missouri. Y luego estaban las dos Carolinas, y las dos Dakotas, como si no hubiera nombres distintos para no liar la manta. Había asimismo 35 ciudades que se llamaban Springfield, ¿se imagina alguien que hubiera aquí 35 Matalascañas?. Sería un autentico lío. Pero lo que mas apesadumbró a Clemente fue conocer que en aquel país con más de 300 millones de habitantes había menos bares que en España. Fue un mazazo, un golpe muy duro. De pronto se vio pasando una sed horrorosa y entonces decidió dejar de informarse y centrarse en la segunda de sus tareas. Agilizar el dominio de una motocicleta, retomar el espíritu motard, para lo cual necesitaba procurarse una hasta partir de viaje, para curtirse de nuevo en el arduo trabajo del control de la máquina.

Acudió, como no podía ser de otro modo, a varias tiendas de motos donde no vio nada que le gustara y leyó los anuncios clasificados del periódico. No obstante, su mecánico de confianza le aconsejó acudir a un pequeño local de las afueras, donde a modo de asociación se reunían motoristas de todos los pelajes para organizar salidas y paseos en moto. Era probable que allí pudiera encontrar alguien que deseara desembarazarse de alguna, con la intención de sustituirla, o bien topar con algún descarte de alguien que hubiese podido fallecer en un siniestro.

Encontró el lugar a la primera. Una docena de motos aparcadas en la acera y en las inmediaciones daban buena cuenta del emplazamiento y un cartel con la leyenda “Moto Club Tumba Más o a la Tumba”, lo confirmaba. Se acercó tímidamente y asomó la cabeza por la puerta que se encontraba abierta. Una muchacha gritó del susto al verlo. Cometió la imprudencia de enseñar el lado donde le faltaba la oreja e instintivamente se tapó el orifico que días antes cobijó a una cabeza de cigala con esos ojos saltones a la par que levantaba la otra mano en señal de disculpa.

-Joder tío, que susto mas dao- dijo la chica.

-Buenas tardes. Vengo a echar un vistazo a ver si hay alguna moto en venta, o conocéis a alguien que venda una, no se- dijo Clemente.

-Joder tío, es que te he visto la cara rara y como no has hecho ruido, me he asustao. Pasa hombre, ¿quieres una birra?, píllate una de la nevera-

Y Clemente nunca sabía decir que no a una cerveza fría. El resto de muchachos le dio la bienvenida y también descorcharon unas cervezas. A primera vista se veía que no eran remilgados, y que afortunadamente eran amigos de la cerveza. Buena gente intuyó Clemente.

-Me llamo Clemente. Busco una moto para pasar el rato. Nada de grandes viajes, dar una vuelta y poco más, lo que se dice matar el gusanillo- dijo Clemente.

-O sea, que no te gusta viajar. Aquí hay grandes viajeros, un colega llegó a ir a Finisterre. No parece gran cosa, pero es que fue en una Mobylette- dijo uno al fondo mientras se acercaba.

-Si, si, lo mío es la ruta, pero mientras preparo un viajecillo que haré en verano, quiero algo para entretenerme-

-Y que moto tienes, o tenías-dijo otro de los chicos.

-Tuve una Sanglas, que destrocé en un accidente en Inglaterra. Casi me cuesta la vida, aunque el precio que pagué fue la oreja y un montón de huesos rotos. Mi siguiente viaje, en unos meses, será por los Estados Unidos. Tengo pensado comprar una moto allí y recorrer todo lo que pueda del país, haciendo tiempo para ver si me apañan lo de la oreja-

La confesión causo la admiración de los jóvenes. Sin duda se enfrentaban a un motero con cientos de miles de kilómetros recorridos, y una gran experiencia en motos, un erudito en la materia. Además era un motero aguerrido, ya que había viajado con una moto muy alejada de los cánones del gran explorador, como una BMW R75 o una Guzzi California. El tío se había ido con una Sanglas, con dos cojones, hasta Inglaterra, manda huevos lo mal que se come en ese país, hacía falta valor. Y si esto no fuera poco, lo hacía tras haber sufrido una mutilación en una caída. Cuantos moteros dejaban la moto después de un siniestro....pocos supervivientes repiten experiencia.

Comentaron lo de la moto que buscaba, una moto que le sirviera para quemar adrenalina y un chico que ejercía de mecánico y que urgaba en una Yamaha XT500 con matrícula italiana se acercó diciendo que quizás el Willy quisiera vender la moto vieja, por que se había comprado una Yamaha XJ 650.

-Esa moto cumple con lo de quemar adrenalina- dijo.

Alguien de allí fue a llamar al Willy de una cabina y como las cervezas se estaban terminando, Clemente le dio mil pesetas para que trajera cervezas para todo el mundo, lo cual acabó por seducir a los allí presentes, que brindaron a su salud.

Al poco el chico regresó con una bolsa inmensa llena de birras frescas que fueron asaltadas por todos. Willy venía en un momento, iba a limpiar la moto para que pudiera verla resplandeciente y así seducirle.

Clemente aprovechó para preguntar si alguno solía ir al santuario de la Virgen de la Peña, en el paraje de Peñarara, ya que a él le parecía una carretera agradable. Por supuesto que todos iban por allí a menudo, pero últimamente preferían ir al Puerto de la Espiga que estaba recién asfaltado y tenía menos quita miedos. Podías despeñarte, si, pero el riesgo de una mutilación horrenda era mucho menor.

El chico que hizo el comentario se disculpó con Clemente, que no lo había pensado al decirlo, y este le hizo un ademán de que no pasaba nada. Fue ahí cuando se convirtió en un ídolo de masas, al confesar que perdió la oreja al chocar contra un enorme Bulldozer.
Un silbido agudo se dejó oír en la lejanía. Era una moto que se acercaba a velocidad moderada, y sin forzar la mecánica.

-Es el Willy. Ya viene- dijo uno de los presentes.

El sonido le recordó vagamente a la terrible Bultaco Frontera. Esperaba que no fuera una moto similar. La gran altura impedía el manejo cómodo de la montura y descartaba por completo una moto fabricada en las puertas del orco por unos diablos deseosos de nuevos clientes. Pero le tentaban las motos españolas. Si de alguien te puedes fiar es de los españoles. Fabricaban todo a conciencia. Suponiendo que tuvieran conciencia.

Un último acelerón y el petardeo se detuvo. El aire a favor transportó el tufo a aceite de mezcla, como el de los quemados de Peñarara, al interior del local. Un chico regordete y de una estatura similar a Clemente asomó por la puerta. Lo primero que hizo fue coger una cerveza y darle un buen trago.

-Hola, soy Guillermo, pero me llaman Willy-

-Hola, yo me llamo Clemente, y quiero ver si tu moto me convence-

-Ok. Ahora la vemos, espera que tome la cerveza, no sea que se caliente. Oye, yo a ti te conozco de algo, ¿no serás el dueño de la cervecería Francia, no?. Es que vivo al lado y tu cara me es familiar- dijo Willy

-Si. Mi mujer y yo tenemos tres cervecerías. Esa, la Inglaterra, Y la Van Gogh del polígono de arriba.-

-Ya decía yo....vamos a ver la burra- sorprendentemente había alguien que recordaba la cara de Clemente.

Salieron al exterior y entre el resto de máquinas estaba la moto que quería vender. De inmaculado color plata y una franja bicolor amarilla y naranja, lucía una espléndida Ossa Yankee 500. Era una moto de un tamaño “humano”, que tenía el asiento rebajado por un tapicero para llegar con más facilidad al suelo, Willy y Clemente eran de una estatura similar, y no tenía muchos kilómetros para tener ya seis años y medio de vida. El precio no era nada disparatado para una moto, como dijo el chico, extremadamente potente, ligera y ágil como aquella.

Acabó de seducirle que el chico confesó también los puntos débiles de la moto. Tenía una tendencia recalcitrante a romper bielas. Pero no era muy caro sustituirlas y se hacía en poco tiempo si se sabía hacer. Consumía gasolina como si no hubiera mañana, se podría decir que era admirada en muchos países árabes y a alta velocidad, flaneaba un poco. Y es que era una moto capaz de los 185 km/h de cronómetro.

-Un par de horas. Cuesta un par de horas desmontar el motor y volverlo a poner a punto- dijo el mecánico que ya había terminado con la moto italiana, y la sacaba al exterior.

Al saber de la inmensa experiencia de Clemente con las dos ruedas, le invitó a dar una vuelta y ver si le gustaba la moto. Pero este prefirió subir de pasajero y así desentenderse de la conducción y poder analizar con calma el comportamiento de la moto. Una toma de contacto mas sosegada y pacífica.

Sentados en la puerta de la bajera, tomaron unas cervezas más y unos moteros venían y otros se marchaban. Entre ellos un italiano que recogía la XT 500 que había pinchado un neumático y proseguía viaje hacia Marruecos.

Willy Y Clemente se enfundaron el casco, a él le había prestado uno la chica que encajaba mejor en su deformada cabeza y que tuvo que calzar por el lado de la “no” oreja con un calcetín para evitar que se moviera en exceso, y se dispusieron a salir. Entonces el mecánico salió súbitamente a buscar al italiano que se había olvidado una pequeña alforja en el taller.

-Trae, ya le cogemos nosotros y se la devolvemos- dijo Willy.

Y sin tiempo para sujetarse adecuadamente y portando en su regazo la pequeña alforja, Clemente volvió a sentir el vértigo de una aceleración inhumana. Se estaba convirtiendo en una costumbre demasiado habitual perder el sentido del equilibrio. Trataba por un lado de asirse donde buenamente podía, y por el otro de no perder el bulto. El pie derecho, ausente de calcetín, amenazaba con perder el mocasín que bailaba apreciablemente. Pero pasados un par de minutos, ya consiguió estabilizarse un poco. Willy iba concentrado en la conducción. Adelantaban por la derecha a los vehículos más lentos si venía otro de frente y zigzagueaban entre las filas de coches que circulaban más lentos a una velocidad realmente desquiciada. Se saltaron dos semáforos en rojo, cosa que no pudo ver Clemente, que luchaba por enderezar el casco que se le caía hacia delante. Estuvieron a punto de pasar por encima de un podenco que caminaba suelto por el arcén, pero en el último momento el perro saltó ágilmente a la cuneta con cara de susto.

La velocidad era escalofriante, un vendaval trataba de hacerle volar como a una cometa y apretaba las piernas como si en ello le fuera la vida. Y le iba. Willy por su parte se debatía entre seguir conduciendo con extrema prudencia como hasta el momento, o darle un poco más de gas e impresionar al pasajero. Apenas habían ido a 145 km/h. Hasta el momento no había explotado las bondades de los dos nuevos carburadores de 36mm que sustituían a los Bing de 32mm originales.

No hubo lugar a la duda por más tiempo. Un puntito lejano que no era sino el despistado italiano aconsejaba ir rápido de verdad y darle caza para poder devolverle el bulto. Redujo una velocidad y abrió las compuertas de los carburadores a tope. Lo que vino después fue una especie de tornado, en medio de una sinfonía de violines desafinados y que levantaban una apreciable humareda blanca, visible a buena distancia. Era como trasladarse al epicentro de una catástrofe natural, un terremoto o algo así. El extranjero abordaba ya las primeras rampas del Puerto de la Espiga y la Ossa se acercaba a velocidades inauditas hacia él. Las primeras curvas eran amplías, y la pareja española las abordó en cuarta velocidad a 7.000 rpm, lo cual eran unos buenos 130 km/h. La moto iba inclinadísima y en un momento dado empezó a rozar el estribo y un poquito el escape. Aquí Clemente tuvo la mala idea de mirar hacia el interior del curvón y darse cuenta de lo cerca que estaban del suelo. Veía chispas pasar y volvió a ver al tipo de la guadaña, que estaba teniendo mucho trabajo con él últimamente. La moto entonces se enderezó de nuevo y aceleró brutalmente dando fe de los 60 CV de potencia que tenía. Nueva curva, nuevas chispas, nuevos meneos incontrolables, un dolor inmenso en las piernas de hacer fuerza, y el casco queriendo salir despedido de su cabeza. Frenada a saco, que desató unas incontrolables ganas de mear a Clemente. El italiano estaba a tiro, en la siguiente recta lo cogían seguro, le devolverían la mierda de paquete que tanto le estaba molestando y volverían a un lugar seguro. Se meaba, o le pillaban pronto o se meaba. Y le pillaron.

Al poco estaban debatiendo Willy y el italiano que estaba sumamente agradecido a la cortesía de los españoles, mientras la vejiga de Clemente se recuperaba del sobreesfuerzo sometido regando de orina un buen pedazo de terreno. No había casi nada en la vida como una buena meada larga y cálida.

El regreso fue a ritmo de paseo, para enseñar, tal y como le había pedido Clemente, que aquella moto también era capaz de soportar un ritmo tedioso y aburrido. Willy se preguntaba asombrado si ese hombre que quería comprar la Yankee no estaría deseando de verdad probar de que era capaz circulando a cuchillo y no al ritmo moderado con el que habían cazado al motero transalpino. Pero había que darle la razón al cliente.

Dos días mas tarde, llegaron a un acuerdo definitivo, que incluía una garantía de dos meses y la sustitución de las bielas si estas se rompían antes de seis. A decir verdad, la moto estaba estupendamente mantenida y cuidada. Si era o no la moto adecuada el tiempo lo diría. Pero de momento Clemente se encontraba en una nube dispuesto a volver a retomar con la calma y el sosiego pertinente la sensación de montar en moto.

Nada de locas carreras desafiando la muerte. Nada de locuras, nada de idioteces, aunque si hay un gremio idiota en las carreteras, dejando de lado a los ciclistas que son una peste, es el de los que les gusta la moto. Era consciente de ello, pero cuanto mas pegas encontraba a la moto, cuanto mas consciente era que montar en moto era una condena a pasar frío, a mojarse si llovía, a pasar calor y sudar como en una sauna si apretaba el astro rey, a no tener sitio para poder llevar bultos en condiciones, a recoger todo el polvo del camino, a arriesgarse a acabar lleno de mierda si circulabas detrás de un camión cargado de marranos, cuanto mas inconvenientes veía, mas ganas de estrujar el puño, de sentir el aire, de bailar en el asfalto, ese que te despellejaba si tenías la mala idea de caerte, de buscar perder el corazón en las frenadas a muerte y la cabeza del cogote al acelerar.

Ahora tocaba disfrutar del momento. Una nueva moto en su vida, de nuevo una moto española, garantía de una buena compra. Sin duda.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
Milcincuenta
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Milcincuenta »

:plas: :plas:

Ganas de más. Bravo!!
pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Capítulo sexto.


“SATISFACTION”



Y allí estaba Clemente sentado en la terraza del Van Gogh. Hacía unos minutos que le habían llevado la Ossa su antiguo dueño y unos cuantos camaradas más. Pero tuvieron que retirarse pronto, ya que tenían que visitar a un amigo de salidas domingueras que estaba ingresado en una clínica. Extrañamente no lo estaba por un accidente de circulación, sino por un ataque de apendicitis aguda que casi lo lleva al otro barrio. No se puede negar que el concepto de solidaridad motera va más allá que la unión que proporciona el uso de un artilugio de dos ruedas y motor.

El resplandeciente sol daba de lleno en la mesa de aluminio del bar. Sobre ella estaban las dos docenas de botellines que habían consumido sus nuevos amigos, que le habían propuesto acercarse los sábados para salir en grupo a dar una vuelta y almorzar. El fuerte sol deslumbraba a Clemente, que estaba realmente absorto viendo su nueva moto, viendo como esas ruedas doradas le daban un toque de distinción, como los colores vivos de las franjas le daban un aire fresco y juvenil, contrastando con el más elegante plata del depósito. No entendía muy bien como la factoría había podido quebrar años antes debido al auge de las motos japonesas.

Llegados a este punto reflexionaba acerca de la idoneidad de saber invertir en negocios que nunca fallarían, como los bares. Nunca jamás llegaría el día en que todos los bares de una ciudad, o de un país se vieran abocados al cierre, aunque fuera temporal. Ni con la peor de las plagas podría suceder algo así. Ni siquiera en épocas tan difíciles como una guerra se cerraban las tascas. Los soldados las abarrotaban, o bien para olvidar al compañero al que le habían volado la cabeza delante suya y le había puesto la cara perdida de sesos, o bien para apartar de su mente el momento en que con un lanzallamas abrasaba a un grupo de civiles, incluidos niños. El caso es que acudían y bebían como si fuese la última vez, que a veces lo era. Tampoco faltaban parroquianos en tiempos de miseria o hambruna. De algún modo había que evadirse de ver morir de hambre a tus hijos o padres, o a todos a la vez. Un buen trago a la botella, aunque fuera de licor de patatas, ayudaba a no ser consciente por un rato de una muerte atroz y segura.

Había casos en que un bar cerraba por una mala gestión. Una taberna en la cual el dueño bebiera más que todos sus clientes juntos, también tenía los días contados. El estado de embriaguez perpetua, hacía que el servicio empeorara y de eso los clientes eran plenamente conscientes. Y si no servías comida en condiciones, también se resentía la salud del negocio. Una tortilla de patatas reseca, la mayonesa de la ensaladilla con un color semi anaranjado o unos encurtidos arrugados y poco lozanos, eran otro de los síntomas de cierre. Y que decir de un camarero con roña en las uñas, inequívocamente el destino del bar era la quiebra.

Y tan ensimismado estaba con esas elucubraciones, que cometió un grave error que estuvo cerca de costarle un disgusto grave. Sin darse cuenta de lo que hacía, en lugar de coger la jarra de cerveza, cogió un vaso de agua y se lo tomo de un trago.

Su cuerpo poco habituado a la ingesta de agua, reaccionó de manera violenta. Se rebeló contundentemente, protesto y entró en colapso. Fue tal la indisposición que perdió el conocimiento y precisó acudir a urgencias del hospital, donde topó con algunos de los moteros que habían departido con él en el bar un par de horas antes.

Los muchachos se quedaron realmente preocupados al ver la cara descompuesta de su incipiente amigo. Descolorida, ajada, convulsa, así era. Una enfermera al ver el rostro de Clemente, mutilado y con un aspecto francamente mejorable, acudió a buscar a un médico rápidamente. Al cabo de unos minutos el diagnostico era poco preocupante, una bajada de tensión y unas analíticas que denotaban un exceso de colesterol y de ácido úrico, síntomas atribuibles, sin posibilidad de error a un golpe de calor. Le recomendaron dos o tres días en cama a base de zumos y agua-limón con bicarbonato. Y dieta blanda.

Pepi que había acudido con Nancy, ya que su estado de nervios le impedía conducir, estaba decidida a que su marido cumpliera estrictamente con la dieta impuesta. Fueron los tres días mas angustiosos de Clemente. Ni siquiera en el hospital británico donde la comida seguía el estandar de la nación en lo relativo a la alimentación, había pasado tantos momentos de zozobra. Aquel padecimiento era digno de alguien tan repulsivo como, por ejemplo, un asesino en serie.

Con el añadido de que seguía sin poder tomar contacto con la Ossa Yankee. Le hervía la sangre de no poder disfrutar de un paseo en moto, le consumía por dentro no poder sujetar una buena jarra de cerveza, y terminaba de dinamitar su ánimo no poder comer unas buena aceitunas y disputar con Nancy el record de lanzamiento de hueso.

Ya de nuevo en circulación, aunque muy debilitado, dedicó un par de días a solventar asuntos que tenía aparcados. Ansiaba poder arrancar la moto y dar un pequeño paseo de iniciación. Algo tranquilo, relajado y que le hiciera recomponer su estado de ánimo.

Pasó por la joyería y compró un collar de perlas para su mujer. Como disponía de más presupuesto, lo complementó con un par de pendientes adicionales. Cuando estaba en la joyería eligiendo los colgantes, observó como la dependienta no dejaba de mirar su oreja con un gesto de pavor. Aunque no solía dar importancia a esos asuntos, le reconfortaba pensar que en unas semanas, volvería a tener un aspecto impecable, y que de ese modo las miradas indiscretas se terminarían. Necesitaba ya viajar a Estados Unidos y poner fin a sus tribulaciones.

De ahí fue a un comercio de motos a comprarse el equipamiento necesario para retomar su hobby. Necesitaba un casco, guantes, una chaqueta y un impermeable. Después de manejarse por aquel infame país donde tuvo el accidente, era consciente que llevar siempre una prenda de lluvia era imprescindible. Incluso si cuando te sorprendía el chaparrón, te detenías a colocarte el impermeable, y cuando conseguías que las malditas botas dejaran de atascarse en la pernera del pantalón, haciéndote sudar mientras seguías empapándote por la lluvia, y que cuando ya te habías enfundado el traje, saliera un sol de justicia de nuevo, era necesario llevar uno siempre a mano.

Las botas militares sobrevivieron al siniestro. Es lo único que conservaba de su anterior equipo, demostraron estar al nivel exigido de calidad y durabilidad.

Se decantó por un casco integral de color amarillo limón, un casco italiano, un AGV, de la misma marca que usó en su día un tal Agostini. Los guantes no tenían marca, eran de un artesano de la zona que trabajaba el cuero y que servía solo a distribuidores seleccionados. En realidad eran guantes robados a los que se les quitaba la etiqueta del fabricante y se colocaban a mitad de precio, con el cuento ese del artesano. Y dudaba si comprarse un barbour que tan buen resultado le dio, o decantarse por una cazadora de cuero, según le aconsejaba el vendedor.

-El cuero siempre es más distinguido. Además en caso de caída, dios no lo quiera, protege en mayor medida que las prendas de cordura- dijo con la única intención de aumentar los beneficios de la compra.

-Es que me parece que es menos flexible. Y yo tengo un poquito de tripa, y no se....-

-Quite, quite, si algo tiene el cuero es que enseguida toma forma, se adapta.....pruébese esta. Le quedará como un guante. Tiene usted un cuerpo muy atlético, con un poco más de estatura, rozaría la perfección-

Como un guante de fregar. Para poder cerrar la cremallera, tuvo que acudir a una talla mayor, de tal modo que se ceñía en el abdomen, pero le quedaba grande en los hombros y mangas.

Le invitó a montarse en una de las motos que había en la exposición, una Benelli Quatro para que pudiera apreciar el grado de confort que proporcionaba. Y la verdad es que una vez sentado en la moto, le dejaba libertad de movimientos en los brazos, y la tripa quedaba sujeta como si llevara faja. Al final se decantó por la cazadora, a pesar del esfuerzo que suponía el abrochar la gruesa cremallera, y así poder ir a tomar algo refrescante, que tanto trajín le había dado mucha sed.

Volvió a casa y sorprendió a Pepi en una de sus múltiples sesiones de gimnasia, que ahora se llamaba aeróbic. Poco dado a carantoñas, distante, con ese tono de timidez infantil que le caracterizaba, abordó a Pepi cuando mas sudaba y el entregó el obsequio.

Pepi detuvo el ritmo, sofocada, empapada y con cara de extrañeza. No esperaba nada.

-¿Esto que es ....?-

-Para ti. Por tu paciencia-

-¿Un regalo? Ay, dios ¿ porque me compras nada?, no hacía falta cariño-

Al abrir el paquetito, no daba crédito a lo que veía. Un collar de perlas salvajes, que cuando se lo probó, le quedaba estupendamente, cosa que no hubiera ocurrido un par de años atrás cuando su cuello era del tamaño de la pata de un elefante africano, y un par de pendientes a juego, que según diría Nancy más tarde, le estiraban la cara.

El agradecimiento se tornó en una lluvia de besos, y los besos en pasión desenfrenada que tuvo que resolverse en el catre. Había recuperado muchas cosas de golpe Clemente. Estaba listo para su primer paseo con la moto. Aunque un cierto aire de preocupación sobrevolaba el ambiente. Pepi, de nuevo estaba vomitando, se encontraba indispuesta, llevaba ya unos cuantos días con mal cuerpo. Tanta gimnasia no podía ser bueno.

Y allí estaba Clemente. Enfundado en una cazadora de cuero impecable, que ocultaba a la vista una camiseta de “Brandy Soberano, es cosa de hombres”, unos pantalones vaqueros Lois, y sus botas militares, supervivientes de mil batallas. A decir verdad tenía un aspecto grotesco. Su físico, alejado del ideal de la lujuria femenina, poco contribuía a que esa enorme cazadora, que tan solo ajustaba a la altura de la barriga cervecera, le sentara medianamente bien. No obstante, la primera mirada de los posibles observadores iría dirigida a esa especie de faro en el horizonte, que era el casco amarillo chillón. El resto pasaba el examen visual con un aprobado justo.

Se acercó a la Ossa que relucía espléndida. Estos días de reposo habían servido para que Emilio, su mecánico de confianza y uno de sus clientes de honor, le dieran un repaso a la máquina. La había carburado a la perfección, le desmontó la bomba de aceite para la mezcla del combustible, y le había aleccionado al modo de la vieja escuela. Un tubo de aceite para cada 4,5 litros de gasolina directo al depósito de la moto y se acabó la tontería. Y la moto ya no humeaba como los altos hornos de Bilbao cada vez que arrancaba.

También le comentó que había desmontado un amortiguador de dirección de la Honda Harris de su taller, y se lo había colocado a la Yankee, mientras le llegaba uno por correo nuevo. Con eso, la increíble tendencia a moverse a alta velocidad, debería de desaparecer o al menos mitigarse ostensiblemente. Y la última sorpresa era que había comenzado la construcción de un par de escapes de competición para así poder mejorar las prestaciones, a costa , eso si, de un ruido tal, que se convertiría posiblemente en enemigo público de la comunidad.

Clemente que estaba más nervioso que atento, dijo que si a todo, sin entender nada. Lo único que tenía claro era lo de los tubos de aceite. Se le había grabado a fuego que era algo im-pres-cin-di-ble para la supervivencia de la moto, y casi seguro de la suya propia, ya que se evitaban enganchones del pistón, que a él le sonó como si el estuvieran explicando física nuclear, y en consecuencia accidentes terribles, que nadie deseaba.

Apoyó la pierna en el estribo. Se impulsó armónicamente y pasó la otra pierna sobre la moto, sentándose de manera impecable. De haber espectadores, que no los había, hubieran afirmado que se trataba de un virtuoso acostumbrado a manejar esos engendros del demonio. Otro motorista, hubiese sabido que ese hombre, sería temible en la ruta, por su aplomo y destreza al tomar posesión de la moto.

Ya sentado en el asiento rebajado, el pie sobre la palanca de arranque, suave pero enérgico pisotón y el arrítmico sonido demostraba que la fiera había despertado. Para ser su primer contacto a los mandos de la Ossa, la cosa no podía ir de mejor modo. No podía decir lo mismo de la vez que fue de pasajero. Creyó haber estado en el expreso al cementerio, con billete de primera clase.

Un par de acelerones, acompañados de unas vibraciones en el culo, y un fuiiinnnnn, fuinnnnn de los escapes certificaban que la moto seguía viva. Haciendo caso de Emilio que también le había indicado que debía esperar un par de minutos para que el salvaje motor tomará temperatura, aguardo pacientemente, mientras su ropa y él mismo empezaban a adquirir la fragancia típica de los usuarios de las motos de dos tiempos. Olor a carbonilla.

Llegó la hora de la verdad y con un empujón hacia delante de su barriga y del resto del cuerpo, la moto bajó del caballete. Apoyaba los dos pies de manera aceptable, así que eso ya le dio confianza. Se iban a hacer amigos, sin duda. Metió primera, soltó el embrague levemente, aceleró con delicadeza y la moto se paró. Había ahogado el motor. No era moto para contemplaciones, si eras delicado con esa pareja de carburadores gordos, te lo harían pagar. Colocó el pie de nuevo sobre la palanca, golpeó con fuerza y nada, ni un amago de arrancar. A la quinta patada, desistió de hacerlo en equilibrio, se apeó de la moto, la subió al caballete, y vuelta a empezar. Quince patadas mas tarde, sudando ya como su mujer en plena sesión de abdominales, la moto quiso arrancar, pero mal rayo la parta, se volvió a parar. Al siguiente intento, ya bastante enfadado, o arrancaba, o iba a buscar una cerilla y pegarle fuego.

Ya no tan amigos, la moto arrancó, para tranquilidad de Clemente. Volvió a acomodarse en ella, esta vez sin tanta armonía, ya que el cansancio pasa factura y su pierna tropezó en el asiento al pasarla por encima, y de nuevo un empujón hacia delante para replegar el caballete. Primera velocidad, dos fuertes acelerones, quizás un poco desproporcionados, pero que sirvieron para “limpiar” las bujías del exceso de aceite, soltó el embrague de manera mas decidida, y ¡bingo¡ la moto comenzó a rodar con alegría. Siguió acelerando y la alegría se convirtió en alegría desbordante, hasta que llegado un punto, aquello se convirtió en un sálvese quien pueda y la sensación placentera del arranque se convirtió en el pánico propio de alguien que pilota un tren sin frenos.

Afortunadamente, el instinto de un motero aguerrido y experto, hizo que el pie colocara la segunda velocidad, y de nuevo, alegría, alegría desbordante y las puertas del infierno se volvieron a abrir. Intentó tomarse las cosas con calma y pensar. Lo consiguió a pesar de los nervios, el sudor, el cansancio, y una leve sensación de odiar la moto. La moto en general.

Al poco discurría con soltura por la avenida principal en la cual apenas había tráfico. Sin darse cuenta del todo, sin ser consciente de la velocidad, muy superior al resto de los vehículos, su mente volvía a funcionar a toda máquina. Lo malo de ir demasiado rápido en ciudad, es que los arquitectos municipales están mas pendientes de colocar una buena rotonda o plaza que de construir una escapatoria para los que llegan colados de velocidad. Y en esas estaba Clemente que ya iba en cuarta velocidad, ensimismado en el sonido penetrante de la moto, en su aceptable manejo, y en su comodidad relativa. Nunca una moto podrá ser cómoda, es una palabra que los ingenieros sacrifican con argumentos de lo mas peregrinos, como la belleza de líneas, o la efectividad, o mejor pensado, había unas motos, que si parecían ser confortables, las americanas, quizás en breve Clemente pudiera forjarse una opinión al respecto.

Pero como decíamos, los malditos funcionarios no estaban pensando en que un loco llegara muy veloz a una rotonda, sino en la fluidez del tráfico y en que los peatones pudieran pasear con desahogo por la ciudad, y en esas estaba la Ossa y su conductor. Iban a una velocidad excesiva para las condiciones de la vía.

Cuando de pronto vio como los arbolitos que decoraban la rotonda se convertían en árboles de cierta enjundia, supo que debía frenar a tope. Esperaba la respuesta de los frenos de la Sanglas, pero descubrió una nueva referencia en el mundo del frenado “modo pánico”. Como quiera que tuvo la idea de pisar el freno trasero con decisión, a la vez que el delantero con la osadía propia de un tarado mental, la moto se cruzó de atrás de manera escandalosa, a la vez que la suspensión delantera comprimida a tope, daba lugar al despegue de la rueda trasera. Esta cayó suavemente, mientras la horquilla delantera recobraba su posición ideal, y de nuevo con la moto dirigida en la posición correcta, un golpe de cadera natural inclinó la moto hacía el interior de la curva, llegando a rozar la estribera, lo cual provocó que Clemente de manera totalmente inconsciente, dejara de apoyar el pie en ella y lo sacara del mismo modo que los campeones de moto cross hacen en sus competiciones, pero con la sana intención de protegerlo de una posible amputación.

La salida de la rotonda, fue un poco menos ortodoxa. Completamente despendolado no tuvo tiempo de regresar al carril correcto, y lo hizo en contra dirección. Lamentablemente la calle en ese punto estaba delimitada por una mediana con arbustos de aligustre, lo cual impedía volver a su carril. Con una serenidad encomiable, Clemente tomó la decisión que había que tomar, acelerar a tope e intentar salir lo más aprisa posible del entuerto. No se planteó la opción sensata de dar la vuelta y prefirió la opción suicida. Tan solo se cruzó con un coche, que al verse sorprendido por la moto, pegó un brutal volantazo yendo a chocar contra una marquesina del paseo.

La pareja de guardias municipales que circulaban en su Seat 127, iban charlando de cosas trascendentales para la ciudadanía, de cómo hacer el gazpacho perfecto y de que cantidad de pepino era la ideal. De pronto vieron como una moto en loca carrera se dirigía hacia ellos, en lo que era a todas luces un ataque terrorista. Un pistolero que llevaba un casco muy llamativo intentaba matarles, pero hábilmente el sargento al volante prefirió matarse el mismo y dio un tremendo volantazo, que pudo esquivar la moto asesina, pero no la parada de autobús. El coche policial sufrió cuantiosos desperfectos y no pudo iniciar la persecución del delincuente, que de haberlo atrapado, pasaría muchos meses en el peor de los calabozos a pan y agua. Con lo mal que le sentaba el agua a Clemente.

La escena de la rotonda fue contemplada por un par de miembros del Moto Club que compraban en una tienda de la plaza una botella de orujo asturiano, para obsequiar al amigo que seguía ingresado. No tardaron en correr la voz de que el tipo que llevaba la moto antigua del Willy, era sin dudarlo un profesional. Aquella destreza en una moto que apenas conocía, era propia de alguien muy acostumbrado a espeluznantes maniobras. ¡Qué control del derrape¡. Lo del pie en el suelo era el summum del pilotaje, quizás los pilotos del mundial de 500cc debieran inspirarse en este tipo de maniobra. Y mira que en apariencia, no daba el perfil de deportista de élite. Un crack, si señor.

Una vez retomada la compostura adecuada, y ya controlando un poco la velocidad, que esa maldita bestia alcanzaba de modo fácil y vertiginoso, creyó que salir de la ciudad y recorrer las carreteras próximas sería un mejor plan.

Llevaba ya unos cuarenta kilómetros de ruta. Todo transcurría de manera perfecta. Con suavidad, con elegancia propia de un dandy, incluso en un momento dado en sexta velocidad tuvo la tentación de exprimir un poco el motor. Digamos que la cara de susto dentro del AGV amarillo limón, pasó en unos segundos a una amplia sonrisa. Pudo ver que circulaba a 160 de marcador y aquel aparato aún podía dar más de si. No era sensato, no era apropiado, pero hacía que el duende malo de su interior despertara y le incitara a seguir aquella bacanal de desenfreno.

Se detuvo a poner combustible. El expendedor le puso 12 litros de gasolina, así que él le puso tres tubos, menos un poco de aceite, era im-pres-cin-di-ble.

-Esta moto es como el r-8-dijo el gasolinero.

-¿Cómo?-

-Si, que deja muchas viudas. Es una mala bicha, solo para profesionales- mascaba chicle el hombre.

-Ya. Pero al menos deja difuntos felices-dijo Clemente en una inusual respuesta ingeniosa.

Y se fue pensando que aquel pobre hombre no sabía que decía. Y aquel pobre hombre se quedo pensando en que Clemente había olvidado pagarle el suministro, y le deseaba el final comentado, con todas sus fuerzas.

Más adelante, todo funcionaba de manera perfecta. La moto iba muy bien, no había perdido ninguna pieza, es más, todas parecían estar bien sujetas. El casco era cómodo y la cazadora, que dejaba ver en su parte posterior la camiseta de Soberano, que asomaba por debajo de ella, se iba amoldando al particular cuerpo de Clemente.

El sol iba buscando ocultarse tras la montaña. Había que volver a casa. Un día perfecto, o casi, si descontamos la pequeña anécdota de la rotonda, merecía un final tranquilo y pacífico. La carretera estaba expedita, la moto ronroneaba a 110 por hora, la temperatura era perfecta, apenas diez minutos para llegar a casa, tomarse un par de cervezas y unos altramuces, ¿qué más podía pedirse?.

A lo lejos vio, del modo en que ve una persona con problemas de vista, como un peatón se detenía en medio de la calzada. El ir vestido de verde le hizo suponer que, o bien era un jardinero, o casi seguro que era un Guardia Civil. Acierto pleno.

El sargento Carbonell estaba de mal humor. Le habían sentado mal las alcachofas con almejas que había tomado al mediodía, su hija se había quedado preñada del cabo Antunez, su hijo había suspendido cuatro y su esposa había invitado a quedarse una temporada en casa a su suegra. Así que no se le ocurría que otra catástrofe podría estropearle la vida. Pero en esas estaba cuando vio un motorista que de algún modo iba a arreglarle el rato.

Le hizo el ademán de apartarse a la cuneta y detenerse detrás del R-18 de la benemérita. Dentro estaba el cabo Antunez que prefería no salir con su superior y futuro suegro, o al menos abuelo de la criatura que esperaba su hija.

-Pare la moto. Carnet de conducir y papeles de la moto y el seguro- dijo serio.

-Aquí tiene todo agente-

Se retiró al coche y a los pocos minutos volvió. Le acercó la documentación con un gesto brusco. Todo estaba en orden.

-¿Sabe por que le he parado?- dijo a la vez que sacaba el cuadernillo de las multas y un bolígrafo.

-No.....yo venía tan normal....así que...-

-Vaya, otro haciéndose el tonto. Le he parado por que no lleva matrícula delantera-.

Clemente estaba asombrado. Aquel hombre había sido capaz de ver que no llevaba matrícula delantera en la moto a mas de un kilómetro de distancia.

-No sabía que había que llevar...-

-Claro. Y también le voy a denunciar por ir demasiado rápido, y por pisar la línea continua.

-Pero.....¡si la carretera no está pintada¡-

-Pero iba demasiado rápido, ¿no?-

-No, no creo, pero si usted lo dice. Yo creo que iba bien-

-¿Está diciendo que miento? ¿Pretende que le detenga por ofensas a la autoridad?-dijo cada vez más enfadado.

Clemente recogió las tres multas y abandonó el lugar cuando el guardia le dio paso. Estaba un poco abatido, pero nada preocupado, todo lo contrario al cabo Antunez, que tenía motivos para estar muy preocupado. Haría llegar las denuncias al Comandante del puesto y las retiraría a buen seguro. De algo tenía que servir los boquerones, aceitunas, vino y cervezas que le hacía llegar por Navidad.

Aquella jornada fue un momento de inflexión. Sabía que serenándose un poco domaría aquella moto rabiosa. Llegó a casa y Pepi le esperaba con las perlas puestas y un camisón nuevo que dejaba ver en sus transparencias toda la dimensión de su hermosura. Y ahora si que iba a cometer un exceso de velocidad.....con ella.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Humphrey »

Nunca jamás llegaría el día en que todos los bares de una ciudad, o de un país se vieran abocados al cierre, aunque fuera temporal. Ni con la peor de las plagas podría suceder algo así.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Mancha »

Impresionante...se queda uno sin palabras...bravo, Maestro!!!! :clap: :clap: :clap: :clap:
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Capítulo séptimo.


“PUÑO Y APARTE”




Si en algún momento de su existencia, Clemente se había encontrado excitado, era este. Nunca antes en su tranquila existencia, en ese mar de calma que había sido lo esencial de su vida, había sentido en sus tripas un latigazo de nervios que lo mantenía en un estado de emoción permanente.

Los hechos acaecidos el último fin de semana pasarían a engrosar una página de oro del libro de sus recuerdos vitales. A pesar de todo lo que sucedió.


Tres días antes. Sábado. 10:00 de la mañana.

En la sede del Motoclub “Tumba más o a la Tumba” se empezaban a reunir un colectivo de motociclistas, con la única y sana intención de compartir una mañana de diversión a bordo de sus máquinas. Como siempre, antes de partir, habían hecho llegar unas jarras de café con leche y unas cuantas docenas de churros y porras aceitosas, para apaciguar el hambre y tranquilizar el espíritu. Era conveniente rodar con la tripa llena, ya que nunca sabías con certeza si volverías a poder comer de nuevo.

Poco a poco se iban sumando al grupo nuevos componentes. Allí estaban ya el Willy con su XJ650, la chica que prestó el casco a Clemente el primer día y que no conseguía quitar el olor a píes del interior por mucha Mirurgia que le echara, con su Morini 3 ½, el hombre que ejercía de mecánico con su BMW R 100 RS, el chico que fue a por cervezas con su Kawa KZ 400 matriculada en Tenerife, un señor con una Guzzi T5, un par de Yamaha XS 400, una Laverda 100 Jota, una Bultaco Metralla del 62, un par de Vespas 200 y una Lambretta 150. Faltaba otro habitual de las quedadas, el propietario de una Guzzi Le Mans II, hospitalizado por apendicitis.

Un grupo que si bien no era muy homogéneo en lo que respecta al tipo de moto y cilindrada, tenía el denominador común de una sana intención de pasear a ritmo ligero, sin estupideces, llegar al lugar prefijado para almorzar y regresar a casa de una pieza para comer con cualquiera de sus enemigos, la mujer, la suegra, los novios de las hijas, o los padres del novio. Una matinal de disfrute y paz. Y almuerzo.

Unos días antes, Willy y uno de los chicos que estaba de espectador el día de la hábil maniobra de Clemente al abordar la plaza, se acercaron al Van Gogh justo cuando este estaba terminando la dura tarea de catar los 20 grifos de cerveza del local. Hacía un buen rato que había comenzado su trabajo, primero en la Inglaterra donde todo estaba en orden, y luego en la Francia, donde si tuvo que precintar uno de los grifos al no quedar conforme con la espuma que tiraba.

La intención de la pareja era invitarle a dar una pequeña vuelta el sábado, con varios miembros del Motoclub, almorzar y compartir ruta. En el fondo lo que ansiaban era poder compartir recorrido con el santo grial del motociclismo local. Lo que se comentaba de él, el dominio con el que abordó a velocidad criminal la plaza, el hecho cierto de ser un tesoro escondido del panorama motero, esa especie de llanero solitario capaz de aventuras épicas a bordo de una moto anticuada y que tenía en mente un largo viaje en otro continente, y todo esto con la mayor de las modestias y en el anonimato, desataba las mayores expectativas del personal adicto a las motos, y que tenía a bien juntarse en el “Tumba más o a la Tumba”.

-¿Vendrá, no?- dijo uno de los expectantes moteros.

-Claro que vendrá. Lo dijo con total seguridad, yo creo que en la quinta o sexta cerveza que nos sacó.- dijo Willy.

-Joder, después de lo que vi en la plaza, yo no me pierdo las cosas que será capaz de hacer hoy rodando en grupo. Vamos a alucinar....-

-Eso si lo podemos ver. Yo creo que en la primera rampa, abrirá a tope y adiós muy buenas. No lo veremos.- dijo otro con cierto desencanto.

Y es que a todos gusta aprender de los más expertos. Trazadas innovadoras como la del otro día, frenadas al límite, la brillante idea de sacar el pie para contrapesar las masas y compensar la inercia y la fuerza centrífuga, maniobra ensayada y realizada con total naturalidad evidentemente, toda esa suerte de trucos mágicos eran merecedores de ser vividos en directo y de ese modo volver a casa con mucha más sabiduría y la ardua tarea de poder algún día imitar semejante virtuosismo.

El único que no estaba convencido del todo era el mecánico. Sabía por su vasta experiencia, que todo estaba inventado en el difícil arte de manejar una moto, un aparato diseñado sin lugar a dudas para quitarte la vida. Un manejo diestro se basaba sobre todo en intentar evitarlo y no, como así parecía, en desear acabar bajo las ruedas de un camión o chocando contra un muro de hormigón armado, con maniobras cercanas al suicidio y alejadas de toda sensatez.

Y de pronto un fiuuuuun, fiuuuuuuunnn, se oyó en el horizonte. No era el fiuuuuuuun, fiuuuuuunn habitual. Este fiuuuuu fiuuuuu era bastante más agudo y estridente. Clemente, o mejor dicho, Emilio le había colocado ya los escapes artesanales a la bestia. Tenían un acabado impecable, con unas soldaduras perfectas realizadas sin lugar a dudas por un orfebre del metal. La realidad es que el orfebre estaba animado por media botella de brandy, y tuvo la suerte de su lado al no fallecer abrasado por la cantidad de alcohol que emanaba su aliento el día del acetileno.

Lo segundo que más llamó la atención del numeroso club de fans de Clemente, era lo estridente del casco. No parecía buena idea llamar mucho la atención de los agentes de tráfico, que de ese modo tenían un buen dato para un reconocimiento posterior. Por eso casi todos preferían el negro, y últimamente algunos más osados, se atrevían con las réplicas de pilotos de moda, que vistos de lejos, parecían una alucinación colorida de un adicto al LSD.

Clemente se detuvo delante de todos los espectadores un poco turbado. No merecía, ni le gustaba, tanta atención. Una atención que no comprendía a que era debida. De hecho el pretendía llegar con mucha antelación y así pasar más desapercibido, pero la maldita moto, se negó a arrancar y tuvo que intentarlo una buena media docena de veces. Eso implicó ponerse a sudar dentro de la cazadora de cuero, empapar la camiseta de “Soberano, es cosa de hombres”, y tener que subir a casa para cambiarla por una de “Marlboro”, volver a bajar e intentar que aquella mala bestia se pusiera en marcha de una jodida vez, o no se libraba, lo juro, de la cerilla en el depósito.

En una de estas, la moto comenzó a toser un poco, le dio un golpe de gas, hizo ademán de ahogarse de nuevo, pero milagrosamente, aquello cobró vida, y con un estridente petardeo, y una nube de humo blanco, que ríete tu de la niebla de Londres confirmó que estaba dispuesta a rodar.

Se subió a la moto, se puso los guantes, se bajó de la moto para coger el casco que había dejado en el suelo, se subió de nuevo a la moto, se quitó los malditos guantes, se abrochó el casco, se puso un guante, se bajó de la moto para recoger el otro que se había caído del depósito, se subió por tercera vez, se lo puso, y empujó la moto con la tripa para bajarla del caballete. Lo de la moto era muy laborioso, a dios gracias que el resto del viaje se tornaba más placentero, pero no había que desestimar el esfuerzo que suponía iniciar una jornada motera. Para cuando estabas dispuesto a ponerte en marcha, ya tenías la garganta como el desierto de Atacama.

Saludó a los allí presentes con una mueca que quiso ser una amplia sonrisa. Le ofrecieron un café, que rechazó, y unos churros y porras. Se decantó por una porra y el Willy, que ya sabía un poco de los gustos de Clemente, le trajo una San Miguel bien fresquita.

Según la tradición del grupo, quien comía porras, debía de ocupar la parte trasera del grupo en la ruta. Clemente se sintió aliviado al saberlo, ya que el recorrido que habían explicado no lo conocía muy bien. De este modo, yendo rezagado, no tenía mas que seguir a los demás y asunto terminado.

El motero de la Laverda 1000 Jota, una moto que era construida para un selecto grupo de masoquistas que quisieran destrozarse la mano izquierda intentando apretar el embrague, tan duro como una viga de acero, abriría la comitiva. Era fácil seguirle, aunque fuera de oído. El tremendo escape 3 en 1 abierto que montaba era una autentica oda al buen gusto sonoro. Un oído entrenado podría percibir su ruido a un par de kilómetros de distancia. Todo esto cuando la moto funcionaba, cosa que no ocurría con mucha frecuencia.

El plan de Clemente era sencillo. Al ir detrás, se aseguraba no tener que pasar ningún bochorno al intentar seguir a alguno medio loco que quisiera demostrar virtudes de manejo que él no tenía. Y siempre podía decir que se quedaba rezagado por si alguno sufría un problema, y así en base a su amplia experiencia, poder echar una mano. Una vez más Clemente demostraba no ser tan tonto como alguno pudiera creer, su hermana por ejemplo.

La Laverda arrancó el motor. El resto de los moteros hizo lo mismo. Unos a base de patadas, como las Vespas y la Lambretta, o la Bultaco Metralla, y otros apretando el botón mágico. Él, ateo confeso, lo mismo que el portero que había contratado para “El Cuarto Oscuro”, se encomendó en esta ocasión a la Virgen de la Peña para recibir su santa ayuda a la hora de poner la Ossa Yankee en movimiento, y la “señora” no debía tener muchos asuntos que tratar en ese instante y le ayudó en su misión.

La moto arrancó a la primera, lo cual suscito un gesto de aprobación de Willy que sabía lo recalcitrante que podía llegar a ser la tarea. Sin duda las buenas manos de Clemente habían contribuido a la tarea. Se puso el casco antes que los guantes, aquí la santa señora seguía inspirándole, y al ir a colocarse el guante derecho observó que tenía la mano grasienta de la porra. En un gesto instintivo le dio unos golpecitos en la espalda al muchacho de la KZ 400 a modo de saludo, y consiguió dejar una buena parte del aceite en su cazadora vaquera. El resto se quedó en su pantalón para todo el día.

El nutrido grupo salió de la sede motera y suscitó el interés de los viandantes. Resultaba un espectáculo colorido, ruidoso y entretenido. Clemente iba situado en la parte posterior, junto a las Vespas y el otro scooter. Enfilaron la avenida principal en dirección al Puerto de la Espiga, un recorrido que le resultaba vagamente familiar a Clemente. Recordaba cuando adelantaron por el arcén a un coche lento, antes de casi atropellar a un chucho, mientras él luchaba por permanecer sentado en la que ahora era su moto. Recordaba con angustia esos terribles momentos y por nada del mundo, volvería a cometer la locura de ir de pasajero en una moto.

Sin embargo ahora las cosas eran diferentes, como buenos motoristas, todos sabían que cuando uno rueda en grupo, debe prevalecer la seguridad de todos. Era primordial guardar las distancias, respetar las normas de circulación con mayor rigor, si cabe, y nunca entrar en competiciones absurdas para ver quien es más rápido, o quien esta mas dotado para abordar una curva cerrada a la mayor velocidad posible.

La realidad parecía toparse de bruces con la intención. Cada semáforo se convertía en una especie de luz verde del mundial de velocidad. Exceptuando los vehículos más lentos, las scooter y la Metralla del 62, el resto, incluida la Yankee, parecían querer escapar de un inminente ataque alienígena. Resultó que esa especie de fuga masiva le empezó a gustar a Clemente. En el tercer semáforo ya se situó en vanguardia del grupo, junto a la Laverda y la BMW RS. En cuanto la luz se puso verde, salieron disparados todos, pero la OSSA tras un breve amago de ahogo, que dio varios metros de ventaja al resto, desató la furia de su motor de dos tiempos y entro en esa especie de velocidad intergaláctica que tan bien se reflejaba en la Guerra de las Galaxias, cuando las estrellas quedas se convertían en haces de luz que parecían querer atravesarte.

Pasó rozando la Morini de la chica, esquivo la KZ 400 y golpeó levemente el retrovisor de la Guzzi T5 con el codo antes de volver a terminar parado en otro semáforo, al lado de los antes mencionados. El mecánico esbozaba una ligera sonrisa dentro de su casco, confirmando sus sospechas de que aquel advenedizo, no era más que un fantasma, que lo justo sabía desenvolverse en una moto. Pero Clemente, que no era de natural competitivo, estaba inoculándose sin él saberlo, de ese veneno que circula por la sangre de todo buen motorista, el veneno del pique absurdo y de los desafíos gratuitos.

A la mierda la corrección circulatoria. Al carajo las normas de comportamiento. Iba a salir primero de este semáforo, y una vez demostrado el poderío de la moto y lo excelso de su control, volvería a la senda del buen chico y se iría al fondo del grupo. Esta vez el motor estaría más acelerado, él más preparado, y situaría su cuerpo todo lo adelantado que le permitiera su barriga.

El color verde de la luz hizo que el Dr. Jekill pasase a ser Mr. Hyde. Los sesenta caballos de la OSSA se pusieron a cabalgar todos al unísono. En medio de un estruendo digno del infierno, envuelto en ese halo de humo blanquecino, la furia de aquella moto tan indomable como poco fiable dejo una huella imborrable en la retina de todos los presentes, incluido el alcalde que estaba en su coche particular acompañado de una chica de buen ver, que a ciencia cierta no era su esposa.

La moto salió disparada con Clemente luchando por no perder el equilibrio. En su afán por mantener la compostura, aceleraba con mayor energía, retorcía el puño de manera insensata y una vez más de manera instintiva, sin accionar el embrague, metió segunda velocidad y siguió sin piedad acelerando. Había recorrido ya una buena cantidad de metros cuando pudo observar por el espejo que nadie le seguía. Había dado una lección de matemáticas al resto, la ecuación perfecta de dominio y velocidad, de reflejos y capacidad, cuyo resultado era la victoria segura.

La realidad era que el resto del grupo, había tomado por la calle de la izquierda, que era la que llevaba a la salida de la ciudad en dirección a la montaña. No obstante estaban impresionados, nunca antes habían sido testigos de una salida tan fulgurante hacia una calle peatonal por la cual no circulaban vehículos a motor. Un tipo que es capaz de atravesar una calle así, a 6.000 rpm en medio de una multitud de personas que acuden a sus recados, bien merece un poco de consideración.

Los testigos interrogados minutos más tarde, solo pudieron identificar un casco de color amarillo chillón como dato más relevante. La pareja de guardias urbanos que realizaban su servicio a pie, tras perder su coche en un atentado frustrado, tomaron buena nota del dato y confirmaron a su comisario que un asesino, probablemente el mismo terrorista que les atacó, se desplazaba por la ciudad sembrando el pánico. Era necesario tomar medidas al respecto e iniciar una caza indiscriminada hacía el colectivo motero, excluyendo a los carteros.

Clemente se incorporó metros más allá a la circulación convencional. Como quiera que la calle atajaba el recorrido de la ruta seleccionada, resultó que encabezaba la comitiva motera. Los otros trece moteros le saludaron militarmente por su arrojo y desprecio absoluto a la ley y al buen orden. Se perfilaba ya como un autentico motorista.

Ya un poco menos aturdido, volvió a su posición natural. Ser el último. La caravana ya avanzaba por carreteras comarcales, donde el tráfico era el propio de un fin de semana. Muchos coches con familias que acudían al pueblo, a asaltar las despensas de los abuelos y dejarles sin chorizos y quesos, la infame plaga de ciclistas y muy pocos camiones, esos que no hacen más que fastidiar en las carreteras obstaculizando el natural devenir de los moteros, el de la competición ilegal a velocidades inapropiadas.

El resto del paseo, fue un ejemplo de comportamiento y educación cívica. Los trece moteros que acompañaban a Clemente, número que pudiera llevar a pensar a cualquier supersticioso en un desastre inminente, culminaron el ascenso al Puerto de la Espiga en perfecto orden. Es cierto que los scooter para recuperar el terreno que perdían en las rectas, adelantaban en línea continua o en las curvas mas cerradas, aunque vinieran coches de frente que se veían abocados a bruscos frenazos o a salirse del asfalto con tal de evitar una colisión.

Clemente los dejó atrás en una de las primeras rectas del ascenso, prefería no ser testigo de un brutal choque con víctimas mortales, e hizo la ascensión acompañado por la Bultaco Metralla del 62, que tiraba como un cohete. En su alegre subida, adelantaron a la chica con la Morini 3 ½ y a la KZ 400. Cuando llegaron a la cima, el resto de la expedición estaba esperando ansiosa para comentar la jugada de Clemente. Alguno incluso aplaudió y le hizo reverencias. Otros, como el mecánico simplemente observaban con desdén, pero ya con cierta sensación de estar equivocado. Aquel era un tipo duro.

A unos pocos kilómetros estaba una posada donde iban a almorzar. Varios grupos de ciclistas, una plaga que debiera estar extinguida, lo mismo que los taxistas y camioneros, también saciaban el hambre que provoca el esfuerzo descomunal e insensato del pedal. Aparcados a lo lejos un par de motos más, una Honda XL 600 y una Yamaha XT 350. Eran de ese tipo de motos que parecían motos de motocross con faros y mas chorradas, que según decían algunos enterados, se llamaban motos trail y estaban destinadas a conquistar el mercado mundial. Nadie un poco enterado del panorama motero creería que ese tipo de motocicleta fuera a tener éxito, como mucho una moda pasajera destinada al fracaso más absoluto en pocos años. Las motos de verdad son las motos de carretera, y lo demás historias para personas ávidas de distinguirse y tirar el dinero en cosas sin futuro.

Cada uno pidió el almuerzo que deseaba. Desde sandwiches vegetales y té frío para la chica del grupo, hasta el más variado surtido de bocadillos. Clemente se pidió una ración de oreja de cerdo, y medio bocadillo de bacalao frito con alioli. Tres cervezas más tarde y en contra de sus preferencias, brindo junto al resto con un chupito de licor de hierbas.

La ruta de regreso sería diferente. Bajarían el puerto por una zona menos abrupta y un poco más larga, que permitía velocidades un poco más elevadas. Los scooter, la Morini y la Metralla, salieron un poco antes para tener cierta ventaja. No eran máquinas muy rápidas, aunque bien llevadas podían sostener un ritmo decente.

El resto, con Clemente cerrando el grupo junto al mecánico que se había quedado rezagado con la intención de observar de cerca la desenvoltura de este, pusieron rumbo a casa.

Nada mas comenzar el descenso, y circulando a unos buenos 120 km/h, recién introducida la sexta velocidad, un inmundo insecto del tamaño de un portaviones se estrello contra la visera de Clemente. Una masa pegajosa de color amarillento y algún trazo marrón impedían la correcta visión de la carretera. Como buen conocedor de estos menesteres, Clemente pasó la mano con la intención de limpiar en la medida de lo posible la mierda del casco, y consiguió lo predecible. Extenderla más y hacer de la visión una especie de quimera.

Como las desgracias nunca vienen solas, la BMW pasó al ataque y rozando a la OSSA con su impecable carenado azul plata difuminado comenzó a alejarse en el horizonte. Pero Clemente tuvo una idea magnifica, abrir la visera. Un recurso de autentico genio. Y a la par de abrir la visera, abrió gas sin piedad, con tanta energía que de algún modo provocó que el mecanismo que abre las compuertas de los carburadores, se quedara trabado, sin posible retorno.

Y aquí la física es implacable. A mayor cantidad de combustible y aire, mayor potencia se genera en un motor de combustión. Aquel aparato nacido con la intención de divertir y entretener, se convertía una vez más en un artilugio poseído con la intención de matar.

Pero no estaba muy pendiente de la física, más bien de intentar a base de golpes en el puño desatrancar el gas. No pasó por su cabeza la opción lógica, pero es que Clemente era un verso suelto, un ser distinto, un valladar de la sensatez.. Para entonces la moto ya iba a máxima velocidad, el aire empujaba de manera inhumana a Clemente y se introducía de modo inclemente por su visera abierta. La BMW fue sobrepasada de manera fulgurante por la Yankee, y la visión que tuvo el mecánico fue la de un hombre talentoso capaz de ir a velocidades insensatas, mientras con la mano derecha golpeaba el manillar, a buen seguro llevando el ritmo de alguna canción que estuviera cantando. Parecía relajado conduciendo al límite.

No se contemplaba en aquel momento angustioso cantar nada que no fuera parecido a un réquiem o marcha fúnebre. Clemente alcanzó al resto de los motoristas que fueron aniquilados por la velocidad, el ruido infernal de los tubarros y el olor a carbonilla. Willy empezaba a dudar del cambio de moto que había hecho. Puede que la Yamaha fuera capaz de unos buenos 200 km/h, la primera moto del mundo en conseguirlo con esa cilindrada, pero la OSSA no parecía desmerecer en absoluto a su lado.

El sargento Carbonell y el cabo Antúnez, miembros de la benemérita se afanaban en colocar uno de los nuevos radares de los que había sido provista la comandancia. El cabo intentaba disimular con unas ramas de chopo el trípode del cinemómetro para que no pudiera ser detectado a simple vista.

-Cuidado Antúnez, no vaya a romper algo, no meta la pata, que bastante ha metido ya otras cosas donde no debía-dijo el sargento y futuro suegro del cabo.

-Mi sargento, creo que está ya bien asentado aquí en la cuneta. ¿Cree que el flash apunta correctamente hacía la carretera?- preguntó Antúnez.

-Si tiene tan buena puntería como la tuya, estará bien cabo- había cierto resquemor en esa respuesta.

-Mi sargento, creo que las cosas privadas deberíamos hablarlas en otro ámbito. Ahora estamos a lo que estamos, a recaudar dinero de los pardillos-

-¿A cuanto a regulado la velocidad? ¿ a 60 km/h?-

-Si, mi sargento. La que indica la señal que está a apenas tres metros de aquí, después de la recta de seis kilómetros limitada a 100 km/h- respondió el cabo, y volvió al coche que estaba oculto tras unos arbustos del tamaño de un rascacielos.

Clemente alcanzó en su loca carrera a los que habían salido con antelación. La Morini pareció estar detenida cuando le sobrepasó, al igual que la Kawa. Y eso que circulaban a 110 km/h. Cuando la recta alcanzaba la altura de una masa boscosa, plagada de tremendos arbustos dio alcance a las Vespas y a la Lambretta. Uno de los scooter perdió la estabilidad a causa del remolino de aire de la Yankee desbocada y de lo cerca que pasó y acabó estrellándose en la cuneta.

Si bien parecía que no había nada en ella, más allá de unas ramas de chopo y basura, la moto golpeó con algo metálico que acababa de soltar un destello al paso de la OSSA. Algo parecido a una inmensa cámara de fotos salió despedido a causa del fuerte impacto perdiéndose entre unos arbustos, para terminar con un nuevo ruido metálico al atravesarlos.

En el coche estaban los dos guardias civiles estupefactos. Justo habían detectado un infractor a bordo de una motocicleta de alta cilindrada que había hecho saltar el radar a 187 km/h, cuando recibieron el impacto del mismo en la parte trasera del R18 en el que se ocultaban.

Al poco entendieron que el muchacho de una Vespa que estaba revolcándose en el suelo con la pierna rota, había golpeado el artilugio que acabó su vuelo contra el vehículo oficial. Se vieron rodeados por un nutrido grupo de compañeros del chico que procedieron como se debe hacer. Gritando desesperados para que llamaran a una ambulancia, sacando los restos de la moto de la cuneta, y diciéndole a su amigo que apenas tenía algo de chapa y unos rasguños, aunque sabían que aquello que fue una moto minutos antes, ahora era siniestro total.

El herido se serenó al recibir las mentiras en forma de noticia del estado de su moto. Su pierna no era importante. Suponía que para cuando estuviera ya escayolada, podría volver a montar en moto. Trataba a la vez de entender que era lo que le había provocado perder el control del scooter, y la única conclusión aceptable era que se había desestabilizado por culpa de algún bache o algo así.

Clemente no había sido consciente de nada. Bastante tenía con evitar terminar en otra cama del hospital acompañando al chico de la Vespa, pero en un golpe de gracia, por fin se desatascó el puño del gas y pudo descargar de trabajo a los servicios sanitarios. Muy nervioso y azorado detuvo la moto. Esperó unos minutos que se hicieron eternos a ver si venían el resto de amigos. Al no ver a nadie dio la vuelta y regresó el camino andado. Minutos mas tarde se encontró con una ambulancia que haciendo ulular las sirenas partía hacia el hospital. Una grúa recogía un amasijo de hierros que se asemejaba a una de las motos, y otra estaba cargando un coche de la Guardia Civil que tenía la luna trasera y una puerta destrozadas.

Al llegar le explicaron lo que había acontecido. Puesto al día de todo, incluida la opinión de que nunca antes habían visto alcanzar tal velocidad a una moto como la suya, siendo además guiada con total desparpajo y falta de tensión, con la visera abierta como cuando uno pasea, y llevando un ritmo musical con la mano, gesto que denotaba sosiego y una tremenda paz de espíritu, retomaron el regreso a casa de una manera ya más controlada. Le invitaron a abrir el grupo a pesar del disgusto del chico de la Laverda, que se había visto destronado de su posición privilegiada de cabecilla.

Ya cada uno en su casa, unos dedicaron el tiempo a llamar por teléfono a compañeros que no habían asistido al paseo, y relatar la increíble pericia y desahogo del manejo de la moto del nuevo amigo, otros se entretuvieron en el hospital siendo escayolados de triple fractura de tibia y peroné, y Clemente se dedicó a llamar a Emilio y comentarle que nunca se había acercado a mayor velocidad a un final espantoso e irremediable a causa de un problema con el acelerador.

Emilio apuró su copa de brandy de un trago. Cerró los ojos y se echó una larga siesta.

La vida seguía su curso con normalidad. Y aquella normalidad, aquella nueva normalidad, contemplaba un sin fin de nuevas salidas con sus nuevos amigos de las motos. Ya era un ídolo de masas. Todos, incluido el mecánico sabían que no había que desafiar a Clemente. Siempre tenía un as en la manga. Un as y una soltura cada vez más notable. Las semanas habían pasado de forma vertiginosa. El verano ya estaba aquí. Y también el viaje que cambiaría su mundo. Empezaba el nuevo mundo de Clemente.


FIN DE LA PRIMERA PARTE.
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pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

En breve comenzaré la aventura de nuestro gran héroe. De momento esto es lo que hay.

Estoy preparando la segunda parte un poco más concienzudamente. De tal modo que sucesos que acontecerán, como desgracias humanas, fenómenos naturales, y toda suerte de catástrofes imprevisibles, estarán en su mayor parte basadas en hechos reales y en fechas concretas.

También estoy pensando en una sorpresa adicional al final del relato. Pero me llevará algún tiempo concretar el asunto. Seguiré informando.

De momento gracias a los que seguís estos desvaríos.

Un saludo.
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Humphrey
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Humphrey »

Muchas gracias, Paté. Ha estado genial esta primera parte... :XX: :XX:
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anibalga
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

Estaremos impacientes de las aventuras de Clemente.
Muchas gracias Pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

SEGUNDA PARTE


Capítulo Octavo


¡¡OLÉ, OLÉ!!


Jueves 1 de Agosto 1985


Clemente dormitaba plácidamente desde hacía un buen rato. El zumbido de los motores sonaba lejano, pero su monotonía provocaba una especie de sensación de bienestar que desembocaba en sueño. En los periodos de duermevela, llegaba a rememorar acontecimientos sucedidos unas semanas atrás, como cuando fueron a celebrar Pepi y él, el interesante futuro que se les venía encima.

El nuevo local estaba apunto de concluir sus obras, y podría estar en funcionamiento en plena temporada estival. Quedaban al menos dos meses completos de verano, y en función del éxito que tuviera en ellos, el resto del año mantendría su aforo. No obstante siempre cabía la posibilidad de que el negocio no fuera como estaba previsto, para lo cual ya tenía un plan “b”, pertrechado a espaldas de Pepi.

La idea surgió del nuevo portero que había contratado. Un antiguo funcionario de Correos que tenía una vida llena de calamidades. Sufrió graves quemaduras en un accidente, se dañó las rodillas de manera cruel e irreversible, la policía francesa le aporreó, naufragó, fue rescatado por un barco que lo dejó en Inglaterra acusado por error de polizón, y allí después de días de cárcel y de catar las porras británicas y los dientes de los perros policía, fue extraditado de nuevo aquí sin cargos. Pasó de ser devoto de la Virgen de la Peña, a ser un exaltado defensor del ateísmo, y también pasó de ser un pacifista a ser un virtuoso de la navaja sin descartar la afición a dejar lisiados a sus adversarios a base de cruentas palizas.

El plan consistiría en provocar un cortocircuito en el lugar adecuado y hacer que el local ardiera por los cuatro costados antes de llamar a los bomberos. Podría incluso haber victimas mortales, aunque eso implicaría elegir con tino a los infelices que acabarían carbonizados. Se cobraba el seguro y listos. A Clemente ese plan le daba que pensar. Dada la cercanía del Van Gogh le preocupaba que el olor a chamusquina pudiera desvirtuar el sabor de las cervezas. Consultó con su gran amigo inglés sus inquietudes, y no solo le animó a llevar a cabo el plan si se diera la circunstancia adversa, sino que él le procuraría al incendiario para llevarlo acabo. Un viejo conocido de los suburbios de Manchester, conocido como Alan “The Torch”, infalible y de una precisión milimétrica, un virtuoso de las cerillas y la garrafa de gasolina. Pero lo mejor de todo es que nunca haría falta usar el plan “b”, como se vería mas adelante y el infalible Alan tendría que conformarse con incendiar edificios en su país natal, como cuando incendió una central lechera, tan sólo por que compró una botella de leche en mal estado.

Como estaban entusiasmados por sus nuevos proyectos, decidieron ir a celebrarlo un par de días fuera de casa. Clemente preparó el plan a conciencia, mucha cerveza, algo de romanticismo y el mar que tanto gustaba a su esposa. Había oído que el día 13 de Junio habría unas bonitas maniobras militares de la Armada en la bahía de Cartagena. Parecía el lugar adecuado para una comida con vistas al mar, y ver como los marinos españoles simulaban desembarcos, maniobras de ataque e incluso ver salvas de disparos de algún cañón de 120 mm.

Por otro lado estaba Pepi que también quería celebrar por todo lo alto noticias que tenía para el hombre de su vida. Informarle que un día antes había decidido invertir el capital de la herencia de Clemente y algo de su bolsillo en una nueva sociedad dedicada al mundo de la moda, su distribución y venta. La empresa había salido a bolsa ese mismo día, simultáneamente a la firma de adhesión de España a la C.E.E. y se llamaba Inditex.

Clemente dejaba hacer a su esposa, que decía tener el convencimiento que aquella empresita recién nacida, llegaría a ser importante, aunque el dudara de la conveniencia de la inversión. Nadie en su sano juicio llegaría a suponer que el propietario de unas cuantas tiendas de ropa pudiera ser alguien relevante en el panorama nacional y mucho menos internacional. Así que si aquella inversión llegaba un día a dar dinero, sería un autentico milagro.

Sentados en la terraza del bar estaban cogidos de la mano, Clemente sin soltar de la otra la jarra de cerveza fría recién tirada, mientras observaban a los buques de la Armada hacer maniobras. En un momento dado, un submarino, el “Siroco”, que estaba realizando la maniobra de periscopio, es decir subiendo a superficie, chocó fuertemente contra un destructor, el “Almirante Valdés” que estaba situado justo encima del submarino. El submarino, sintiéndose atacado, realizó una maniobra de emergencia y se sumergió a 50 metros, mientras el capitán del buque hacía sonar las alarmas de zafarrancho de combate y cargó con munición de fuego real los cañones y las ametralladoras. El asunto no terminó en tragedia de pura casualidad.

Fue una bonita manera de celebrar que la vida les sonreía. Aunque Pepi esperaba que el choque de los navíos de l a Armada, no fueran a ser premonitorios de algún tipo de choque entre ellos.

Clemente se despertó cuando el avión tuvo una pequeña sacudida. Viajaba en un asiento al lado del pasillo, junto a un moribundo pasajero afectado por un cáncer terminal. El resto del pasaje del vuelo Lisboa-Dallas estaba conformado por un nutrido grupo de enfermos severamente afectados por las mas diversas patologías, pertenecientes a un grupo de peregrinos de una iglesia católica de Houston, que había acudido de manera desesperada a Lourdes y a Fátima para ver si surgía el milagro de una curación santa.

Un grupo de enfermeros y enfermeras voluntarias atendían de la mejor manera posible al pasaje. Clemente había conseguido plaza en el vuelo a un precio muy ventajoso. Al quedar libres tres asientos, ya que sus pasajeros volvían en ataúdes en la bodega, víctimas del tremendo esfuerzo del viaje, se habían puesto a la venta a un precio realmente bueno.

Quitando que muchos de ellos gritaban de dolor, emitían quejidos continuamente, o entraban en paradas respiratorias, lo cual hacía que los sanitarios tuvieran que realizar maniobras de reanimación de emergencia, el viaje resultaba ameno y plácido. Incluso se animó a ver una película que proyectaban en la pantalla central. Era una de guerra, una antigua en blanco y negro, se titulaba “Tora, tora, tora” y en ella una multitud de japoneses atacaba un puerto americano y hundía barcos y tiraban bombas, o se estrellaban deliberadamente con los aviones contra los barcos, gritando ¡Banzai!. Muchos de esos aviones caían envueltos en una bola de fuego, explotaban en el aire o se hacían añicos en el mar.

Al final ganaban los buenos, aunque un buen montón de barcos se iban a pique o ardían ferozmente y sus tripulantes se tiraban al mar quemándose sin remisión. Y los hangares aparecían demolidos, aplastando docenas de soldados que paseaban tranquilamente minutos antes.

Sentado al lado del pasillo, la tarea de ir a relajar la vejiga resultaba de los más cómoda. De nuevo le surgió la necesidad de ir a aliviarse y se dirigió al baño. Cuando salía tuvo la desgracia de topar con un enfermero sudoroso que se afanaba en tratar de devolver la vida a una señora diminuta, sin duda padecía enanismo, practicándole una traqueotomía de emergencia. Clemente fascinado con la visión del bisturí atravesando la garganta de la paciente, tropezó cayendo a su vez al suelo. Para cuando quiso darse cuenta, otro enfermero voluntario, corto de vista, le había inyectado una buena dosis de morfina creyendo que estaba en fase terminal.

Empezó a recobrar el conocimiento y el lugar donde se encontraba le resultaba extraño. Recordaba vagamente estar dentro de un aeroplano, hasta que perdió el conocimiento, y ahora estaba en una sala enorme, rodeado de mucha gente, que curiosa y con cara de asombro, le miraban a él y a un nutrido grupo de camilleros y enfermos en silla de ruedas que recorrían un largo pasillo.

Iba sentado en una silla de ruedas empujada por un joven que le hablaba en extranjero. No entendía nada de lo que le decían el chico y una policía negra. Luego supo que estaba pasando el control de aduanas, y supuso que la mujer al verle en ese estado, sin su oreja y con un grupo de personas que estaban en las últimas, creería que él era uno más de los infelices que corrían desesperados a ver a San Pedro en un periodo muy breve de tiempo.

-¿Lepra, verdad?- le preguntó la policía negra al enfermero, mientras miraba sin disimulo la oreja, o la falta de ella de Clemente.

-Obvio- dijo el muchacho que la última vez que había visto de cerca un hospital, fue cuando le operaron de fimosis hacía ya quince años.

-Pobre hombre.....ni siquiera voy a registrar su equipaje de mano. Creo que es una enfermedad muy contagiosa. Yo de ti no me acercaría mucho a ese despojo-

-Obvio-dijo otra vez el enfermero, mientras apartaba de una patada la silla de ruedas con Clemente sentado en ella.

Y allí se quedó Clemente en un estado semi atatónico producto de la dosis desproporcionada de la droga. Al cabo de una hora, cuando hubo recuperado la presencia de ánimo, y el grupo entero había desaparecido de escena, se levantó torpemente y se dirigió sin demora a uno de los bares del que parecía ser un aeropuerto. Tenía sed. Necesitaba una cerveza, o dos.

Cuando hubo aplacado la sed, no tenía ni idea de donde encontrar su equipaje. Solo tenía una mochila que era su equipaje de mano, y la verdad no había gran cosa en ella.
Un pequeño neceser, con los típicos producto inútiles de aseo, como jabón, pasta de dientes, cepillo y un peine de carey. También estaba un frasco de pastillas contra el mareo, que fueron hábilmente sustituidas por su amigo inglés por unas, que según dijo, estaban de moda en los clubs de Ibiza y de la costa levantina, y que resultaban ser de lo mas divertidas.

Vio un gran mostrador con multitud de señoritas muy sonrientes, que hacían toda suerte de indicaciones a los viajeros que se acercaban a preguntar algo. Decidió preguntar allí que pasaba con su bolso de viaje, que contenía su chupa de cuero, sus botas, calzoncillos, pantalones, la camiseta de Soberano, e incluso un bañador Meyba de color crema. Pensó que hablarle alto y despacio, haría que esa señorita extranjera, aunque no se percató que ahora era él el extranjero, le entendiera con mayor facilidad.

-H-o-l-a. M-e g-u-s-t-a-r-í-a s-a-b-e-r......-

Y antes de que pudiera terminar la frase, la señorita que parecía muy avispada le habló en perfecto castellano.

-Dígame caballero. ¿En que puedo ayudarle?- sonrió sin esfuerzo la chica.

-He venido en este vuelo y no se donde encontrar mi equipaje- y le extendió el billete del vuelo.

-Un momento caballero- y cogió el ticket, lo miró y llamó por teléfono.

Al poco le informó que su equipaje no había llegado al aeropuerto. Debido al exceso de equipaje del avión, con numerosas camillas, sillas de ruedas, andadores, muletas, equipos de respiración artificial, tres ataúdes, e incluso prótesis de piernas y brazos, una parte de las maletas, entre ellas la suya, llegaría al día siguiente, en un vuelo procedente de Fort Lauderdale en Florida.

La compañía aérea le compensaría con 123,76 $ y le ofrecería alojamiento en un Motel de las cercanías, donde pasaría la noche y sería recogido al día siguiente, para traerlo de vuelta a la terminal donde poder recuperar su bolsa y así continuar con su estancia en el mejor país del mundo.

Como era un hombre aplomado y además no tenía ninguna prisa, aceptó el cheque, el Motel, y todo lo demás.

Una furgoneta, que allí le llamaban Shuttle, le recogió donde le dijo la amable señorita, que no dejaba de sonreír. Llegó a preguntarse si no estaría deliberadamente operada para tener ese gesto permanentemente. En algo menos de media hora, se apeaba en la recepción del Motel “Planecrash” a las afueras del aeropuerto de Dallas. Mañana sería recogido allí, a la hora convenida.

Entonces se dio cuenta de que ya había puesto el pie en otro país, en otro continente y se sintió como el descubridor ese que salió de Cádiz y se topó sin querer con América. No recordaba su nombre.

Aunque él no salió de Cádiz, sino de Lisboa, y recordaba con absoluta nitidez y pánico el trayecto que le llevó desde su casa a Lisboa con su rubio amigo, que se ofreció a llevarle desinteresadamente en un BMW 2002 Turbo. Y la otra gran diferencia era que él si que había querido toparse con América, en la esperanza de que el golpe no fuera muy violento. De momento todo iba sobre ruedas. Y no pensaba en absoluto en la silla que le había apeado del avión.

En el Motel, le asignaron una bonita habitación. Aunque la apreciación del buen gusto, o no, en manos de Clemente podría ser cuando menos, estrafalaria. Tenía televisión con docenas de canales, alguno de ellos en español, pero no le interesaba nada lo que se veía en ellos. Ninguno daba corridas de toros.

El Motel disponía de cámaras con hielo ha disposición de los clientes, y cada habitación de un cubilete donde poder depositarlos. Lo único que le faltaba era un buen número de cervezas para poder ponerlas al fresco. Salió a recepción, donde una chica madurita que parecía abducida, pero que hablaba en varios idiomas, le informó que podía comprar cervezas muy cerca de allí. A tan sólo dos manzanas, o cuadras como decían allí, había una tienda de bebidas regentada por un vietnamita.

Animado, salió caminando en la creencia que sería un agradable paseo. No consideró que las distancias en aquel país no eran similares a las de España. Bueno, las distancias si que lo eran, lo que no se parecía nada era la percepción de lejanía o cercanía.

Mas de media hora de caminata a unos 38 º de temperatura, le costó llegar al comercio. Los píes le ardían, quizás los mocasines, aquellos que estuvo a punto de perder el día que probó de pasajero la Ossa Yankee, no fuesen el calzado ideal y le provocaron rozaduras y unas tremendas ampollas. Y sólo de pensar que tenía otra media hora para regresar, le ocasionaba cierta desazón.

Cargó con veinte botellines de Budweiser, compró algo de comer, una enorme bolsa de Doritos barbacoa y unos cacahuetes con miel que estaban de oferta, y antes de emprender el retorno, decidió poner una buena ración de gasolina en su castigada anatomía. Como no vio pacharán por ninguna parte, ni Anís del Mono, ni Soberano, ni nada parecido, se conformó con una botella de medio litro de Bourbon Four Roses que se sacudió casi por completo de un trago.

Cuando había caminado apenas diez minutos, no sabía si le quemaba más el sol, o las tripas, pero le entraron unas irrefrenables ganas de correr, y sabio como era, no reprimió los deseos de su mente y se lanzó al trote, y luego al galope. Corrió sin cabeza.

Pasado un rato se encontró desnudo en su habitación. Era ya de noche. No tenía una noción clara de cómo había llegado, ni de que modo había conseguido abrir la puerta del cuarto. También le resultó extraño ver sus zapatos en el cubo de basura, y eso le hizo mirarse los pies y ver que los tenía enrojecidos, con una tremenda ampolla en la planta del izquierdo, y los talones en carne viva. Pero extrañamente no le dolían nada de nada.

Le quedaban apenas media docena de botellines de cerveza. Se puso los pantalones y salió a por más hielo, aunque por el suelo de su habitación había centenares de cubitos semi derretidos que ignoraba que hacían allí. Recuperó su camiseta que estaba tirada en la calle, junto a un montón de botellas vacías y un sujetador femenino. Cuando estaba llenando el cubo, apareció de la nada la chica de recepción, que parecía estar mas animada, le miró y le lanzó un sonoro ¡¡Olé, olé!!

Sin duda se estaba perdiendo algo. Pero fue un primer día interesante, quizás ya sereno recordara algo al día siguiente. Quizás. O quizás no.

¡¡Olé, olé!!
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

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Impresionante!!!, me descubro ante usted, Sr. Pate, ¿no ha pensado en dedicarse a la literatura en serio??? :o :o :o :plas: :plas: :plas: :plas:
anibalga
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

No es peligroso Clemente :)
Humphrey
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Humphrey »

Empieza bien el periplo americano... =))
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Bonniato
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Bonniato »

¡¡Motel “Planecrash”!!... =))
Sirocco
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Sirocco »

Genial Paté, me he leído todo lo publicado de un tirón.
Muchas gracias, aquí me quedo a la espera de nuevas entregas.
pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Capítulo Noveno


“LAS SANDALIAS”




Viernes 2 de Agosto de 1985


Clemente se despertó tarde. Había pasado la noche durmiendo placidamente después de tomarse las cervezas que le quedaban, y acabar con los dos dedos escasos de Bourbon que le quedaban en la pequeña botella.

Una vez consumidas, salió al pasillo y volvió a llenar el cubo con hielos. Introdujo los pies en él, con la intención de que las molestas rozaduras y la ampolla descomunal de la planta izquierda, mejoraran en lo posible. Consiguió un cierto alivio producto de la insensibilidad de la baja temperatura. Momentos más tarde, cuando ya los pies estaban a punto de sufrir congelaciones irreversibles, descubrió con sorpresa el dolor que provocaba tal situación. Deseo volver a sentir el horrible escozor.

Se vistió lentamente y sintió el deseo de comer algo. No pudo calzarse de ninguna de las maneras, y descalzo salió a recepción donde la madurita abducida, le sonrió muy amablemente. Le explicó el problema que tenía con el calzado y la falta de equipaje, y preguntó que solución podría tener la situación.

-Espera un momento- le tuteó la mujer, en una clara muestra de confianza.

Al poco la mujer se acercó de nuevo a recepción. Había ido a la parte trasera, donde había una pequeña piscina, cosa que desconocía Clemente, y rebuscó en un pequeño cuarto donde guardaban las herramientas propias de la instalación, y donde también recogían artículos que los clientes solían olvidar en ella.

-Aquí tienes. Es lo único que he encontrado. Te servirán hasta que vayas a recoger tu equipaje al aeropuerto. Recuerda que viene el Shuttle a eso de las 17 horas a recogerte.

-Gracias- dijo Clemente extendiendo la mano y cogiendo un par de chanclas de piscina de color rosa claro, con una inmensa margarita en la parte superior.

-¡Ah!, y no te olvides que hoy tenemos barbacoa en la piscina a las 21 horas. No sabes con que ansia te esperan las chicas de la 55 B y C de ayer y los músicos de la 17 C. Y por supuesto el señor Barrimore. Se lo pasó en grande. Me dijo que a sus 83 años, nunca se había topado con nadie tan divertido como tú.......Y por supuesto, yo también tengo ganas de....¡olé, olé!.

-Si, si, claro- contestó Clemente, completamente ignorante de todo lo que la mujer le decía. No recordaba nada, una vez más. Pero una fiesta nunca había que despreciarla, y quizás en la fiesta hubiera un indio. Llevaba un día en Estados Unidos y no había visto ni un piel roja.

Se calzó las sandalias, y decir que tenía un aspecto grotesco, era ser benevolente. El calzado no pegaba nada con el pantalón de Tergal color arena, ni con la camisa gris con rayas azules y el jersey granate de cuello de pico que tenía. Aunque el solo hecho de pensar en un jersey a casi 35 grados que hacía ya, era ya un claro despropósito.

Tenía hambre. El Motel carecía de restaurante, tan solo ofrecía unas máquinas dispensadoras de toda clase de porquerías grasientas y extremadamente dulces. Y él era más de salado. Añoraba sus boquerones en vinagre, pero ya había leído que en Texas, eran más de carne, de mucha carne. Y entonces pensó en Pepi. Le llamaría un poco más tarde, después de haber recogido el equipaje que tanta falta le hacía ya.

Su amiga de recepción le sugirió que había un bar donde servían raciones de comida de muy buena calidad y a un precio razonable, pero a la ver el aspecto de Clemente con esa indumentaria, supo que si se presentaba allí de esa manera, recibiría como poco una buena paliza, o en su defecto un par de tiros. El lugar estaba frecuentado por moteros y por votantes de Bush, lo cual no auguraba un desenlace muy halagüeño para su amigo si ponía los pies allí, o mejor dicho, las sandalias. Y lo quería entero y en condiciones para la barbacoa vespertina. Por nada del mundo se perdería otra velada con este individuo, que si bien parecía intrascendente y vulgar, era capaz de proporcionar diversión a raudales. Y todo ello sin darse ninguna importancia.

Le preguntó que le gustaba del menú, a lo que Clemente contestó que “cualquier cosa”, ya que no entendía nada de lo que ponía en la carta que tenían en la publicidad que había en recepción, y señaló un par de cosas al azar, y eso si, recalcó que trajeran también un par de cervezas grandes.

Decir grandes en el estado donde todo es “más grande”, era decir mucho. Así que cuando el chico de mantenimiento, que fue a recoger el pedido al bar llamó a la puerta de su cuarto para entregárselo, podría haber visto la cara de asombro a Clemente, en el caso de que este hubiera tenido una cara expresiva. Pero no era el caso.

El chico entró con dos botellas de 50 oz., es decir casi litro y medio de bebida cada una, un costillar completo de cerdo untado con una espesa capa de miel, hecho a la parrilla, y con una guarnición de boniatos y mazorcas de maíz, y una enorme fuente de frijoles con chile. Una comida que podría alimentar a una familia de cuatro miembros media semana.

Como era un hombre práctico, se conformó con tomar un par de platos de frijoles picantes al máximo, y guardar el resto y el enorme costillar, para obsequiar a sus desconocidos amigos, que al parecer le tenían tanta estima. Las cervezas, fueron la cantidad exacta de bebida que necesitaba para la comida.

El calor apretaba de lo lindo, y aunque no era hombre de campo, sabía que aquello terminaría sin lugar a dudas en una tormenta espléndida. Se tumbó en la cama y se quedó dormido. Cosas del jet lag.

A las cinco menos cuarto, la recepcionista le llamó para recordarle que en unos minutos el transporte llegaría para acercarlo al aeropuerto. Clemente aprovechó para prolongar la reserva en el Motel. Hoy ya tenía el día resuelto, al día siguiente, sábado, iría a comprar la moto a un enorme concesionario de motos al otro lado de la ciudad. Un contacto de su amigo inglés ya había concertado una visita para Clemente allí. Era un enorme concesionario que disponía de una cantidad ingente de motos nuevas y de segunda mano, que eran las que a él le interesaban, y tan sólo debía preguntar por un tal Facundo, que era un vendedor de origen mexicano que hablaba perfectamente en español.

El domingo se quedaría para rodar un poco en su moto nueva, y familiarizarse con ella, daría un paseo y visitaría algún lugar de interés. El bar motero de donde le habían traído la comida, parecía un lugar ideal para empezar a fraternizar con el ambiente motero autóctono, según entendió a su amiga de la recepción. Y ya por fin el lunes, comenzaría a acercarse hacia California donde le esperaba el doctor Buttuk dispuesto a devolver la confianza perdida a Clemente a golpe de bisturí y escarpelo. Poco a poco se acercaba el día en que podría ponerse gafas y ver todo de otra manera. O mejor dicho, ver todo, cosa que ahora en ocasiones, le resultaba difícil.

Salió del cuarto para esperar a la furgoneta, y el tiempo estaba cambiando de manera perceptible. Unas nubes negras en el horizonte, un viento que empezaba a tornarse fuerte y un calor asfixiante, confirmaban las sospechas de una próxima tormenta. Se sintió aliviado de saber que cuando menos, no estropearía el calzado con el agua. A lo lejos una furgoneta, la Shuttle del día anterior, entró al parking del Motel Planecrash. La conducía el mismo tipo que el día anterior que puso una cara de perplejidad indisimulable al ver el aspecto de Clemente. Y eso que si en algún lugar del planeta hay tipos raros y extravagantes es en Estados Unidos.


*********************************


El capitán Connors estaba al mando del Lockheed L 1011 Tristar de la Delta Airlines, código de vuelo DL 191. Le asistía a los mandos el oficial Price y el ingeniero de vuelo Nassik. Entre los tres acumulaban mas de 15.000 horas de vuelo con ese modelo de avión.

La aeronave despegó de Fort Luderdale en la Florida, con rumbo a Los Ángeles previa escala en Dallas, donde además de recoger más pasajeros, debían descargar equipaje que no pudo ser entregado el día anterior por exceso de estiba en el vuelo correspondiente.

El vuelo transcurría con normalidad. En Luisiana tuvieron que esquivar una tormenta eléctrica para evitar sacudidas, y llegando a la escala prevista de Dallas, de nuevo una masa nubosa se cernía en el horizonte. No debió parecer muy importante, ya que decidieron atravesarla, pero no tuvieron en cuenta que las micro ráfagas de viento les iban a hacer pasar malos momentos.

No muy lejos de allí, William Mayberry era un hombre feliz. Había firmado el divorcio de su cuarta esposa y de nuevo había recuperado la alegría y la libertad. Ya no tendría que dar explicaciones por todo, y podría poner los pies en la mesa, y estar con los calzoncillos en casa, y sacar al perro de su mujer ya no sería una obligación, y podría ir a retozar con su amante sin andar escondiéndose. Si esto no fuera poco, fue nombrado ese mismo día, empleado del mes, en la sección de caza y armas de unos grandes almacenes. Había conseguido vender media docena de fusiles ametralladores distintos a un coleccionista particular, que además iba a exhibirlos en una feria de armas y municiones que se iba a celebrar en pocos días.

Cogió su Toyota Celica del 71, un magnifico coche que en 14 años nunca le había dejado tirado, un coche al que nada ni nadie parecía poder detener, y se dirigía hacia el sureste, con la intención de celebrar las buenas noticias con su amante, en un bar de moteros cerca del aeropuerto. En la radio sonaban los Carpenters cantando su famoso “Top of the World”, en clara alegoría al estado de ánimo del bueno de William.

La tormenta se había desatado de forma abrupta, mientras el DL 191 realizaba la aproximación a la pista. La velocidad ideal de aterrizaje era de unos 270-280 km/h, pero una súbita racha de aire de cola, la había incrementado hasta unos 320 km/h. El copiloto Price reaccionó tirando de la palanca para disminuir la velocidad y el capitán Connors gritó que no lo hiciera. Él sabía que esa repentina ráfaga no duraría más que unos segundos, como así fue. Cuando Price quiso acelerar de nuevo, ya era tarde, el avión carecía del empuje suficiente para mantenerse en vuelo y descendió bruscamente, aunque debido al incremento de potencia, detuvo unos instantes la rápida caída.

El avión tocó con la cola el suelo levemente a menos de kilómetro y medio de la cabecera de pista. Parecía poder retomar de nuevo el vuelo, pero un poste eléctrico no pensaba facilitar la labor y partió un ala de cuajo que se incendió. El avión atravesó la autopista chocando contra el coche del bueno de William que iba cantando a voz en grito el estribillo de la canción. Murió en el acto aplastado por la inmensa mole desbocada, que si que detuvo el buen andar del magnifico Toyota.

Ya en la pista de aterrizaje completamente descontrolado, el avión chocó irónicamente contra dos depósitos de agua, antes de estallar envuelto en una inmensa bola de fuego. Los pasajeros de la cola del avión y tres de las azafatas, sobrevivieron al partirse el fuselaje y salir despedidos. Murieron 135 pasajeros y William Mayberry tampoco pudo celebrar su felicidad.


*******************

Clemente llamó la atención por su apariencia en la terminal del aeropuerto. Fue requerida su documentación dos veces por los guardas de seguridad y una por una policía negra, que le reconoció al ver que no tenía oreja derecha. Le dejó marchar sin ni siquiera pedir más explicaciones y corrió a desinfectarse las manos.

Una vez orientado en el puesto de las chicas de la sonrisa eterna, se dirigió a una zona donde se veían aterrizar los aviones. Allí departió con unos señores de Barcelona, que esperaban el mismo avión y que al igual que él, aguardaban una maleta que había extraviado la compañía aérea una semana antes. Al parecer la maleta contenía documentos que demostraban que un paisano de Sant Feliu de Guixols, había llegado a América un siglo antes que un tal Cristóbal Colón.

Las pantallas anunciaban la llegada del avión y Clemente decidió salir a la terraza, desafiando la implacable tormenta, para poder ver el aterrizaje y asegurarse de que el equipaje que tanto necesitaba no sufriera daño alguno. Tenía entendido que algunos empleados no trataban con la debida diligencia los equipajes de los pasajeros, y no estaba dispuesto a consentir que nada ni nadie maltratara su bolsa.

Supo con certeza absoluta que después del horrible choque del avión contra dos enormes depósitos de agua, uno de los cuales se desplomó con estrépito, y de la bola de fuego que envolvió el entorno del mismo, no iba a poder recuperar su equipaje.

Su desolación era la misma que los pobres hombres de Barcelona parecían tener. Treinta años de duras investigaciones a la basura. La gente seguiría creyendo que ese tipo, del cual no recordaba el nombre, habría descubierto América cuando en realidad había sido otro el descubridor. Una autentica desgracia y una injusticia histórica que perduraría en el tiempo.

En el mostrador de las sonrisas le informaron que no podían ayudarle. Le entregaron un papel que debería rellenar para reclamar las pérdidas, especificar los objetos extraviados y en función de estos recibir la correspondiente indemnización más adelante, en un periodo nunca superior a un año. Tampoco tenía derecho a ser llevado al Motel, así que decidió tomar un taxi, pero no iba a ser una tarea sencilla. Docenas de ambulancias, de coches patrulla, de bomberos, de sicólogos, de curas de todas las confesiones, corrían desesperados a prestar su ayuda a los accidentados y el revuelo era enorme.

Una tienda del aeropuerto fue su tabla de salvación. Allí encontró unas sandalias del tipo a las que usaban los israelitas al mando de Josué cuando cruzaron el río Jordán. Lo suficientemente cómodas y frescas para sus maltrechos píes. Con apenas dos tiras conseguían sujetarse de manera firme y consistente.

Entre unas cosas y otras ya eran las ocho de la tarde. En pocos minutos tenía una cena con gente que decía conocerle y no quería ser descortés, pero antes iba a llamar a Pepi y decirle que todo iba bien. La gente corría despavorida a cancelar sus vuelos. Después de presenciar una desgracia de aquel tipo, quedaban pocas ganas de ser el siguiente en estrellarse con un avión.

Llevaba apuntado en un papel que guardaba en la cartera la secuencia casi infinita de números que había que marcar para poder llamar a España. Se acercó a una de las cabinas de teléfonos que formaban una interminable hilera en una de las paredes del fondo. Pensó en que si alguna vez alguien consiguiera inventar un teléfono portátil, ligero, pequeño, sin cables claro, y además hacerlo a un precio accesible, se iba a forrar, aunque eso era a todas luces improbable que llegara a suceder.

Marcó la secuencia de números y al poco se oyó una señal “tiiii-tiiiii” y alguien descolgó el terminal.

-Está usted llamando a Chacinas Belmonte, ahora no podemos atenderle, nuestro horario de venta al público es de ocho de la mañana......- y Clemente colgó.

No había duda de que se había confundido al marcar. Y tampoco había duda de que las monedas que introducía en la ranura, caían a una velocidad de vértigo. Y no tenía muchas, tan solo las que el vietnamita del colmado le había devuelto de la compra.

Volvió a marcar y esta vez si atinó con los números correctos. Una voz somnolienta, pero muy reconocible contestó a la llamada.

-¿Dígame?- era la Pepi

-Soy yo. No tengo muchas monedas. Todo bien. He perdido el equipaje. Bueno, lo han quemado. ......-dijo Clemente.

-Cariño, son más de las cuatro de la madrugada, me has asustado.....-dijo la mujer.

-No cariño, son las ocho de la tarde. Tendrás el reloj mal.- respondió Clemente.

-Dices que todo bien.....que alegría cariño.....yo tengo algo que contarte, algo muy importante....verás.....-

Y la llamada se cortó. No había más monedas. Y Pepi no pudo contarle la noticia tan importante que tenía que contarle. Pero Clemente era un hombre paciente, ella lo sabía, y ya llegaría el momento de darle la sorpresa. De momento se volvía a la cama, esperaba no tener más nauseas. Antes de acostarse, comió unas fresas de la nevera acompañadas por abundante leche condensada.

El taxi dejó a Clemente en la recepción del Motel. Había mucha más gente que el día anterior, claro que era viernes. Media docena de chicas treintaañeras muy maquilladas y arregladas le saludaron muy efusívamente, todas le besaron en la mejilla, y una le dio también un fuerte abrazo. Le dijeron, aunque él no lo entendió, ya que no hablaba extranjero, que se unirían a la barbacoa otras amigas y unos amigos jamaicanos que cantaban reggae y que los de la 17 C tocarían con ellos.

Al grupo se unió un anciano, el señor Barrimore, que no dejaba de mostrarle su respeto y admiración, iba acompañado por dos tipos que portaban una trompeta y un contrabajo. Le señalaron el camino de la piscina mientras le indicaban con el dedo índice el reloj. Apareció la recepcionista vestida muy elegante y provocativa, con un conjunto de falda y blusa muy escotada de lentejuelas plateadas, que no dejaba lugar a dudas de lo que tapaba y unos enormes zapatos de tacón. Nada más verlos Clemente se descompuso, no quería ni imaginar la tortura de usar semejante calzado, después del tremendo padecimiento de usar mocasines.

Le dijo a la mujer que iba a su cuarto para asearse un poco, le contó lo que había sucedido, cosa que ya sabía por las noticias, y por la inmensa humareda que se seguía viendo en el horizonte, que también iba a recoger algo de comida para la fiesta y que en breve se uniría a la celebración.

Se dio una ducha. Volvió a ponerse la misma ropa interior que ya llevaba, se peinó, se puso un poco de Varón Dandy que Pepi había puesto en el neceser, y descubrió el botecíto con el medio centenar de pastillas “especiales” de su amigo inglés. Cogió cinco y las guardó en el bolsillo del pantalón junto al pañuelo con sus iniciales bordadas. Rodeó el edificio y llegó al recinto de la piscina cargado con el costillar de cerdo y los frijoles.

Los allí presentes.......bueno, los allí presentes.....ya veremos lo que pasó.

Continuará.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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