EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

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albacete
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por albacete »

:plas: :plas: , Esto va camino del apocalipsis, =))
NO DEJES PARA MAÑANA LO QUE PUEDAS RODAR Hoy-

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pate
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO TRIGÉSIMO PRIMERO



Dirty Bike Raid, y mayonesa con ajo.



Clemente estuvo toda la noche inquieto. Unido al sentimiento de intranquilidad que le provocaba el tener que enfrentarse, nunca mejor dicho, a una moto que aún desconocía, pero que sospechaba no iba a ser más amigable que la Bultaco Frontera, sumaba los extraños ruidos que venía escuchando toda la noche.

No cabía duda de que alguien desconocido merodeaba en el exterior. Se asomó en varias ocasiones a la ventana que daba al aparcamiento, y no observó nada anómalo. Su apreciada moto estaba donde la había dejado, el resto de habitaciones tenían aparcados enfrente sus coches. Podía ver un Toyota Camry, varias pick up, un Jeep Cherokee, un viejo Cutlass, y un poco más allá tres o cuatro berlinas negras.

Ya de madrugada, cuando apenas había cogido un sueño profundo, un ligero golpe en la puerta le desveló. No cabía duda de que alguien estaba en el exterior y se confirmaba con el roce de un cuerpo en la puerta.

Blandió lo primero que tuvo a mano, su sandalia, y armado de un valor inconsciente abrió la puerta de modo repentino.

Allí estaba para su sorpresa, alguien que no imaginaba.




XXXXXXXXXX



Aquella misma noche, en una oscura estancia de un lugar indefinido, Al Manzini y varios colaboradores se encontraban sentados dando muestras de una fatiga más que evidente. Una enorme lámpara era el único foco de luz de toda la sala. Iluminaba una mesa repleta de papeles, de retratos robot y de fotografías sacadas de cámaras de entidades bancarias. Todas hacían alusión al bandido que estaban intentando capturar.


-¿Alguna novedad Jenny?- preguntó con desgana Manzini.

-Con respecto al casco que llevaba Clarence Whitedoor, se ha determinado que fue adquirido en la tienda de empeños de San Bernardino. Se pagó por él unos veinte dólares según testimonio de los propietarios. Unos tipos raros. Mienten. Dicen no tener registros del empeño debido a un robo. Lo relevante es que el casco es una obra única. De un artista del Congo que vive en Dallas. Así que se ha podido determinar quien lo adquirió en una tienda de motocicletas de la ciudad. Y es nuestro hombre.......-respondió la mujer.

-Lo tenemos cerca, maldita sea. ¡Lo atraparemos!- gritó fuera de si Manzini, que había entrado en una espiral de emociones que lo llevaban del desánimo a la euforia.

-¿Y que hay del atentado al Gobernador, Alí?- le miró fijamente Al.

-Señor, todavía no está confirmado que lo fuera. Podría ser todo un desgraciado accidente, señor........- respondió el recién incorporado al equipo Alí Ben Sahid, un agente de origen saudí.

-¿Usted cree que lanzar un torpedo a menos de un metro de un Gobernador, es fruto de una casualidad?. ¿Y que me dice del ataque con perros adiestrados a su esposa?, ¿es también un hecho fortuito?, no me joda Alí- otra vez fuera de si Manzini.

-Señor, es todo lo que tenemos. Cuando terminaron los bomberos con el pequeño incendio, empezamos a recabar pruebas. Dicen que hubo mucha suerte de que varias poncheras con licor no fueran alcanzadas por las llamas. Podrían haber actuado de acelerante, señor. Es que esos ponches tienen mucho alcohol, pero están muy buenos....esto, yo no los he probado......me lo han contado, señor- se ruborizó el agente musulmán.

-Sigamos trabajando......sigamos. Lo tenemos cerca. Es un presentimiento- dijo ahora abatido Manzini.

Aquella noche en la habitación del Motel. Al Manzini lloraba desconsoladamente. Veía su carrera de prestigio nacional, hundirse como el Titanic, mientras la orquesta seguía sonando. Se sentía más reconfortado al haber cancelado la compra de la motora y de lo necesario para la pesca en Florida. También tenía oculto todo el dinero que había sacado de las cuentas para no terminar en la indigencia. Aquella mujer tenía el aspecto de ser capaz de cumplir sus amenazas, y no le apetecía terminar desdentado pidiendo un dólar en los semáforos para poder seguir viviendo y bebiendo.

La chica de recepción del Motel le había mirado raro. Le parecía curioso que aquella joven con cresta y pelo dorado, plagada de piercings, y vestida de negro, le mirara raro. En todo caso la rara era ella. Quizás estuviera volviéndose loco. Podría ser.



XXXXXXXXXXXXX



Otro conclave nocturno se produjo simultáneamente en otro cuarto enorme y con una sola fuente de iluminación que alumbraba exclusivamente a las cinco personas que permanecían de pie.

Uno de ellos, ejercía de cabecilla y los demás se limitaban a escuchar sus palabras. El hombre en cuestión se llamaba Florencio, era argentino, y era el psicoanalista de la Clínica Palo Alto, donde se encontraban. El resto formaba parte del equipo médico de élite encargado del trabajo de bisturí del centro. Todos estaban de acuerdo en terminar con el mandato de su jefe y dueño de la clínica. El doctor Buttuk se había pasado los últimos meses dedicado a su transformación estética y de pigmentación. Se dedicaba a dar ordenes y a pasar largas temporadas de rehabilitación en Puerto Vallarta.

Sus pacientes, creían que eran sus mágicas manos las que convertían sus senos caídos en grandes balones de basket, tersos y firmes, o que su habilidad trasformaba unos pellejos flácidos en espectaculares masas musculares, pero quienes hacían los milagros a base de silicona y dedicación , eran las personas que estaban en aquella reunión.

Habían decidido que en la siguiente intervención a la que se sometiera el doctor Buttuk, sufriera “un accidente”. Una sobredosis de anestesia, un paro cardiaco, un desafortunado corte en la aorta, un apagón eléctrico, cualquier cosa para que el cuerpo del doctor explotador, reposara para la eternidad.

Pero las cosas se habían complicado. El día anterior el doctor Buttuk le comunicó a Florencio su intención de no operarse más.

-Cancele mi operación de la próxima semana Florencio- dijo el doctor mientras se atusaba el pelo delante de un espejo en su despacho.

-¿Señor?, pero si aún le queda concluir su blanqueamiento de piel- dijo desconcertado el hombre.

-Tonterías. Yo me veo bien. Tengo el color de un mexicano pálido, o de un anglosajón que se ha pasado de sol en Malibú. Es perfecto este tono, ¿no cree?- dijo el galeno.

Toda la estrategia que tenían las cinco personas reunidas se había ido al traste. Debían de afrontar el hecho de que la cosa se demoraría más de lo esperado. Ahora debían buscar otra solución.

Salieron cabizbajos de la sala de reunión, que al cerrar la puerta dejo ver el letrero de “Morgue, acceso prohibido”.

-Y ahora vayamos a ver que podemos hacer con la esposa del Gobernador. Fue atacada por unos perros locos. Necesita varias intervenciones, y su esposo nos ha pedido que intentemos por todos los medios solucionar el problema de su mujer con los pelos de las piernas. Al parecer son duros y rebeldes y molestan al señor Gobernador en los momentos de mayor intimidad.




XXXXXXXXXXXX



Clemente en un primer momento no vio a nadie. Sólo al bajar la vista vio quien había estado provocando todo aquel jaleo de noche.

Una perra de caza multicolor estaba sentada y le miraba con ternura. Movía el rabo dulcemente y tenía la boca abierta a modo de sonrisa. Cuando Clemente la vio se rió con discreción.

-Así que eras tu, bonita- y le dio unas palmaditas en la cabeza- ¿qué haces aquí, eh?, jejejeje. Anda pasa- dijo.

Y la perra se abalanzó como una loca al interior del cuarto. “Si parece que me entiende la jodida”, y cómo se había dirigido al cuarto de aseo, Clemente le abrió el grifo de la bañera y el animal se lanzó con avidez a saciar la sed descomunal que arrastraba después de seguir durante ocho kilómetros el rastro de un taxi.

-Y tendrás hambre, bonita- y rebuscó entre sus enseres hasta topar con varios paquetes de carne seca que guardaba de su aventura. Para cuando se quiso dar cuenta, la perra ya se los había arrancado de las manos y los devoraba, paquete incluido, a la velocidad del rayo. Cuando dio buena cuenta de ellos, se acercó a Clemente y el lamió el cuerpo, luego se tiró un sonoro eructo y se tumbó boca arriba en la cama, para dormirse al instante. Al poco roncaba sonoramente, mientras Clemente se acurrucaba en el suelo para acabar la noche.

-Hace lo mismo que la Pepi. Que jodida. La llamaré “Birra”, jejejejeje- y se durmió ya menos inquieto.

Pasadas unas horas, a eso de las ocho de la mañana, Clemente se levantó del suelo y vio que la perra seguía durmiendo boca arriba. Pasó a prepararse para su cita de las nueve. Tenía por delante una jornada turbadora. Montar en moto era algo mecánico, si eras capaz de conducir una moto, podías con todas, pero a pesar de su optimismo, era consciente que su estatura era un gran handicap para el manejo en parado de una motocicleta.

A pesar de que todo motero sabe que es capaz de hacerse con el manejo de una moto ajena casi al instante, y pasar a dominarla con maestría pasados unos breves minutos, no podía de dejar de pensar en el inconveniente de la altura. Es verdad que en películas de cine o en reportajes de la tele se podía observar como la postura ideal para recorrer terrenos abruptos, era ir de pie sobre los estribos y en caso de tener que saltar, cosa que no deseaba en absoluto y que iba a evitar a toda costa, mover el cuerpo para estabilizar la moto e impedir que cayera sobre la rueda delantera, que era sinónimo de un violento estacazo. Pero de cómo subirse a la moto no había visto nunca nada.

Al poco se oyó el sonido atronador de un poderoso motor. Entraba en el aparcamiento un bonito Ferrari Daytona de color azul oscuro y con tapicería de color arena. A sus mandos Raymond, el hijo del Gobernador, que nada más llegar se disculpó por el retraso.

-Mi madre. La operan hoy. Ayer tuvo un desafortunado accidente. Ya sabe, la fiesta, ya sabe como terminó, o ¿se había marchado ya?- preguntó Raymond.

-Oh, estuve por allí, pero al ver el jaleo, me marché. No se bien que pasó. Espero que su madre esté bien- dijo Clemente.

Subió en el deportivo italiano dispuesto a partir, cuando la muchacha de recepción le entregó un sobre que había mandado la señora Hedi Lamarr. En él, su agencia de representación, le hacía llegar sus disculpas por los horribles acontecimientos de la noche anterior, el deseo de volver a charlar con él cuando fuera posible, y unos afectuosos saludos de la señora Krakamuthua, que se encontraba convaleciente del ataque de una perra loca que le había destrozado el tobillo. Además un paquete que contenía un estuche con un fabuloso reloj sport de acero de la marca Omega, como muestra de su afecto y para compensar los momentos tan desagradables vividos en la pasada velada.

Clemente le dijo a Raymond que dejaba eso en el cuarto y que volvía de inmediato. La perra dormía feliz. Clemente le dejó un palmo de agua en la bañera y otros paquetes de carne en el suelo. Puso el cartel de no molestar y se marchó en busca de su amigo.

-Verá. Nos divertiremos, nos servirá de terapía. Además mis amigos, hablan todos español, así que no será un problema entenderse con ellos- y arrancó el coche con un fuerte acelerón, saliendo derrapando del Motel.

Al Manzini no había dormido bien. Le dolía la cabeza cuando lloraba. Y ahora que había conciliado el sueño, el estruendo de un motor de coche rugiendo despavorido, le sacó de su estado onírico. Comenzaba un nuevo día, para su desgracia. Un nuevo día de mierda.

El viaje a las afueras en busca del grupo para salir de paseo, fue una experiencia que le recordó a su querido amigo inglés. Bruscos frenazos que le lanzaban contra el cristal, o acelerones que le pegaban al asiento y curvas que parecían querer que saliera despedido por el cristal de la ventana o contra quien conducía. Un inacabable slalom entre coches mucho más lentos, camiones y autobuses. En un cruce se saltaron la luz roja y por poco les embistió un enorme Cadillac que circulaba tan tranquilamente, pero una ágil maniobra de Raymond evitó que tuvieran que ser excarcelarlos de un amasijo de hierros retorcidos o de tener que ser recogidos del resultado de una bola de fuego.

En una zona comercial el Ferrari se detuvo frente a una inmensa nave. En la explanada se encontraban aparcadas una GMC Van Vandura con un remolque cargado con cuatro motos, y una Ford F100 del ´58 restaurada con un motor de 5,7 litros y 300 CV de potencia. En la pick up estaba la moto de Raymond, una Husqvarna nueva de color rojo y cromo. Aguardaba a la moto de Clemente que habrían de recogerla del interior de la nave.

Raymond presentó a Clemente como un industrial importante del mundo del ocio, torero retirado y experto conocedor del mundo de la moto. Además de piloto amateur y viajero incansable a lomos de cualquier montura. Un gentleman alejado de los estándares propios de su clase social, tal y como podían observar por su indumentaria.

A pesar de la negativa de Clemente, todos supieron al instante que, además de todo eso, era un hombre humilde y sencillo. Su manera de vestir le delataba. Aunque parecía un pordiosero, era convidado a las fiestas más exclusivas y se rodeaba de grandes personalidades, como la señora Lamarr, el mismo Raymond, y Bibie, que todo el mundo sabía que era una de las grandes fortunas de la nación y una filántropa de renombre.

Los amigos de Raymond, John y Bud, poseían sendas Suzuki de última hornada, otro llamado Johnny Turnabout, una Honda y el que se llamaba Amos que tenía una Yamaha YZ, un tipo más bien callado y reflexivo, al parecer fue misionero en Burundi y algo debió salir mal, ya que volvió y colgó los hábitos, y se dedicaba como inversor a manejar grandes sumas de dinero ajeno, con gran éxito. Era el propietario de aquella nave. En ella se guardaban desde lanchas motoras impresionantes, un helicóptero enorme de seis plazas que pilotaba un antiguo combatiente de Vietnam, un autobús convertido en motor home, dos camiones enormes extremadamente limpios, y una inacabable colección de todo tipo de coches y motocicletas. En otro apartado se acumulaban viejos acordeones, que coleccionaba de manera compulsiva.

Una larga fila de muscle cars, vehículos de la época de latón, deportivos europeos, y grandes coche de lujo ingleses. Al pasar por delante de uno de ellos, Clemente dijo “tuve uno igual, del mismo color”, era un Rolls Royce, que Amos había adquirido a precio de ganga recientemente en Las Vegas a alguien que se había arruinado, y para finalizar había unas treinta motos de todo tipo. Incluidas las motos de campo.

Allí Clemente tenía que elegir entre todas aquellas motos inmensamente altas. Ninguna le causaba menos horror que las otras. Pero de pronto la cara de Clemente se iluminó. Al fondo de la nave, media docena de motos un poco apartadas, pero en perfecto orden de marcha, se mostraban para su alegría y parecían llamarle. Eran motos ya “descatalogadas” para un uso cotidiano, y estaban a punto de pasar a un pequeño museo de coches y motos antiguas de un amigo del propietario.

Había una vieja SWM, una Bultaco Alpina, dos Triumph que goteaban aceite, aunque lo relevante hubiera sido que no lo hicieran, una Zundapp y la moto que derrumbó el aplomo de Clemente, una Ossa Súper Pioneer 350cc blanca con franja roja.

-Esta, elijo esta- dijo a Amos, que no salía de su asombro.

Tenía la creme de la creme a su disposición y elegía aquella moto que nunca había funcionado bien del todo, que era poco potente, y que formaría en nada parte de un museo de motos obsoletas. O aquel tipo era un perfecto idiota, o guardaba secretos que desconocían el resto de los presentes. No parecía ser un atleta, ni siquiera parecía coordinar del todo bien al caminar, pensó que pudiera ser algo referente a su mutilación, y en cambio parecía uno de los negros de su antigua misión, delgado con inmensa tripa fruto de la desnutrición. Y aquello le hizo recordar a M´Bala, aquella joven del poblado que.......bueno, mejor centrarse en el presente.

La Ossa era una moto de bastante menos envergadura que el resto. Subida al lado de la Husqvarna de Raymond en la F100, parecía una moto infantil. Clemente fue dotado de la indumentaria apropiada en los inmensos armarios que guardaban todo tipo de prendas imaginables. Trajes de buceo, escafandras, cascos de aviación, paracaídas de todos los colores, bañadores, neoprenos, indumentaria para alpinismo y grandes travesías, y todo en diferentes tallas.

Sus ropas las guardó en una bolsa que le obsequió Amos. Y ya iba vestido de “guerrero” como el resto de sus nuevos amigos. Iba de negro absoluto, excepto un peto protector de plástico que era rojo, y el casco del mismo color que portaba en la mano, “a juego con la raya de la moto” dijo, y unas enormes botas difíciles de abrochar.

Uno de los amigos de Raymond, el llamado Bud le dijo a Clemente:

-Sube al carro amigo- y le señaló la enorme furgoneta pintada en varios tonos metalizados de color verde y que tenía unas ventanas traseras que ocupaban todo lo alto de la misma.

En el interior unas enormes butacas de un grueso tapizado de color whisky le dieron la bienvenida. Estaban dotadas de unos botoncitos que las desplazaban y reclinaban al gusto de cada uno, y en el suelo la gruesa moqueta de pelo gordo hacía la vida más confortable.

En la pick up, Amos y Raymond charlaban animadamente acerca de la conveniencia de unas inversiones, mientras en el otro vehículo, los dos John y Johnny, Bud y Clemente cantaban a voz en grito la canción que este último les había enseñado. Todo ello acompañado de unas latas de cerveza extremadamente frías que salían sin parar de una enorme cámara frigorífica que llevaba la furgoneta en su parte trasera.

-¡¡¡¡Mi carro me lo robaron, anoche cuando dormía!!!!, ¿dónde estará mi carro....?- cantaban a grito pelado, con ese acento tan gracioso de los nuevos amigos de Clemente.

Media hora más tarde, abandonaban los suburbios de Los Ángeles hacia una zona que paulatinamente mudaba el color del paisaje, dejando atrás el verde de las masas ajardinadas y tornándose más amarillento. Una hora después ya estaban en un escenario árido, polvoriento y de enormes rocas rojizas. La vegetación se resumía en unas pocas especies de árboles, particularmente mezquites y guayacanes y todo tipo y variedad de cactus, que iban desde los más pequeños y redondeados, a enormes piezas con afiladas púas de cinco centímetros de longitud que parecían querer abrazarte.

En un momento dado, y cuando ya comenzaban a dominar la segunda canción que Clemente les estaba enseñando, el “Perdóname” de Camilo Sesto, y con un grado de desinhibición moderado, producto de las dos docenas de latas que rodaban por el suelo, se desviaron por un camino de tierra, que en apenas diez minutos desembocaba en un pequeño vergel artificial, donde a la sombra de unos grandes pinos, se ubicaba una cabaña de los agentes forestales, algo curioso en un páramo desértico, que estaban acompañados por un camión restaurante, “y bar, como debe ser” dijo Clemente, un par de coches de la policía y una ambulancia medicalizada.

Aquella explanada servía para que multitud de aficionados a partirse una pierna en moto, se dieran cita para sus excursiones campo a través. Docenas de vehículos estaban ya estacionados y sus ocupantes, o bien estaban ya de ruta, como certificaban las nubes de polvo en lontananza, o se estaban pertrechando para ello.

Clemente que era un fino observador, le echó el ojo a un par de chicas que estaban preparadas para salir. No lo hizo por ver sus esbeltas figuras enfundadas en ceñidos trajes que mostraban sin pudor su agraciada silueta, lo hizo con el objetivo de memorizar la secuencia de movimientos que iban a usar para encaramarse a sus motos, que eran similares a la de Raymond, ya que las chicas tenían su estatura aproximada.

Una de las chicas arrancó la moto que estaba sobre la pata de cabra, acto seguido metió primera y mientras la moto se ponía en movimiento, con un habilidoso juego de tobillo, retiró la pata de cabra que se plegó automáticamente. Y ya en marcha se alejó rauda y veloz. Su compañera uso otro sistema diferente. Arrancó la moto y se apeó de ella, para plegar la pata, soltar embrague y acelerar y subirse de un salto a la moto impulsándose con un pie que había colocado en el estribo. Era una maniobra harto compleja, pensó Clemente, que se decantó por el primer sistema, máxime cuando su moto, que era algo más baja, permitía hacerlo mejor. O eso creía él.

Ver la facilidad con que las chicas lo lograron, le dio un impulso a su decaído ánimo. Si una mujer era capaz de hacerlo, él, hombre y español, digno heredero de conquistadores y con la genética de una estirpe aguerrida y luchadora, no iba a ser menos que unas blandengues jovencitas.

Las dos Suzuki, la Yamaha y la Honda ya habían sido bajadas del carro que arrastraba la GMC Vandura. Faltaban la Husqy de Raymond, que departía alegremente con alguno de los policías que estaban allí y que sin lugar a dudas le conocían, y la Ossa Súper Pioneer de Clemente que estaban aun en la caja de la Ford F100.

Fue a echar una mano en la desestiba y cuando bajaron la Husqvarna, Amos y él se encargaron de la Ossa. Había que bajarla a pulso, y cuando la tenían bien sujeta, a la una, a las dos y a las tres, y ya. El impulso que dio Clemente, fue del calibre que usaba en contadas ocasiones cuando trabajó en la morgue, y debían manejar un cuerpo de algún obeso mórbido y colocarlo en la camilla; a todas luces excesivo.

Amos se vio de pronto con todo el peso de la Ossa vencido hacía su cuerpo. Aquel hombrecito gozaba de más fuerza de la prevista , y eso provocó que perdiera el equilibrio y que la moto cayera de forma abrupta sobre su mano, que quedo atrapada entre la Ossa y la caja de la Ford. Como consecuencia de ello, dos de los dedos de su mano derecha recibieron el impacto directo. Hombre templado como era, esgrimió tan solo un leve gemido y eso que aquellos dedos no tenían buen aspecto, pero Clemente supo controlar el incidente e infundar ánimos al hombre.

-Tranquilo Amos, la furgoneta y la moto no tienen ni un rasguño-.

El dolor que tenía le volvió a recordar a M´Bala, o mejor dicho, al padre de M´Bala cuando les sorprendió en pleno..........aunque eso es otra historia, y lo relevante serían los efectos de la reacción del papá de M´Bala. Cosas del honor y de unas cabras que, bueno, es otra historia.

Y ya estaban todos vestidos para el combate. Raymond dijo que era un recorrido sencillo. Saldrían por el camino a sus espaldas, después de varias millas, subirían al Cerro del Ahorcado, donde se reagruparían si alguno se quedaba rezagado, y de allí tras pasar por la Senda del Borrego, descenderían por la otra ladera y volverían al punto de partida, donde les aguardaría una buena comida a la sombra de los pinos. No era en absoluto un paseo competitivo. Se trataba, como buena quedada de moteros, de pasar un rato agradable y dejar aparcada la rivalidad.

Las dos Suzuki ya tenían el motor en marcha. Al poco arrancó la Honda y Clemente se dispuso a arrancar la Ossa. Sabía de buena tinta que una moto española, era complicada de arrancar. Tan sólo los muy expertos eran capaces de hacerlo sin problemas, pero lo más habitual era que después de varios intentos, tuvieras que quitarte parte de la indumentaria, para dejar de sudar y recuperar el aliento. Si además persistía el empeño en no ponerse en marcha, cabía la posibilidad de agotarse o perder la paciencia y prender fuego a la moto. O ambas cosas a la vez.

Clemente se subió a la moto de un certero impulso. A pesar de todo el empeño, la rodilla golpeó levemente el asiento y a punto estuvieron moto y piloto de caer por el lado opuesto, “la sisa que me tira y no me deja....la pierna.....ya sabéis....”. La cosa no había empezado bien del todo y Clemente, muy nervioso, sabía que todo podía empeorar, pero una vez encaramado en lo alto de la Súper Pioneer, tomó asiento, comprobó la tensión de los mandos, como hace un buen profesional, movió a ambos lados el manillar y comprobó que funcionara correctamente la bocina, cosa que resultó baldía teniendo en cuenta que la moto estaba parada.

Llegaba el momento crucial. Observado por sus compañeros de raid, y por un par de docenas más de aficionados que no daban crédito a que alguien en su sano juicio acudiera a aquel desierto, que era un horno climático, a bordo de una antigua moto española, de dudosa fiabilidad y que había enriquecido a cantidad de talleres especializados en reparar gripajes, Clemente se puso de pie, desplegó la palanca de arranque del lado izquierdo, y colocó la pierna sobre ella, para lanzar una patada certera.

Ocho intentos más tarde, y ya visiblemente cansado, tuvo la inspiración de abrir el grifo de la gasolina y permitir que el liquido inflamable llegara al carburador. “Hay que darle patadas para que coja temperatura, y luego ya si eso, la gasolina” explicó para asombro de los presentes. Al noveno intento, la moto arrancó de manera inmediata, “ves, así es mucho mejor, calentando segmentos”, envuelta en una nube de humo blanco de olor intenso.

Con el primer paso dado, Clemente se tuvo que bajar de la moto, que petardeaba desacompasadamente, para buscar el casco. Se puso el mismo, y se tuvo que quitar los guantes para abrochárselo; acto seguido se puso los guantes de nuevo. Para parecer todavía más experto, al aproximarse a la moto, se agachó para mirar el motor, como si estuviera detectando cualquier anomalía o verificando la carburación. Metió la mano y simuló modificar la posición de algún pequeño tornillo del carburador. “Ahora ya está mejor” y volvió a subirse en la Ossa, esta vez sin contratiempos.

Le dio dos golpes de gas e inundó el entorno de humo blanco, que ya salía de manera más mitigada. Aquel plástico del tapizado, le resultaba familiar, era del mismo tipo que su Yankee, se sentía de algún modo en casa.

Y ahora tocaba la parte difícil, conseguir rodar quitando la pata de cabra, y además hacerlo con aplomo y seguridad. Después vendría la segunda parte, apearse de la moto sin caer y provocar la risa de los espectadores. Pero para eso tenía solución, o bien buscaba una roca donde poner el pie, o desmontaba de la moto de manera inversa a la que había subido la segunda mujer.

Clemente se concentró. Había que comenzar la marcha, estirar la pierna, poner el talón en la pata, doblar la pierna y ¡voila!, a rodar como un niño. Metió la primera velocidad, soltó un poco el embrague y noto como la moto ya quería ponerse en movimiento; soltó un poco más la maneta y aquello ya adquirió tintes de salir disparado, momento en el cual estiró la pierna, colocó el talón en el sitio preciso, dobló la pierna, la pata de cabra se plegó según lo previsto, y el pantalón se enganchó en la estribera, según lo no previsto.

Aquel acontecimiento inesperado provocó que Clemente perdiera un poco la concentración, y mientras estaba empeñado en tirar fuertemente de la pierna con la esperanza de que el maldito pantalón se desenganchara o se rompiera, liberando el miembro inferior, la moto y el piloto, cayeron del lado izquierdo, casi hasta rozar el suelo. Producto de aquel imprevisto, Clemente aceleró la moto con un vigor impropio de alguien que va a estamparse de lado contra el suelo, pero fue mano de santo, el pantalón se liberó en el último instante, y Clemente pudo estirar la pierna que sirvió de punto de apoyo para realizar un perfecto donut, que asombró a las docenas de personas que estaban contemplando la escena, y que se vieron atacadas por la lluvia de pequeños guijarros que salían despedidos de la rueda trasera de la Ossa.

Víctima de su suerte, Clemente trató de desacelerar o corría el riesgo de provocarse una lesión seria. Sin saber como, ya que la nube de polvo le impedía ver y tener consciencia de en que situación se encontraba, y de manera sorpresiva, incrementada por la horrible sensación de estar quemándose la pierna derecha con el escape elevado de la Pioneer, que más tarde comprobaría que no era tan solo una sensación, sino una realidad incuestionable, la moto se enderezó y salió despedida rumbo al camino que habían determinado antes.

Primera a fondo, segunda y tercera a tope de revoluciones. Clemente ya recuperaba su presencia de ánimo y daba gracias a la Virgen de la Peña, que sin duda había intercedido por él en aquellos momentos de zozobra. Para entonces sus amigos ya se habían recuperado de la demostración de aquel torero y hombre de mundo y se disponían a darle caza. Excepto Amos que tenía un poco más dificultad para seguir el infernal ritmo de sus compañeros que iban a la caza de Clemente, producto de su lesión, el resto ya saboreaba la inmensa nube de polvo que levantaba la Ossa, que marchaba ya a toda velocidad por aquel tramo recto de la senda.

Clemente no daba crédito. A pesar de encontrar muchos baches y badenes, la moto absorbía de manera que a él le parecía mentira los mismos. Iba a toda velocidad, que no era mucha, ciertamente, pero que se asemejaba a una desenfrenada carrera hacia la cima del Cerro del Ahorcado, en plan “tonto el último”.

Sus inmediatos perseguidores, ya estaban disfrutando de la nube de polvo que levantaba la moto del español. Justo en ese instante, ajeno a su captura, Clemente decidió probar la sensación de incorporarse y manejar la moto de pie. El movimiento de su cuerpo, junto a un tremendo bache que no había visto, hizo que la moto desacelerará bruscamente al soltar el acelerador. Sus cuatro perseguidores, se encontraron con la Ossa casi detenida, ya que Clemente no encontraba la marcha adecuada para recuperar el aliento del motor, y le esquivaron de casualidad.

Una vez alcanzado y sobrepasado su rival, decidieron hacer lo que se espera de quien rueda en grupo, salir a toda velocidad y dejar atrás y a ser posible humillar al adelantado. Para cuando Clemente encontró la segunda marcha, ya llegaba el rezagado Amos que a simple vista parecía incomodo con la mano destrozada, pero que, cuando al tener a tiro a un rival de paseo, se sobrepuso y aceleró con la única misión de pasarle.

Clemente aceleró la Ossa. No había vuelto a sentarse, a pesar de cierto vértigo al ir de pie, temía que al bajar en busca del asiento, surgiera una nueva sensación desconocida para él, así que en aquella posición aceleró todo lo fuerte que pudo y la nube de polvo de la Yamaha de Amos le envolvió del todo. Un minuto más tarde, las gafas estaban completamente manchadas de una fina capa de tierra, lo cual era un fastidio para una buena visión, como pudo comprobar al no percatarse de que el camino ahora tomaba un trazado muy sinuoso que llevaba al rubicón del cerro.

Como consecuencia de ello, Clemente se salió de la nube de polvo, y de la pista. Ahora rodaba fuera de ella por un terreno en pendiente salpicado de pequeñas piedras y otras no tanto. Esquivó numerosos matorrales, casi aplastó una serpiente de cascabel que dormitaba placenteramente, no chocó de milagro contra un enorme Guayacán, y varios coyotes salieron despavoridos en busca de refugio.

Con un gesto precipitado se retiró las gafas que quedaron colgando de un amarre trasero del casco y pudo ver que aquello por donde rodaba, era un sitio tan acogedor como el cadalso de un patíbulo. También pudo ver a lo lejos una nube densa de polvo, sin duda sus amigos que estaban a punto de llegar a la cima, y un poco más atrás otra polvareda de menor intensidad que sin duda se correspondía a la de Amos.

A simple vista vio que no era imposible del todo conectar con él si seguía en línea recta campo a través. La pendiente era considerable, pero su habilidad innata, la increíble capacidad de adaptación al medio, y el miedo a quedar solo en aquel lugar infernal, le animó a intentarlo.

La moto hacía tope de suspensiones todo el rato. Clemente la exprimía sin piedad, sabía de las bondades de aquella marca, que comenzó fabricando proyectores de cine, y como quiera que la moto no era nada potente, eso hacía que no le metiera en muchos problemas. La moto en ocasiones le pedía reducir hasta segunda velocidad, la inclinación era bastante pronunciada, y en una ocasión a punto estuvo de salir despedido por delante de la máquina al golpear una roca del tamaño de una buena sandía, pero de nuevo la Virgen estuvo ahí para ayudarle.

De pronto el terreno se tornó menos pronunciado, la moto ya podía correr más y mejor, ya que también había disminuido la cantidad de piedras sueltas, que ya habían rodado ladera abajo. Y observó que la nube de polvo que levantaba la moto de Amos estaba a tiro de piedra. Entre que rodaba mucho más lento por los terribles dolores de la mano, y que debía recorrer muchos mas metros al subir la ladera por el camino, lo tenía a su alcance.

Como buen motorista que ve que puede alcanzar a otro que es más torpe, menos hábil o que tiene peor moto o problemas en ella, perdió todo el sentido de la responsabilidad y de la sensatez, y se lanzó en tromba a por su “enemigo”.

La Ossa escupía piedras y el sonido agudo de su motor a punto de reventar. Era perceptible desde la cima, donde el resto de componentes del grupo asistía en primera fila al espectáculo. Veían como la Ossa subía fuera de pista, solo un experto se atrevería a hacerlo comentaron, a toda velocidad, y como estaba a punto de llegar de nuevo a la pista donde el bueno de Amos, se esforzaba en olvidar el dolor para no ser sobrepasado y no llegar el último.

Clemente y la Ossa, la Ossa y Clemente se incorporaron a la par que la Yamaha, una moto mucho más potente y moderna, al camino. Iban emparejados, apenas doscientos metros para reunirse con sus amigos, dos curvas apenas, izquierda y derecha. Gloria o deshonor.

Los dos hombres, los dos gladiadores, luchaban por no ser el último. Uno al lado de otro, impregnados de caballerosidad, y de “savoire faire”, se miraron por un leve instante a los ojos, y supieron lo que debían hacer. Impedir que el otro llegara antes.

Un par de codazos, dos movimientos para sacar al rival de la trazada correcta, hicieron que Clemente no pudiera tomar la primera curva y de nuevo se encontrara fuera de pista. Los que observaban atónitos el duelo, creyeron que había sido una maniobra voluntaria. La nube de polvo no dejaba ver los pequeños detalles del desafío. Clemente perdió potencia de la moto, sin duda un pequeño fallo de combustible, y cuando creyó que la moto le dejaría tirado, la moto recuperó violentamente la potencia perdida.

La moto se encabritó. Se puso a una rueda con Clemente de pie tratando de no caer de espaldas, recuperó la posición horizontal y cuando se iba a incorporar al camino, este tenía una cuneta abrupta que catapultó a Clemente por los aires. La Ossa despegó un par de metros del suelo, mientras Clemente había tomado una postura un tanto heterodoxa. Iba en paralelo a la moto, con los pies a la altura de la cabeza, mientras pasaba por encima de la Yamaha y de su piloto estupefacto.

No menos asombrados estaban el resto de amigos. Una moto con su piloto en horizontal mientras por debajo pasa otro motorista, era digno de un show de Las Vegas, digno del mejor stunt del mundo.

Como quiera que Clemente llevaba en ese instante los ojos cerrados y el cuerpo tenso al máximo esperando la dura realidad en forma de caída, no pudo saber de que modo aterrizó sin contratiempos. Los que pudieron verlo desde fuera, observaron que cuando la moto tomó contacto con el suelo, lo hizo con la rueda delantera, pero lejos de provocar una caída, Clemente logró caer de su posición primigenia de pie sobre el asiento al borde del guardabarros trasero, lo cual procuró que la moto cayera placidamente al suelo, con un gran rebote de suspensiones, pero de manera decorosa.

No contento con eso, y aun en estado de máxima excitación, y con pocas ganas de apearse de aquella máquina de enriquecer traumatólogos, y viéndose de nuevo primero del grupo, siguió para sorpresa de todos a toda velocidad por el camino. Tan solo Amos que iba en marcha pudo seguir a Clemente. El resto, para cuando pudieron vestirse adecuadamente, y ponerse en marcha, ya eran conscientes de que no podrían alcanzar a aquel virtuoso de la moto. Sabían que su resistencia a rodar con ellos venía provocada por la humildad propia de quien se sabe superior y no desea humillar al prójimo. Así que se tomaron el regreso con mucha calma y con pocas ganas de alcanzar a Clemente, o corrían el riesgo de verse sometidos al escarnio de algún truco magistral del mismo.

No muy lejos de allí Clemente y Amos seguían enzarzados en su particular duelo. De nuevo emparejados a toda velocidad, la Ossa era fácilmente adelantada por potencia por la Yamaha, pero el magistral dominio de la mecánica española por parte de Clemente, que era un mar de dolores de partes del cuerpo que desconocía tener, igualaba el reto y el inmenso dolor que tenía en la mano aquel tipo callado y reflexivo, que ahora tenía los ojos inyectados en sangre, de un modo parecido al que tenía el papá de M´Bala cuando le sorprendió con ella......pero eso es otra historia, contribuía a igualar la alocada carrera.

Y como toda carrera, solo puede haber un vencedor. A lo lejos se observaba ya la explanada. Unos enormes pinos resguardaban el camión restaurante, “y bar”, donde les aguardaba la comida, “y el bar”, y donde compartirían lugar con docenas de motoristas que ya habían terminado su paseo.

Cuando John, Johnny, Bud y Raymond llegaron al punto de encuentro, Clemente les aguardaba con una cerveza bien fría, y con una enorme y rara en él sonrisa. La Ossa estaba apoyada en una roca de las inmediaciones. Parecía haber envejecido una década tras el paseo, pero se había comportado de manera espectacular. De haberlo sabido, hubiera sido donada para un estudio en profundidad. Nadie se podría explicar que no hubiese gripado con aquel maltrato y aquella temperatura extrema, pero así había sido.

-¿Dónde está Amos?- preguntaron sus amigos.

-En la ambulancia, camino del hospital. Ha tenido un pequeño percance a poco de llegar. Pero está bien. Tan solo tienen que retirarle las púas de aquel cactus- y señaló en la distancia.

Se podía ver un cactus que había sido del tamaño de un oso Kodiak de pie, completamente destrozado. La Yamaha tenía un gran golpe que parecía irrecuperable, y estaba tirada en el suelo, aún humeante.

-Se ha desviado del camino, no se cómo, y ha atravesado el cactus a toda velocidad, luego la moto se ha estrellado contra aquella roca y lo demás ya os podéis imaginar.....voy a pedir unas cervezas, nos espera una buena comida- y se retiró discretamente.

Clemente estuvo toda la comida doliéndose del pie con el que había propinado una fuerte patada a Amos, que le hizo perder el control de su moto, pero ahora estaba enfrascado en una conversación sobre los manjares de España. El resto de amigos pensaban en Amos y se lamentaban de que hubiera llegado el último, o peor aún, que no hubiera llegado al retirarse deshonrosamente del paseo.

-.....y el cabrito asado también es muy bueno. No digo que no estén buenas estas hamburguesas, a ver si me entendéis, pero un buen cabrito con patatas asadas.....-decía Clemente.

-Pero las patatas deben ser fritas- dijo uno que discrepaba.

-Ni hablar. Asadas y con mayonesa de ajo- sentenció Clemente.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

Estimados lectores, las aventuras de Clemente ya van llegando a su fin.

Supongo que en un par de entregas, deberá estar todo contado.

Tengo la esperanza de que no desfallezcáis en la lectura, pero creo que terminará con el año (maldito 2020).

Un saludo.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por albacete »

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO TRIGÉSIMO SEGUNDO


“Rumbo a buen puerto” (Primera parte)



Podría parecer un tópico, pero Clemente estaba dolorido de partes del cuerpo que desconocía tener. Cuando llegó al Motel y abrió la puerta de su habitación, la perra abandono el recinto y se dirigió a la carrera hacia un pequeño jardín donde pudo aliviar sus enormes ganas de evacuar . A pesar de no estar adiestrada daba muestras de una educación encomiable.

A buen seguro no opinarían lo mismo los propietarios del negocio si pudieran observar el estado en que se encontraba la habitación. El pobre animal había tratado de mitigar su aburrimiento enzarzándose en una dura pugna por su integridad con el colchón de la cama. La misma suerte había corrido el aparato de televisión, que ahora era un amasijo amorfo de cables y restos plásticos.

No obstante Clemente optó por no dar importancia a aquello. Su preocupación primordial era tumbarse y abandonarse a una muerte plácida. No sabía si el dolor de sus brazos era superior al de su maltrecho pie, el de la patada que sacó de la trazada correcta al bueno de Amos, o si las cervicales eran susceptibles de volver a tener movilidad en las próximas semanas. Era tal el dolor que su cuerpo estaba soportando, que ver aquella devastación, que o bien podía costarle un ojo de la cara, o incluso terminar con sus huesos en una celda, carecía de relevancia.

Dejó la puerta entreabierta para que la perra pudiera entrar después de su paseo, mientras él se dirigió con intenciones de darse un buen baño cálido y, si tenía suerte, reconfortante.

La bañera estaba integra, gracias a la dios, y mientras se llenaba de agua humeante, Clemente se desvistió. Dejo caer en el chorro una abundante cantidad de jabón líquido. Añadió unas sales de baño, y le pareció buena idea vaciar la botella de tequila que había traído al cuarto.

El ambiente, con un claro aroma a alcohol, le recordó al que se podía oler en cualquiera de sus tascas, tras una larga jornada de un día de fiestas del pueblo. Olor a alcohol, a rancio, a sudor, ese que él mismo desprendía, unos olores poco apetecibles, pero que le trasladaban a su casa, al momento de hacer la “caja”, donde docenas de billetes de mil se acumulaban para satisfacción propia. No entendía como no había tenido la idea de abrir un bar, hasta que se emparejó con la mujer de su vida, que si había tenido la visión comercial de hacerlo.

-Mira cariño- le dijo ella en aquella ocasión- los dos conocemos a docenas de borrachos, sabemos de la adicción de muchos de nuestros amigos a la vida de alterne, somos conocedores de tradiciones familiares que desembocan en ellas.......desde la primera copita de kina Santa Catalina, al primer vaso de vino con sifón de los domingos, o mejor aún, de las pequeñas dosis de anís que se le pone en los biberones de los lactantes, para mitigar los cólicos.....y la buena idea de que los niños en su primera comunión, tomen un gran trago de mistela junto a la sagrada forma, y un poco más adelante en las ferias de verano, su primera copa de brandy, o su primer trago de whisky. Tu y yo hemos pasado por eso, y también conocemos de quien ya no ha podido dejar de emborracharse tras una buena mili en Melilla, tu amigo Jorge por ejemplo, o tu mecánico después del divorcio, tu mismo que, no es que sea comparable con ellos, pero eres de paladar educado en licores y fermentados.......-

-Bueno, lo mío no es igual, yo no soy alcohólico, ni siquiera borracho habitual, pero no te negaré que alguna vez he llegado un poco chispa a casa, o que he tenido que ser sacado de alguna cuneta o de debajo de algún coche un poco mareado, pero no es lo mismo......-

-Claro mi vida, ya lo sé. Pero lo que quiero decirte es que quizás deberíamos de poner un bar. Hay un local que se ha quemado en la Avenida principal, y he pensado que unos ahorros que tengo podríamos dedicarlos a montar una cervecería, que es de lo que tu más sabes. ¿Qué te parece, mi amor?-.

Y ahí fue como empezó todo. Y el aroma, y la nostalgia que parecía envolver aquel instante, le hizo sentir ganas de estar de nuevo en casa, de sentir el abrazo de su mujer, de poder besarle, de sentirse de nuevo en compañía.

No podía retrasar más el momento. Al día siguiente cerraría el asunto que le había llevado allí. Cerraría el gran viaje que había vivido, pondría fin a la “dolce vita” que llevaba, pondría tierra de por medio con la buena gente que había conocido, con el esparcimiento carnal, que fruto de sus perdidas de voluntad, había disfrutado, y le vino a la memoria la chica del “Crashplane”, a la que deseaba que pusiera los pies en la tierra, ya que parecía ser un poco inestable, desconociendo que no sólo había puesto los pies, sino todo su cuerpo de manera un tanto precipitada, y también recordó vagamente a Pluma de Colibrí, una autentica salvaje, y recordó a la chica de ojos verdes, graciosas pecas, nariz puntiaguda y labios perfectos, aquella chica un tanto delgada de pechos voluptuosos, de risa contagiosa, una hippie que no tenía donde caerse muerta, ese era su análisis tan equivocado, pero que aún así era feliz, que de pronto se esfumó en un mar de lágrimas, y también rememoró a las dos mujeres de Las Vegas, con las que tanto disfrutó en el asiento trasero de su Rolls Royce, y sin venir a cuento, recordó aquel extraño tipo del bosque y aquella luz intensa.

Y de pronto, aquel ataque de añoranza se acabó cuando entró la perra al galope y se tiró dentro de la bañera junto a él. Allí permanecieron los dos largo rato sin moverse, mirándose con ternura, y así pudo ver que el animal traía entre sus dientes unas cuantas plumas, que el retiró con cariño.

No muy lejos de allí, en la carnicería del centro comercial, los empleados trataban de recuperar la calma. No hacía mucho un perro loco había entrado y se había abalanzado sobre una caja de pollos sin desplumar que terminaban de recibir. Para cuando quisieron darse cuenta, el bicho salía ya con uno entre sus mandíbulas a toda velocidad.

Uno de sus clientes se encontraba comprando unas lonchas de Pastrami para comer en la habitación de su Motel, que estaba un poco más allá. No había tenido un buen día. Llevaba a cabo la investigación que debería concluir con el terrorista mas buscado del país muriendo en la silla eléctrica y parecía estancado. Al ver al perro salir corriendo, le pareció que él era el pollo, y su enemigo le llevaba colgando del hocico. Pidió que le pusieran mayor cantidad del embutido preferido del dictador Ceausescu, al cual había conocido años atrás en una de sus misiones en el extranjero. Rumanía era un país tan atrasado como la España de la bomba de Palomares.

-Ponga más Pastrami, por favor.-



XXXXXXXXXXXXXX


La hermana de Clemente llevaba varios días turbada. Pasaba las noches sin su marido, empeñado en hacer el “negocio del siglo” con un libanés que al parecer era un comerciante al por mayor de armas. Pero ese no era el motivo de su turbación, ésta tenía nombre propio y era el de Marcos.

Era una mujer adusta, quizás borde, un poco “crecida” por el bienestar económico que le estaba sonriendo, y cada vez que llegaba la noche, se cogía la barriga y sabía que dentro de ella crecía un nuevo miembro de la familia, y le entraba un ataque de cordura e intentaba dormir tranquila. Pero la única manera de conciliar el sueño era pensar en aquel chico calvo, mucho más joven que ella, y dejarse llevar.

Había pasado los últimos días yendo a desayunar al Van Gogh. Como tenía a sus dos hijos en un campamento de verano, un campamento muy caro en Almuñecar, donde los chicos podía ir a la playa, recibían clases de francés, donde aprendían a hacer fuego, y a compartir las cosas, y leían a Schopenhauer sin entender nada de nada, tenía tiempo para ella.

Su esposo llegaba de madrugada oliendo a humo y a alcohol. De vez en cuando olía a perfume barato de mujer. Se duchaba y se metía en la cama sin apenas rozarle, ni falta que hacía. Al poco ella se levantaba, se preparaba como si fuese a una boda, se colocaba el mejor de sus perfumes en los sitios donde fantaseaba que le besaba Marcos, y salía de casa.

Cogía el coche y se acercaba a la cervecería. Se sentaba siempre en la misma mesa. A esa hora no había mucha gente, y desde aquella atalaya privilegiada podía ver como minutos más tarde llegaba el chico con la furgoneta. Bajaba productos de limpieza para “El Cuarto Oscuro” y los acarreaba al interior del establecimiento. Ella se ocultaba detrás de unas enormes gafas de sol y tapaba además su rostro con alguna revista de moda. En la mesa un café con leche, sin nata, y muy caliente, sin azúcar “por favor”, y como tenía antojos, una enorme porra, ahora si, muy endulzada.

Luego se preguntaba que diablos estaba haciendo allí, pagaba y salía avergonzándose de si misma. Un día tras otro. Era como si sintiera la tentación de lanzarse en paracaídas, cerrar los ojos y el vacío como única opción, y de pronto la firme tela que se desplegaba y evitaba estamparse contra el suelo. Así se sentía, como si su vida tuviera un paracaídas que le salvara de estrellarse, su sentido común.

Un día que “ya no vengo más, hoy será mi último día, el último que hago el ridículo, mujer que ya tienes una edad y debes de dejarte de tonterías”, fue el día que marcó un antes y un después.

Leía el Semana esperando ver aparecer la furgoneta, o mejor dicho, el chico que venía en ella, y así tener su dosis de recuerdos para su sesión de lujuria nocturna. Pero esta vez la furgoneta se detuvo frente a la puerta del Van Gogh, no siguió hasta la del antro nocturno.

Ella trató de esconderse detrás de las páginas de la revista, pero aquel maldito vestido de color verde intenso, ponía poco de su parte para pasar desapercibida. Marcos entregó una garrafa de algún producto químico y parecía que se marcharía según había entrado, pero no.

Con paso decidido, se acercó a ella y apoyó sus enormes manos en la mesa, inclinándose hacía la mujer.

-Hola. Ya veo que te gusta desayunar aquí. Y además te gusta esta mesa, te sientas todos los días en ella- dijo Marcos.

-Hola- balbuceo nerviosamente- me gusta el café. Y para tomármelo en otro sitio, le hago un favor a mi hermano- sonó a excusa barata.

-Claro, no hay nada como un hermano. Me gusta tu vestido, es un color que te favorece.....¿te importa que me tome un café contigo?-y antes de esperar respuesta se pidió uno con leche.

-¿Cómo sabes que vengo todos los días?, ¿acaso me has visto?- preguntó ella.

-Yo siempre veo a la mujer que me gusta. Tengo un radar de chicas guapas.....- y rió ampliamente.

“La chica que me gusta”. Aquella frase se le había clavado en la mente. ¿Qué era aquello?, ¿una declaración, o era una frase hecha que usaba con todas las mujeres que pretendía llevarse a la cama. ¿O es que le gusto? y ¿cómo me ha visto todos los días?. Demasiadas preguntas en su cabeza al mismo tiempo. ¡Coño!, era una mujer madura, embarazada de su tercer hijo, debería saber ya cuando un tipo se le insinuaba, como el pintor de la casa nueva, o cuando es una declaración sincera, o una simple broma. Y eso era una broma, tenía que ser una broma.

-He visto tu coche. Me acuerdo de él, “Cenicienta”.

-Su café- dijo el camarero.

-¿Quieres otro café? o ¿quieres comer algo?- preguntó amablemente Marcos.

-No, no.....gracias está bien así. Un café y una porra. Otro café no me conviene, y con una porra es suficiente-.

Al rato estaban enfrascados en una conversación intensa. No se ponían de acuerdo en que parte de la costa era la más bonita para pasar un día de playa. Ella era más de ir a un lugar habitado, no masificado, pero donde hubiera cerca un lugar limpio para comer, “nada de chiringuitos”, y en cambio él prefería una cala desierta, donde la paz y la tranquilidad solo se rompiera con el romper de las olas, “alza en blando movimiento, olas de plata y azul”, y un buen bocadillo de caballa con cebolla.

-¡¡¡Espronceda!!!-

-¡¡¡Espronceda!!!- gritaron al unísono, lo cual desembocó en risas que dieron paso a un silencio tan solo roto por sus miradas.

No fue el último desayuno juntos. Para evitar situaciones incómodas desayunaron una semana entera, cada día en un lugar distinto. Reían como ella no reía desde hacía tiempo. Quizás desde el instituto. Y llegó un día que se cogieron de la mano. Inocentemente, sin darse ninguno cuenta. Y ambos estaban igual de desconcertados, no había sido una maniobra premeditada, simplemente pasó.

Y ambos se “habían puesto al día” de sus vidas, y las conversaciones se tornaron íntimas. Y ella lloró aquella mañana, le contó que se sentía pequeña, fea y que en breve se pondría gorda como una vaca, y pensó en Pepi al decirlo, y él le cogió de la cintura y le dijo “tu nunca serás fea”. Y reprimió sus ganas locas de darle un beso y se portó como un caballero.

El cuñado de Clemente iba ausentarse una semana. Debía de reunirse con la plana mayor de la entidad para tratar una gran inversión del empresario libanés. Cuando se lo contó a Marcos una sonrisa iluminó su cara.

-Este sábado, nos vamos a la playa. Prepara el bañador- le dijo – vas a ver como son las calas desiertas que me gustan, vas a poder escuchar el ruido de las olas, vas a tener toda la playa para ti, para nosotros, vas a oler el mar bravo-.

-¡Tu estás loco!-.

-Si. Bastante loco. Pero nos vamos a la playa-.

Y el sábado quedaron en las afueras. Era una mujer casada. Debía ser prudente, ¡que pensarían sus vecinos, los clientes de su marido, si le vieran con un chico joven, y apuesto!. ¡Que pensaría Clemente, que solo tenía ojos para su mujer!. Sería un escándalo.

Y llegaron en la furgoneta de Marcos a la playa. Tomaron un camino de tierra casi impracticable hasta el final. Allí dejaron la furgoneta aparcada debajo de un gran pino, a la sombra.

Ella había estado al menos tres horas decidiendo que se iba a poner. Bañador o bikini. Aún tenía buen tipo, así que bikini. “No que me da vergüenza”, mejor bañador. El bañador negro. “Pareceré una monja”. Al final un bikini nuevo, el verde. Le gustaba el color verde y le había dicho que le favorecía. “El verde, y también me llevo en la cesta el bañador negro”.

Y de allí por una senda un poco complicada para sus sandalias nuevas, llegaron en diez minutos a unas rocas que daban al mar. Había que subirse a ellas y pasar al otro lado. Lo hizo con más habilidad de la que, incluso ella misma, se esperaba. Y cuando se encaramó en lo alto, pudo ver una pequeña cala, de arena fina, desierta y que además tenía una parte en sombra. Marcos dio un pequeño salto y alargó el brazo para ayudarle.

-Este es mi paraíso. ¿Te gusta?-.

-¡Me encanta!. Y, ¿estaremos solos?-.

-Te lo garantizo. Y si viene alguien, se les oye llegar. Las rocas hacen de altavoz-.

Marcos se quitó la ropa y ella comenzó a hacer lo mismo. Y si él tenía un cuerpo atlético, ella también lucía tipazo a pesar de su edad. Tenía todo en su sitio.

-¿Te has bañado en pelotas alguna vez?, ¡dime que si!- y al ver la cara de sorpresa de la mujer, supo que no- , pues hoy será tu primer día. Ya verás es una sensación indescriptible, es sentirse libre, liberado hasta de los prejuicios más moralistas....- y se quitó el bañador de flores que llevaba.

Ella no sabía que hacer. Se sentía un pasmarote, allí plantada con el bikini verde, viendo como aquel muchacho que tanto le estaba convulsionando la vida, se despojaba de su ropa de baño y se mostraba sin pudor a ella, solo a ella. Y en todo su esplendor. Cerró los ojos, “madre mía que estoy haciendo. No lo se, pero me gusta lo que me está pasando. ¡Que coño!, a por ello. Y trato de soltarse el sujetador del bikini sin éxito, cosas de los nervios. Las manos parecían de mármol, frías y torpes. Y no podía dejar de mirar, donde se suponía que no debía mirar.

-Deja que te ayude- y él se puso detrás de ella, que se lo imaginaba tal y como lo acababa de ver, acercando las manos al cierre del sujetador, esas manos enormes pero hábiles que le libraron de la opresión de la tela.

Y dejó caer la prenda superior del bikini a la arena. Y ella seguía felizmente paralizada cuando las manos de él ahora deslizaban suavemente la parte inferior del mismo.

-Levanta un pie- le dijo mientras la sujetaba por la cintura- y ahora el otro-.

Y la prenda terminó en el suelo. Ahora ella estaba desnuda delante del culpable de sus noches de fantasía, que también estaba sin ropa, y que ahora se aproximaba hasta rozarle. Ella no pudo menos que estremecerse. Siguió un abrazo fuerte por parte de él. Ella no sabía que hacer con sus manos, y el se las cogió con las suyas. Le giró con firmeza. Frente a frente. Nervios y deseo. Pasión desbocada, reprimida, liberada.

“Navega velero mío,
Sin temor,
Que ni navío enemigo,
Ni tormenta, ni bonanza,
Tu rumbo a torcer alcanza,
Ni a sujetar tu valor.”

Fin de la primera parte.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por albacete »

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Anherko »

Como sigas por este camino te van a censurar =)) =))
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por alapues »

Ya lo estaba echando de menos! := := :=

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Si hay que ir, se vá.....!

He rodado en el Jarama, subido Stelvio, buceado en el Thistlegorm y con tiburones, y ahora......
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO TRIGÉSIMO TERCERO


Rumbo a buen puerto. (Segunda parte)




Cuando Amos Van Cleef despertó en el hospital, lo primero que vio fue el lejano techo blanco de su habitación. A duras pena recordó que su anterior visión antes de caer dormido producto de los sedantes, era el techo de la ambulancia que lo trasladaba de urgencia al centro clínico.

Su cuerpo entonces había sido blanco para cientos de inmensas púas extraordinariamente afiladas de un magnifico ejemplar de Carnegiea Gigantea, uno de los mayores cactus del mundo, endémico del desierto de Sonora.

Afortunadamente no era consciente de la laboriosa tarea que había realizado con esmero el equipo médico. Tener que retirarle exactamente 84 espinas de unos cinco centímetros de longitud, había requerido la dedicación de dos enfermeras durante tres horas. Muchas de ellas fueron extraídas con facilidad, pero alguna estaba clavada con tal profundidad que era necesario el empleo de un escalpelo para asegurarse de no dejar ninguna parte del dardo vegetal dentro del cuerpo y que este pudiera llegar a infectarse.

Particularmente dificultosa fue la extracción de una púa que atravesaba el testículo derecho de lado a lado. Incluso anestesiado, Amos dio muestras de dolor, revolviéndose perceptiblemente.

-Tiene que doler....-dijo una de las enfermeras.

-Supongo- dijo su compañera -cuando mi Peter se puso un piercing en el glande, tuvo dolores varias semanas, y tardó en mear sin escozor casi medio año.......así que esto debe ser molesto, si. Pero ahora es una maravilla cuando lo hacemos.

Ya recuperada la consciencia, Amos Van Cleef fue informado que podría dejar el hospital al día siguiente. Dos semanas de antibióticos, y mucha paciencia y aguante al dolor, le fueron prescritas. Como si fuese fácil.

Aquella noche tuvo tiempo de rememorar sucesos que, de algún modo, le recordaban a su actual situación. Cuando el padre de M´Bala le sorprendió con los pantalones en los tobillos y a su hija ventilando la entrepierna, mientras interpretaba una “Tocata y Fuga” con la flauta de Amos, lo que vino después tenía cierta similitud. Y fue igual de angustioso.

El papá de M´Bala supo que la mejor de sus mercancías, su hija de trece años que tanto esfuerzo había costado “colocar” de tercera esposa de un anciano de otra tribu vecina, debido a su edad avanzada, (las uniones se formalizaban cuando las niñas tenían entre seis y ocho años), se había deteriorado por culpa del blanco amigable que había aparecido meses antes en la tribu.

Ahora este blanco amigable se había excedido en las muestras de afecto y debía pagar por ello. Ordenó preparar una inmensa montaña de arbustos urticantes que abundaban en los claros del bosque. Aquellos arbustos tenían unas pequeñas espinas que al tocarlas, bastaba un mínimo roce, producían un escozor cercano al quemazón más intolerable. La idea era arrojar desnudo en su interior al misionero y evitar que pudiera salir, usando unas afiladas estacas de madera para tal fin. Cinco minutos serían suficientes para provocar un martirio difícil de olvidar, e incluso de superar.

Cuando Amos ya estaba desnudo y suplicaba clemencia, un momento de debilidad en la compostura del papá de M´Bala le libró de la tortura. No obstante aquello le costó el peaje de asumir la propiedad de la chica, y un pago de dos docenas de cabras, y tres fusiles de asalto.

-Las cabras lo puedo arreglar........pero la chica se la queda usted, y los fusiles de asalto, ¿como quiere que consiga tres fusiles de asalto?. ¡Soy un hombre de paz, un servidor de Dios.....!-dijo Amos mientras las mujeres de la tribu se reían de su pálida desnudez.

-Quiero los fusiles antes de la siguiente luna, y la mercancía defectuosa te la llevas tu- fue lo que mas o menos entendió que aquel hombre le dijo.

Días más tarde el misionero abandonaba la aldea dejando tras de si dos docenas de cabras, dos ametralladoras y un lanzagranadas, que era lo que había podido encontrar y comprar a un traficante belga que proveía de armas obsoletas a los cientos de grupúsculos asesinos que deambulaban por cualquier esquina del África Central, y también le seguía M´Bala que cargaba como una mula con casi todas las pertenencias de Amos.

Su plan consistía en llegar al lago Tanganica, bajar en una embarcación hasta Kipili y de allí atravesar Tanzania de oeste a este a bordo de un desvencijado avión bimotor de unos contrabandistas moldavos, amigos del belga antes mencionado, y una vez en Dar Es Salaam, la antigua capital del país, cruzar hasta Zanzíbar, donde había conseguido un pasaje en un mercante hasta Madagascar, coger un vuelo regular hasta Paris y de allí a la civilización.

En Dar Es Salam pudo vender a M´Bala al propietario de un burdel, a cambio de dos noches de hotel. Fue un buen trato. Allí quedó para siempre su fe en Dios, sus escrúpulos, y su absurda necesidad de ayudar a los miserables. A partir de ahora se centraría en enriquecerse a toda costa, en no poner un pie fuera de su magnifica nación, si no existía la posibilidad de regresar con un par de millones más de dólares en el banco, y en tratar de no recordar su pasado.

Pero su pasado había vuelto de manos de aquel español de mierda. Aquel enano barrigudo, sin oreja y con bigote ridículo. Un latín lover de pacotilla. Aquel ser inmundo que le había propinado una terrible patada que le llevó a colisionar con el enorme cactus. Si se hubiese estrellado contra una valla electrificada, contra una enorme piedra, si se hubiera despeñado por un barranco de quince metros de profundidad, o si hubiese colisionado contra un árbol o un camión frigorífico, su mente no hubiera regresado a Burundi, ni a M´Bala.



XXXXXXXXXXXXXXXX



Clemente ya se recuperaba del cansancio extremo al que se había visto sometido. Sintió la necesidad de airearse. Y que mejor modo que darse una vuelta con la Harley. Instantes más tarde la moto arrancó de manera inmediata, era como si ella también necesitara tomar el aire.

A pesar de la inusual postura de manejo de aquella moto, Clemente se sentía en casa, en terreno conocido. Condujo por la Avenida principal a toda velocidad, le gustaba oír al motor pasar del ronroneo del ralentí al estruendo que emanaban los escapes a tope de revoluciones. Así una y otra vez. Y paró en un área comercial. Estacionó la moto en un lugar reservado para motos y al poco una muchacha le acercó un panfleto de propaganda. Algo de un lugar para comer pollo, lo decía en castellano y en inglés, y regalaban un refresco o una cerveza de importación.

Se paseó por la orilla de un estanque. El sol brillaba, la temperatura era ideal, la gente era guapa, todo estaba limpio. Los jóvenes remaban en el estanque y besaban a sus novias o novios. Una pareja de ancianos iban cogidos de la mano y se miraban tiernamente. Añoraba a Pepi.

Buscó acomodo en una mesa de la terraza del restaurante de pollo. La mesa estaba junto a una cabina telefónica. Dejó un inmenso cubo de cartón que contenía una docena de porciones de pollo rebozado frito y una jarra de casi un litro de cerveza en la mesa. Buscó las monedas en su pantalón militar.


-Dígame- contestó Pepi.

-Soy yo, mi amor- dijo Clemente, sorprendido de haber comunicado a la primera – te echo de menos, mi amor.

-¡Ay, dios mío!, creía que te había pasado algo, tantos días sin llamar....- contestó nerviosa Pepi.

-En pocos días estaré de vuelta. Quiero concretar esta misma tarde la cita en la Clínica y a partir de ahí, que sea todo lo más rápido posible, mi amor. Te añoro. Necesito estar contigo, abrazarte y todo eso......-

-Yo también mi vida. Estoy engordando mucho. Ya no te gustaré. Y es que tengo algo que decirte, algo muy importante, mi amor. Las últimas veces no te lo he podido contar, siempre había algo que lo impedía.....- soltó Pepi con la convicción de que esta vez soltaría la bomba que guardaba.

-Yo también tengo algo importante que decirte.....-

-¡Calla!, por favor- gritó Pepi asustando a Clemente – quiero contar la noticia yo primero. ¡Calla hasta que termine y luego di lo que quieras!.

Esa era su mujer. Esa decisión, esa determinación, ese aplomo. Por eso le gustaba. Y además ahora estaba engordando de nuevo. Le gustaba su mujer cuando estaba oronda, nada de pellejos y músculos torneados, con grasa y poca fibra. Nada que ver con esos cuerpos esculturales, tersos y firmes como los de Nancy.

-¿Estás sentado?- dijo Pepi.

-No. Estoy en un cabina, afuera está una cerveza, y algo de pollo para comer, y lo que sobre se lo llevaré........- y de nuevo fue interrumpido por su mujer.

-¡Que te calles, hombre!. Y calla de verdad. Estate atento, coño- y tras un breve silencio, soltó la novedad – Estoy embarazada. Estoy esperando un bebé. Hubiera querido decírtelo en vivo, pero ya no aguantaba más. No podía esperar más, mi amor.

Clemente se quedo petrificado. Su mujer estaba preñada. Iban a tener un mocoso correteando por la casa. Pero antes iban a tener un ser que no sabía más que cagar y mear y llorar. Lo había visto en sus sobrinos. Eran una fuente inagotable de excretar cualquier tipo de inmundicia todo el día. Y ahora él, ellos, iban a tener un hijo.

-¿No dices nada, mi amor?- preguntó Pepi.

-Un hijo........- balbuceó Clemente.

-O una hija. Nunca se sabe- respondió ella.

-Si es chico, que lo será, yo le pondré el nombre. Si es hembra, se lo pones tu- obtuvo como respuesta.

-Vale. ¿Y que nombre tienes pensado?. Seguro que ya tienes alguno....-

La conversación se fue alargando todo lo que las monedas de Clemente tardaron en agotarse. Al colgar ambos tenían una extraña sensación. Por un lado Pepi trataba de asimilar que si su criatura era varón, su marido había decidido bautizarlo con el nombre de Estroncio, y le contó una larga historia de un hombre que se llamaba a sí y que era dueño de un imperio minero. De poco sirvió que ella prefiriera llamarlo Mauro o Carmelo, la tozudez de su marido era legendaria, se llamaría Estroncio. Y luego le embargaba el sentimiento de culpa de saber que el bebé no había sido engendrado por su marido y futuro padre. De nuevo Nancy tuvo que acudir al rescate de la zozobra emocional de su amiga. Y tardó en calmarla. Al terminar la sesión de consuelo, ambas deseaban fervientemente que la criatura fuese una niña.

Por otro lado estaba Clemente. Se encontraba también con sentimientos enfrentados. Por un lado la responsabilidad de una paternidad venidera, y por otro la satisfacción de saber que tenía razón, que eran “ellos” quienes se equivocaron.

Sacó la cartera de su bolsillo. Escondido en un lugar poco accesible de ella, había un pequeño papel doblado en varios pliegues. Era una notificación muy antigua. Lo certificaba el color amarillento de la cuartilla. Además era una notificación oficial, del Ministerio de Defensa. Databa de cuando hizo la mili. En el informe se especificaba claramente que “tras los análisis efectuados al resultar contagiado de paperas, se puede determinar que la salud actual de don tal y tal y tal, es óptima. Como consecuencia de la patología sufrida el recluta tal y tal y tal, tendrá como secuela irreversible la infertilidad. Dado que dicha enfermedad no se puede determinar que fuese responsabilidad de este Ministerio, el recluta tal y tal y tal, no tiene derecho a ningún tipo de reclamación en la justicia castrense ni civil. Por lo tanto se emplaza al soldado a reintegrarse a la mayor brevedad posible a su regimiento tal y tal y tal. Viva Franco y Viva España” .

Y tal y tal y tal, era su nombre. Le habían dicho que estaba “seco”, que nunca podría tener hijos, pero él en su fuero interno sabía que aquello era un error. Ahora su mujer se lo confirmaba, los militares estaban en un error y él iba a ser padre. ¡!Viva la cerveza¡¡. Siempre lo había sabido. ¿Qué no podría tener hijos?.....¡¡¡Venga ya ¡!!. Aquí va el primero, capullos de mierda.

El paseo hasta el Motel fue una sucesión de recuerdos que pasaban de cuando le conoció a Pepi, de cuando se acostaron por primera vez, esa sensación de asfixia cuando ella tomó los mandos del asunto y se colocó sobre él. Los recuerdos de su primera melopea juntos, de cuando abrieron el primer bar, y el segundo, y ya tenían cuatro. Y ahora iban a tener un pequeño Estroncio.

Tenía que cuidarse, poner mil ojos en la moto, en su manejo. Aunque un buen motorista sabe que las motos no son más peligrosas que circular con un camión cargado de gasolina yendo bebido. Y son mucho más seguras que caminar drogado por la cornisa de un edificio de veinte plantas. Tan solo hace falta un poco de sentido común al conducirlas, un poco más de buena suerte de no toparse con derrames de combustible en la trazada, o un bache del tamaño de un hipódromo, o con un tractor en sentido contrario. Y si por cualquier circunstancia uno tiene la mala suerte de caerse, hace falta que ningún árbol, quitamiedos, muro, poste, señal de tráfico, autobús, motocultor o hito kilométrico se cruce en tu camino, y luego un poco más de suerte para que detrás tuya no circule un Dodge Dart o un Simca 1200 que te pueda atropellar, o que el conductor no vaya leyendo el Marca mientras conduce, y no sea capaz de ver como el bulto que hay en medio de la calzada es un señor recién caído de una motocicleta.

Nunca mejor dicho que conducir una moto es cuestión de equilibrio. Y él era un tipo equilibrado. Para cuando se dio cuenta ya estaba a la altura del Motel. Aparcó en la entrada por donde accedía un señor cabizbajo y cariacontecido. Se dirigió al mostrador de recepción donde pidió a la chica extravagante que le comunicara con la Clínica Palo Alto y que solicitara de su parte hablar con el doctor Florencio.

Minutos más tarde, Clemente había concertado una cita con el doctor Rashid Abdul Buttuk para dos días más tarde. Le recibiría el doctor Florencio que haría de traductor. A las dos del mediodía de pasado mañana. El día “D”. Estaba a algo más de cinco horas de San Francisco. Madrugaría y se dirigiría a la ciudad más liberal de todos los Estados Unidos, cosa que él ignoraba, al menos de momento.

Al llegar a su habitación le aguardaba “Birra”. Las muestras de alegría y los saltos que daba la perra le emocionaron. De alguna manera era lo que en pocos meses le esperaría, el feliz recibimiento de una familia y de la sonrisa de un niño.

Sacó de debajo de su camiseta de Los Ramones, el cubo con casi todo el pollo que contenía. Tan solo había podido tomar una porción. El resto tardó menos de un minuto en devorarlo el sabueso, cartón incluido. Luego desapareció a la carrera en el exterior del recinto. Era su rutina, había que dejar al bicho que hiciera lo que quisiera, lo mismo que hay que hacer con los niños. No como su hermana que los tenía amaestrados y había conseguido hacer de ellos unos idiotas engreídos en potencia. Eso si, muy educados y obedientes. Futuros bebedores amargados o drogadictos compulsivos, no cabía duda.

Luego vio como una señora de la limpieza dejaba la puerta de la habitación contigua sin cerrar. Por la premura con la que abandonó el lugar y el andar de paso corto y rápido, no cabía duda que la buena señora había sido víctima de un apretón inesperado. Su experiencia en desajustes estomacales le indicaban que tenía unos siete u ocho minutos para perpetrar su plan.

Saco los restos del televisor envueltos en una sábana y los llevó al cuarto contiguo. Tiró ambas cosas al suelo y cogió el aparato nuevo y lo llevo a su habitación. Acto seguido hizo lo mismo con el colchón, con mayor dificultad ya que pesaba mucho más, eso que la perra lo había dejado partido en tres grandes trozos, y con gran esfuerzo traslado el colchón entero a su cuarto. Recogió todos los pedazos del colchón que seguían desparramados por el suelo, algún muelle, foam, porciones de tela y al trote los arrojó en el otro cuarto y cerró su puerta. Confiaba en que nadie le hubiera visto. Se asomó por entre la persiana de la ventana y vio como la limpiadora se acercaba, ahora con pasos mas briosos y decididos y una cara de alivio considerable. Cuando la mujer entornó la puerta y vio lo que Clemente le había dejado lanzó un grito de angustia. Al poco la chica de recepción se acercó a ver que sucedía.

Momentos mas tarde Clemente hizo su aparición en el lugar “del crimen” y tras charlar un poco con la recepcionista, meneó la cabeza con gestos de desaprobación.

-La gente es de lo que no hay....-le dijo a la chica.

-Nadie hubiera dicho que los Smith fuesen este tipo de gente- contestó ella.

-No te puedes fiar de nadie.....-

-Desde luego. Pero es que ella es la presidenta de la Asociación Nacional de Meditadores y Exaltadores del Espíritu Santo. Quien lo diría.....¿No oyó usted nada raro?- le preguntó la punkie.

-Ahora que lo dice......se oyeron gritos. Unos pequeños gritos como apagados. Y luego risas y como si estuvieran bailando. Y ruidos de roturas de lo que sea.....en fin. ¿Qué quiere que le diga?- mintió Clemente.

Y la chica se fue a poner una denuncia a los Smith, que deberían hacerse cargo del desastre o correrían el riesgo de ingresar en prisión, según le dijeron los patrulleros que acudieron a hacer el atestado.



XXXXXXXXXXXX


Al Manzini sostenía su arma reglamentaria en la mano. Introdujo el cañón en su boca. Las manos le temblaban, el sudor caía por su frente. Cerró los ojos, el dedo índice comenzó a presionar el gatillo y de pronto sacó el arma y la dejó caer. Cayó sobre un paquete de pastrami comprado el día anterior. Ni siquiera tenía valor de suicidarse. ¿En que se había convertido?. Él no era un cobarde, quizás no fuese el hombre más heroico de la nación, pero no era un rajado.

Volvió a coger la pistola con más decisión. De nuevo la introdujo en su boca, otra vez el dedo comenzó a presionar el gatillo y sonó el teléfono del cuarto, que desbarató la maniobra de desaparecer para siempre, dejando un bonito lienzo de sesos y sangre en la pared.

-Señor Manzini, soy Jenny. Alí tiene algo. Creo que lo tenemos más cerca de lo que creemos. Tenemos que reunirnos. Salgo al aparcamiento y se lo comento.- dijo la agente al servicio de Manzini.

Se vistió de nuevo, ya que creía que era mejor morir desnudo y facilitar el trabajo de tanatopraxia posterior a un deceso, y tras lavarse salió al exterior.

Allí Jenny paseaba nerviosa por el exterior. Paró a atarse una de las deportivas que calzaba y colocó el pie en el estribo de una moto aparcada para llegar con mayor facilidad. Era la moto de Clemente. Al Manzini se reunió con ella y charlaron fugazmente apoyados en la máquina. El encargado de la investigación mudo el rostro. Se atisbaba una pequeña sonrisa, y una mirada decidida. Algo tenían en su poder, algo que les llevaría a atrapar al delincuente más escurridizo del panorama internacional.

Una vez en su cuarto, Al cogió el arma y se dispuso a ponerle el seguro y evitar una desgracia indeseada. De manera insólita la pistola se disparó accidentalmente y la bala atravesó la puerta del cuarto, perdiéndose en el exterior. Se oyó un gemido agudo. Al Manzini salió de la estancia para ver quien había sido blanco del disparo fortuito. Era un manojo de nervios. Lo único que le faltaba era haber disparado involuntariamente a una persona o a un negro o chicano. Se tranquilizó al ver que la diana de su tiro era tan sólo una perra vagabunda. Nadie la echaría en falta.



XXXXXXXXXXXXXXX


En algún lugar del desierto cercano a Jordania, un par de andrajosos y miserables individuos, fueron recogidos por una tribu de nómadas. Fueron alimentados y su sed fue saciada. Les condujeron a las inmediaciones de un puesto fronterizo, donde la policía de fronteras les dio el tratamiento habitual. Una serie inacabable de bastonazos, y el refugio de una mazmorra durante varios días.

Allí los dos hombres llamados, Jordi Pérez Flauta y Zadornil Guerra Guerra, lamentaron una vez más ser insignificantes. Nadie les echaba de menos, nadie lamentaba su ausencia.



Fin de la segunda parte.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por albacete »

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Bonniato »

Qué bueno. Además, con suspense. Al Manzini creo que se la juega con la moto de Clemente. :clap:
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

Esta tan serca pero tan lejos 8-)
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO TRIGÉSIMO CUARTO

Rumbo a buen puerto (y tercera parte)



La clínica Palo Alto era un enorme edificio de nueva construcción, ubicado en una pequeña loma que le hacía destacar del resto de construcciones del complejo en el que se encontraba.

Constaba de una parte central de forma circular construida en su integridad en acero y vidrio. Estéticamente podría resultar admirable, pero el interior alcanzaba temperaturas elevadas que obligaban a un equipo de aire acondicionado a funcionar a toda máquina durante todo el día. A ambos extremos del bloque central se erigían sendos pabellones de construcción convencional que albergaban, el izquierdo, las consultas y los quirofanos, y el derecho, las habitaciones de los pacientes junto a las salas de esparcimiento y una inmensa cafetería.

El sótano del ala izquierda estaba dedicado al sistema de mantenimiento del complejo. Grandes calderas, depósitos de oxigeno, almacén de suministros, productos de limpieza, y la morgue; también un acceso para vehículos de reparto y para los de servicio fúnebre, encargados de retirar discretamente los pacientes incapaces de superar, por ejemplo, una operación de hemorroidectomía.

El subsuelo de la otra ala de la clínica albergaba la cocina, la lavandería, cámaras de frío donde conservar las siliconas destinadas a implantes mamarios o de glúteos, tejidos para injertos, o restos de cadáveres con los que poder practicar intervenciones similares a la que aguardaba a Clemente, y un pequeño crematorio donde reducir a cenizas los pellejos retirados a golpe de bisturí o donde dar un golpe de calor y fundir las grasas de una liposucción abdominal.

La azotea del edificio de consultas y quirofanos albergaba un enorme depósito de veinte mil litros de agua destinado al sistema anti incendios del hospital, asimismo las torres de enfriamiento de los aparatos de aire acondicionado y demás elementos auxiliares, como por ejemplo y en un alarde de insensatez, los cuadros eléctricos del enorme edificio, expuestos a las inclemencias del caprichoso tiempo.

La terraza del ala derecha estaba destinada a un lugar de esparcimiento de los pacientes. Podían si lo deseaban salir a tomar el fresco, o a comprobar si las prótesis de talla 120 eran lo suficientemente tersas dando pequeños saltos. Hacía unos meses, una de las pacientes que se había sometido a un aumento de pecho, comenzó a correr y debido al aumento de masa en movimiento, no calculó bien la distancia necesaria para detenerse y quedo colgando de la barandilla del terrado, y a punto estuvo de caer al jardín seis plantas más abajo. La afortunada intervención de varias personas que se encontraban paseando, le libraron de una muerte segura. Acto seguido la mujer ordenó que le fueran retiradas las prótesis y que la dejaran lisa como una pared.

Los alrededores del recinto estaban destinados al aparcamiento, a un helipuerto de emergencias y zonas verdes de esparcimiento, tanto para visitantes como para pacientes que a bordo de sus sillas de ruedas podían desconectar del ambiente hospitalario. Allí, lejos de las miradas de los facultativos, se animaban a darle un trago a alguna botella de licor, o un par de caladas a un cigarro de marihuana.

Los trabajadores del centro, en particular las enfermeras, recepcionistas o personal auxiliar reunían una particularidad exigida por el doctor Buttuk. Deberían ser personas poco agraciadas físicamente para no causar un efecto contraproducente con los clientes del centro. Sostenía que cualquier paciente que ingresara en el centro, era cuando menos, un más que probable candidato a tener algún tipo de complejo, así que toparse con una secretaria gorda y fea, apaciguaba su ansiedad por lograr un aspecto mejor. La idea de una plantilla de chicas guapas, de hombres musculosos y fornidos, la consideraba desacertada. Si un muchacho que ingresaba para realizarse una reducción de abdomen, topaba con una especie de Sandokán, a todas luces era un candidato al desánimo y por ende al intento de suicidio.

Tras aparcar su nuevo Buick GNX, al lado del Mercedes 450 SL del doctor Buttuk, el psicólogo argentino, se dirigió hacia la recepción de la clínica. En el trayecto, que era un pequeño paseo entre árboles y zonas ajardinadas, coincidió con una de las cirujanas que formaba parte del grupo decidido a tomar el control del centro.

-Tenemos que buscar el modo de acelerar la “sucesión”, Florencio- dijo la médica.

-Estoy en ello, Mónica. Te aseguro que nadie más que yo quiere acelerar el relevo- contestó.

-Acabo de comprarme un nuevo loft en el club de golf. Necesito aumentar mis ingresos, pero ¡ya!-.

-Este maldito tirano ha cancelado su última operación. Tendremos que aguardar una nueva oportunidad, y tengo la corazonada de que no tardará mucho en aparecer....-.

-¿Corazonada?, vamos Florencio, eres un hombre de ciencia.....hay que ser realista- dijo la mujer.

Ambos galenos entraron en el edificio central. Delante de ellos el mostrador con dos telefonistas que atendían las llamadas y daban la bienvenida a los visitantes. Si bien, normalmente un guarda de seguridad se encargaba de supervisar la enorme sala, al estar ingresada una paciente “vip”, como era la mujer del gobernador, la madre de Raymond, un par de agentes de incógnito vigilaban discretamente que nadie raro merodeara por allí.

Florencio saludó a la secretaria del doctor antes de acceder a su despacho. Allí el doctor Buttuk se encontraba una vez más delante del espejo. Observaba minuciosamente su rejuvenecido e impersonal rostro. En la clínica era una persona reconocible, todos los empelados estaban habituados a verle, pero fuera de aquel entorno, nadie repararía en su presencia. Como mucho se fijarían en su Pattek Philippe, o en los zapatos de piel de cocodrilo, pero rara vez en el color de sus ojos o en el tamaño de su nariz.

-Pase, pase, Florencio.....¿no cree que he quedado perfecto?. Celebro haber cancelado la siguiente intervención......pero pase y siéntese. ¿Que tenemos para hoy?- preguntó el doctor-.Tengo ganas de ponerme a trabajar.

-Hoy tiene que realizar la intervención a la esposa del Gobernador. En realidad no hay que hacer nada relevante, sólo tiene unas fracturas que ya están estabilizadas, y del asunto de la depilación de los miembros inferiores ya se han encargado las auxiliares. Han empelado al menos dos kilos de cera. Es todo lo que podemos hacer. El otro día leí que ya hay avances relevantes en el tema de utilizar rayos láser para la depilación, pero habrá que esperar varios años para que se comercialice de manera industrial....-.

-Así que la esposa del Gobernador.....-.

-Si, doctor. En realidad su presencia es para poder incrementar la factura- dijo Florencio.

-Bien, bien. Perfecto.

-Mañana tiene que recibir a la señora Bloomberg. Valorar si es posible un nuevo aumento de pecho, y si es factible poder estirar el cuero cabelludo-.

-¡Dios mio!, si esa mujer debe tener ya cien años. Recuerdo que la última vez que la vi, ya tenía las cejas a la altura del cogote. ¿Y más pecho?, pero si ya no puede casi sostenerse en pie, ¡si es lo único que tiene firme, las tetas!-.

-Así es. A medio día también debe recibir a un extranjero. Viene recomendado. Quizás recuerde a un muchacho británico que sufrió una terrible mutilación, y hubo que trasplantarle el miembro de un cadáver. Aquel que tuvimos que injertar una bomba de aire en el escroto para poder simular las erecciones......-.

-Si, si, lo recuerdo. Una obra maestra. Fue una gran gesta. ¿Y quien dice que es esa persona recomendada?-.

-Un europeo. Un español...-.

-¡Ah!, creía que España estaba en África, ya ve usted....Aunque aquí la gente la situá en México. Por cierto Florencio, en breve me marcho de nuevo a Puerto Vallarta.....pero siga, siga....-.

-Perdió una oreja en un accidente y quiere que le reimplantemos una nueva-.

-¿Tenemos algo en stock?- preguntó el doctor Buttuk.

-Nada adecuado. Tenemos la cabeza de un mendigo de origen asiático, y dos orejas de diferente tamaño, una de un bebé, y otra de un afroamericano. He consultado si se puede desteñir, pero no garantizan que el proceso no derive en una caída del implante. Así que habrá que buscar algo compatible. Mi contacto en la Jefatura de Tráfico está alerta, ya sabe el procedimiento habitual, recoger el herido, anestesiarlo, trasladarlo aquí, amputar el miembro, y al despertar decir que lo ha perdido en el siniestro. Aunque no es nada barato, hay que sobornar a los de la ambulancia, al contacto y a su jefe.....y procurar que no suceda como en el verano pasado, ya sabe, el tipo que le amputamos la mano y era el violinista de la Filarmónica de Detroit-.


-Esta bien. Puede retirarse. Ahora voy al gimnasio. Váyase ya ¡por Dios!-.



XXXXXXXXXXXXX


Clemente preparaba ya su equipaje. Mañana tempano, muy temprano saldría rumbo a San Francisco. Sin contratiempos, estaría allí a mediodía, en apenas cinco horas, y si enroscaba el puño, media hora menos.

Estaba en el jardín un tanto extrañado de que “Birra” no hubiese regresado. De todos modos sabía que aquel animal era un ser libre, sin ataduras, tal y como fue él en su día. Y ahora iba a ser padre. Adiós a la libertad. Del mismo modo que un motero sabe que es esclavo de su moto, que siempre hay algo de que preocuparse cuando uno tiene moto, que si el seguro que vence, que si la revisión, que si se rompe la sirga del acelerador, que si pierde aceite, sobre todo si la moto es inglesa, que si tengo que engrasar la cadena, que si cambiar la bombilla del freno, mirar que esté donde la aparqué, que no me la hayan robado, o que ningún cafre la haya tirado al suelo estacionando, del mismo modo que ahora sería esclavo del cambio de pañales, de evitar que la criatura cruce sin mirar, que no beba más vino del necesario, sobre todo si es todavía un mocoso, de que estudie un poco, al menos un poco, que no traiga más de tres suspensos, y de que cuando sea ya un mozalbete no deje preñada a ninguna golfilla, y si la deja con tripa, que sepa como quitarse de encima el problema echando la culpa a otro mentecato, y enseñarle a beber con cabeza, emborracharse de a pocos, no comas etílicos por favor, eso es de gente sin cabeza, y que si conduce sin carnet, que sepa como escapar de los municipales. Y si, de vez en cuando también sacudirle un par de sopapos como hacía su padre con él, lo suficientemente fuertes para que escuezan, pero que no dejen marca, para que nadie se ría del chaval, y si es chica, pegarle donde no se vea. Un problema detrás d otro, la verdad.

Y ya que estaba allí, no sería mala idea echarle un vistazo al aceite de la Harley Davidson, su hasta ahora fiel compañera de viaje. Cruzó el jardín y lo que vio le espantó. Allí tirada, envuelta en sangre, con el cráneo partido, estaba su amiga del alma, su nueva y mejor amiga, la que roncaba como Pepi, la que jugaba con el televisor, el ser más cariñoso de todo el continente. Algún desalmado le había pegado un tiro.

Clemente se tuvo que sentar en el suelo. Su corazón palpitaba de manera desbocada. Una lágrima brotó de su ojo y discurrió por su mejilla, hasta inundar de sal su boca. No podía ser. Allí estaba “Birra” muerta, abandonada, sola.

Media hora más tarde echaba la última paletada de tierra en el jardín. La chica de recepción le había procurado una pala y el había autorizado a cavar una fosa detrás del Motel, para que pudiera enterrar al bicho. Eso le ahorraba llamar al servicio municipal de recogida de animales y pagar los veinte dólares de tasas.

Vestido con su guayabera salmón, sus zapatos de fieltro rojo, y una tristeza indescriptible, Clemente se despidió de su amiga, con la promesa de comprar otro perro al llegar a España y bautizarle con su nombre, “Birra-dos”.

XXXXXXXXXXXXX

Al Manzini observó desde su coche el mal gusto de aquel individuo que portaba una pala y que acompañaba a la hippie de recepción. Nadie en su sano juicio, a no ser que fuese ruso, vestiría de aquella guisa.

Le enterneció como ella le cogía del hombro y parecía hablarle con cariño. No dudaba que venían de echar un polvo en la trasera del Motel. Había gente muy rara por allí. Topaba con todo tipo de gente, pero era incapaz de echarle el guante al que buscaba.

Jenny le había dicho que tenían la certeza de que el terrorista pretendía ir a una clínica de estética, presumiblemente para cambiar su aspecto y resultar irreconocible. Estaban vigilando todas las clínicas en doscientas millas a la redonda. Si no había resultados positivos, ampliarían el cerco.

Se apeó del coche ensimismado. Sin darse cuenta golpeó la puerta del Chevrolet Impala oficial contra una moto estacionada. Maldijo que aquel amasijo de hierros, rayara la puerta de su sedán. Odiaba las motos.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Antonio1968 »

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por albacete »

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por pate »

CAPÍTULO TRIGÉSIMO QUINTO


“The Friendship”



Clemente había pasado una noche horrible. No podía alejar de su mente la imagen de “su” perra, aunque sabía que nunca fue suya, yaciendo desangrada en un abandonado jardín. Deseaba que la persona capaz de realizar un acto tan cruel, tuviera que pagar por ello. De las mil endemoniadas ideas que su castigada mente sugería, quizás la que más priorizaba, era que fuese quien fuese el desalmado, tuviera el deseo irrefrenable de encontrarse con alguien y que no pudiera conseguirlo. Ese sería un castigo suficiente, algo que corroería por dentro al desgraciado.

Cuando apenas había amanecido, serían las cinco de la madrugada, ya tenía la Harley petardeando y cargada con todos sus pertrechos. En la sala de recepción del Motel, había abonado la cuenta. Del inmenso fajo de billetes que aún conservaba de la ciudad del pecado, apartó un par de ellos de cien dólares y se los acercó con discreción a la muchacha, que parecía estar siempre allí. Cuando veía en sus negocios que algún cliente alardeaba de dejar una propina a los camareros, sentía un asco contenido. Prefería una propina menor, dejada sin aspavientos, a alguien que soltaba un “aquí te dejo veinte duros pal bote Marcelino”, con la única intención de que el resto de parroquianos suficientemente sobrios pudieran dar cuenta del poderío del fulano.

La chica miró con delicadeza a aquel tipo tan extraño, capaz de darle doscientos pavos, capaz de derramar lágrimas por un perro callejero, aquel individuo de aspecto grotesco y a la par discreto, del cual tardaría poco en olvidar sus rasgos. Obviamente la carencia de oreja era algo que no pasaba desapercibido, y que siempre sería una seña de identidad a recordar, y el hecho de que montara en una moto alejada del estereotipo de motero pacifico, siendo como era un tipo a todas luces bondadoso, era algo que podría no olvidar nunca.

Ya sentado en la moto, Clemente lanzó un vistazo fugaz a la zona donde descansaba para siempre su efímera amiga canina. Pero un hombre español, se puede permitir unicamente un momento de zozobra, y después debe ser un hombre de sentimientos rígidos y templados.

Le gustaba la cadencia del motor. Ese ralentí inestable, faltó de un ritmo establecido, que pasaba de parecer detenerse a soltar varias pistonadas seguidas para seguidamente dar la sensación de que definitivamente se detenía y volver a la vida. Era un poco como la vida de las personas. Cuando el destino te regala momentos de ventura, de pronto algún suceso inesperado hace que se te pare el corazón, para de pronto volver a remontar del miserable pozo de la angustia y querer comerte el mundo.

Y así se sentía él. De la noticia de que iba a ser un padre maravilloso, al cadáver de la perra, para de nuevo inundar su alma con la infinita felicidad que proporciona un viaje en moto. De Estroncio a Birra, y de allí a una tranquila ciudad del norte de California.

Por la interestatal 5, hasta encontrar la estatal 580 dirección oeste y sumergirse en la vorágine de opciones que le llevarían a la Clínica Palo Alto que se encontraba entre San Francisco y San José.
Tenía como referencia la Universidad de Stanford, que al parecer se encontraba cerca del centro médico. Hacer referencia en aquel inmenso país a la palabra “cercanía”, podía suponer un par de horas de coche. Eso sí lo había aprendido en los, ya muchos, kilómetros recorridos por todo tipo de vías de circulación.

Con la moto ya caliente, dio un par de acelerones a modo de homenaje a lo que ya permanecería allí de por vida, y salió en busca de la 5 a toda leche. A pesar de lo temprano de la hora no sentía frío, el viento azotaba su cara, y le lanzaba el pelo atrás. Podía circular sin casco, y así lo había decidido. Poco importaban las medidas de seguridad, era ya un motero curtido, sabía de sobra los riesgos de manejar una máquina de dos ruedas, y los aceptaba. Además su padre siempre le había dicho que tenía la cabeza muy dura, y debía ser cierto.

Ya en la carretera adecuada, Clemente paró a repostar la moto y su cuerpo. En la puerta un vehículo policial aguardaba a que los agentes dieran buena cuenta de unas grandes tazas de café americano y de media docena de donuts. Cuando él se presentó en el local, las manos le olían a la gasolina derramada, y la mirada de los agentes se detuvieron en su presencia. Clemente puede que no fuera educado en colegios de élite, pero siempre había sido una persona cortés y saludo con la mano a los dos policías. Estos devolvieron el saludo con un gesto de la cabeza y volvieron a su conversación. De nuevo les tocaba montar guardia en la cercanías de un centro de estética y observar si se acercaba alguien sospechoso, y en tal caso, deberían interrogarle para sonsacar sus intenciones.

Apoyó el codo en la barra del “Dinner”, era así como le llamaban a muchos sitios donde llenar la tripa a cualquier hora del día o de la noche, y se pidió unas tortitas con un líquido con apariencia de miel que le puso por encima. Bebió aquel infame brebaje que llamaban café, y que se alejaba mucho del que servía en sus locales, de taza de loza blanca, gruesa para conservar el calor, un café de consistencia apreciable, con su espuma color arena que forma caprichosas siluetas a medida que se sorbe el líquido. Un café de “firma” en el bigote, que los clientes se retiran con dorso de la mano mientras chasquean la lengua.

Y es que las diferencias entre ambos países eran apreciables, pero a medida que conocía más aquella gran nación, más estaba seguro de que vivía en un lugar envidiable. En muchos aspectos los Estados Unidos era un país a “medio construir”. Quizás llevaban inyectado en vena la cultura colonizadora, y por eso no era poco frecuente toparse con construcciones de escasa calidad, a base de armazones de madera y contrachapado, nada que ver con robustos cimientos y muros de piedra que perduraban siglos en la vieja Europa; y puertas como dios manda, macizas, de carpintero de pueblo, y enchufes normales y no aquellos tan raros que había en aquel extraño país.

Y entre trago y trago del brebaje negro aguachinado y bocados a las tortitas con jalea, extremadamente dulces, pero sabrosas, su mente seguía sin salir del asombro de conocer que aquellos ciudadanos no comían como dios manda, vestían de un modo practico e informal, tal era así que no podía sorprender que alguien diera una limosna a un anciano por la calle al verle con harapos, y que luego ese hombre se subiera a un Cadillac último modelo.

Cuando oyó un bufido de un vehículo pesado a sus espaldas, y observó como el dueño del local sonreía, y las camareras ponían cara de desagrado, Clemente supo que debía abandonar el lugar. No cabía duda que algún autobús de jubilados se había detenido. Al poco de abonar la cuenta, una muchedumbre de señoras de avanzada edad irrumpieron en el restaurante. Las más ágiles fueron las primeras en llegar a los baños, las impedidas o las que necesitaban bastón o andador para caminar, deberían esperar un largo rato para aliviar la vejiga.

La moto arrancó con su estruendo habitual, para alegría de un señor maduro, el chófer del autobús, que sonrió a Clemente. Le saludo militarmente, ya que de nuevo le confundió con un ex combatiente de Vietnam, y tras devolver el saludo aceleró a tope. Nunca es buena idea hacerlo en las inmediaciones de una gasolinera o en un aparcamiento de camiones, ya que se corre el riesgo de perder adherencia, tal y como sucedió en esta ocasión.

Clemente perdió el control de la moto, y esta vez la suerte no estuvo de su lado. Cayó bruscamente de espaldas, y la moto se arrastró hasta terminar golpeando levemente unos contenedores de residuos. Antes de que pudiera levantarse torpemente del suelo, ya el chófer estaba a su lado. También los dos policías del bar que inmediatamente le solicitaron la documentación, y tenían la intención de someterle a distintas pruebas para verificar su posible estado de embriaguez, cosa que desistieron de hacer al ser requeridos en el bar donde se había formado un tumulto al liarse a bofetadas varias ancianas entre ellas. Al parecer un asunto de celos. Una de ellas insistía en que su Harry había sido seducido en contra de su voluntad por otra de las ancianas que tenía fama de ser un poco fresca, y todo aquello derivó en bastonazos, en perdida de dentaduras postizas, y sonotones arrancados de las orejas violentamente.

Pasados unos minutos Clemente ya se había repuesto del fuerte golpe, los usuarios del aparcamiento le habían ayudado a poner la moto en pie, y verificaron que no sufría daños de ningún tipo. Una pareja de muchachos jóvenes que viajaban en autocaravana sacaron un botiquín y la chica curó unos pequeños arañazos del codo de Clemente. También le proporcionaron un par de calmantes para el dolor, y le aconsejaron que si pasadas unas horas tenía molestias en la espalda fuera a un ambulatorio a realizarse una exploración a fondo. Clemente lo ignoraba pero la chica estaba acostumbrada a tratar con animales, dado que era veterinaria de una explotación ganadera, y su diagnostico era acertado.

El incidente le sirvió de revulsivo. De acicate. Tomó la carretera como poseído, con la creencia que su cupo de infortunios había finalizado en el aceitoso suelo del aparcamiento. Enroscó el puño de manera inmisericorde, y recorrió cientas de millas de manera insensata. Sólo tuvo que detenerse a repostar cuando era preciso y una vez a asegurar la enorme bolsa del equipaje que amenazaba con caer.

El trayecto transcurrió sin nada reseñable. Fue testigo de dos colisiones por alcance, algo nada extraño, ya que tenían la manía de colocar semáforos en zonas inesperadas, también pudo ver el asalto a un coche detenido en uno de esos semáforos, más tarde estuvo parado hasta que los bomberos pudieron sofocar el incendio de un gran camión cargado de remolacha, y los sanitarios lograron llevarse al conductor que no había podido abandonar el vehículo a tiempo y ahora tenía la apariencia de una morcilla de Burgos pasada de horno.

Una persecución policial a una vieja pick up que terminó en el vuelco provocado del forajido por un coche “Interceptor” de la policía, le había adelantado cuando él creía que nadie pudiera ir más veloz que su Harley, dio paso unas docenas de kilómetros más allá a un atropello múltiple a un rebaño de ovejas, y al enfado monumental del conductor del Oldsmobile que había quedado destruido, y que pistola en mano perseguía al pobre pastor que no encontraba donde refugiarse de los disparos.

El viaje se podía calificar en un cuaderno de bitácora como de placentero y sin nada fuera de lo habitual.

Clemente sentía una mezcla de alegría de acercarse a su objetivo, y además lo hacía rodeado de parajes con nombre español, que le hacían mas acogedora su estancia, San Mateo, Los Ángeles, San Francisco, Santa Clara, Santa Mónica, Las Hondas, El Gallo, Rinconada, Los Gatos, y dejaban constancia de que en un pasado no muy lejano, cientos de compatriotas, de exploradores, de misioneros, de marineros, de fugitivos y ladrones, de miserables y muertos de hambre habían dejado su legado y quizás hasta su existencia en aquel lugar.

La Interestatal 5 llegaba a su fín. Eran apenas las 12,30 del mediodía. Los carteles de la autopista ya dejaban ver el nombre de su destino San Francisco. La 580 le acercaría a la ciudad más liberal del país. En San Mateo debería decidir que ruta le convenía escoger para llegar a la ciudad. Era conocedor que Palo Alto estaba más al sur, pero le apetecía visitar la ciudad. Tenía visto en la tele que era una ciudad con muchas cuestas y un tranvía, y un puente rojo muy famoso y eso sin contar con la cárcel de Alcatraz, donde Clint Eastwood, cuando hacía de Harry el Sucio, mandaba a los delincuentes y asesinos. Y aunque era más de películas de Ozores, no le hacía ascos a las de tiros, “alégrame el día” solía decir mientras le apuntaba en la cara a algún negro ensangretado. Así que no había duda que una visita a la ciudad era imprescindible.

La lógica indicaba que el mejor trayecto era la ruta 80, pero le costó un par de horas y cruzar equivocadamente por la 84, un enorme puente en la bahía, para volver por la 92, en lugar de tomar la 101 y solucionar el asunto. Empezaba a estar cansado de tanta vuelta cuando a lo lejos, a su derecha, vio el largo y famoso puente de color rojizo. La 80 desembocaba directa en el centro de la ciudad. Cansado y dolorido de la caída buscaría sin demora un cartel donde pusiera la palabra Hotel.

Después de callejear, no sin cierto placer y alegría, un buen rato por la ciudad, que rebosaba un ambiente cosmopolita, llegó a una coqueta plaza de nombre Mission Dolores Park, y en las inmediaciones, en la 19 Street, un hotelito muy acogedor de nombre Friendship Hotel, le llamó la atención. Estacionó la moto en la calle y se dirigió para ver si había disponibilidad.

Un hombre mulato le dio la bienvenida muy alegre. Como no entendía a Clemente entró en una pequeña estancia contigua y llamó a alguien. Al poco otro señor muy simpático que estrecho la mano de Clemente con las suyas, le explicó que tenían un Penthouse disponible. Era una habitación abuhardillada con un pequeño aseo, que se había quedado libre hacía unos minutos. Le indicó que si estaba interesado, el precio era tal, pero que debería aguardar un momento a que la limpiaran y adecentaran para él. Clemente aceptó de buen grado. Aprovecharía para introducir el equipaje a recepción, y buscar donde estacionar la moto, cosa que se solucionó de modo inmediato, la pequeña casa que albergaba el hotel tenía un pequeño garaje donde podría dejar la moto, y además “ a un chico tan guapo como tu, tan valiente, tan duro.....será gratis”, le dijo el chico sonriendo y mordiéndose el labio inferior.

Media hora más tarde el muchacho fue a buscar a Clemente a la sala donde aguardaba. Le habían obsequiado con vaso de te helado con limón y unas hojas de menta fresca. Para su gusto, el brebaje hubiera mejorado con un buen chorro de Veterano o de orujo lebaniego; no obstante le había reconfortado.

El chico que vestía unos pantalones de pata de elefante muy ceñidos y un sueter a juego le acompañó a su estancia privada. Le dijo que le había puesto unas sábanas con aroma a canela, que era su olor favorito, que cualquier cosa que deseara, él personalmente se la procuraría, “cualquier cosa, querido”, y le dio la llave del cuarto rozando sin pudro alguno la mano de Clemente, que agradeció tanta amabilidad, pero que le hizo sentir un poco turbado.

Se tumbó en la cama y descansó largo rato. Más tarde se prepararía para salir a dar una vuelta y cenar algo. Su mente vagó y se detuvo en los momentos de felicidad, en Pepi, en su magnifica casa, en sus bares, en sus motos, en la fortuna que le sonreía. Durmió.



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Amos Van Cleef, sabía todo lo que necesitaba. Raymond le había puesto al corriente de las intenciones de Clemente. En una conversación con él, habían quedado sorprendidos por la casualidad de que fuese a operarse donde su madre estaba siendo tratada del brutal ataque de los perros. Y ahora Amos se disponía a viajar a San Francisco para tomar cumplida venganza de la humillación del enano y barrigudo español.

Delante del inmenso armario donde Clemente eligió su ropa de montar en moto, Amos seleccionaba la ropa que necesitaba para su excursión a San Francisco. Introdujo unos cuantos uniformes en una maleta y la guardo en la trasera de una furgoneta de reparto que un empelado suyo estaba terminando de rotular con el emblema de una sociedad de reparto de material clínico. Unas cuantas cajas de madera apiladas formarían asimismo parte del equipaje. También estaban recién pintadas con el logo de la misma empresa.

Se dirigió hacía el lugar donde guardaba los cientos de acordeones de su colección. Tomó asiento en la butaca que tenía frente a los estantes y cerró los ojos. Sin duda iba a enfrentarse a uno de los momentos mas complicados de los últimos tiempos. Casi al mismo nivel que huir del violento padre de M´Bala y que precisaría de la misma falta de escrúpulos que cuando la dejó a su suerte en aquel mugriento burdel portuario. Pero era un hombre fuerte, aunque llorara cada día en el momento de curar sus heridas, en especial esa del testículo derecho, que tenía el aspecto de estar infectándose.

Le relajaba admirar aquellos instrumentos musicales. Los acordeones cromáticos a piano, los de botones, los diatónicos capaces de reproducir dos notas a la vez, las concertinas, todo un universo de fuelles, válvulas, botoneras, registros, teclados, máster, reguladores y un sin fin de modelos distintos. Se embelesaba en particular con un Mythos Pigini, que tenía fama de ser el más caro del mundo, y en particular esta unidad se había embragado a un aristócrata búlgaro que él mismo se había encargado de arruinar al aconsejarle inversiones en barcos y trenes de vapor, convenciendo al fulano del fin del petróleo y el regreso a esa tecnología.

Con todo dispuesto, Amos Van Cleef, puso en marcha el poderoso V8 de la Chevrolet de reparto y tomó rumbo a San Francisco. Tenía la mirada perdida en el horizonte, una leve sonrisa en la cara y el temple necesario para una conducción prudente. La carga que portaba se lo exigía.



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Pepi estaba reunida con su asesor financiero. Aquellas acciones que había comprado de una marca textil gallega se habían revalorizado en bolsa hasta niveles insospechados. Y la compra posterior de más de ellas con los ingentes beneficios del nuevo local, les situaban en una posición económica privilegiada. Les colocaban en la élite social de su comunidad. Y la cosa no parecía que fuese a cambiar, al menos próximamente.

-Siga comprando más acciones de Inditex-.

Y el asesor le escribió en un papel la cifra de beneficios que habían obtenido y el montante total de sus cuentas.

Pepi se asombró con la cantidad de números que tenía la cifra.

-Siga con ello. Hasta que yo le diga-. Y se levantó para dar un paseo.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Antonio1968
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por Antonio1968 »

:plas: :plas: :plas:
Con el tiempo un verdadero motero conoce la diferencia entre saber el camino y respetar el camino. ...
anibalga
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Re: EL NUEVO MUNDO DE CLEMENTE. RELATO

Mensaje por anibalga »

:atope:
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