"El gran viaje de Clemente"

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pate
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"El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

Empieza aquí la narración del viaje de Clemente. A lo largo de varios capítulos podremos desentrañar todos los pormenores de semejante aventura. No es necesario indicar, pero lo hago, que todo lo narrado es, sin lugar a equívocos, completamente incierto e inexacto.


PARTE PRIMERA.





<<Aquel Noviembre de 1982, mi gran amigo de la infancia, Clemente Guerra, decidió dar un nuevo rumbo a su vida. Pensó que debería tener mas alicientes que los que tenía ahora. No bastaba con esperar impaciente el fin de semana y salir al campo a comer paella.

Digo yo, que algo tendría que ver, el hecho de hacerlo en compañía de su ya octogenaria madre, su hermana, que traía de serie una insoportable idiotez, su cuñado y los dos hijos, bastante bobos, de ambos.

Fue en el paraje denominado Peñarara, donde, después de sentarle mal el marisco del arroz, suponiendo que un puñado de gambas arroceras con un sospechoso color oscuro en el lomo, fueran marisco, donde tomó una de las decisiones mas arriesgadas, enriquecedoras y también, como veremos luego, mas dolorosas de su existencia.

En el proceso de evacuación rápida que surge tras una colitis repentina, y dado que nadie en su sano juicio lleva papel higiénico en abundancia al campo, cayeron en sus manos las páginas de deportes del As. Destinadas a un uso no previsto como es el de la limpieza corporal, sirvieron con antelación como lectura improvisada, entre apretón y apretón.

La foto en blanco y negro de un motorista italiano, del cual nunca recordó el apellido, pero si su nombre por motivos obvios, Franco, daba pie a la noticia, que a decir verdad, tampoco recordaba. Con el devenir del tiempo supuso que dicha información hacía mención, a algún tipo de gesta o logro del fulano en cuestión.

Lo verdaderamente relevante fue que surgió en Clemente la irrefrenable intención de hacer un gran viaje en moto. Tampoco es que viajar en moto en la década de los ochenta fuera algo insólito. Lo realmente impactante era que mi amigo nunca había subido en una motocicleta, y ni siquiera tenía carnet que le habilitara para ello. Ingenuamente nos decía convencido, que si en la mili había sacado el de camión, ya era suficiente capacitación para el manejo hábil de una moto. Olvidó mencionar que tampoco condujo nunca un vehículo pesado.

El veneno ya lo tenía en el cuerpo. Cuerpo, que todo hay que decirlo, destacaba por su delgadez, su baja estatura, y una barriga considerable, ganada a base de paellas domingueras y sus correspondientes cervezas de litro, ahora llamadas litronas. Al menos su cara no llamaba la atención. Era un tipo que puedes observar de cerca una hora, y mas tarde no recordar en absoluto ni una de sus facciones. Ojos, normales, orejas, normales (con pelillos sobresaliendo de su interior), boca normal con labios corrientes, los dientes en mal estado, pero de tal modo que rara vez abría la boca para decir algo, no suponía ningún dato llamativo. Era un tipo vulgar. Aplastantemente vulgar.

Trabajaba, por decir algo, de conserje en una entidad pública sanitaria. Su misión consistía en vigilar la entrada y salida de las ambulancias del aparcamiento de un edificio del Ministerio de Sanidad. Dicha labor la realizaba con diligencia y abnegación. A las ocho de la mañana abría la cancela del recinto, que luego cerraba a las tres, antes de terminar su jornada laboral. El lapso de tiempo intermedio, lo dedicaba a dormitar, y a apuntar en una libretita los movimientos de las ambulancias, que eran escasos, ya que de las siete ambulancias destinadas a esa encomienda, tres permanecían averiadas sin visos de ser reparadas, y de las restantes, al menos dos, eran utilizadas de forma fraudulenta para realizar portes y mudanzas, y no solían aparecer por allí. Esta actividad laboral de Clemente, contribuía, como es fácil de imaginar, en acrecentar su considerable tripa.

Pero todo cambió aquella sobremesa en Peñarara, mientras evacuaba por cuarta vez, debajo de un madroño. Ahora dedicaba su jornada laboral a informarse doblemente. Que moto comprar para su aventura, y fijar una meta para su epopeya. De lo primero se encargaba leyendo revistas de motos, que le dejaba el quiosquero de la esquina, a cambio de poder estacionar su 2CV en el patio; de un manual de mecánica de los años 50, y de lo segundo se encargaba el Atlas de la época estudiantil, y algún recorte de prensa de viajes o noticias de atentados cruentos, que hacían descartar destinos que a priori, le habían parecido atractivos, como Beirut.>>


Continuará.

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por jomova »

Quedamos a la espera de las vicisitudes de Clemente...........
alapues
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por alapues »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por davscram »

ya era hora de que nos obsequieras con un nuevo relato.....

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por xavikoala »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

IIº

<<Las tribulaciones de Clemente seguían su camino. Se habían convertido en rutinarias. Pasaban las semanas y se acercaban las Navidades. Era una buena ocasión para hacer saber a la familia la intención que albergaba. Un viaje en moto. Un gran viaje. No obstante, parecía no ser consciente de los inconvenientes de dicha ocurrencia. Carecía de moto, del carnet de conducir necesario para tal fin, y su experiencia en viajes no iba mas allá de las comidas campestres en Peñarara, y de aquella salida a fiestas del pueblo de su buen amigo Jorge, que incluyó cuatro horas de desplazamiento en el Ferrobus.

Próximas la Nochebuena y el día de Navidad, su mente, de natural relajada, se había convertido en un hervidero de ideas, de ensoñaciones, de fantasías; y eso supuso, como después contaré, su primer contacto directo con una motocicleta. Andaba pues, despistado, imaginando el placer de sentir la brisa en el rostro, cabalgando a toda velocidad, avenida abajo, siendo la admiración de sus vecinos, incluida la Pepi, aquella moza oronda, protagonista de sus sueños mas húmedos, cuando sin saber cómo, notó un fuerte impacto y su mente se fue al oscuro.

La realidad fue que, en su distracción, no se percató de estar cruzando la calle en hora punta, cuando mas densidad de tráfico había, resultando atropellado. Dentro de la desgracia que supone un hecho parecido, fue un hombre afortunado. Se libró por muy poco de resultar golpeado por una de las ambulancias del parque que custodiaba, con abnegada dedicación, que realizaba una mudanza para una tienda de máquinas de coser. El resultado del brusco frenazo provocó la rotura parcial de una Tricotosa, y un expositor de carretes de hilo de colores, volcó desparramando cientos de ellos por el suelo.

Lo que no fue capaz de evitar, y de ahí su primer contacto directo con el mundo de las motos, fue la Vespa del cartero. El violento golpe dejó a Clemente sin sentido, y el escudo frontal del scooter completamente chafado. El cartero por su parte, deambulaba presa de una ataque de nervios y sangraba de ambas rodillas abundantemente. No tiene relevancia para la historia del buen Clemente, pero señalar que dicho cartero era un beato reconocido y devoto del Cristo de la Peña, y dichas lesiones le impidieron arrodillarse durante varias semanas, lo que provocó una gran aflicción al pobre hombre.

Cuando recobró el conocimiento, deseó perderlo de nuevo. Le observaba con cara de enfado, que era su cara habitual, su aborrecible hermana. Empezó, según su costumbre, a soltarle un discurso, que fue violentamente interrumpido por la vomitona de Clemente. Dichas vomitonas se prolongaron un par de días, acompañadas de mareos, que duraron escasamente una semana. Fingió tales mareos durante tres meses. Ese espacio de tiempo de baja, lo dedicó a todos los pormenores de su aventura. Se matriculó en una autoescuela, con el propósito de sacarse el carnet de moto. Aprendió, a base de tiempo, el manejo básico de la Vespa de la autoescuela, y en el empeño, dos instructores pidieron el relevo en la tarea de aleccionarlo, en vista del poco sentido de la coordinación de la que hacía gala.

Otra parte del tiempo la dedicó a tomar la decisión de que moto comprar. Tenía, en función de su presupuesto, dos opciones claras. Ambas se antojaban, cuando menos, de dudosa fiabilidad para el cometido que les esperaba. Se acercaba ya el final de Marzo, y debía tomar una decisión sin demora.

Por un lado, barajaba comprarse una Vespa 200 nueva, por poco mas de cien mil pesetas. Era una moto fiable, a él se le antojaba suficientemente rápida y robusta a raíz de su encontronazo con la del cartero, y según palabras del vendedor, con un consumo contenido. Podía equiparla con parrillas portabultos trasera y delantera. Cabía la posibilidad de llevar equipaje entre las piernas y estaba equipada con rueda de repuesto.

Por el otro lado, había encontrado una mas aparente motocicleta. Una Sanglas 500 5V, de segunda mano, en color azul eléctrico. Tenía pocos kilómetros, apenas treinta mil, y montaba neumáticos nuevos, el trasero mas ancho que el de serie, lo cual le garantizaba, según el comerciante, un agarre excepcional. Entre los inconvenientes, había al menos dos, a resaltar. Su escasa estatura impedía que apoyara los pies convenientemente. Decir los pies, es una exageración; sería mas apropiado decir “el pie”. Y en segundo lugar, su barriga cervecera, que había aumentado ligeramente a causa de la inactividad, golpeaba en el depósito de combustible, dando como resultado una postura incomoda.

Disponía de algunos días para decidirse, aunque el vendedor de la Sanglas decía que la moto “tenía muchos novios”. Entretanto llegaba la fecha para la obtención, o no, de la licencia para manejar vehículos a motor de dos ruedas. Como mas tarde veremos, la inquietud que le provocaba el examen, resultó del todo estéril. Y de haberlo sabido, no se hubiera preocupado lo mas mínimo. Hubiera empleado el tiempo en decidir el destino de su travesía. Descartado Beirut, puso las miras en lugares mas cercanos, pero no exentos de interés.

Y tomó otra decisión importante. Se dejo bigote. Un espeso mostacho, del estilo al que lucía el protagonista de Easy Ryder, película que alquiló en el videoclub, y que se convirtió en su cinta de culto. Para él, todo motorista debía de tener bigote y viajar con casco jet. Aunque el desconocía dicha denominación, y solía decir casco abierto.

¿Qué moto elegiría Clemente?, ¿que le depararía la obtención del permiso de conducir?, ¿qué destino elegiría para esta, su prueba de vida?. A veces el destino nos tiene reservadas sorpresas inimaginables.>>


Continuará.

Paté.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

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aquí me tienes a la espera de las vicisitudes del bueno de Clemente
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Re: "El gran viaje de Clemente"

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por jomova »

Le voy haciendo caso a Clemente y me dejare bigote para ir a Pingüinos.

Espero con denuedo el próximo capítulo.
pate
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

IIIº

<<Se enfrentaba aquel día de Abril, a su tercera tentativa de superar la prueba práctica del carnet de moto. Las dos primeras se habían convertido en intentos fracasados. La primera vez, apenas duró unos segundos. Los necesarios para calar la moto en el inicio del examen, y oír con sorpresa un sonoro “suspendido”. El tipo grueso y con perilla que formuló dicha aseveración en tono burlesco, no le era del todo desconocido. Su cara le recordaba a alguien, y si bien, haber escuchado el tono jocoso en que proclamó su fallido intento, hubiera provocado en otra situación, cuando menos, un ataque de ira, se mostró complaciente con el individuo. No dejaba de pensar a quien le recordaba el tipo.

Su segunda intentona fue aún peor, y el grito de “suspendido”, aún mas sonoro. Esta vez un exceso de ímpetu en la arrancada, se materializo en un caballito prácticamente vertical, que atravesó toda la pista de evaluación, deteniéndose bruscamente contra uno de los coches de practicas que aguardaba turno para hacer la “L”. Lamentablemente, Clemente no recordaba nada, al perder el conocimiento en la caída, y recuperarlo minutos mas tarde. Tuvo noticia del abandono de la tarea de instruirle del tercer profesor, que a lo lejos discutía a empujones con el colega del coche golpeado, a través de otro de los alumnos.

A decir verdad, aquella tarde del segundo examen, se sentía abatido y triste. Para animarse decidió ir al mercado central y comprarse unas pocas gambas, para hacerse una paella, y tratar así, de levantar el ánimo. Su camarada Jorge, ese buen amigo de toda la vida, se ofreció a acompañarle. Nada mas hubieron entrado en el mercado, y junto a la sección de carnicerías, su corazón dio un vuelco. Allí estaba ella, junto al puesto de Chacinas Belmonte; la mujer que despertaba en él esa pasión secreta y que llenaba su mente de fantasías, y por que no decirlo, de ilusiones casi infantiles. La Pepi. La mismísima Pepi. Y de pronto cayó en la cuenta de a quien le recordaba el examinador que a voz en grito, y disfrutando sobremanera, le perforaba los tímpanos con sus “suspendido”. No cabía duda, debían ser hermanos. Quizás, hermanos gemelos.

No tardó en salir de dudas. Aquella mujer rotunda, que le sacaba una cabeza en altura, y que debía pesar al menos, el doble que él, en cuanto le vio se abalanzó a buscarle y se mostró para su sorpresa, cercana y cariñosa. Al parecer, ella también debía sentirse atraída por su persona, y esa admiración secreta, era compartida. Estaba de suerte.

Como mujer que era, no tardó en percatarse que algo anormal le sucedía a Clemente. Su cara reflejaba una tristeza poco habitual en él. Y eso, que no se si he dicho, su cara era de lo mas anodino del mundo. Una cara que nadie recordaba después de haber estado mirándola. Interrogado por el motivo de su pesar, Clemente le relató lo que le había sucedido en sus exámenes. Y ella al asombrado gritito de, “no me digas, si el tonto de mi hermano es uno de los examinadores”, le aseguró que no tenía de que preocuparse, que “ya me encargaré yo de que apruebes el próximo día”. Recogió de la parada, medio kilo de longanizas, un cuarto de mortadela, dos sobrasadas, tocino rayado, papada de cerdo, tres chorizos picantes, un “fuet de esos que le gustan al maricón de mi hermano” y dos morcillas de Burgos. También compró dos lonchas de jamón de york sin sal, para su caniche.
Y pasaron por la cafetería para tomar un tentempié. Ella, un chocolate y dos croisanes y él, dos cervezas. Fue un rato muy agradable, sobre todo cuando ella le rozaba la mano como sin querer, mientras le contaba que acababa de poner cortinas nuevas y su perrito se había encaprichado de ellas y no paraba de mearles, a nada que se descuidara. Animalito. Y casi sin darse cuenta, habían pasado ya dos horas, y su amigo Jorge estaba en paradero desconocido. La realidad fue que nada mas entrar el recinto del mercado, le dijo (aunque él no le oyó, presa de la excitación de ver a su icono de belleza) que debía ir un momento al baño, que andaba flojo de tripas. Y algo corriente en Jorge, se quedó dormido en el retrete, hasta que hubieron cerrado a las ocho de la tarde la plaza. Él no estaba en condiciones de echar de menos a nadie, él era feliz, o casi.

De tal modo, que ese día de Abril, que suponía su tercera tentativa de conseguir el ansiado diploma de “apto para conducir motocicletas de más de 75cc”, se sentía bien. Con templanza y seguridad. Tales condiciones de confianza, no supusieron ninguna ventaja en su realización, aunque es de justicia reconocer que la moto, esta vez si, se puso en marcha correctamente, realizó el primer slalom con soltura, la prueba del “ocho” salió perfecta, al igual que “la tabla”, el obligatorio cambio de marcha, y la frenada. Cambió el grito de suspendido, por el de “aprobado”, y el examinado recogió el papelito que, por fin, le habilitaba para el menester que tanto anhelaba.

Alguien avezado en la difícil tarea del reconocimiento facial, se hubiera percatado de que no era Clemente quien había superado el examen, aunque el papelito pusiera que si. No era una practica extraña que los examinadores hicieran la vista gorda a la hora de comprobar el D.N.I., y la prueba la realizara un sustituto, que esta vez si, era hábil y capaz de aprobar. Tan solo le basto a Pepi, amenazarle a su hermano con ponerse a dieta, lo cual implicaba que “él” también se pondría a dieta, para convencerle de que Clemente Guerra, debía ser apto, si o si, para conducir motos legalmente. En aquel instante cogió el teléfono, y movió los hilos necesarios, para que así fuera. Y es que la Pepi, cocinaba como los ángeles.

Superado el primer obstáculo en su difícil encomienda de realizar un gran viaje, y además hacerlo en moto, tocaba decidir que máquina iba a ser su fiel compañera de viaje. Acudió asiduamente a una taberna donde, los viernes por la tarde, solían acudir moteros a contarse sus batallitas. De oído fino, Clemente se empapó, entre cerveza y cerveza, de la jerga motera, de las costumbres que tenían, como esa de sacarse los cuernos cuando se cruzaban con otro “compañero”, la de hacerse ráfagas (costumbre que él llegaría a practicar en contadas ocasiones, como después veremos), y a habituarse a términos como “inclinada”, “par motor”, asunto este que le produjo sorpresa al saber que se construían motos con dos motores, “patinar el embrague” y un largo etcétera de vocablos que con posterioridad alcanzarían todo su valor y significado.

Se compraría la Vespa 200 sin mas demora. Esa fue su elección primera, que a tenor de los acontecimientos para él desconocidos, se truncó de manera inesperada. Aquella bonita mañana de medidos de Abril, próxima ya la Semana Santa, se acercó al concesionario VespaVeloz de su localidad, con la intención de apalabrar la compra de su primera moto. Había llegado a sus oídos que podía elegir entre una extensa gama de cuatro colores, negra, blanca, roja y plata. Y la verdad es que se antojaba una tarea complicada, si bien la de color rojo le recordaba el color de las mejillas de Pepi, con la cual solía quedar a merendar en la cafetería donde se hablaron por primera vez, y donde se ponía al día sobre los avances en el adiestramiento del caniche y su tenaz afición a orinar en los visillos nuevos.

Pero, la vida, ya lo he dicho en otro párrafo, no es lo que uno espera que sea. Cuando Clemente se acercaba al lugar de la concesión, pudo ver que algo pasaba. Varias dotaciones de bomberos, una espesa humareda, ambulancias (una de ellas en llamas) y municipales tocando el silbato, formaban parte del escenario. Según pudo saber, se rumoreaba que había sido un atentado anarquista, ya que sobre lo que unas horas antes había sido un concesionario de motos y cortacéspedes, había un despacho que en tiempos fue sede de la Falange, aunque desde hacía tres años, era un centro de yoga. La realidad era mas peregrina. Simplemente el conductor y el camillero de una ambulancia, que en esos momentos se dedicaba a una mudanza, no fueron lo suficientemente diligentes en el cometido, y olvidaron apagar un brasero que formaba parte del traslado, que con el movimiento implícito de la furgoneta, acabó extendiendo las brasas sobre uno de los colchones de borra que prendió instantáneamente. Como quiera que los funcionarios estaban concentrados en dilucidar el resultado Valencia-Español de la quiniela, para cuando quisieron darse cuenta y detener el vehículo, este ya parecía una réplica a escala del “Coloso en Llamas”.

De no haberse parado junto a un camión de reparto de butano, la cosa no hubiera pasado del incendio fortuito de una ambulancia, que casualmente era del parque donde ejercía su labor de conserje Clemente. Trabajo que realizaba con esmero y diligencia. Pero al parecer, el fuego y las bombonas de butano, no son buenos aliados cuando se trata de evitar el peligro de explosión. Una de las bombonas que detonó con gran estruendo, fue a parar directamente al escaparate de VespaVeloz, y como quiera que en un concesionario de motos y material de jardinería existen componentes inflamables, no tardó en propagarse un gran incendio, que terminó en pocos minutos con mas de treinta motocicletas, docenas de podadoras, cortacéspedes, motoazadas, y un precioso Lagonda de los años 30 que el propietario guardaba en el fondo del taller, para evitar que sufriera daños. Una autentica joya del automóvil echada a perder.

Afortunadamente no hubo desgracias personales. Reseñar que un empleado de Correos que se encontraba recogiendo una Vespa que meses antes había sido víctima de un accidente, que terminaba de ser reparada, y en el cual sufrió daños considerables en sus rodillas, resultó herido de poca consideración en el cuero cabelludo, al prenderse fuego con la primera deflagración. Perdió el pelo y una espesa barba que lucía en homenaje al Cristo de la Peña, del cual, se comentaba, era gran devoto.

Dadas las circunstancias, la elección de la moto, se había simplificado mucho. Clemente estaba aprendiendo, que muchas veces es inútil devanarse los sesos con cuestiones, que sin razón aparente, parecían resolverse solas. Se dirigía sin perdida de tiempo a ver si seguía en venta la Sanglas 500 5V, no fuera a ser que uno de los muchos novios que tenía se le fuera a adelantar.

Pero eso será en el próximo episodio.>>

Continuará.

Paté.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por alapues »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Ferxo »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Triply »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Sirocco »

Cojo sitio y espero impaciente al próximo capitulo.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Minimoto »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

IVº


<<Tan pronto el vendedor de la Sanglas vio aparecer a Clemente, simuló estar hablando por teléfono. Le hizo un gesto con la mano, a modo de saludo, y procurando que este oyera la conversación, fingió estar a punto de cerrar un trato con uno de los muchos “novios”que tenía la motocicleta.

Clemente a pesar de su apariencia abobada, era un tipo listo. Vaya que si lo era. Fue escuchar la conversación, y tener la certeza que la moto que estaba a punto de comprar, era una verdadera joya. Cuando el comercial se acercó a él, hecho un prodigio de cortesía, supo que de algún modo debería convencerle para que la moto fuera suya, ya. Un billete de dos mil pesetas en el bolsillo de la camisa, terminó de convencer al individuo, que en un movimiento relámpago, hizo que el billete colorado encontrara acomodo en su billetera.

Cerrado el trato. debería esperar al día siguiente para que la concesión pudiera realizar los trámites burocráticos. Lo que se dice, hacer la transferencia, una vez cobrado el importe de la moto. Había conseguido además que le regalara un casco jet Bieffe y unos guantes Clice.

Tal era su estado de excitación que no pudo reprimir buscar una cabina telefónica y llamar a Pepi. No sabía si la encontraría en su domicilio. De hecho, a pesar de haberse citado con ella en varias ocasiones, ignoraba a que se dedicaba, y por lo tanto no sabía si la encontraría en su domicilio. Y de nuevo, la fortuna estuvo a su lado. La Pepi estaba en casa.

Cuando descolgó el auricular, su voz no sonaba muy alegre, al contrario de lo que solía acostumbrar. Al parecer no tenía un bien día. Su hermano, no había podido acudir al trabajo, victima de una ataque de gota, y ella debía soportarlo las veinticuatro horas en casa. No obstante, su registro de vocal fue animándose a medida que charlaba con Clemente. Este hombre le hacía reír, le sentaba bien. Y no es que fuese un tipo locuaz ni dicharachero, ni siquiera era un hombre que interesara por guapo. Sirva de dato, que era un tipo que podrías mirar a la cara un largo rato, y luego ser incapaz de decir el color de sus ojos, o de que tamaño tenía las orejas. Pero causaba en ella un estado de bienestar nada despreciable. Se ruborizaba al recordar que incluso tenía fantasías sexuales con él, pero recobraba la calma, y se sosegaba al pensar que nadie era consciente de ello. Salvo ella misma. Pero de pronto volvía a verse vestida tan solo con ligueros rojos y medias de color negro, y el resto de su inmensidad al desnudo, persiguiendo a “su” hombre, que extrañamente en la fantasía, lucía un cuerpo mucho mas atlético que el que la dura realidad certificaba. Volvió a ruborizarse, y tranquilizarse.

Las excelentes noticias que su amado le había transmitido, le pusieron definitivamente de buen humor. Tomo cartas en el asunto. Encerró a su hermano en la alcoba, le prohibió salir de allí hasta nueva orden, e invitó a Clemente a comer. Preparó unos garbanzos con tocino, morcilla, chorizo y unos trozos de carne, que luego retiró para guisarla con tomate y pimientos morrones. De ración, costillas adobadas de cerdo, con boniatos al horno, y de postre, arroz con leche. Bajó al colmado y compró cerveza de la marca que le gustaba a Clemente y para ella, unas botellas de mosto y un anís para ayudar en la digestión.

En el primer plato, Clemente se esforzaba en instruirle sobre el difícil arte de llevar una motocicleta con pericia. Le explicó como era el casco, de color negro, al cual tenía pensado pintarle al óleo sus iniciales, CGT, Clemente Guerra Tapiz, de color rojo intenso. En el segundo plato, mientras Pepi daba cuanta de su tercer boniato asado, le hacía saber que lo mas complicado era, según su experiencia (casi nula), acelerar en la medida justa. Adecuar la velocidad propia, con las de la circulación colindante. Él, había disfrutado tan solo de una velocidad equivalente al paso humano, cuando conseguía no calar la moto, y de una velocidad excesiva, antes de truncar su alocada carrera contra el Seat Ronda de la autoescuela rival. Pero confiaba en su instinto motero, hasta la fecha adormilado, para poder triunfar en su encomienda.

Con el arroz con leche, y ya por su quinta cerveza, le prometió que cuando tuviera ya la suficiente seguridad, le llevaría a dar una vuelta. Iría a Peñarara un domingo, y comerían una de sus paellas. Pepi se sintió a la vez, halagada y tremendamente preocupada. No le gustaba la paella de marisco. Por lo demás, ningún inconveniente.

Y llegó el día ansiado. Allí estaba esperándole en la acera una reluciente moto azul eléctrico. Sin duda recién lavada, los radios de la rueda brillaban al sol que se dejaba ver, entre unas nubes que adquirían un, cada vez más, color gris titanio. El tupido mostacho, apenas dejaba observar una sonrisa inmensa, franca, como la que luciría un niño con el barco pirata de Playmobil.

El vendedor pasó a enseñar a Clemente las funciones básicas de los mandos. Luces, intermitentes, claxon, y un mágico botoncito que permitiría (o no) el arranque del monocilíndrico nacional. Donde puso mas empeño fue en tratar de enseñarle a arrancar el motor con el pedal dispuesto para tal fin. No fue un esfuerzo baldío, mas adelante se revelaría como indispensable. Y advirtió de algo que a Clemente le sonaba como si Enstein le estuviera dando una master class de física nuclear. Le hablaba de compresiones del pistón, le alertaba de las consecuencias de no dar la patada con decisión, de punto muerto superior y cosas que dos minutos después ya no recordaba.

Practico durante al menos media hora, la maniobra de subir y bajar de la moto. Siempre con la supervisión del vendedor que mostraba signos de fatiga. Con el caballete colocado, pie izquierdo sobre estribo izquierdo y alehop, sentado. Fuerte impulso hacía adelante, cuestión simple debido a la gran barriga de Clemente, apoyo de pie, meter primera velocidad y partir rumbo a la libertad.

Se sorprendió al conocer que, al contrario que la Vespa, la caja de cambios estaba en el pie.Estaba en el pie izquierdo, donde en la Vespa no había nada. Y en cambio, el comercial insistía, para su asombro, que debería frenar con la maneta derecha, esa que accionaba el freno inútil de la otra máquina. El embrague, eso si, estaba en el sitio correcto, si bien permanecía en una posición fija, y no basculaba en absoluto.

Como quiera que la primera rodada, la hizo pensando cada movimiento, intentando recordar que palanca o maneta accionar, no surgió problema alguno. Primera con el pie izquierdo, la moto arrancó con cierta brusquedad, pensó, apretó embrague, metió segunda, y aceleró con decisión. Dejo de pensar, estaba embargado con la insólita sensación de velocidad. El velocímetro, que por supuesto no miró, marcaba unos buenos cincuenta por hora, o sesenta. Quizás cuarenta. Difícil de determinar por la imprecisión y la oscilación del mismo. Tanto daba. El cilindro rugía a tope de vueltas. Pensó de nuevo. Embragar, meter velocidad, tercera, soltar embrague y disfrutar de una aceleración fulgurante. Se encontraba rodando cómodo. Se pasearía largo rato en esas condiciones. De no ser por que, víctima de su alteración, no pudo percatarse que circulaba en dirección prohibida. La suerte estaba de su lado, ni un solo vehículo vino a su encuentro, ni uno. El hecho de circular en sentido contrario al natural dela vía, le impedía ver ningún semáforo. Se saltó varios cruces sin que, milagrosamente, se cruzará autobús urbano alguno. Ni un maldito taxi. Era feliz.

Hasta que decidió detenerse. Mas que decidirlo, se vio obligado. No sentía las manos, debido a las inmensas vibraciones. Le dolía el culo, en el cual notaba una especie de hormigueo por el mismo motivo. Detenerse fue un poco mas complejo. Pensó, redujo una velocidad, la moto bloqueó un poco la rueda trasera debido a la poca finura con que realizó la maniobra, se asustó, perdió la concentración, dejo de pensar, aceleró a tope simultáneamente a coger la maneta izquierda, volvió a reducir una velocidad, la moto tosió, y con una tremenda derrapada al soltar de nuevo el embrague, se detuvo a trompicones. Otro milagro fue que consiguió colocar el pie y no caerse.

Con la moto calada, también se percató de que unas gotas de sudor le corrían de pronto por el rostro. Era algo raro, el nunca sudaba. Y ahora tampoco lo hacía. Simplemente se desataba una tormenta y caían gotas del tamaño de una aceituna.

Allí estaba. En medio de la avenida, en sentido contrario, lloviendo a mares, con la moto tan calada como él mismo, y con una sensación, de que no iba a ser tan idílico el viaje en moto. Pero era un tipo optimista, y solo con pensar en la excursión con la Pepi que tenía en cartera, recobró la presencia de ánimo necesaria. Aparcó la moto allí mismo, se metió en el bar de la esquina, y esta vez no tomo cerveza. Un pacharán con hielo, para templar los nervios, se le antojó mas adecuado.

Continuará.>>


Paté.
Última edición por pate el 26 Ene 2014, 21:01, editado 1 vez en total.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

Por motivos ajenos a mi voluntad, esta última entrega ha sido publicada a toda prisa y sin ninguna revisión (esto es cosa habitual en mi.....). Disculpar si hay alguna incongruencia o error, mas tarde lo revisaré, si puedo.

Un saludo.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Anherko »

Estoy empezando a empatizar con este alegre celador :P
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

Que grande eres pate. Me encanta tu narracion enhorabuena, si nos vemos y nos conocemos por Pamplona tienes unas :XX: :XX: pagadas.
E SE CHOVE, POIS QUE CHOVA.
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