"El gran viaje de Clemente"

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ekinox
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

Lo que me gusta leer este relato de Paté Cada vez que nombra una moto o un coche ya lo estoy buscando en imagenes de san google. Bravo por ti Paté. :clap: :clap: :clap: :plas: :plas: :plas:
E SE CHOVE, POIS QUE CHOVA.
pate
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

Es que uno ya tiene una edad......de ahí que el relato esté ubicado en los ochenta, y los vehículos que aparecen son recuerdos de mi juventud.

Lo que me gustaba la Guzzi LeMans!!!!!!!
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
SERGIO123
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por SERGIO123 »

pate escribió:Es que uno ya tiene una edad......de ahí que el relato esté ubicado en los ochenta, y los vehículos que aparecen son recuerdos de mi juventud.

Lo que me gustaba la Guzzi LeMans!!!!!!!

Por lo que tendras entre 45 a 50 años..... Jeje indagando.....
Yo tambien miro en internet las fotos de las motos y los coches que nombras, ya que por edad me son desconocidos.
Y empezar la casa por el tejado!!!


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pate
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

XVIIº

<<Aquella velada hizo entrega de los obsequios a Domingo, que había vuelto de resolver algunos asuntos privados. Extrañamente ninguno de los dos estaba de humor para cenar y decidieron retirarse temprano a descansar. Clemente por tener que madrugar para seguir su recorrido, y “Dodó” para descansar de Clemente.

No es que hubiese sido una mala compañía, todo lo contrario, pero es que la vida sosegada y tranquila que llevaba en la campiña francesa, una vez truncada por el desenfreno de aquel hombre, que pronto sería pariente, le había llevado al agotamiento físico. Además aquella visita le hizo recordar como eran los días de juerga en su país natal, nada parecidos a los de este lado de los Pirineos. Echaría de menos a Clemente, sin lugar a dudas.

A una hora de allí, su esposa Odile, recobraba en manos de un nutrido grupo de facultativos, la presencia de ánimo necesaria para continuar viviendo. Aquel espíritu noble, se había visto sobrepasado por los acontecimientos; por un momento temió por su vida, y por la de sus invitados. Recordaba nítidamente la imagen de la baronesa de Petitfeulle, corriendo despavorida por el pasillo, absolutamente empapada y con las prendas intimas en los tobillos, dificultándole sobremanera la huida del ataque terrorista. Tenía viva la imagen de su caída, producto de un tropiezo, que acabó con la baronesa, y sus ciento treinta kilos de humanidad, abalanzándose sobre la cómoda de ébano, arrastrando en su ruidoso desplome todos los portarretratos de plata y un jarrón con un ramo de petunias preciosas. Pidió a la enfermera que la atendía que subiera el volumen del “Lago de los cisnes” de Tchaikowsky, y se adormeció y soñó que podía volar, una vez más.

Clemente despertó temprano. A pesar de haberse duchado el día anterior, tomó otro baño. Mirándose al espejo, observó como un lado de su bigote, el que había resultado chamuscado, desentonaba con el otro. Por primera vez sufrió un ataque de vanidad y decidió arreglar el entuerto. Como era una persona ingeniosa y practica, no pensó en recortarse el mostacho e intentar igualar su aspecto y longitud. Su mente clara le llevo a coger el mechero que tenía en el equipaje, y prenderle fuego a los pelos que estaban intactos. De ese modo no cabía duda que ambos lados del bigote se igualarían. Nuevamente tuvo un error de cálculo, y ese lado prendió de forma más viva que lo supuesto. Para cuando quiso apagar el incendio capilar, ya era tarde. Ahora ese lado del bigote estaba peor que el otro. Tirando de su vena lógica, decidió dejarlo tal y como estaba y dar por concluido el asunto. Tanto daba.

Desayunó levemente a pesar de no haber tomado nada la noche anterior. La chica de servicio le sirvió café con leche y una especie de bizcocho infecto y repugnante llamado Pain d´epices, untado en mantequilla. Él era más de tostadas, aceite y ajo.

Salió al exterior con su equipaje, ayudado por la chica, y descubrió su Sanglas en perfecto estado esperándole en la puerta del garaje. El jardinero portugués le ayudó a estibar las alforjas, la bolsa, la paellera levemente abollada en un asa, y el camping-gas. También tradujo lo que el mecánico le iba diciendo. Había conseguido la válvula que sustituyó a la estropeada en una concesión de Zaragoza. Para ello su yerno condujo todo el día anterior y él había pasado la noche en vela reparando la moto con tal de verlo largarse cuanto antes. Esto último no fue traducido por el hombre. Afinó todo el motor, rectificó la culata, cambió rodamientos de la rueda trasera. Apretó cada tormillo y lo fijo con una cola especial, endureció la suspensión trasera que era la causante de la terrible oscilación de la moto. Dijo que lo mejor de la moto, era una soldadura que tenía perfectamente realizada en el portabultos trasero, y le deseó que nunca más volviera por allí. Esto tampoco fue traducido.

Clemente agradeció al hombre su esfuerzo, y en su fuero interno pensaba que era un poco fantasma, y que no debía saber mucho de mecánica, y que lo único que hacía era pasar el rato quitándole el polvo a los coches viejos que custodiaba en el pabellón. No sabía que aquel hombre había sido mecánico oficial de una escudería en los años treinta, ganadora de varios Grand Prix con un Bugati Type 19. Usó el baño del pabellón para aliviar su vejiga, y de regreso a la moto ralló accidentalmente con el llavero que colgaba de su pantalón, el DS Cabriolet que aún tenía la pintura original. Gracias a Dios, la ralladura apenas tenía treinta centímetros y nadie le había visto.

Ya subido en la moto, percibió que esta vibraba menos, y cuando iba a meter primera, vio a lo lejos a Domingo ataviado con un pijama verde con motivos en rojo que representaban el “Ave Fénix” cómo se acercaba a despedirse. Bajó de la moto, y abrazó la humanidad de su nuevo amigo, y casi pariente. Se despidieron.

Ya de ruta, su próximo destino sería la capital del país. Según parecía Paris era una ciudad impresionante, llena de museos, de grandes avenidas, tiendas fantásticas, con edificios majestuosos, y bulliciosa. Para él fueron dos días aburridos, y no había nada que reseñar. Una gran torre oxidada, llena de luces y plagada de gente, mucha iglesia, malos bares, y un tráfico caótico. En unos barrios, todos sus moradores eran negros, en otros vietnamitas, en el del al lado argelinos, y donde el estaba alojado, en las afueras, todos eran armenios. Fueron dos días aburridísimos, y para nada recomendables, exceptuando el barrio de Pigalle, donde por lo menos había gente normal por las calles, muchas putas en las puertas de los cabaretes, clientes que fumaban droga, e incluso un tío al que le faltaba un ojo, le ofreció pastillas iguales a las suyas.

Al tercer día salía de Paris por la A26, dirección a Calais, con intención de tomar el Ferry para Dover, y pisar por fin tierras inglesas. El viaje de poco menos de trescientos kilómetros podría ser recorrido en unas tres horas y media, según calculó. Volvió a anotar que en un viaje nunca se pueden hacer pronósticos a la ligera, y sólo salir de Paris, le tomó una hora larga. Un motivo más para no aconsejar a nadie ir a ver una de las ciudades más horrorosas del mundo.

La moto se comportaba de una manera exquisita. Aquel hombre había tenido mucha suerte y sólo la fortuna, había sido la causante de que acertara en los reglajes de la máquina. No solo corría más, sino mejor. Apenas oscilaba, y el motor, mucho menos vibrante que antes, era capaz de puntas de entre ciento treinta y ciento cincuenta de marcador. Oscilaba de la misma manera que siempre, así que aquel tipo “no era tan bueno” en lo suyo.

A medida que se acercaba al punto de destino empezó a recordar que la travesía en barco iba a ser el momento más complicado del viaje. No era amigo de barcos, pero era la única manera de atravesar el canal. Decían que estaba proyectado un túnel bajo el agua, pero eso era a todas luces imposible. Cómo que el no había echo túneles en la playa con los idiotas de sus sobrinos, y apenas soportaban medio minuto y eso que eran de la longitud de un brazo. Pensó que el ser humano es a veces un poco presuntuoso, y aquel era un ejemplo de ello.

A pocos minutos de llegar pudo observar como el creciente tráfico, estaba plagado de matrículas extranjeras. Por una vez pensó en matrículas no francesas. Mucha autocaravana con ancianos sonrientes y de color muy blanco. Coches con niños pegados a las ventanillas, o adolescentes con cara de mala leche. También observó mucho movimiento de motos. Italianos, holandeses, alemanes con motos estupendas y nuevas, casi todas BMW, ingleses de regreso a casa, y tan sólo un español, un chico de Málaga a lomos de una Guzzi California, que según le dijo, iba como casi todos los otros a la Isla de Man, donde se celebraba una afamada carrera. El chaval, todo simpatía, le felicitó por la gesta de llegar allí con ”esa motillo”, y le deseó suerte “porque la vas a necesitar”. Clemente ofendido, le escupió con fuerza y se dio cuenta de la tontería cuando el gargajo se estampo en el interior de su visera.

Llegó al puerto de Calais, donde todo estaba muy organizado. Aparcó la moto en la zona habilitada y entró en la terminal para comprar el pasaje. Lo hizo al lado de unos motoristas suizos que parecían salidos de un escaparate. Las motos, unas Honda Goldwing GL 1100, una de color negro y las otras dos granates. Le miraron, como ya venía siendo habitual, con cierto aire de desprecio y de superioridad y él les devolvió la cortesía con el dedo central de su mano elevado. Observó cierta tensión en el ambiente, y como dos de los suizos, cuya fama no iba más allá que la de hacer un tipo de bollería, sujetaban al otro que parecía dispuesto a pedir explicaciones.

En la cola para obtener pasaje, los suizos estaban por delante de él. Risitas poco disimuladas, miradas de reojo y reprobaciones a su aspecto, poco sofisticado. Decidió pasar de ellos, y disfrutar del día perfecto que había salido. El sol del mediodía brillaba en lo alto, unos veintidós grados de temperatura, el mar como un espejo, apenas unas olas pequeñas. Si duda las condiciones ideales para un travesía en barco. Seguía estando nervioso, pero le reconfortaba saber que eran sólo unos treinta y cinco kilómetros de travesía, y que por muy lento que fuera el buque, sería un paseo breve.

Después de pedir su pasaje hablando en voz muy alta y despacio para que le entendieran mejor, y tras comprobar que la chica del mostrador hablaba castellano a la perfección, lo mismo que francés, inglés, italiano y sabe dios cuantos mas idiomas, cogió la moto y se dirigió a la cola de embarque. Aunque faltaban cuarenta minutos para comenzar la maniobra, era mejor estar prevenido. Observó como la tripulación, todos asiáticos, manipulaban cuerdas, llaves, revisaban la plataforma de acceso. El navío se llamaba Oxfordshire y tenía la pintura un poco deteriorada. Pensó en que el hermano pequeño de su amigo Jorge, que era pintor de brocha gorda, tendría faena para bastante tiempo, y lamentó no tener ninguna tarjeta de él para dejarla por si le querían llamar. Tenía fama de trabajar bien y barato.

Llegó la hora de embarcar y se sintió afortunado al ver que los suizos estaban muy por detrás de él en la larga cola. Embarcaría antes que ellos, a joderse tocan. Cuando llegó a la barrera, el policía de aduanas que le pidió la documentación, lo apartó de la fila. Mientras, los demás iban embarcando y Clemente se empezó a poner nervioso. La fila de camiones también avanzaba diligentemente. Revisó su pasaporte tres veces, empezaba a ser una maldita costumbre, y le interrogó sobre su visita al Reino Unido. Le dijo que turismo, y ver Inglaterra. Registraron el equipaje, y dieron con las pastillas. Clemente que sabía como mantener la calma, les dijo que eran para el mareo, que tenía cierta propensión al desmayo inoportuno, y que aquello le aliviaba la patología. Los suizos pasaron delante de él, y el policía ni les miró.

Por fin, justo en el instante en que un miembro de la tripulación que iba uniformado y con gorra pasó por delante de él mirando al cielo con cara de pocos amigos, el funcionario le dio vía libre. Uno de los asiáticos le indicó que subiera por la rampa con cuidado, y en el leve despiste que le provocó una morenaza que estaba en un coche al lado de su moto, Clemente se aproximó en extremo al borde de la rampa, y con la paellera le sacudió un golpe en la entrepierna a un buen hombre que ayudaba en el embarque, y este perdió el equilibrio, producto del dolor que produce tal circunstancia, cayendo a plomo y dando dos volteretas antes de amerizar de un espaldazo seco. Para cuando izaron al señor, Clemente ya se había esfumado al interior del buque, y ya que nadie pudo dar una descripción fideligna de la cara del motorista, a pesar de haber docenas de personas por allí, la cosa no pasó a mayores. Era un tipo que podías estar mirando detenidamente durante horas, y al poco no recordar ni uno de sus rasgos.

Le hicieron colocar su moto en uno de los sitios mas difíciles de la plataforma. Un rincón donde había un extractor de humos muy ruidoso y que llenaba todo de polvillo. Sin duda que la moto acabaría perdida de polvo, lo cual no era ajeno a los suizos que reían sin disimulo, mientras amarraban con ayuda de un filipino las motos en un lugar amplio y cómodo. Justo al lado de los camiones que ocupaban el centro de la embarcación, para estabilizar el barco. Clemente tardó en encontrar eslingas para sujetar la moto, y las que le ofrecieron, no estaban en el mejor estado del mundo. Pidió a un miembro de la tripulación ayuda y este le hizo saber por señas que no podía atenderle ya que llevaba ropa seca aun compañero que se había caído al mar.

Cogió la bolsa sobre depósito y abandonó la bodega del barco. Justo en ese momento sonó un tremendo pitido, que al parecer anunciaba la partida del barco. Se apresuró en subir a una cubierta para ver la maniobra, y detectó donde se encontraba uno de los bares del a nave. Necesitaba algo para templarse. Cuando el barco hubo zarpado y ya encaminaba la salida del puerto, volvió a observar como un marino miraba al horizonte y sacudía la cabeza con gesto de desaprobación. El miró hacía el punto donde miró el marino, y tan sólo vio unas nubecillas de color gris intenso. Muy alejadas y con aspecto de inofensivas, a buen seguro que no serían motivo de preocupación.

Ya en el bar, un par de vermús contribuyeron a un estado de calma controlada. Apenas se divisaba la costa, y era meridianamente claro que aquella era una ruta muy transitada. Enormes buques de carga, un petrolero inmenso, varios ferrys e incluso un velero con bandera de Gibraltar, guiado por una pareja de individuos con barba y quemados por el sol. El día ya no era un día soleado. Las nubecillas, eran ya un manto de nubes negras, y empezaba a soplar un fuerte viento. La mar ya no era un espejo, las olas empezaban a ser lo que se llama “pedazo de olas del carajo” , y aquel montón de hierro a medio pintar se sacudía con fuerza.

Miembros de la tripulación corrían de un lado para otro despejando la cubierta del pasaje. Obligaron a todos a sentarse en las butacas, cerraron el bar, donde los camareros recogían la vajilla y las botellas a toda prisa, y fue cuando Clemente se empezó a preocupar. Entonces y cuando vio como los tripulantes iban de un lado a otro corriendo, intentando mantener el equilibrio, enfundados en chalecos salvavidas.

Una fuerte ola sacudió el barco. Este crujió de una manera brutal, se tambaleó de un lado para otro, y se apercibía el ruido de las máquinas funcionando a toda potencia. De nuevo una sacudida, esta vez mayor si cabe. Y una tercera. Las mujeres gritaban, y los niños reían divertidos con aquella especie de montaña rusa marítima.

Fue la travesía mas horrorosa en décadas, tal y como afirmó el capitán horas más tarde. Nunca en su ya larga carrera de marino había estado a merced de las olas durante tanto tiempo. Hubo que demorar seis horas la entrada al puerto de Dover, por la ingobernabilidad de la nave. Una vez pasada la galerna, se supo que al menos dos buques que habían quedado a la deriva zozobraron. Un pequeño velero, había sido engullido por una ola de diez metros y sus dos tripulantes, que estaban dando la vuelta al mundo, habían podido ser rescatados por un paquebote de forma milagrosa.

Por lo que respecta a Clemente, no fue consciente de prácticamente nada. Después de vomitar dos veces, se había desmayado, y pasó todo el rato en estado comatoso.

En sus desvaríos se creyó Cristóbal Colón, vio a Odile vestida de papagayo volando sobre el portaviones Eisenhower, a domingo disparando a los tres suizos con un trabuco de borda, y a la Pepi montada a horcajadas sobre el casco del Poseidón hundido.

Una vez reanimado por un equipo médico trasladado de urgencia al buque, lamentó haber vomitado sobre la señora que ocupaba la butaca delantera. De todos modos ella aún no había recobrado la consciencia y no le importó demasiado. Media hora más tarde bajó a las bodegas, donde una especie de cataclismo parecía haber sacudido el interior. Tripulantes de un lado a otro, agentes de seguros fotografiando todo, policía de aduanas, servicio de emergencias, bomberos e incluso un capellán prestaban asistencia a los pasajeros. Una autocaravana estaba desmantelada por completo, un Fiat 130 se había soltado de amarre y estaba sobre un descapotable Mercedes. Un camión había perdido su cargamento rodamientos de acero reforzado, y otro cargado con pequeños contenedores de productos químicos había desparramado parte de su carga sobre las motos de los suizos, que ya daban por perdidas sus máquinas, que humeaban a causa de los ácidos desprendidos. Lamentablemente para ellos, ahora ya no encontraban motivos para reír. Clemente les saludó con el dedo corazón en todo lo alto.

En cambio la Sanglas se encontraba en estado impecable, gracias a su emplazamiento, a priori desafortunado. Le hicieron desembarcar lo más rápido posible, y descendió la rampa con dificultad. De nuevo un tímido sol le dio la bienvenida a la pérfida albión. Allí un empleado de la naviera le preguntó si tenía alguna reclamación que hacer, y el buen Clemente le dijo que si, que habían cerrado el bar y que eso era intolerable. La cara de sorpresa del hombre fue memorable. Siguió la marcha y leyó a lo lejos “Welcome to the United Kingdom”.>>

Continuará.

Paté.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Humphrey »

=)) =)) =)) =)) =)) =)) =))
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Sirocco »

:clap: :clap: :clap:

Estoy totalmente enganchado al relato, me encanta, miro cada día a ver si hay nueva entrega.

Gracias artista.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por DavidAytor »

:lol: :lol: :lol: Este hombre es gafe :lol:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por 23 »

pate escribió:Es que uno ya tiene una edad......de ahí que el relato esté ubicado en los ochenta, y los vehículos que aparecen son recuerdos de mi juventud.

Lo que me gustaba la Guzzi LeMans!!!!!!!
Yo tengo grabado a fuego una Ducati Vento verde en caballito por la calle Amaya.. :o :)~
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por 23 »

Y por cierto ...última entrega memorable :lol: :ride:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por tonitrophy »

"La pérfida Albión" :lol: :lol: qué recuerdos de juventud me produce esa frase y que gran saboteador suelto en UK. ¿Se encontrará con su homólogo inglés, Mr. Bean?

:plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas:

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por SERGIO123 »

Me encanta, gracias.
Y empezar la casa por el tejado!!!


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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por numberpi »

Me parece que me lo intentaré guardar para juntarlo con entregas futuras y degustarlo con calma. Con calma y una cerveza negra.

Gracias Paté, es genial.

:XX:
GAS!


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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

Menudas risas con el patoso de Clemente. Que pobre le pasa de todo y la lía seguido.

Gracias Pate. :plas: :plas: :plas:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por danielinvs »

:plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Triply »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por davscram »

Vaya apañito a la moto que le hicieron a Clemente, no se lo cree ni él.
=)) escupe con la visera bajada =))

El Clemente este es un rulas :face:

Cada vez me gusta más el relato.

Muchiiiiiiiiiiisima gracias Pate. :ala: :ala:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

XVIIIº


<<Acababa de desembarcar. El paisaje era desolador y la Gran Bretaña le daba la bienvenida de forma abrupta. El escenario era terrible. Vehículos desembarcando del buque llenos de abolladuras, roces y alguno siniestrado por completo. En la explanada, servicios de emergencia atendían a los pasajeros heridos. Una señora se quejaba de que alguien le había vomitado encima, y un capellán trataba de serenarla. Un equipo de sicólogos prestaban ayuda a quien pudiera necesitarla, y miembros del partido laborista daban un mitin culpando del desastre a la oposición.

No lejos de allí, Clemente pudo observar como en otro barco amarrado en el mismo muelle, la policía británica detenía a un hombre. Se comentaba que el buque en cuestión, de bandera panameña, perteneciente a una naviera de las Islas Caimán, a su vez propiedad de un grupo inversor suizo, de capital kuwaití, con un capitán griego, y con la mitad de la tripulación filipina y la otra mitad nigeriana, hacía entrega a las autoridades de un naufrago que había sido rescatado frente a las costas españolas en el Golfo de Vizcaya. Al parecer dicho hombre juraba que se había tirado al río Bidasoa cuando iba a ser detenido injustamente por la gendarmería gala. La corriente del río lo arrastró mar adentro y cuando ya temía por su vida, el barco en cuestión, que salía del puerto de Pasajes, lo rescató y le presto cuidados hasta llegar a Inglaterra.

Tuvo la fortuna de que el capitán del barco, solía navegar lo más próximo a la costa, para así poder otear con los prismáticos a los bañistas. Tenía predilección por las playas nudistas, aunque de vez en cuando observaba con detenimiento a cierta clase de gente que le llamaba la atención, sin importarle que la playa no lo fuera. En esta travesía, tal y como anotó en su cuaderno de bitácora, se quedo perplejo al observar en la playa a un tipo con bigote, que lucía una barriga cervecera y que corría con un perro de un lado para otro sin descanso. Tal era el nivel de energía que desprendían ambos, que no dudo en dar cuenta de ello, con la pertinente anotación.

El naufrago rescatado, había sido funcionario postal y padecía de graves lesiones en ambas rodillas, que además, presentaban grandes moraduras producto del aporreamiento de la policía francesa. También eran apreciables las marcas de graves quemaduras en el cuero cabelludo, y un estado de gran excitación.

A Clemente le llamó la atención que el individuo que estaba siendo entregado a las autoridades, se resistía y lanzaba improperios en castellano. Le deseaba vehementemente toda suerte de infortunios al clero, y muy en especial a su cabeza visible en la tierra. No le resultó del todo desconocido el tipo, si bien la distancia a la que se encontraba, no permitía reconocerle. El infeliz apenas podía caminar, siendo apremiado a introducirse en el furgón celular a base de empujones y azuzándole a un mastín, que resultaba de lo más convincente para el cometido, a pesar del padecimiento y del dolor.

Oteó el horizonte en busca de la salida de embarcadero. Vio a lo lejos un paso con barrera donde algunos coches y camiones, ya hacían cola para pasar el control fronterizo. Se colocó detrás de una grúa que llevaba las tres motos de matricula suiza y que dejaban ver daños irreparables. Los propietarios, con muy mala cara, iban de pasajeros en un taxi, rumbo a algún aeropuerto que los repatriara a su país.

Cuando le llegó el turno de pasar por la aduana, la gestión fue muy rápida. Para no entorpecer la salida del furgón policial que llevaba al naufrago, que gritaba enloquecido reclamando Gibraltar, con destino al calabozo más cercano, el funcionario de turno le dio los papeles y muy gentilmente la bienvenida al Reino Unido. Grandes carteles recordaban en varios idiomas que se debía circular por el lado izquierdo de la calzada. Dichos carteles los vio durante varios kilómetros, hasta que súbitamente dejaban de verse. Clemente pensó que ya, o te habías habituado a conducir al revés, o bien ya te habías matado en un accidente. Afortunadamente el iba en moto y eso facilitaba mucho las cosas.

Y ahora que ya se encontraba en su destino, notaba como un sabor agridulce. La alegría de haber conseguido la meta, y la tristeza de tener que regresar. No obstante, y pese a que su presupuesto había disminuido considerablemente, decidió que ya que estaba allí, visitaría el país durante algunos días. Cayó en la cuenta que no tenía un objetivo para el viaje. Tan sólo había decidido llegar a Inglaterra, sin pararse a pensar que una vez allí, debería hacer “algo”. No formaba parte de su plan ir a aquella isla de la que le había hablado el motorista de Málaga, y tampoco visitar Londres. Tenía claro que las grandes urbes son aburridísimas, y que no se le había perdido nada allí. Ya bastaba con haber visitado Paris, en la cual no había gran cosa que hacer ni ver, y sospechaba que aquí pasaría lo mismo.

Con el mapa de Gran Bretaña en la mano, tomó la decisión de ir hacia el oeste. Usaría carreteras secundarias y se alejaría de las principales. Intentaría entablar amistad con los paisanos y, a ser posible, degustar los caldos y los destilados de la tierra. Sabía de buena tinta que eran grandes bebedores, y sin ir más lejos, pensó en la Reina Madre y su presunta afición a los gin-tonics. Tenía la certeza de que en caso de ser incinerada, tardaría varios días en extinguirse las llamas.

Escogió al azar la población de New Romney. Distaba a unos treinta kilómetros y parecía un sitio acogedor. No sabía muy bien a que se debía ese sentimiento, pero fue una corazonada.

No calibró muy bien el trabajo. Si la campiña francesa era un sin fin de cruces, todos con indicaciones en extranjero, esto era todavía peor. Había muchos más cruces, las carreteras eran mucho mas estrechas, y la gente conducía al revés del mundo. Lo recordaba cada vez que se encontraba de frente a otro vehículo. La primera vez esquivó sin mucha dificultad a una furgoneta Bedford, ya que el conductor tuvo a bien salirse de la carretera y destrozar en el cortés gesto, una magnifica cabina de teléfonos de color rojo, con gran estruendo. Como salían en las películas, así era la cabina.

La segunda vez se topó con un Opel Manta de color blanco. En esta ocasión fue él quien hubo de apartarse, so pena de fallecer en el acto. Todo sea dicho que el coche en cuestión iba a una velocidad inadecuada, y que Clemente iba despistado tratando de quitarse un moco, cosa harto difícil si se usa casco integral y guantes. El resultado fue que hubo de traspasar violentamente una valla de madera y adentrarse a toda velocidad en un prado que servía de aeródromo local. Afortunadamente, no llegó a atravesar el lugar donde aterrizaban los aeroplanos, ya que en ese momento una Cessna Super Eagle tomaba tierra, para asombro de los dos tripulantes que vieron como una moto a toda velocidad, patinaba en el césped y caía con estrépito en medio del verde, saliendo despedido el motorista, al parecer sin consecuencias.

Sentado en el césped vio como se acercaba a la carrera un hombre que hacía sonar un silbato. Simultáneamente agitaba una bandera ajedrezada y hacía grandes aspavientos.
También se acercó el muchacho que conducía el coche. Un tipo rubio con grandes melenas y que usaba unas gafas de sol muy parecidas a las suyas de montura blanca.
Le hablaban atropelladamente, y cambiaron el rictus cuando vieron que Clemente se ponía de pie motu proprio. Cuando dijo “mecaguenlaputa” y “mepodíahabarmatao”, comprendieron que era un extranjero. Pero era un hombre de suerte, eso ya lo hemos remarcado alguna vez, y el muchacho del deportivo, veraneaba en Lloret de Mar, donde conocía al dedillo todos los pubs y discotecas de la zona. Era por eso que algo de castellano hablaba. Lo suficiente para entenderse con Clemente, que tampoco era muy locuaz y amigo de vocablos extraños.

Unos minuto más tarde, manchado de barro, y ya con la moto en pie, pudieron observar que la máquina tenía una rueda pinchada y el guardabarros delantero, levemente abollado. La paellera había amortiguado el golpe, y tan solo el camping-gas había salido rodando y haciendo “shhhhhhhhhhh”, hasta que alguien cerró la llave de paso.

El hombre del coche insistió en no llamar a Scotland Yard. Él le llevaría a su casa, próxima al lugar, buscaría alguien que reparara el pinchazo, e incluso se ofreció a facilitarle alojamiento para esa noche. Conducía como un loco, pero era simpático, aunque a decir verdad, quien circulaba en sentido contrario y despistado era él.

La casa del chico estaba cerca. Una casita de campo, rodeada de docenas de ellas del mismo tipo y del mismo color rojizo y triste. En el garaje guardaba el Opel Manta, otro Opel Ascona y un Ford Escort RS 2000 del 74. En un rincón tenía una especie de cuarto pequeño con un camastro donde podría dormir. Del techo colgaba una viola agujereada y con una bombilla dentro a modo de lámpara, y la pared estaba decorada con multitud de fotos de Britt Ekland en bikini. Una colección de discos de los Rolling Stone y otra de un tal Van Morrison. Olía a humedad, pero no parecía un mal lugar donde dormir. Empezaba a dolerle la espalda y las piernas. Su accidente y la travesía marítima le pasaban factura.

Con ayuda del chico, desmontaron la rueda delantera de la moto y este le dijo que se la iban a acercar a un conocido que reparaba motos antiguas, y que era un hombre que sin duda admiraría la moto vieja de Clemente. No supo si ofenderse o sentirse halagado. Ya había oído que en este país muchas personas sentían admiración por lo antiguo y que algunos autos y motos antiguas eran objeto de culto.

El chico abrió el maletero del Opel Manta e introdujo la rueda. Mientras tanto Clemente se fue a acomodar en el interior. Para su sorpresa el lado del copiloto también tenía volante. Había olvidado que en aquel sitio la gente conduce al revés, y entre sonrisas del muchacho, cambió de asiento, este sin volante, y ya por fin se sentó en el lado equivocado, pero que aquí era el correcto.

El coche arrancó con un ruido ensordecedor. Fue entonces cuando observo que carecía de todo acolchado interior. Incluso no tenía asientos traseros y su lugar lo ocupaba una especie de jaula de tubos con una redecilla en medio. Cuando hubo estado en la carretera, el endiablado coche salió a toda pastilla, dando bandazos. Un estado de locura pareció invadir al conductor, iba rapidísimo y cuando llegaba a una curva, balanceaba el coche y este se cruzaba escandalosamente. Entendió la insistencia en no llamar a la policía, tal vez tuviera cuentas pendientes con ellos por conducción temeraria. Fue una experiencia alucinante, y ya soñaba con poder conducir algún día así.

El amigo del muchacho era un señor mayor, de unos sesenta años. Tenía un descampado lleno de objetos varios, desde una apisonadora, pasando por arados, tractores, un tanque de la segunda guerra mundial, varios remolques, una rotativa, calderos de bronce, un alambique inmenso, coches desguazados, y en un apartado, un caballo enorme atado a un poste de alta tensión.

En el cobertizo que servía de taller, había multitud de herramientas, tornos, fresas, taladros, todos muy antiguos pero que parecían funcionar perfectamente. Sobre un banco de trabajo herramientas diseminadas, y lo que parecía ser una moto tapada con una lona que impedía su visión.

Una vez al tanto de su problema, pasó a reparar el pinchazo, pero para su desolación, observó que la rueda tenía al menos tres radios partidos, y no tenía repuesto para su reparación. No obstante, al día siguiente había una feria de compra venta de toda clase de vehículos en las cercanías y podrían ir a buscar el repuesto.

El hombre parecía encontrarse enfermo, o acaso muy fatigado. La misma sensación invadía a Clemente, y fue cuando el anfitrión saco unas jarras de cerveza que Clemente tuvo la magnifica idea de ofrecerles unas de sus pastillas reconstituyentes. El hombre al principio fue reacio, pero cuando vio que Clemente se tomaba una y el chico joven dos, hizo lo propio. Mano de santo.

Media hora, dos jarras de medio litro de cerveza y dos grandes vasos de ginebra más tarde, el hombre cantaba a voz en grito mientras con el acetileno prendido dibujaba figuras de fuego en el aire. El chico cabalgaba desnudo a lomos del caballo, gritando “viva Lloret” y Clemente imaginaba que era el general Paton sentado en el gran tanque, que gracias a Dios, no habían conseguido arrancar.

El dueño del lugar ejercía ahora de artillero en el aparato, sin parar de cantar canciones celtas, y abriendo una caja de munición introdujo un obús en el cargador del cañón. No se sabe cómo, pero de modo accidental y al ir a coger otro vaso de ginebra que había subido a bordo del tanque, Clemente accionó el disparador del cañón. Afortunadamente el dispositivo falló. Víctima del óxido, o de un desajuste, no se produjo el disparo. Durante un buen rato manipularon toda suerte de palancas, manubrios y teclas, y cuando se aburrieron salieron a correr un poco detrás del chico y el caballo, que ya estaba agotado.

En plena euforia decidieron ir a tomar la última al pub de las afueras. El chico consiguió vestirse y el hombre mayor, ya un poco afónico, seguía con el repertorio de canciones. Para incrementar la diversión, dejaron conducir a Clemente hasta el bar. El chico iba sentado entre el enjambre de tubos traseros y el hombre mayor asomaba medio cuerpo por la ventana, indicando a grito pelado por donde debía ir el coche.

Clemente se liaba al buscar la palanca del cambio en el lado habitual, y una vez consiguió meter la tercera, desistió de cambiar más. Recorrieron las apenas cuatro millas a toda velocidad, con el motor rugiendo a mas de seis mil vueltas y a unos ciento cuarenta por hora. La reina fortuna hizo que no se cruzaran con nadie por el camino, aunque el hombre dijo que había notado cómo le golpeaban en la cabeza las ramas de algún arbusto.

Entraron al pub cogidos por los hombros cantando. Los parroquianos, que eran gente acogedora, y que ya estaban bastante borrachos, al menos tanto como el dueño del local, se unieron a los cánticos, que Clemente desconocía, pero que cantaba diciendo”lololo”.

La noche pasaba de la manera más divertida que se pueda imaginar, hasta que en un momento dado se oyó una especie de detonación. Algo así cómo un disparo de cañón decían los ancianos que habían vivido el asedio de los nazis. La realidad es que en la finca del hombre, el caballo que había quedado suelto, le dio una coz tremenda al tanque y esté de manera espontánea había sido capaz de disparar el obús, gracias ala manipulación previa de los mandos de control.

Fue un disparo certero. A unas millas de allí, ardía una avioneta Cessna Super Eagle a causa de un disparo de un tanque A12 Matilda. La policia que investigó el hecho, exculpó al propietario del arma mortífera, ya que este y sus dos amigos se hallaban desde hacía horas en el pub del pueblo y no pudieron de ningún modo ser causantes del hecho. El suceso causó gran conmoción en la localidad, ya que se sospechaba de una banda de ladrones que merodeaba por las inmediaciones y que pudieron ser artífices del atentado.

Con los efectos de las píldoras en declive, regresaron a sus lugares de acogida, ya que al día siguiente debería ir a la feria, para ver de reparar la rueda de la Sanglas. El hombre sabía de la marca, había oído hablar de ella, e incluso le participó que había un Club Sanglas en las islas, donde se debatía sobre la marca y su fama de moto robusta, a pesar de tener un sistema eléctrico deficiente. Les esperaba un día intenso y lleno de sorpresas.>>

Continuará.

Paté.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Triply »

:win: :win: :win: :win: más más más :XX: :XX: :XX: :XX:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por DavidAytor »

:lol: :lol: :lol:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

De juerga en juerga y liandola parda seguido este Clemente.. :plas: :plas: :plas:
E SE CHOVE, POIS QUE CHOVA.
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