"El gran viaje de Clemente"

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danielinvs
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por danielinvs »

Otro enganchado al relato!! gracias!

:XX: :XX: :XX:
Ruta hacia el aniversario de Noja pasando por Isle of Man :ride: :
https://elclubtriumph.es/viewtopic.php? ... 2#p1278682
KINGS
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por KINGS »

Felicidades pate, por tus relatos que llevo tiempo leyendo por aquí.

Están llenos de ingenio, ritmo y exquisito sentido del humor, y con un lenguaje
claro y descriptivo.

Ignoro cúal es tu profesión, pero sin duda podrías ser un excelente novelista o
guionista de tv o cine.

Muchas gracias por hacernos disfrutar tanto y ansiar nuevas entregas.

:plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas:
Piensa que cada día es, por sí solo, una vida (Séneca)
ekinox
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

:clap: :clap: :clap: :clap: :clap: Que grande
E SE CHOVE, POIS QUE CHOVA.
Sirocco
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Sirocco »

Cada vez me gusta más.

Gracias Paté.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por MANRI »

:lol: Como era un hombre práctico y de ideas brillantes, aprovechó el aceite sobrante en las latas, para engrasar la cadena de la moto. :lol:

Paté, brillante...
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alapues
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por alapues »

pate escribió:Queridos amigos......me halagáis.

Tenéis una gran misericordia conmigo. Hay partes del texto que son claramente mejorables, pero me reafirmo en lo mío. Lo escribo a toda leche, apenas lo repaso, y lo publico.

En cuanto al texto actual, tan solo acaba de cruzar la frontera......aún debe llegar a Gran Bretaña. Y si puede, volver. Todo dependerá del tiempo que tenga para escribir. Auguro al menos 12 capítulos más. Si lo soportáis, os admiraré.

Un saludo.

Paté.
No seas modesto, que es buenísimo! Cada capítulo que públicas nos hace anhelar el siguiente! Muchas gracias, compañero! ;)

:XX: :XX: :XX: :XX: :XX:



Si hay que ir, se vá.....!

He rodado en el Jarama, subido Stelvio, buceado en el Thistlegorm y con tiburones, y ahora......
pate
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

XIIIº


<<No podía abrir un ojo. Por mucho que lo intentaba, no conseguía abrir el ojo izquierdo. El hecho cierto de estar tumbado boca abajo, con una parte de la cara en pleno suelo, era un motivo suficiente para que no pudiera hacerlo. Notaba las piedras del jardín clavándose en su mejilla, en todo su cuerpo para ser exactos. Alcanzaba a distinguir el olor a hierba, aunque a ráfagas le llegaba aroma a vómito. Debía de ser mediodía, porque los objetos que conseguía adivinar, apenas formaban sombra. Por eso, y por el calor extremo que soportaba su espalda al aire, intuía que era tarde.

Levantó la cabeza lentamente, el resto del cuerpo no le obedecía y le dolía con fuerza. Vio en el otro extremo del jardín a su nuevo amigo, manguera en mano, lavando escrupulosamente el Vedette V-8. Parecía no estar afectado por la juerga del día anterior e incluso tarareaba una cancioncilla, mientras enjabonaba el coche. De la chica, que creía recordar desnuda, no había rastro.

Pudo, por fin, girar el cuerpo y ponerse boca arriba. Él no lo veía pero tenía pegadas unas piedrecillas en la cara, y su frente estaba engalanada por unas briznas de hierba reseca. A su lado estaba la Sanglas. Una tupida nubecilla de mosquitos revoloteaban cerca de la cadena, atraídos por el olor a pescado en conserva. Incluso en su decadente estado podía observar como la llanta delantera brillaba mucho más que la otra. Esto venía sucediendo desde el accidente, cuando fue sustituida.

Unos minutos más tarde consiguió ponerse en pie. El francés le saludo amablemente y con entusiasmo, a la vez que decía sonoros “olé, olé”, sin dejar de limpiar el SIMCA. No se podía decir que tuviera buen aspecto, no el coche, sino Clemente. Llevaba puesto el pantalón vaquero, sucio de tierra y de restos de vómito. Calzaba una sola chancla y la otra apareció más tarde dentro del horno, en la caseta.

Un perro sin raza definida, lamía con alegría los restos de comida de la paellera, que estaba en el camino de entrada, junto a unas botellas vacías y la parte superior de un bikini. A su lado estaban esparcidas sus herramientas y de un árbol cercano colgaba el macuto con sus iniciales.

El nuevo amigo se acercó riendo y haciendo gestos ostensibles con las manos, dando a entender que la noche anterior había sido muy movida. Le decía, aunque Clemente no entendía nada, y menos aún en su estado incapaz de pensar con claridad, que en unas dos o tres horas vendrían unos amigos moteros, y montarían otra juerga como la de la noche pasada. Les había comentado que el español que acogían, era una especie de gurú de la juerga, y querían ser testigos de tal prodigio.

Dado el estado lastimoso en que se encontraba, y como el hombre no era estúpido, le ayudó a recuperarse rápidamente. Le facilitó unas pastillitas y le dijo que se las tomara. A base de gestos le hizo saber que él las tomaba y que le ponían en forma. Cogió las píldoras y se fue donde la manguera con intención de tomarlas. Se atragantó en el intento, y con la tos una de las pastillas salió volando, para alegría del perro, que no dio tiempo a recogerla del suelo. El hombre reía y le proporcionó una nueva, que se tomó, esta vez si, sin contratiempos.

Quince minutos más tarde, Clemente se sentía en forma. No en plena forma, pero si lo suficientemente activo como para, recoger sus pertenencias, trepar al árbol y descolgar el macuto, limpiar la paellera con la manguera, tirarle palos al perro, que no paraba de correr como un poseso, dar palmadas a ritmo frenético junto a la Sanglas, intentando matar los mosquitos que merodeaban incansables, e incluso, cosa insólita en él, fue a la playa y estuvo corriendo durante media hora junto al canido, que gracias al calor sofocante, dejaba ver una lengua inmensa y babosa. El perro, en una de sus locas carreras, saltó con agilidad la valla de metro y medio de una finca, y una vez en el interior, peleó con un doberman, al que dejó malherido.

Agotado, pero increíblemente activo y lúcido, se sentó en la arena. Allí estuvo largo rato viendo pasar barquitos a vela, y en la lejanía buques de tamaño considerable. Uno de ellos, que navegaba más próximo a la costa, lucía bandera panameña, y navegaba, aunque Clemente no lo sabía, hacía Gran Bretaña. Nunca había subido en un gran barco. Más allá de los pedalos que alquilaba en la playa para pasear a los atontados hijos de su hermana, no tenía experiencia marítima. En pocos días haría la travesía del Canal de la Mancha, y no estaba muy convencido de que fuera a ser algo que le emocionara sobremanera. Aunque percibía que los tripulantes de los barquitos disfrutaban mucho en el manejo. Recordó películas como “La aventura del Poseidón” y “El acorazado Potemkin”, y cómo las batallas navales que se veían en “Tora Tora Tora” pertenecían tan solo al noble arte de la cinematografía.

De regreso a la casa, su amigo que ya había terminado de limpiar el coche, le invitó a una especie de tortilla fina rellena de mermelada de fresa. Aceptó para no desairar al hombre, pero él era más de boquerones en vinagre que de mariconadas como esas. No obstante, lo que llamaban algo así como “creps”, no estaban mal del todo, y la que llevaba cognac flambeado era su favorita. Quizás porque entre “crep” y “crep” , ambos le metían un buen trago a la botella de licor.

Por un momento pensó que no era buena idea beber mucho otra vez. Tenía miedo de no estar en condiciones de partir rumbo al norte al día siguiente. Hoy, aun desconociendo que hora debía de ser, ya era tarde para partir. Hablando muy alto y despacio, única forma de que un extranjero te entienda, le dijo que mañana continuaría su viaje. Y el chico, todo voluntad, asentía sin saber muy bien que le estaban contando. Y es que Clemente, no era muy ducho en la mímica.

Una hora y ocho “creps” más tarde, se oyó a lo lejos el ruido de un motor que se acercaba. Al poco enfilaba el camino la Norton Commando guiada por la mujer. Apenas se hubo apeado, se dirigió sonriente hacia Clemente y le dio tres besos en las mejillas, tres, mientras le decía “olé,olé”. Luego le dio un solo beso a su chico, pero fue un pedazo de beso en la boca, que poco tenía que ver con los suyos.

La chica había hecho una pequeña compra. Traía una variedad de pescados y unas cuantas gambas y mejillones. Hoy la paella sería de las buenas. Empeñado en hacer el guiso a la intemperie intentó, una vez más que el camping gas prendiera. No hubo forma humana, y eso que se oía un leve “sssshhhhh” , indicativo que el gas escapaba de la bombona. Al poco recogía leña en los alrededores y la disponía para hacer una hoguera.
La tendría dispuesta para cuando fuera la hora de empezar a cocinar.

Un gran rugido de motores, acompañado de un grupo de luces amarillas, se aproximaba hacía su posición. Sin duda eran los camaradas moteros de la pareja. La primera máquina en llegar era, según pudo ver, una Kawasahi H2 750cc. Humeante y ruidosa hasta extremos intolerables. Una moto de tres cilindros, de dos tiempos, que iba trucada con escapes independientes, hechos por un artesano italiano. Llegaron más motos, entre ellas dos BMW, una Suzuki GSX 850, una novísima Honda CX 500 Turbo, pilotada por un señor de cierta edad, con mucho parecido a la chica en sus facciones, tanto es así que imaginó que debía ser su padre, y Una Triumph T140 de 1978, que sin lugar a dudas, era la más bonita de todas.

Las presentaciones fueron muy simples, apretones de manos, abrazos y exaltación de la amistad sin límites. Los vasos de vino empezaron a correr y alguien descorchó una botella de champán. El señor mayor tomaba una especie de licor anisado, que aguachinaba sin compasión, de color amarillento. Y la chica le indicó que encendiera el fuego y que comenzara a preparar la cena. Apenas eran las seis de la tarde, lo vio en en el reloj de oro que lucía uno de los moteros.

El hombre de más edad se acercó a la Sanglas y estuvo largo rato observándola. Cuando Clemente se acercó, el tipo le cogió del hombro y le mostró su admiración, a la vez que con la otra mano apartaba la nube de insectos que pululaba alrededor. Estaba pensando que si era capaz de ir a Inglaterra en semejante artilugio, sería capaz de dar la vuelta al mundo non-stop con su Honda Turbo. Sin duda Clemente debía ser un experto viajero, motorista y aventurero. Sin duda.

El fuego ardía con viveza, la paellera estaba cumpliendo con su labor, y mientras corría el buen vino, alguna copa de cognac , y el licor anisado, alguien había encendido el camping gas y freía unas salchichas en una sartén. Ver prendido el camping gas supuso una sorpresa para Clemente, y la confirmación de que la bombona “si” que tenía gas.

Transcurrió la tarde con alegría desbordada. Eran unos tipos encantadores, amigos de sus amigos y sobre todo de el alcohol y esos cigarrillos de la risa que fumó ayer. El chico de la Kawasaki, era joven, alto y flaco, cuando llegó llevaba un casco Bell y una cazadora de cuero desgastado, tipo aviador. Era un autentico payaso y todos reían las aventuras que contaba. A Clemente le cayó bien desde el primer momento. El olor de su moto, le recordó a los quemados de Peñarara con sus molinillos de 250cc. Imaginar que debería de ser un motor de esos multiplicado por tres, es lo que llevó a Clemente a mirar detenidamente la moto.

No conseguía enfocar del todo la visión debido al leve mareo que tenía encima. Añoraba el efecto benefactor de las pastillitas de la mañana. Pero leyó que los carburadores eran Mikuni, y los escapes lucían un aviso que ponía “don´t use in public road´s”. Tan ensimismado estaba que no se percató de que el chico se había acercado, llaves en mano y con el casco en la mano. Arrancó la moto, que bramó enloquecida, inundando todo de humo blanco. Le ofreció el casco a Clemente y le hacía gestos para que la montara. Él se negó en redondo. Pero cuando todos se pusieron a jalearle y a gritar “paella y olé”, no pudo defraudar su entusiasmo.

Se encasquetó el Bell, que le apretaba mas que el suyo, y se sentó en la moto. Le dio un pequeño toque al acelerador, y aquel aparato subió de revoluciones enloquecido. Aquí es donde perdió noción de lo que sucedía. Sin saber cómo ya enfilaba el camino buscando la carretera. Entendió que a pesar de parecer una moto que intimidaba por su ruido y humo, era sin lugar a dudas una moto dócil y manejable.

Paró en el borde de la carretera y con la mirada buscó el horizonte. De nuevo un acelerón, y ya sin lugar a dudas, sintiéndose un experto decidió exprimir aquel motor a tope. Se incorporó a la carretera y aceleró con rotundidad a fondo. El primer segundo la moto se puso en movimiento con lentitud y con síntomas claros de ahogo, el segundo empezó a despertar un poco del genio que tenía, y el tercer segundo, le hizo perder contacto con la realidad. Con la realidad y con el suelo. La moto salió como loca buscando el cielo. Clemente apenas tenía fuerza para sujetar el manillar que bailaba loco de un lado para otro. No podía apretar el freno ni el embrague. Bastante tenía con no caer para atrás. Cuando el rugido llegó a su máxima expresión, sin saber cómo, introdujo la segunda velocidad, y aquella vertiginosa carrera a una rueda prosiguió. El cielo era azul, muy azul. Era lo único que alcanzaba a ver. Eso, y que su futuro inmediato era de color negro, muy negro. Ya era sabedor que aquel maldito aparato era como su taladradora. O todo o nada. Más que un acelerador parecía disponer de un interruptor. Por fin pudo soltar la presión del acelerador y la moto bajó bruscamente su rueda delantera, tomando aparentemente una actitud mas civilizada. Tercera y la moto intentó levantarse pero la gran pericia de Clemente consiguió impedirlo. Ojeó el marcador y ya iba a más de ciento treinta por hora, pero lo que más llamó su atención fue que la aguja no oscilaba.

Afortunadamente la carretera era como un tiralíneas y no circulaba nadie. Cuarta, quinta y vio que indicaba doscientos por hora. A pecho descubierto, con el casco queriéndole arrancar la cara, o por lo menos aplastarla, decidió que ya valía de emociones. Presionó con fuerza la maneta de freno, y al contrario de lo que sucedía en su moto, que por decirlo de una manera dulce, frenaba poco, la Kawasaki se hundió bruscamente de delante y pareció querer escupirlo sin compasión. Sin saber cómo, terminó sentado en el depósito de gasolina, con los pies colgando fuera de los estribos. La rueda trasera estaba a la altura de su cogote, buscando desesperadamente el cielo. Una larga marca negra del neumático se dibujó en el asfalto, y solo el Cristo de la Peña, evitó que aquello terminara en tragedia.

Entró en la finca entre aplausos y “olés” de todos los moteros que le admiraban con devoción. Nunca antes habían sido testigos de semejante dominio de una moto. De una habilidad natural para el manejo de una máquina de dos ruedas. Sin haber montado nunca en ella, había hecho un caballito de doscientos metros con subida de marcha, para exprimir el motor a tope, siendo inmisericorde con la zona roja, y protagonizar un invertido con bloqueo de rueda como colofón de la demostración.

Lo que desconocían era que su corazón latía con un vigor inusitado, que había tenido miedo, como cuando uno tiene que declararse a la mujer amada, (pensó en la Pepi), que todo aquello había sido fruto de un incomprensible designio del destino, benévolo a más no poder, y que nunca más subiría en una especie de misil alocado, envuelto en humo y ruido, como traca final. Ya no estaba borracho, estaba asustado. El único que se sentía tan desolado como él, era el propietario de la Kawa, herido en su amor propio, conocedor de que un desconocido, había demostrado que los límites de su moto, estaban mucho más lejos que lo que él había soñado, y de lo que había alardeado.

Añoraba la paz y el sosiego de su fiel Sanglas. Mañana partiría rumbo al norte con ella. Pero ahora necesitaba, sin lugar a dudas, unas cuantas copas de cualquier brebaje que pudiera encontrar, y que le hiciera retomar la serenidad y la paz de espíritu cotidiana. Encontró la botella de Ricard, esa del color amarillento, y pegó un buen trago. Sus nuevos amigos, le jalearon y siguieron su ejemplo. La noche iba a ser larga. Olé y olé.>>

Continuará.

Paté.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
Humphrey
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Humphrey »

Ahí estamos... :XX:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Sirocco »

:clap: :clap: :clap: :clap: :clap:


La "prueba"de la Kawasaki H2 por nuestro amigo, no tiene desperdicio. Casi me muero de la risa.


:XX: :XX: :XX:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por danielinvs »

:plas: :plas: :plas: :plas:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

Ja ja ja en que fregaos se mete el amigo Clemente. Y menudo fiestas es. :plas: :plas:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por numberpi »

Estoy enganchadísimo. Y un par de amiguetes igual, no paran de pedir.



:plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas:

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GAS!


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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Anherko »

VAs a tener que hacer camisetas de Clemente =)) =))
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

XIVº


<<Eran las diez de la mañana y la Sanglas mantenía un ralentí estable. Clemente terminaba de enfundarse el barbour, una vez supervisado todo su equipaje. La parrilla trasera permanecía bien firme y soldada, y soportaba sin dificultad la carga habitual. Nuevamente la chica había desaparecido, y el amigo francés de Clemente observaba la escena.

Ambos se miraron a los ojos conocedores que dos días antes se había forjado una amistad sólida. El camino a esa amistad pasaba por el hecho cierto de ser poseedores de una moto. Un montón de hierros, un mismo espíritu y un mismo camino en la vida, habían forjado tal sintonía.

Echaron una mirada a su alrededor y descubrieron un paisaje desolador. En un extremo de lo que días antes era el jardín que daba entrada a la finca, había un viejo tractor con un arado que había hecho un gran surco, hasta terminar empotrado en uno de los grandes pinos del fondo. Más próxima a ellos, una mecedora chamuscada y aún humeante servía de cobijo al perro. En el tejado de la cabaña estaba el horno donde el día anterior había aparecido la chancla extraviada de Clemente. La puerta de entrada a la casa tenía un gran boquete y de él colgaba grotescamente lo que un buen día fue una acordeón.

Junto a la entraba de la parcela estaba la Kawasaki sin ruedas, sostenida en equilibrio sobre unas cajas de cerveza. El chico alto y flaco, dormitaba medio desnudo abrazando la rueda delantera, mientras la trasera coronaba el mismo árbol donde colgó el macuto, la noche anterior. Una BMW estaba semienterrada en la arena de la playa y su propietario, sin sentido, estaba de la misma guisa enterrado hasta la cintura. Habían tenido el detalle de cubrirle la cabeza con una gran perola de color marrón.

Tenía un recuerdo borroso de la noche anterior, pero recordaba nítidamente el haber estado bailando la konga con todos los motoristas y algunos vecinos y vecinas que se habían unido a la celebración. Luego cantaron La Marsellesa mientras saltaban la fogata que utilizaron para hacer la paella. Uno de los moteros, el que tenía un reloj de oro, cayó en medio del fuego, y tuvieron que practicarle una cura de emergencia. Un vecino de avanzada edad que lucía una gorra de ferroviario, tocaba el acordeón que ahora colgaba de la puerta, hasta que su esposa vino a buscarle y se lo llevó a golpes de escoba hasta su domicilio. A Clemente le pareció que era la señora involucrada en el accidente de hacía dos días.

Un último vistazo a lo que había sido un hogar para él los pasados días. Un abrazo sentido a su anfitrión, la promesa de regresar cuando volviera a casa, y un obsequio de último momento. El chico le regaló un frasquito con unas cuantas docenas de esas pastillas reconstituyentes, y él insistió en que se quedara con un rosario de la ermita del Cristo de le Peña, que la Pepi le había proporcionado. También le facilitó el muchacho el número de teléfono de un amigo británico, por si tenía algún problema en Inglaterra, y se dijeron “hasta pronto” con un gesto.

Ya de camino, lo primero que tenía que hacer era llenar el depósito de combustible, y llamar a Pepi, que seguro estaba preocupada por él. En la primera gasolinera Elf que vió se paró a repostar. Era un fastidio el tener que usar francos. No se aclaraba con esas dichosas monedas, y no entendía por que estos extranjeros no usaban la peseta como “todo el mundo”. El expendedor le facilitó la tarea cogiendo él mismo el dinero del importe. El señor contó el dinero recitando despacio y con voz alta, para que Clemente le entendiera mejor, y le indicó donde estaba la cabina para poder llamar. Al tercer intento consiguió la comunicación con España, si bien se equivocó al teclear y se puso al aparato el dependiente de Chacinas Belmonte. Al cuarto lo consiguió. Se puso el hermano de la Pepi, que tenía la voz alicaída y parecía pedir a todas luces una de sus pastillas milagrosas para levantar el ánimo. Luego notó como la mujer arrebataba sin contemplaciones el auricular al hombre y le saludó efusivamente. Clemente le participó que si no había contratiempos llegaría hoy por la tarde a casa de su primo en las afueras de Orleáns. Ella por su parte le contó que las obras de la cervecería avanzaban más lentas de lo deseable, que su compañero de fatigas en el trabajo Donato le mandaba recuerdos y le hacía saber que los presidios en Gran Bretaña eran infames y que más le valdría no pisar nunca uno. De su viejo amigo Jorge le hizo saber que estaba consternado por no haber podido ir a despedirse de él, al quedarse dormido en el autobús que le acercaba al lugar de partida. Asimismo le dijo que el perrito ya parecía contener sus ansias mingitorias pero que ahora comía compulsivamente.

Terminada la conversación, él también se sentía un poco bajo de fuerzas. Y eso que apenas había bebido la noche anterior. No creía haber tomado más de ocho o nueve copas, y un par de cigarritos de la risa. Tomó la decisión correcta y se tragó una de las pastillitas con el fin de animarse, y como la vez anterior, en quince minutos estaba pletórico. Si quería llegar hoy a la noche a Orleáns no debía dormirse en los laureles, le esperaban mas de quinientos kilómetros. Por su mente pasó la idea de que alguna clase de contratiempo impediría el objetivo, pero más tarde el destino demostraría que estaba equivocado.

Conducía la moto en plan salvaje. El acelerador a fondo y el motor a tope de vueltas. Una especie de sordera impedía que sufriera por lo que a todas luces era un desafío para la mecánica de su moto. También tenía la impresión de que en determinados momentos una guirnalda de luces revoloteaba delante de su campo de visión. Le pasó por primera vez cuando atravesaba un inmenso puente en la localidad de Bordeaux, pero ni por un momento cejo en el empeño de estrujar el acelerador, ni mucho menos pensó, tal y como había programado antes de partir, en visitar la ciudad. Seguro que a pesar de ser Patrimonio de la Humanidad, era un pueblo indecente.

Circulaba a unos ciento diez, ciento treinta kilómetros por hora. Más o menos. Adelantaba camiones con soltura y con unos vaivenes preocupantes, que el ni siquiera notaba. A ratos cantaba, inventando la letra, La Marsellesa a voz en grito. Las travesías de los pueblos las hacía sin frenar un ápice para asombro de viandantes.

Cuando quiso darse cuenta ya había agotado el combustible. No obstante tenía la suerte de cara y encontró un enorme surtidor lleno de camiones donde repostar. Paró junto a un poste y fue atendido por una señora. En el surtidor contiguo repostaba un camionero de Almería, que transportaba mármol de Macael a Escocia. El hombre se aproximó y entablaron una breve conversación acerca de la moto. Que si la Guardia Civil las usaba, que eran lentas y necesitaban de cuidados, pero que eran fiables, y tal y tal. El hombre le dijo de un bonito pueblo a menos de una hora de allí donde podría parar a comer algo, y se despidieron con simpatía.

De nuevo en ruta, estrujó la máquina sin contemplaciones. Al poco rato cuando creía que era el “king of the road”, fue adelantado por dos motards que iban en sendas Yamaha XT 500. No le hizo mucha gracia y decidió devolverles la pasada. Se había apoderado de él una de las características de un buen motero, el hecho de picarse. No pudo, sin embargo adelantarles de nuevo. Aquellas motos eran más rápidas que la suya, lo cual le frustró un poco, la verdad. Nuevamente, unos kilómetros después fue sobrepasado por una Motobecane 125cc, y aunque opuso un poco más de resistencia, acabó dejándole de nuevo atrás. Maldijo al que construyó su moto con tan poca potencia.

Atravesó a tope un nuevo núcleo urbano. Verlo pasar con la moto oscilando y bramando no dejó indiferente a nadie. Las lucecitas sobrevolaban de nuevo el horizonte y parecían invitarle a correr más y más. Le llegaba mucho calor del motor a las piernas, y en un alarde de habilidad consiguió remangarse las perneras del pantalón. Cuando retomó la posición correcta intuyo entre las vibraciones del espejo, que por tercera vez una moto se acercaba para adelantarle. Una gran irritación le sobrevino, pensó que sin carga no le olería, así que como era un hombre práctico decidió entorpecer al máximo el inminente adelantamiento. A ciento treinta, más o menos, de marcador las cosas pasan deprisa. Cuando el tipo de la moto blanca intentó adelantarle, desvió con brusquedad su trayectoria y el “enemigo” tuvo que pasar al carril contrario para evitar la colisión.

Un camión Berliet cargado con doce toneladas de sacos de harina vio como una moto a toda velocidad se le venía encima. Pegó un volantazo y sólo el gran Jesús sabe como consiguió esquivarlo y salir indemne de la perdida de control del camión, que salió de la historia dando bandazos durante al menos cien metros. Clemente sonreía en el interior de su casco, ¡no le había pasado, ya podía joderse¡

De nuevo el motorista, que debía de ser un tipo aguerrido, volvió a la carga. De nuevo Clemente intentó la maniobra disuasoria, pero esta vez le tipo estaba prevenido, y freno con maestría y cambio de lado en el carril. Se puso al lado derecho de Clemente y pistola en mano, le conmino a detenerse. Supo en ese momento que el fulano ese era un Gendarme como el que le había atendido el día del accidente. Diríamos que se llevo un disgusto cuando fue consciente de lo que había hecho, pero buscó una excusa, que no era del todo falsa.

Le hizo saber con mímica que se encontraba mal, que no le había visto en las dos ocasiones que intentó asesinarle, que le dolía la tripa y que buscaba un lugar donde aliviar el trastorno gástrico que padecía. Como quiera que el Gendarme sabía muy bien lo que era tener ganas de descongestionar el intestino yendo en moto, y recordaba con meridiana claridad el día que se tiró una ventosidad y resultó que venía con “premio” en forma sólida, se apiadó del español. Le indicó que en un par de cruces tenía un pueblecito hermoso, con un par de Cafés donde poder remedio a su perentoria necesidad y le perdonó la multa, o mejor dicho, el arresto y la cárcel.

Con el fin de disimular, Clemente tomó rumbo al pueblo y pensó que ya que estaba allí, tomaría algo caliente y seguiría ruta más relajado. La jornada estaba cundiendo muchísimo. Había conseguido una media superior a cien por hora, y se merecía un descanso. Además la frecuencia de las visiones y la sordera estaban menguando del mismo modo que crecía su cansancio y dolor de cuerpo.

En la villa celebraban una especie de mercado en la calle principal. Había gente con trajes típicos y música en las calles. Detuvo la moto debajo de un árbol que le proporcionaba sombra. A él y a un caballo engalanado que tiraba de un carro adornado con flores, y que brillaba espléndido. Un hombre ataviado con un traje regional, que lucía un sombrerito ridículo, mostraba el tiro a quien se interesaba por él. Les enseñaba orgulloso una plaquita metálica que tenía grabada una fecha de 1789. Pero se le veía enfadado con el pobre caballo que, al parecer, no tiraba con brío de la calesa. El animal estaba cabizbajo, y con un temblor pronunciado en el cuarto trasero. Su mirada era muy triste, y a ojos de un profano, estaba más cerca del matadero que de llevar una vida de correteos por la pradera detrás de alguna yegua.

Clemente cruzó la calle y se adentró entre los puestos del mercado. Allí compró una hogaza de pan rústico, muy cara por cierto, una especie de salchichón blando que olía a ajo y una botella de buen vino. Decidió volver junto a la moto y preparase un bocadillo y darle un buen viaje a la botella de tinto. Al menos allí había sombra. Estaba en ello cuando se percató que el pobre bicho le miraba con cara lastimera. Mientras tanto el hombre del gorrito explicaba algo de la historia del artilugio a unos visitantes. Clemente cortó con su navaja de Albacete un buen trozo de salchichón y sin que nadie le viera le introdujo tres pastillitas para ver si de ese modo le levantaba un poco el ánimo al caballo. El jamelgo abrió la boca dejando ver unos grandes dientes amarillentos y engulló el trozo de vianda. Clemente decidió entonces ir a tomar un cafecito y seguir ruta.

Entró en un establecimiento y pidió un café. Afortunadamente se pedía igual en español que en extranjero, y se sentó a ojear un periódico, cosa absurda, ya que no entendía nada. De pronto se oyó un escándalo enorme en la concurrida calle. La gente corría despavorida de un lado para otro. Cuando Clemente se giró, vio pasar por delante de él al caballo tirando de parte del carruaje. Iba a galope tendido y había perdido el eje trasero al chocar con un Peugeot 504. Restos del carruaje estaban esparcidos por el medio de la carretera. Cuando el animal se adentró en el mercado, miles de cosas salieron volando. Había frutas rodando, el puesto de cerámica estaba arrasado, algún puesto de ropa se había desmoronado y el puesto donde había comprado el salchichón literalmente estaba hecho escombros con toda la mercancía pisoteada y echada a perder.

Al poco una patrulla policial pasó haciendo ulular sus sirenas y al lugar se desplazaron ambulancias y una dotación de bomberos. El caballo con, ya sólo el eje delantero del carro, se adentraba sin contratiempos en la autopista, después de haber tirado la barrera del peaje. Clemente nunca lo sabría, pero el caballo fue detenido por un dardo anestésico veinte kilómetros más allá, después de haber provocado docenas de colisiones en la autopista.

Pensó que era un buen momento para continuar el viaje, por lo que pudiera pasar. Con el tumulto pudo irse sin pagar la consumición, y cuando llegó donde la moto, un enfermero atendía al señor del gorrito que lloraba desconsolado, y al cual le había sido arrancada la oreja por un mordisco del equino.

Salió del pueblo rumbo a Orleáns, y se cruzó con el Gendarme en moto que al verlo, le saludo cortésmente. En apenas dos horas llegaría donde el primo de la Pepi. Sería recibido por Domingo Perdiguero, casado con Odile Pernod, sobrina nieta del mariscal Petain, y pariente lejana de André Citröen.>>

Continuará.

Paté.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por 23 »

Gracias por tu tiempo y tu relato paisano..........un placee leerte.
Triply
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Triply »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

Muchas gracias Pate por este fantastico relato. Un saludo . :plas: :clap: :plas: :clap:
E SE CHOVE, POIS QUE CHOVA.
Humphrey
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Humphrey »

Esperando la siguiente entrega... :XX:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por danielinvs »

:popcorn: :popcorn: :popcorn: :popcorn: :popcorn:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por SERGIO123 »

Me esta gustando mucho el relato.

Muchas gracias.
Y empezar la casa por el tejado!!!


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