"El gran viaje de Clemente"

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alapues
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por alapues »

:ala: :ala: :ala: :ala: ESpectacular! Que cosa más grande! :XX: :XX: :XX: :XX:



Si hay que ir, se vá.....!

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

Que grande ese pate. Bravisimo. :clap: :clap:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

VIIIº

<<La carretera discurría en una inacabable sucesión de curvas. El asfalto impoluto invitaba a ser recorrido a toda velocidad. La ausencia de tráfico ponía la guinda perfecta para una inmejorable jornada motera. Clemente subía marchas con soltura, reduciendo la velocidad necesaria para abordar el siguiente giro. Descolgaba su cuerpo en el viraje, con la rodilla buscando el límite de inclinación. El motor rugía alto de vueltas y parecía pedir más guerra. Abordaba la siguiente curva en forma de ese, con maestría digna de un piloto, su cuerpo danzaba de un lado a otro del asiento. El índice derecho rozaba la menta de freno con habilidad. Notaba como la suspensión delantera se hundía levemente y cerraba el ángulo de la dirección , acortando la distancia entre los ejes y haciendo la moto más ágil. Ya no era un simple conductor de motos, era piloto.
Abrió los ojos y dejó de soñar. Se encontraba en la misma cama del Hospital desde hacía dos días. En la cama contigua seguía el mismo muchacho de ayer. A su lado, sentada en un butacón, estaba dormida la Pepi. En su regazo sostenía un libro abierto. Se podía leer el título, “las bondades de una dieta sana”. La veía ostensiblemente mas delgada, dentro de un orden. Hacía cinco largos días que no ingería alimentos, al menos en la proporción habitual. En otras circunstancias , la hubiera visto sosteniendo en ese mismo regazo, una hogaza e pan, una torta del Casar y un cuchillo para untar el rico manjar.

Seguía estando dolorido. El cuerpo estaba decorado de incontables arañazos producto de su travesía floral. Según había dicho su hermana, antes de que la Pepi la echará a empujones de la habitación, por maltratar a Clemente, habían contado mas de cien espinas extraídas. Alguna de ellas dolorosa de necesidad, como la que había tenido incrustada en uno de sus testículos. Curiosamente, en su cara, dejando de lado un increíble trauma producto del golpe con el abejorro, no se alojó ninguna.

Aquellos días, a pesar de todo, habían sido los más aleccionadores en lo que respecta a su reciente afición. Pasaba el día charlando con el muchacho de la cama vecina, que estaba ingresado, al igual que él, por un siniestro en moto. Sufría de rotura de ambos brazos y de dos costillas, pero era un tipo locuaz y alegre. Compartieron largas charlas moteras. Términos hasta la fecha desconocidos como gripar, tumbar, el verdadero significado de “quemado”, patinar el embrague, y otros muchos de la jerga motera, cobraban sentido para Clemente.

La Pepi despertó de su letargo después de un prolongado ronquido. Vió como Clemente estaba asimismo en vela y le sonrió. Le puso al corriente de las novedades, como que su moto ya estaba en el taller en proceso de reparación. No obstante había tenido que amenazar al comerciante con una demanda, ya que pretendía demorar el arreglo de la moto varias semanas. Algo inconcebible en su mente práctica. Los desperfectos consistían en sustituir las dos barras de la horquilla delantera, llanta delantera también, guardabarros, tapizar el asiento que estaba rasgado en varios puntos, y sustituir el manillar torcido y una estribera. Le contó que también ella estaba sufriendo una transformación. Había mandado castrar al caniche para ver si así se aplacaba en el ímpetu de orinar en los visillos. Asimismo había invertido una importante suma de dinero en un local de la avenida, que había resultado calcinado en un incendio reciente, y barajaba la posibilidad de montar un gimnasio con consulta de dietética. No le comentó nada de su intención de iniciar una dieta estricta.

Los días de reposo le estaban sirviendo para madurar la decisión de su viaje. Tenía que decidir en breve su destino. En el televisor del cuarto, que no tenía sonido, se podían apreciar imágenes de un sangriento atentado en el Líbano. Mucha gente corriendo de una lado para otro, montones de escombros y mucho humo. Se alegró sobremanera de haber descartado Beirut como colofón a su aventura. Ahora pensaba en un destino algo más próximo. Un lugar donde se viviera la moto de manera positiva.

Algo perturbó sus pensamientos. En el otro extremo del pasillo, se oían unos fuertes gritos y quejidos. Mandó a la Pepi a interesarse por lo que estaba aconteciendo, y al poco regresó diciendo que no era nada importante. Al parecer un paciente gritaba por el dolor que le producía la cura que le estaban practicando. Víctima de un accidente de tráfico, se había visto atacado por las abejas de un par de colmenas que estaba transportando, al parecer también, en una ambulancia. No obstante no había que lamentar daños para el vehículo implicado, afortunadamente.

Su compañero de fatigas le relataba como su moto, una Moto Morini de 350cc, era muy fiable. Al contrario que la Sanglas, no era necesario estar continuamente apretando la tornillería, y aunque su cilindrada era menor, gozaba de unas prestaciones superiores. Lamentablemente sus días habían terminado el día del accidente. Pero si algo había notado Clemente, era que a pesar de las circunstancias adversas que estaban padeciendo ambos, sus ganas de montar en moto no disminuían. Incluso aumentaban. El muchacho decía tener ya “fichada” una Yamaha XS 400. Se rumoreaba que gozaba de una calidad impresionante. A Clemente le parecía que esos “chinos” no durarían mucho en el negocio de las motos. Se limitaban a copiar a los europeos.

Tras una semana de ingreso, Clemente fue dado de alta. Se despidió amablemente de su compañero de fatigas, y este le deseó buena ruta y ráfagas. Él no era muy partidario de hacer ráfagas en su moto. Dos veces que lo hizo, se fundió uno de los fusibles, y es que la instalación eléctrica de su moto era el punto más débil de ella. Así que él, le hizo la señal de la “V”, que al menos no suponía avería ninguna.

No caminaba con la soltura habitual, eso alegraba a la Pepi, que con su caminar cansino y atropellado, producto de su obesidad, se sentía más cómoda con un ritmo relajado. Convinieron en sentarse en una terraza, y días después, por fin, se pudo tomar unas cervezas. Ella en cambio tomo una tila. Brillaba el sol. Por delante de ellos el tráfico normal de un día normal. Pero a Clemente le sabía a gloria bendita respirar el aire contaminado dela ciudad. Se miraban a los ojos, no decían nada, y en el momento en que la Pepi iba a decir algo, que se intuía importante, pasó por delante de ellos una moto maravillosa a los ojos de Clemente. Y todo dejó de existir. Una moto roja, con un carenado pequeño, con un ronroneo magnifico, una Guzzi LeMans, o eso creyó leer.

Esa especie de veneno que uno lleva dentro, que va creciendo en el interior sin saber cómo, sin explicación ninguna, se había adueñado de su cuerpo.

La pobre y oronda mujer que iba a hacer participe de su intención de “ponerse guapa para él”, se apiadó de su galán. Vio como el brillo de sus ojos, que ella deseaba para si, ahora, pero solo ahora, en este instante, eran para un montón de hierro y cromo.

El que habló fue Clemente. Por fin había decidido el destino de su epopeya. Se consideraba preparado para ello. Tenía experiencia en el manejo ágil de la moto, en pequeñas reparaciones, incluso en saber caer, y tenía por fin un destino en mente. Eufórico por la decisión, y ya por su cuarta cerveza, tomó las manos de Pepi, y le dijo, que cuando volviera de su viaje, empezarían a concretar una vida en común, una vida en pareja, una boda tal vez, si ella aceptaba, claro.

La mujer sintió como un volcán en su interior. Las manos, en contra de su costumbre, le temblaban, por sus mejillas discurrían un par de lágrimas, y presa de una excitación semejante a la de él, le prometió que a su regreso, y como muestra de amor infinito, le regalaría la misma moto que acababan de ver.

Clemente, en un ataque de alegría inmensa, se acercó a su amada, le beso fuertemente, y le dijo al oído el destino de su viaje.>>



FIN DE LA PRIMERA PARTE.

Continuará.

Paté.
Última edición por pate el 26 Ene 2014, 21:03, editado 1 vez en total.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por alapues »

:plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas: :plas:

Y falta mucho para la 2ª parte? := := := := := :=



Si hay que ir, se vá.....!

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Triply »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Anherko »

8O
ME descuido un fin de semana alejado de internet y me enchufas dos capítulos :atope: para luego encontrarme con la triste noticia del fin de la primera parte :cry:
Esperamos ansiosos la segunda :popcorn: :popcorn: :clap: :clap:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por carlosrdtm »

Hay madre que nervios!!! :=

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

La segunda parte empezará a nada que tenga tiempo.
La primera a intentado acercar la figura del protagonista al lector, al igual que su entorno. Una vez definido su objetivo, el viaje en moto, toca desarrollar el descubrir el destino, y el desarrollo del mismo.
Que le deparará a nuestro amigo el viaje?.
En breve lo sabremos. Mi imaginación desbordante en lo ridículo, ya tiene alguna idea.

Gracias por vuestro seguimiento. Yo disfruto escribiendo estas historietas.

En breve.....vuelve "el hombre".

Paté.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Sirocco »

Tu disfrutas escribiendo y nosotros leyendote.


Gracias Paté



:XX: :XX: :XX:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por JoseDavid81 »

Deberías de plasmar esta historia en un libro, recuerda a lo que pienso hemos sentido muchos al alcanzar nuestro sueño.... :clap: :clap: :clap:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Ferxo »

Danos mas, danos mas......... :clap: :clap: :clap: :clap:
Volveré :atope: :atope:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

Un crack. :clap: :ala: :plas: miro todos los días haber si publicaste algun capítulo más. Gracias tio
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

SEGUNDA PARTE


IXº



<<Habían pasado ya varías semanas desde que Clemente, se había incorporado a su nuevo trabajo. Una vez allí, fue consciente de la suerte que había tenido. Compartía trabajo con un guineano de color. De color negro, claro. Este hombre llamado Donato Zarraluqui, se enorgullecía de ser africano, a pesar de que Clemente no tenía muy claro que su nombre y apellido tuvieran demasiadas raíces africanas.

Resultó ser un hombre muy trabajador y que hacía fácil la convivencia. Ambos se dedicaban a limpiar por dentro y por fuera los tres vehículos mortuorios de servicio público. En ellos se trasladaba a los fallecidos que carecían de seguro de decesos y no tenían medios económicos, a los presos que perecían en presidio y a los vagabundos sin hogar conocido. Como quiera que tales circunstancias no se daban con asiduidad, disponían de incontables horas de relajo.

El emplazamiento donde trabajaban, era una gran nave que distaba unos trescientos metros del instituto anatómico forense. Estaba compuesta por un gran garaje, una estancia para los empleados, que eran ellos mismos, y los doce chóferes de los vehículos, algunos de los cuales, aparecían para fichar y se marchaban, e incluso uno de ellos, nieto de un coronel médico con muchas influencias, era un completo desconocido para el resto. En un extremo de la inmensa nave, había dos cámaras refrigeradas, a modo de depósito, por si era necesario utilizarlas en caso de calamidad con gran número de víctimas. Una de ellas era usada de forma eventual para el almacenamiento de productos cárnicos, pero ahora se encontraba vacía, para gran pesar de Donato, que aprovechaba tales circunstancias para llenar la despensa de su casa.

Las horas muertas las dedicaba Clemente a preparar la ruta de su viaje. En una gran mesa se hallaban desplegados inmensos mapas, en los cuales trazaba el recorrido más apetecible. Varías guías de viaje y una enciclopedia Espasa, descansaban sobre un banco.

El recorrido partía de su ciudad y buscaba la frontera norte del país. Llegar a Irún, le supondría un día de viaje. De allí subiría hacia el norte, con la intención de recalar en Burdeos, donde al parecer, servían buenos vinos. Aunque él era más de cerveza. El día siguiente pernoctaría en Poitiers, y en un día más llegaría a las afueras de Orleáns, donde la Pepi, tenía un primo carnal casado con una adinerada señora francesa, y que habían insistido en que pasara con ellos unos días. Al menos tres. El viaje continuaría visitando Paris, aunque sospechaba que no habría demasiado que ver, pero ya que pasaría por allí, ocuparía algún día en verlo. De allí a Calais, donde cogería el ferry con destino al país que había decidido visitar. La Gran Bretaña.

Cómo se había decidido por ese destino, era una mezcla de ocurrencias, imaginaciones varias, estereotipos que se había formado leyendo noticias a medias, y el haber oído con interés las historias de aquel muchacho en el hospital, que le narraba con entusiasmo el espíritu motero que se vivía allí. Al decir de aquel chico, las motos inglesas habían marcado época, eran de una calidad contrastada, y seguían fieles a la tradición. Cosa a la que al parecer eran muy dados los ingleses.
Clemente además pensaba que nos unían muchas más cosas. Los británicos eran un pueblo muy dado a la bebida. Eso al menos le hacía sentir cierta simpatía por ellos. Históricamente habían sido, al igual que el noble pueblo hispano, colonizadores sin escrúpulos, hicieron del arte de navegar una gran escuela de piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios. Sobre todo corsarios. Eso de robar con el beneplácito de los mandatarios, nos calificaba como de semejantes. El no ser muy tiquismiquis con la higiene personal, sobre todo de las mujeres británicas, que solían lucir pelambrera en el sobaco, también le parecía una clara ventaja, dado que las condiciones de su periplo, no permitirían muchas alegrías con los asuntos del jabón.

Cómo viajaría en Agosto, las posibles inclemencias de su caprichoso clima desaparecerían sin lugar a dudas. La comida, que según se comentaba, era una especie de atentado al buen paladar, no le preocupaba, ya que tenía pensado como solventar el problema con autosuficiencia e ingenio; y una completa guía de camping solucionaría el asunto de dormir.

En estas semanas se había hecho con un equipamiento adecuado. La Pepi le había comprado un barbour Garibaldi, con el cual estaba a salvo de la lluvia y del frío. Como hombre agradecido que era, no puso objeciones a la prenda, pero en Agosto, estaba seguro que con una chaquetilla habría sido mas que suficiente. Él se había procurado un nuevo casco. Se deshizo del casco jet un mal día en que este último cayó del asiento por enésima vez. Una patada de frustración por su parte, hizo que fuera a parar debajo de las ruedas del Barreiros de una cantera que había subiendo a la ermita del Cristo de la Peña. El casco acabó grotescamente aplastado por el pesado camión, y el dedo gordo de su pie que lucía unas sandalias cruzadas, dolorido por el puntapié. Lo sustituyó por un integral Climax de color rojo.

Usaría un pantalón tejano, y llevaría, aunque le parecía una tontería, un pantalón impermeable amarillo, del tipo que usan los pescadores de alta mar. El calzado lo había recuperado del trastero. Lo encontró en una caja debajo de otras muchas, que contenían docenas de libretitas todas llenas de anotaciones, y eran las botas de cuando hizo la mili en Cerro Muriano. Resistentes y aislantes.

En cuanto a la moto, una vez reparada satisfactoriamente, la había equipado con un portabultos reforzado, del cual colgaban dos alforjas de lona en los laterales. Una bolsa sobredepósito serviría para completar el equipaje. En ella tenía pensado guardar su ropa y los escasos, por inútiles, utensilios de higiene personal. En una alforja llevaría recambios para la moto, bujía, cables de embrague, una lata de aceite CS, un spray antipinchazos, y un surtido amplio de herramientas, así como cinta americana y alambre. La otra alforja estaría dedicada al avituallamiento. Camping gas, conservas, arroz de la Albufera, un pequeño cazo, cuchillos, tenedores, un par de botellas de pacharán y moscatel, mecheros y demás enseres. Sobre la parrilla, y sujetas por unos pulpos, irían una paellera, y una gran bolsa de lona negra con sus iniciales bordadas en blanco y rojo, que contendrían en su interior una pequeña tienda de campaña, el saco de dormir, y una esterilla.

Con la ruta trazada, la moto dispuesta, y los pertrechos ya decididos, bastaba con aguardar el día de partida. Pasó los días con la Pepi, que seguía comiendo de modo extraño. Ensaladas, carne a la plancha, muchas infusiones, que le provocaban gases, que no reprimía,verduras y fruta. Tales hábitos habían sumido en una gran depresión a su hermano, el examinador. Y también a su carnicero de confianza. El primero de ellos había perdido si cabe mas peso que ella, y deambulaba con cara triste y apagada. Su malhumor iba in crescendo, y era raro que algún aspirante a conseguir el carnet aprobara a la primera. Los profesores de las autoescuelas tampoco estaban, lo que se dice muy contentos, ya que el porcentaje de aprobados disminuía y con ello el prestigio de sus academias. Uno de ellos encontró una rápida solución, que fue alabada por el resto de colegas. Contrataron a un conocido delincuente de la ciudad, famoso por su habilidad para escapar de las fuerzas del orden con conducciones suicidas, y con un buen fajo de billetes por medio, consiguieron que “accidentalmente” aplastara el pie del fulano simulando un error en una de las maniobras de aparcamiento de camiones.

Aunque el hermano de la Pepi insistió en que había sido adrede, y que era un atentado contra su persona, ningún profesor admitió haber visto nada, y los alumnos que aguardaban su turno, aseguraron que fue él, el que se interpuso en la trayectoria del camión, sabedores que sus posibilidades de aprobar la prueba mejoraban con la ausencia del individuo en cuestión. Le aguardaban seis meses de baja, al menos.

En cuanto al carnicero, sus ingresos habían disminuido un veinte por ciento, y barajaba la posibilidad de cerrar el negocio y jubilarse anticipadamente.

Paseaba con su amada y dedicaban el tiempo a ver como avanzaban las obras del último local comercial que había adquirido. Sabiamente, y siguiendo los consejos de Clemente, había desechado la ocurrencia del gimnasio, y había decidido abrir una gran cervecería con grill y un amplio surtido de tapas y raciones. El negocio había causado gran expectación en la zona, ya que solo existían una docena de negocios similares en el barrio, cifra a todas luces insuficiente. Ocupaban el tiempo en tiendas de ropa. La mengua clara de volumen de la mujer, le obligaba a sustituir el vestuario, y pasaban horas de boutique en boutique renovando la ropa. Clemente solía sentarse y dormir en las interminables horas de prueba.

En los momentos de más aburrimiento salía al exterior y observaba con detenimiento las motos que circulaban. Para su asombro, cada vez más motos orientales poblaban las calles. Pero su máximo deleite era cuando pasaba alguna moto ruidosa que le ponía los pelos de punta. Era habitual ver y oír pasar una Laverda 1000 Jota roja, que dotada de un escape abierto, hacía atronar el tricilíndrico sin compasión. Vio en un par de ocasiones la Moto Guzzi LeMans y también le recorría un escalofrío de emoción. A veces se sentía un tonto con simplezas de este estilo. Le resultaba chocante que un montón de tornillos, y acero, pudiera hacerle sentir emociones, así que siendo un hombre práctico, cada vez que esto sucedía solía evadirse tomando unas cervezas. Y creía olvidar. Pero en su mente, la imagen de su querida moto le acompañaba. No era probablemente la mejor moto del mundo, como había pensado cuando la compró, pero era suya. Y en la cuarta o quinta cerveza, cuando ya empezaba la maldita cancioncilla a no querer abandonar su cabeza, se imaginaba rodeado de bellos paisajes, carreteras infinitas y solitarias, pilotando la Sanglas como un virtuoso piloto de carreras.

Pronto llegaría el día soñado. Ese día que le definiría ya de por vida, como aventurero en moto, y embajador de la excelencia rutera allende de nuestras fronteras. >>


Continuará.
Última edición por pate el 26 Ene 2014, 21:04, editado 1 vez en total.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Triply »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por carlosrdtm »

Nos vamos de viaje!!! :ooWoo: :ride:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

Que gracia me hizo la definición del compañero de Clemente "claro" :lol: =)) :clap: :clap: :clap:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Anherko »

:clap: :clap:
En la pestaña de al lado estoy con el google imágenes para hacerme mejor idea de cascos y motos que detallas, así se imagina Clemente a la Pepi en la Laverda Jota :D
http://www.sportbikerider.us/CFFileServ ... 380214.jpg
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por carlosrdtm »

No se ve ná :|(
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »



<<Mientras posaba junto a la Pepi y su moto ya pertrechada, recordaba como el día anterior lo ocupó preparando todo. Repasando una y otra vez la lista de cosas imprescindibles, que no debía olvidar.

Al otro lado de la plaza, estaba el hermano de su chica intentando, no sin dificultad, tomar una foto del momento. Apoyado en dos muletas, de esas que se apoyan en el sobaco, intentaba guardar el equilibrio necesario para plasmar la instantánea. En su pierna derecha lucía una gran escayola de la que asomaban tímidamente los dedos del pie. Se asemejaban a pequeños choricillos intentando evadirse de la cárcel de yeso.

El que su hermana, la Pepi, estuviera continuamente reprochando su lentitud, no ayudaba a conseguir la ansiada foto. La Polaroid Sun 600 recién estrenada les regalaría en breve un momento inolvidable. La partida para el gran viaje de Clemente. Destino, la Pérfida Albión.

La foto mostraba a Clemente luciendo lo que parecía ser una medio sonrisa, aunque nadie que viera el momento podría haber descrito ningún rasgo llamativo de la cara, en toda su vida, por mucho que lo intentase. Era un tipo, creo que nunca se ha dicho, con una cara que nadie conseguía recordar pasados unos minutos. Vestía el barbour Garibaldi, los pantalones tejanos, las botas de la mili relucientes y bien engrasadas, y en las manos sujetaba el Climax rojo con un par de guantes en su interior.

A su lado, la Pepi, visiblemente más delgada, aparecía bien vestida y calzada con unos zapatos con cuña. De tal modo que hacía parecer a Clemente aún mas bajo de lo que era. Como de costumbre sus mofletes eran sonrosados, y de una mano colgaba un bolsito que parecía ridículo comparándolo con su enormidad.

La moto, en el otro extremo de la toma, aparecía reluciente. Cargada con todos los avíos programados, llamaba poderosamente la atención, la paellera que dejaba sobresalir las asas por los extremos y que guardaba en su interior la bolsa con la tienda, el saco y la esterilla, bien sujeta al portabultos trasero con un par de pulpos. Ambas alforjas de loneta aparecían repletas al máximo, lo cual otorgaba una anchura considerable al vehículo. Sobre el depósito, la bolsa, que costo horrores sujetar en condiciones, con la ropa necesaria para el periplo. Un ojo entrenado vería en la foto que la moto era de color azul eléctrico, y que sin lugar a dudas la llanta delantera era muchísimo mas nueva que la trasera.

La Pepi insistió en marcharse para evitar emociones mayores y el consiguiente bochorno de verse llorando delante de los vecinos. Abrazó con contundencia a Clemente que se sintió turbado. Le soltó un beso en la boca, y él, hombre de pelo en el pecho se lo devolvió con el mismo ímpetu. No cabía duda que la llama del deseo ardía con fuerza en su interior. Tenía planeado a su regreso, organizar una velada romántica y catar, por fin, las mieles carnales de su futura mujer. Sabía de la decencia proverbial de su amada, pero con un compromiso ya latente, solo faltaba la consumación para hacerlo firme.

Se puso el casco y los guantes. De nuevo los nervios jugaron en su contra. Olvido atarse el casco y se los tuvo que quitar. Se dispuso a subir en la motocicleta y se enfrentó al primer gran problema. Subirse. Como quiera que las alforjas molestaban, que el bulto de la paellera y demás impedían subirse pasando la pierna por encima, la única opción factible era la de subir en la estribera y pasar la pierna con agilidad entre la bolsa sobredepósito y el equipaje trasero. Dicho así parecía tarea fácil, pero si consideramos que la palabra agilidad hacía tiempo que se había desterrado del cuerpo de Clemente, la cosa tomaba tintes dramáticos. No tenía otra opción, así que lo intentó, y si obviamos un leve toque con la gruesa suela de la bota en el asiento, la maniobra de acoplamiento salió a la perfección. Tocaba darle el impulso necesario para bajarla del caballete. Estando encajado entre la bolsa delantera y el extremo de la paellera que invadía parcialmente el sillín, la cosa resultó fácil. Ya estaba en el suelo.

La moto, recién puesta a punto en el taller, arrancó a la primera. La emoción embargaba a Clemente. Estaba tan emocionado que su mente en esos instantes, era un páramo desierto. Nada transitaba por ella. Introdujo con un sonoro “clonc” la primera velocidad y soltó con finura veterana el embrague. Ya estaba en marcha. El viaje había comenzado. Recorridos apenas doscientos metros, los nervios le jugaron una mala pasada. Se meaba. Tenía que detenerse si o si, a aliviar su vejiga. Barajó dar la vuelta y volver a casa de la Pepi, pero descartó la idea para que la congoja no hiciera mella en su querida. Buscó con la mirada un bar y se detuvo delante de uno que hacía esquina. Recordaba haber estado allí el primer día que tuvo la Sanglas. Sin duda era una buena señal. El destino se aliaba con él y con esta coincidencia simbólica bautizaba su viaje.

Detuvo la moto y observó que si la maniobra de montarse era complicada, la de apearse de la moto, era imposible. El pie no le alcanzaba para poner le pata de cabra, y apenas sostenía el considerable peso de la moto con las puntas de los pies. Cuando uno se encuentra en una situación apurada, da la sensación de que las neuronas se mueven mas rápido, y decidió que un bordillo de acera le serviría de apoyo. Dicho y hecho, paró junto al bordillo, se apeó de la moto, perdiendo grotescamente el equilibrio, pero sin llegar caer, y salió disparado al bar.

Dos carajillos y una meada abundante después, por fin, ponía rumbo a la salida de la ciudad.

Ya en carretera, circulaba a una velocidad de entre noventa y ciento diez, ya que nunca marcaba con exactitud una cifra concreta, cuando fue consciente que debido a una ley física inapelable, el exceso de carga suponía a su vez, un exceso de peso. Eso se traducía en una maniobrabilidad más deficiente de la moto, y en una especie de flaneo de la parte delantera. Nada preocupante, pero si que condicionaría la velocidad de crucero, que había supuesto sería de unos ciento diez, ciento treinta de oscilación. Con la carretera despejada, como corresponde a un lugar que no es de veraneo en pleno Agosto, los kilómetros pasaban deprisa.

El viajar en moto le había regalado momentos impagables. Podía dejar su mente relajarse, dejando la atención justa en la conducción de la máquina. Era como un autómata, embragar, acelerar, frenar, todo surgía de modo natural. Tomaba las curvas de un modo menos natural, a consecuencia del ligero flaneo del tren delantero, pero poco a poco fue habituándose a ello. Cuando tuvo que sobrepasar a un camión de una cantera, tomó nota de que la aceleración, debido a otra ley indiscutible de la física, había disminuido en justa proporción al exceso de carga. No le quedaba otra opción que reducir marchas para hacer los adelantamientos con soltura. Buscó el lado positivo del asunto y pensó que al menos haría la conducción mas entretenida.

En apenas cinco o seis horas llegaría al final de su primera etapa. Si los cálculos no le fallaban así sería. Por supuesto, los cálculos fallaron, cosa que suele ser harto frecuente en los desplazamientos prolongados. Buscaría un camping en las inmediaciones de la frontera con Francia, y al día siguiente, cruzaría la barrera que delimitaba los paises.

El País Vasco, se le antojaba un buen destino. Había hecho la mili con un muchacho de Astigarraga, un tal Benito Berasaluze, que era un gran bebedor. También era un gran aficionado a comer con desmesura, y contaba increíbles historias de paisanos que levantaban piedras enromes con una mano, y de bueyes que tiraban de inmensas moles, también de piedra, y de desafíos de cortar a guadaña cantidades terribles de hierba, o de cortar troncos a velocidad increíble. Parecía ser un pueblo muy divertido.

Ensimismado en su pensamiento, con la vista al frente, la cinta negra de asfalto pasando por debajo de su montura. Con ligero vaivén producto de una mala distribución de la carga, el sol de media mañana acariciaba su lado derecho del cuerpo y empezaba a molestarle en los ojos, momento en el que cayó en la cuenta que no había cogido las gafas de sol. A decir verdad fue un hecho afortunado, eran horribles y causaban espanto. Habían sido de su padre y hacía unos veinte años que ya se habían pasado de moda, aparte de estar torcidas y de quedarle pequeñas. Andaba planeando comprarse unas. Buscaría un lugar donde hacerlo nada más llegar. No tenía ni idea, pero suponía que en el País Vasco habría ópticas de confianza. Su mente se distraía haciendo cábalas de cómo serían las gafas, sus ojos miraban el número de kilómetros recorridos, estiraba las piernas para relajarlas, iba a ser un gran viaje. Un viaje inolvidable.

Notó un ligero golpecillo en el cuello. Alargó la mano y se la pasó, sin notar nada relevante. Cinco minutos más tarde, algo se movía en su pecho. Lo notaba como un hormigueo leve, que se movía a velocidad moderada, por estar aprisionado por la ropa. De pronto un intenso picotazo junto a su pezón derecho, le hizo sacudirse de dolor. De nuevo otro picotazo mientras frenaba la moto con decisión, le volvió a convulsionar. No cabía duda que un insecto estaba, otra vez, haciéndole pasar un mal rato.

Tan pronto hubo detenido la moto, se soltó el barbour de un tirón fuerte, se levantó la camiseta de “Pinturas Sierra de Peñarara”, y una maldita avispa cayó moribunda entre sus piernas. De rabia la machacó con el dedo, y no paró hasta minutos después de maldecir a todos los insectos del mundo, a cagarse en las avispas y en desear que una plaga de insecticidas atacara todas y cada una de las colmenas del mundo, o el lugar donde vivieran esos malditos bichos inmundos.

Buscó un lugar donde poder bajarse de la moto y recolocar la camiseta en su sitio. A pocos metros, un mojón de la carretera serviría para tal menester. Apenas hubo parado, descendió de la moto con la misma dificultad que antes, pero ya con la lección aprendida de la vez anterior. Estaba colocándose la camiseta por el interior del pantalón y se disponía a abrochárselo cuando un coche patrulla de la Guardia Civil pasó a su lado y frenó con decisión. Uno de los agentes se acercó, y el buen Clemente supo que venía a interesarse por algún supuesto percance. Por supuesto que no era así.

El Guardia Civil le acusó de haber parado en lugar no permitido, de no señalizar la parada, y de presuntamente orinar en lugar público. Clemente le dijo que ya había orinado en el bar antes de salir y que estaba recomponiéndose de un ataque de avispa. Al funcionario le pareció una de las muchas excusas absurdas que escuchaba cada día, pero como muestra de buena voluntad, sólo le denunciaría por detenerse en lugar no permitido y poner en riesgo leve la circulación de otros vehículos. Dos mil pesetas. A Clemente no le cabía duda que si existiera un universo animal, la Guardia Civil, o al menos aquel Guardia Civil, sería de la misma especie que la avispa, a la que el diablo confunda, o de la misma calaña que el maldito abejorro que se estrello contra su mejilla, antes de tener el casco integral. Una especie a extinguir.

Reemprendió el camino dolido. Por la multa y por los aguijonazos del insecto. Llevaba ya tres horas de camino, había parado dos veces a repostar, una vez más a tomarse una cerveza y a estirar las piernas, que le dolían apreciablemente a la altura de las ingles, pero que le dolían menos que el culo. Y de nuevo la moto y su cuerpo le pedían una parada a repostar. La gasolinera de CAMPSA se encontraba desierta, ya que era hora de comer. Paró hábilmente junto al poste surtidor y apoyó el pie derecho sobre el bordillo. Soltó por tercera vez la bolsa y le facilitó el repostaje al empleado. Intercambiaron unas frases sobre el buen día que hacía, sobre el destino del viaje, que sorprendió al gasolinero, que le hizo participe de su escepticismo sobre que “con este trasto no llegas”, y que terminó con un “jodida envidia que tienes” por parte de Clemente. De haber recordado su cara, el empleado hubiera podido apreciar como una mirada de desprecio brotaba de sus ojos, pero extrañamente no pudo recordar nunca su cara.

Lo que si recordaría fue que al salir de la gasolinera con exceso de ímpetu, para demostrar que la moto era capaz de esa gesta y de otras más complicadas, como ir a Beirut, una de las alforjas golpeó un expositor de aditivos para la gasolina, y tiró ruidosamente un par de decenas de botecitos por el suelo, al patinar la rueda con un vertido de gasoil. El tipo del surtidor maldecía al idiota de la moto de mierda, y él, ajeno a lo sucedido, pensaba lo mala que era la envidia y en que ese fulano no tenía ni idea de motos. Una vez recogido todo el estropicio, el empleado fue a sacar brillo a su Ducati 750 SS.

Una vez reposada la comida que tomó en un bar de carretera, que según la sabiduría popular, estaba plagado de camioneros, síntoma de buen género, prosiguió la ruta sin más contratiempos. Llegó a las inmediaciones de la frontera, localizó en una guía un camping, y una vez inscrito, procedió a montar tienda, a repretar todos los tornillos susceptibles de aflojarse, y se sorprendió por haber necesitado mucho más tiempo del previsto al inicio. Buscó una cabina telefónica, llamó a la Pepi, que entre sollozos producto de la tristeza de no tenerle a su lado, y de la alegría de saber que todo marchaba bien, le participó de las novedades que creyó de interés. Unos operarios estaban cambiando los visillos, ya que el perrito, seguía empeñado en orinarse en ellos, y los estaba sustituyendo por unos de laminas que si bien le daban aspecto de oficina de banco al comedor, albergaba la esperanza de que sirvieran para el cese de la actividad mingitoria del caniche. Días más adelante supo que había tenido éxito en la idea, pero que ahora el perro la había tomado con las patas de las sillas del comedor. Animalito.

Acabó de descargar el equipaje, se instaló en la tienda, cerró los ojos y notó como todo su cuerpo le dolía. El culo, las piernas, los brazos, el pezón derecho que le palpitaba, dios fulmine todos los avisperos del mundo. Mañana tocaba cruzar la frontera.>>

Continuará.

Paté.
Última edición por pate el 26 Ene 2014, 21:05, editado 1 vez en total.
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
ekinox
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ekinox »

Que emocionante me parece el viaje de Clemente Voy a cojer ideas y creo que me voy a hacer el mismo viaje, "que también sería el primero" igual sin paellera no? :clap: :clap:
E SE CHOVE, POIS QUE CHOVA.
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