"El gran viaje de Clemente"

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ROSCACHAPA
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por ROSCACHAPA »

Hala, ya me lo he pasado todo a un texto

Que grande eres pate :win:
Un saludo

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alapues
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por alapues »

:clap: :clap: :clap: :clap: :clap: :clap: :clap:



Si hay que ir, se vá.....!

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maax
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por maax »

:clap: :clap: :clap: :clap: :clap: :XX: :XX: :XX:
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Anherko
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Anherko »

Y sigue la aventura :popcorn:
En breve necesitaremos numeración de capítulos!!!!
Que no decaiga :ride:
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MANRI
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por MANRI »

Yo también me he convertido en un seguidor de Clemente y su Sanglas, gracias al consejo de Alapués.

Gracias Paté por estos ratos.
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Triply
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Triply »

:popcorn: :popcorn: :popcorn: :popcorn: :popcorn: :popcorn:

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por fradarga »

:clap: :clap: :clap: :clap: :clap:
Acabo de leer todos del tirón....
:popcorn: :popcorn: :popcorn: :popcorn: :popcorn: :popcorn:
Quiero maaaassssssssss
:ala: :ala: :ala: :ala: :ala: :ala:
Gracias por los relatos!
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pate
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

XIº


<<Se despertó mucho antes de lo programado. Un viaje, pensaba él, se debía programar hasta en los más mínimos detalles, incluso había que fijarse un horario regular de sueño y comidas. Nuevamente descubrió que una cosa era lo planeado y otra la dura realidad. Y ya que había pensado en “dura”, le recordó la noche que había pasado. Un recalcitrante calambre en la pierna derecha, y el molesto recuerdo del aguijonazo de la avispa, que el diablo extermine sin piedad. Unidas ambas cosas a la intrínseca incomodidad del suelo, formaban un trío muy convincente para no pegar ojo.

Como quiera que ya estaba en vela cogió la toalla y se dirigió a los baños para darse una reconfortante ducha. Comprobó que también había olvidado unas chanclas, y anotó mentalmente la necesidad de comprarlas. Cuando supo que el agua caliente no funcionaba, la incomodidad de ir a las duchas con las botas de la mili, pasó a segundo plano. Se aseo con rapidez inusitada. Esto, lo del aseo era algo que ya tenía asumido que no iba a ser una de sus prioridades, ya que ir todo el día sentado en una moto, ventilaba lo suficiente, y no generaba ningún tipo de sudor.

Cuando se hubo preparado, tomó rumbo a una de las muchas tiendecitas del puesto fronterizo, que estaba lo bastante cerca como para ir caminando. Comprobó que a pesar de ser temprano, un gran trasiego de coches franceses se dirigía a los comercios, que curiosamente estaban rotulados también en francés. Los paisanos salían cargados de cartones de tabaco y de botellas de alcohol. Muy cargados, la verdad.

Entró a uno de los comercios al azar y observó como los dependientes lo mismo hablaban en un idioma que él no entendía, supuso que francés, con la misma soltura que charlaban en castellano. Fue atendido por una señora de mediana edad que le cobró, unas gafas de sol, cuyo único defecto era una montura blanca, unas chanclas de piscina elegidas en función de su precio, y dejando de lado el asunto estético, que rayaba lo sicodélico, y un formidable paquete de galletas, y un tarro de Nescafé.

Aprovechó para preguntar si por una casualidad conocía a Benito Berasaluze, y la señora le dijo que a pesar de llevar veinte años casada, no conocía a su marido, así que no encontraba razón alguna para conocer a ese señor. Además, dijo, ella era de Burgos.

Para no tener que montar el camping gas, decidió que se tomaría en cualquier bar un cafelito y que así partiría antes rumbo a Burdeos. Y así lo hizo. Además abrió el paquete de galletas y se comió docena y media, mojándolas en el café con leche. El sol ya empezaba a despuntar, y el día era claro y fresco.

Desmontó la tienda, la empaquetó, reunió los bultos, y comprobó una nueva ley del viajero. Si compras más cosas, ocupan más sitio. A eso hay que sumarle que, nunca nunca, las cosas vuelven a ocupar el mismo espacio que cuando las desmontas. No obstante con un poco de ingenio se las apañó para estibar todo lo que llevaba. La diferencia era que ahora el camping gas, viajaba junto al macuto de lona negra, sobre la paellera. Su lugar lo ocupaba la gran caja de galletas y el bote de café soluble.

Se enfundó el barbour sobre la camiseta, se ajustó las botas, se colocó el casco, se lo abrochó, se enfundo los guantes, y se dispuso a poner en marcha la moto. Pero no tenía las llaves en el bolsillo habitual. Ni en ningún otro. Una hora más tarde se encontraba empaquetando de nuevo las cosas y sujetándolas en la moto, ya arrancada. Cómo llegaron las llaves al interior de la caja de galletas, sigue siendo un misterio. De nuevo se vistió de motero. Una vez dispuesto miró hacía arriba y vio el sol reluciente, y se apeo otra vez, para colocarse sus nuevas gafas de sol.

Subió a la moto, la bajó a golpe de barriga del caballete, dio dos acelerones en vacío, se bajó la visera, y con aire casi marcial enfiló la salida del recinto. Llegó al primer semáforo, que estaba en rojo. Detuvo la máquina con maestría, y le sobrevino un espectacular estornudo que iba acompañado de un montón de torpedos de saliva. Como quiera que dichos torpedos encontraron la férrea oposición de la visera, su visión empeoró. Los coches de atrás empezaron una sinfonía de claxon en Re mayor en cuanto se puso verde la luz del semáforo. Nervioso por las prisas emprendió marcha con, digámoslo así, una visión desmejorada, que se acrecentaba por el uso de gafas con cristal ennegrecido. No obstante reaccionó con eficacia, tarde pero con eficacia, y se subió la visera, que ya limpiaría en el control aduanero que distaba a unos trescientos metros de allí.

Observó que en el puesto fronterizo, no había mucho tráfico. Apenas unas docenas de franceses con el coche cargado de tabaco y alcohol, un par de autobuses españoles y vehículos particulares cargados de niños sonrientes. En cambio en sentido contrario, largas colas de coches esperaban turno para pasar al lado español. Curiosamente muchos de ellos iban sobrecargados y con paisanos que sin ninguna duda eran árabes. Llamó su atención una furgoneta que había detenido la benemérita , de la cual se apearon no menos de ocho personas, y que llevaba en la baca, una cómoda rustica, dos colchones e incluso una lavadora.

Se acercaba lentamente al primer paso de la aduana, allí un Guardia Civil con un bigote similar al suyo, ni siquiera le hizo caso y con una seña le conminó a proseguir. Unos metros más adelante un policía francés, que se llamaban Gendarmes, le miró con más detenimiento. Le paró, le pidió la “documentation sil vu plé”, la comprobó, le volvió a mirar, la volvió a ojear, le dijo algo a otro gendarme, y el hicieron detenerse en una zona anexa.

Allí se detuvo junto a un autobús español, que iba con enfermos de peregrinación a Lourdes. Los Gendarmes ordenaron desalojar el autobús que iba a ser registrado. Una de las enfermeras intentaba hacerles saber que en el bus iban enfermos terminales y lisiados de gravedad, y que hacerles descender supondría un trastorno considerable, pero no parecía tener ningún efecto en ellos sus palabras. Una monja de avanzada edad, visiblemente enfadada se encaraba con otro agente. Mientras tanto un grupo de enfermos descendía del vehículo. Alguno de ellos con muletas, otros visiblemente débiles, cojos, un ciego que tropezó cayendo al suelo, un par de voluntarios intentaban bajar por el hueco de las escaleras una camilla con una señora agonizante y todo un rosario de despropósitos. Clemente aguardaba a que algún policía viniera a revisarle a él, pero estaban todos intentando controlar al personal de la expedición.

Y un par de minutos mas tarde se lió la de san quintín. Al parecer un voluntario que estaba intentando bajar una silla de ruedas tropezó y fue a golpear con su cabeza a un gendarme en la entrepierna. Este voluntario, era un empelado de correos que tenía dificultades tremendas para caminar, debido a un accidente de tráfico, y que purgaba pena de prisión con labores humanitarias. Pero esto no lo sabía el gendarme que se retorcía en el suelo de dolor. Otro compañero blandió una porra y se fue a darle brillo en las piernas del voluntario, que intentaba en vano huir de la escena. Se soltaron perros, y los enfermos y las cuidadoras se enfrentaban a ellos blandiendo muletas e incluso una pierna ortopédica. La anciana monja, natural de Calamocha, y que ya había tenido que plantar cara en sus largos años de misiones a todo tipo de bandas armadas y delincuentes, blandiendo una varilla metálica de las que sujetan las bolsas de suero, y al grito de “la Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa....” se liaba a manporrazos con el teniente al mando del grupo de gendarmes que se batía en retirada.

La escena apenas duró unos minutos, pero dejó gratamente sorprendido a quien la presenció. Clemente sonreía, y los camiones españoles que cruzaban la frontera de vuelta a casa hacían sonar sus bocinas ruidosamente. Los moros también empezaron a lanzar consignas ininteligibles y alguno de ellos incluso llegó empujar a algún gendarme.

De pronto alguien vino a decirle que se marchara de allí. Al grito de “allez, allez”, arrancó la moto y salió de allí. Tenía claro que Francia iba a ser un país divertido. Ya había comprobado su tendencia a comprar bebidas espirituosas, y a armar jaleo. No eran tan diferentes a nosotros.

Ya en marcha comprobó tres cosas que si que tenían mejores que nosotros. De pronto todo parecía más limpio, más cuidado. El asfalto y la señalización eran impecables, aunque había que reseñar que todos los indicadores estaban escritos en extranjero, y que eso podría suponerle un inconveniente. Y que los coches eran mejores que en España, ya había muchos más modelos que allí. Además conducían muchísimo más rápido. O eso creía él.

Su destino Burdeos. No encontraba ni un solo cartel con la dirección que buscaba, como mucho, lo más parecido que leía era Bordeaux, así que pensó detenerse a preguntar, y así lo hizo. Desgraciadamente todos hablaban francés, y aunque creía que algunos si le entendían, sospechaba que se hacían los ignorantes. Así que estaba en un pueblo que se llamaba Anglet y no tenía muy claro como continuar. Además del retraso con el que partió por el asunto de las llaves, la demora en la frontera, el estar perdido, o casi, el hambre comenzaba a rondarle en el cuerpo. Pensó en la Pepi. Y buscó un lugar para comer, un parque, un jardín, un campo.>>

Continuará

Paté
Era tan bello el instante, que para detenerlo, sólo quedaba una opción.......el silencio.
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ROSCACHAPA
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Re: "El gran viaje de Clemente"

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fradarga
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por fradarga »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por carlosrdtm »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por davscram »

enganchado, enganchado, enganchado
Vaya un Clemente....
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por alapues »

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Re: "El gran viaje de Clemente"

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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por josedc »

Me lo acabo de tragar entero. Gracias por tu tiempo :XX: :XX:
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

XIIº


<< A unos cientos de kilómetros de allí, Pepi se disponía a preparar la comida. Acelgas con un chorrito de aceite y una compota de manzana sería su menú. Abatido en la tristeza, su hermano, también era participe de semejante festín. Sumar la dieta a su ya de por si fastidiosa situación física, no eran todos sus problemas. Había que añadir que debería realizar una fuerte inversión económica en la renovación de su vestuario. Todo, absolutamente todo le estaba enorme. Antes del, digámoslo así, accidente, aprovechaba para ir a alguna casa de comidas y mitigar la hambruna a la que le estaba sometiendo su hermana, pero debido a su lastimoso estado, las dificultades eran tremendas. Apunto estuvo de unirse a una expedición que partió para Lourdes, con el fin de buscar consuelo o una prodigiosa curación. Sin embargo, la Pepi impidió la excursión, alegando que la última vez que había pisado un lugar sagrado, tenía nueve años, y tomó la primera comunión.

No obstante se alegró de no haber ido. Corrían noticias de que en el paso fronterizo de Behovia, alguna suerte de complicación, les había demorado, e incluso en algún caso, les había agravado las lesiones que padecían. Se comentaba que un hombre, que se redimía de una detención policial, ejerciendo de voluntario, había sufrido graves daños en sus piernas al ser golpeado accidentalmente por unos gendarmes enfurecidos. Sumado a las heridas que arrastraba en sus rodillas al caer de una Vespa de Correos, y a unas horribles marcas en el cuero cabelludo, producto de un incendio fortuito, le habían hecho perder la cabeza, y nadie sabe como, a la carrera, se tiró de cabeza al río Bidasoa mientras atribuía a la Santa Virgen la profesión más antigua del mundo. Al parecer el individuo, pobre diablo, no dio señales de vida y se le dio por “oficialmente desaparecido”.

Una monja aragonesa, dos enfermeras y un capellán, habían sido retenidos hasta aclarar los hechos, y fueron puestos en libertad sin cargos, gracias a la impagable labor del cónsul de España, un tal Benito Berasaluze.

Clemente se había detenido en una pequeña zona anexa a la carretera. Allí, entre el ruido de camiones que subían hacia Europa, cargados de melones y lechugas de temporada, aplacó su hambre con una par de latas de sardinas en aceite y un buen puñado de galletas. Para beber descorchó una de las botellas de pacharán, y amorrandose a ella, le dio un buen repaso. Como era un hombre práctico y de ideas brillantes, aprovechó el aceite sobrante en las latas, para engrasar la cadena de la moto. Ojeó el mapa para orientarse, y pensó en ponerlo de alguna manera sobre la bolsa del depósito. Una vez sujeta la parte del susodicho que le interesaba, a base de cinta aislante, descubrió que era un tipo ingenioso. A nadie se le hubiera ocurrido emplear la parte superior de la bolsa, que era de plástico transparente, para introducir en su interior el plano, que además hacía prescindible el uso de la cinta. Aquello le hizo esbozar una sonrisa de autocomplacencia.

Con las cosas más claras, volvió a estibar la parte de la carga que usó, y una vez pertrechado con la ropa, arrancó la moto, que seguía funcionando de maravilla, y puso rumbo a Burdeos por la RN-10. Empezaba a tener el atontamiento intrínseco al lingotazo del pacharán, pero simultáneamente, una lucidez que le hizo deducir que Burdeos era Bordeaux, o al menos debería de serlo.

La marcha discurría plácida. Una inmensa recta transcurría por una región plagada de árboles a ambos lados de la carretera. Les Landes, así ponía en los cartelitos. De no ser por la abundancia de tráfico, sobre todo camiones, el viaje hubiera sido aburrido. Si se cruzaba con alguno, el flaneo, al cual ya se había habituado, se acrecentaba. El asfalto era como una mesa de billar. Y nunca mejor dicho. Billar americano. En esos momentos en que uno circula sin agobios, disfrutando del viaje, sintiéndose parte del mundo, con la grandeza que supone descubrir experiencias nuevas, con la satisfacción de tener todo bajo control, digamos que, en esos momentos de plenitud, cuando tu mente deja de ser un solar vacío, y tus pensamientos vagan en busca de imágenes placenteras, en su caso el rostro sonrojado de la Pepi, los besos compartidos, el deseo, es cuando uno se siente feliz.

Pero es también cuando uno pierde un grado de concentración, y no ve el profundo bache que hay en medio de la trazada. A modo de emboque de mesa de billar. Cuando se percató de su existencia, fue en el momento que la moto se hundió de la parte frontal, llegando a hacer tope de suspensión, dicho movimiento se traslado a su culo, a su espina dorsal, a sus brazos, a su cabeza, para pasar sin dilación a la parte trasera de la moto. Dicha parte, a pesar de ir sobrecargada, tuvo la tendencia a despegar del asfalto, lo cual supuso algo más que una molestia. La moto empezó a zigzaguear del mismo modo que la presencia de ánimo de Clemente. Y no contento con ello, la sobrecargada parrilla trasera decidió ceder. Un instante después se deslizaba por la carretera a modo de trineo, la paellera con el gran saco negro y el camping gas, que insólitamente no caía de su acomodo.

Como quiera que él, asustado por el zigzagueo, había apretado los frenos a tope, dicha paellera cargada con el resto de objetos, le sobrepasó por un costado. Invadió el carril contrario y fue a estrellarse contra un SIMCA 1200, conducido por una abuela bastante mayor que su madre, que circulaba a gran velocidad, al menos a ciento cuarenta por hora. La paellera siguió su camino por debajo del coche. El macuto con la tienda, el saco, y la esterilla, impactó con violencia contra la parte delantera, y el camping gas en fabulosa pirueta, pasó directamente sobre el coche y cayó sin mayores consecuencias sobre unas tupidas matas de la cuneta.

Hora y media más tarde se marchaban del lugar del siniestro los gendarmes. La viejecita declaró no haber visto nada. Luego se durmió un buen rato, y lamentaba llegar tarde a misa. Clemente tuvo que enseñar toda su documentación, al menos tres veces, a todos los gendarmes de la patrulla. Incluso tuvo que soplar en un alcoholímetro, que dio problemas, y no pudo verificar su estado. Recogió la paellera que estaba rayada en su parte externa, y una de las asas de color verde, estaba ligeramente abollada. El camping gas estaba perfecto. No se podía decir lo mismo del bolso de lona negra, ni de la funda del saco de dormir. Ambos lucían un gran agujero producto del arrastrón, y guardaban en su interior restos del faro del coche.

De nuevo el desánimo se apoderó de Clemente. Viajar se estaba convirtiendo en un gran reto, lleno de imprevistos. A pesar de tener todo calculado. No llegaría hoy a Bordeaux, eso estaba claro. Para empezar debía reparar de algún modo la parrilla rota. De momento se apañó con alambre, que si bien no daba la misma solidez que su estado normal, si parecía soportar el peso, al menos provisionalmente.

Estaba consultando el mapa, sentado ya en la moto. No tenía ni idea de donde coño estaba y trataba de averiguarlo buscando alguna señal que lo indicara. Volvió la mirada y vio como se acercaba un faro amarillo en la lejanía. Al poco pasó a su lado una moto a toda velocidad. Una gran moto negra, guiada por un tipo todo de negro y un acompañante, también de negro. La moto, que debía ir a unos ciento setenta por hora, frenó con decisión, y unos metros más adelante paró. Instantes después, la misma luz amarilla se acercaba de nuevo a su posición. No lo sabía, pero hoy iba a añadir una nueva palabra a su vocabulario motero, la solidaridad.

La moto se detuvo en el otro sentido, en una maniobra ágil giró y se puso a su lado. Era un Norton Commando 850, negra con un filete de pintura dorada. A sus mandos un chico de mediana edad, todo vestido de cuero negro, y atrás una chica, mas joven, también enfundada en pantalón y cazadora de cuero negro. Llevaban unos cascos de “medio huevo” blancos y unas grandes gafas de aviador. Tapaban el rostro con un pañuelo de grandes dimensiones.

Sonrientes le preguntaron si “problem?”, y el asintió con la cabeza. Les señaló la baca remendada con alambre, y les hizo saber que se disponía a buscar un sitio donde dormir, todo a base de gestos. Hablaron entre ellos y le conminaron a seguirles. Circuló detrás de ellos unos diez kilómetros, abandonaron la vía principal y se adentraron en el mar de pinos. Unos minutos después los pinos desaparecieron y dieron paso a una inmensa playa. Siguieron hacia el norte por la carretera que delimitaba el bosque y la playa, y en apenas unos diez minutos cogieron un sendero de tierra que acababa en una casita de madera, donde al parecer se alojaban. Le indicaron que podía dejar sus cosas en un extremo de la parcela, y que montara la tienda para dormir. Era curioso, no entendía ni una palabra, pero sabía todo lo que le estaban diciendo.

El hombre cogió la moto y se la llevo empujando a un cobertizo anexo. Mientras Clemente clavaba los amarres de la tienda, oyó a lo lejos, el chisporroteo de lo que sin duda era, una máquina de soldar. Cuando hubo terminado, se acercó al cobertizo y vio a la chica soldando su parrilla portabultos. El hombre miraba la operación y al ver a Clemente le dijo “no problem”. El hangar estaba lleno de coches viejos, motos antiguas y raras, un tractor de tres ruedas, restos de bicis.

Uno de los coches tenía el capot levantado y unas pinzas trataban de cargar la batería. Era otro SIMCA, en este caso un Vedette con motor V-8. Las motos le parecieron mas vulgares, una Terrot, una BSA, una Peugeot, y alguna otra que no pudo ver de que marca era debido al óxido.

La pareja era simpática a rabiar. Le habían solucionado el problema en apenas unos minutos, le proporcionaban un lugar donde dormir, y el debía corresponderles de algún modo. Les haría una paella. A base de gestos y de hablarles muy despacio y en voz alta para que le entendieran, se lo hizo saber. Pero le faltaban ingredientes. La mujer le hizo pasar a la cabaña y le invitó a que cogiera lo que necesitara. Unas costillas de cerdo, una cebolla, unos pimientos, aceite era lo que le interesaba. Por lo demás el queso maloliente, los patés de foie, un salchichón blandurrio se los podían comer ellos.

Cuando fue a encender el camping gas, no hubo manera. Lo intentó mil veces y no consiguió encenderlo, así que tuvo que cocinar en los fogones del interior. Sabedor de que no era la paella que el hubiera hecho en su casa, confiaba en la buena voluntad, o el mal paladar de sus anfitriones, para pasar el trago. Mientras el guisaba, la pareja liaba tabaco. Le ofrecieron uno a él, pero no fumaba. Para no desairarlos aceptó, y fue prender el cigarrillo cuando se percató de que aquello no era tabaco. Para cuando la paella estuvo hecha, se había fumado dos de aquellos petardos. Se habían bebido una botella de vino que sacó el hombre y la cabeza le daba vueltas.

Degustaron el arroz. Estaba pasable, pero no espectacular. Otra botella de vino y la de pacharán fueron menguando. Otra botella de champán, y otra. Miró el reloj y eran ya las nueve de la noche. O quizás lo imaginó. El sol ya era tímido en el horizonte. Se escondía en la lejana línea del mar con tonos anaranjados y alguna nubecilla gris a modo de decoración. Estaba completamente borracho y colocado. Lo último que recordaría por la mañana, era ver a la chica desnuda corriendo a bañarse en el mar seguida por un tambaleante compañero, desnudo también y con el bañador en la cabeza. Le dolía la cabeza, todo giraba a su alrededor, tumbado veía las estrellas moverse como si fueran cometas locas, deliraba viendo a la Pepi correr a bañarse desnuda con su bañador en la cabeza, a la abuela del accidente en misa rezando a voz en grito, un SIMCA V-8 conducido por una legión de gendarmes que le pedían los papeles, a una monja golpeando un autobús con la cabeza, y una señora de Burgos que decía conocer a todos los Benitos del mundo. Viajar en moto era lo mejor del mundo. Vomitó, y perdió el sentido.>>

Continuará.

Paté.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por fradarga »

jajajajaja
Muy bueno...me tienes enganchado!
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por Humphrey »

Me engancho al viaje de Clemente.

Patè, hay que rescatar los relatos antiguos, a ver si hay suerte y encuentro algo... :XX:
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pate
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por pate »

Queridos amigos......me halagáis.

Tenéis una gran misericordia conmigo. Hay partes del texto que son claramente mejorables, pero me reafirmo en lo mío. Lo escribo a toda leche, apenas lo repaso, y lo publico.

En cuanto al texto actual, tan solo acaba de cruzar la frontera......aún debe llegar a Gran Bretaña. Y si puede, volver. Todo dependerá del tiempo que tenga para escribir. Auguro al menos 12 capítulos más. Si lo soportáis, os admiraré.

Un saludo.

Paté.
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Re: "El gran viaje de Clemente"

Mensaje por josedc »

:clap: :clap: Ya estás tardando.
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