UNA HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

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kekodi
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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por kekodi »

Una historia de España (LXXIX)

Cuando un papa, Pío XII en este caso, llama a un país «nación elegida por Dios, baluarte inexpugnable de la fe católica», está claro que quien gobierna ese país va a estar un rato largo gobernándolo. Nadie tuvo nunca un olfato más fino que el Vaticano, y más en aquel 1939, con la Segunda Guerra Mundial a punto de nieve. Lo de Franco y España estaba claro. El general que menos se había comprometido con el golpe a la República y que sin embargo acabó haciéndose con el poder absoluto, el frío militar que había dirigido con crueldad, sin complejos ni prisas, la metódica carnicería de la guerra civil, iba a durar un rato largo. Quien no viera eso, estaba ciego. El franquismo victorioso no era un régimen militar, pues no gobernaban los militares, ni era un régimen fascista, pues tampoco gobernaban los fascistas. Era una dictadura personal y autoritaria, la de Francisco Franco Bahamonde: ese gallego cauto, inteligente, maniobrero, sin otros escrúpulos que su personalísima conciencia de ferviente católico, anticomunista y patriota radical. Todo lo demás, militares, falange, carlismo, españoles en general, le importaba un carajo. Eran simples instrumentos para ejecutar la idea que él tenía de España. Y en esa idea, él era España. Así que, desde el primer momento, aquel astuto trilero manejó con una habilidad asombrosa los cubiletes y la borrega. Tras descabezar la Falange y el carlismo y convertirlos en títeres del régimen (a José Antonio lo habían fusilado los rojos, y a Fal Conde, el jefe carlista, lo echó de España el propio Franco amenazando con hacerle lo mismo), el nuevo y único amo del cotarro utilizó la parafernalia fascista, en la que realmente no creyó nunca, para darle a su régimen un estilo que armonizara con el de los compadres que lo habían ayudado a ganar la guerra, y que en ese momento eran los chulos de Europa y parecían ser dueños del futuro: Hitler y Mussolini. Así que, como lo que se estilaba en ese momento eran los desfiles, el brazo en alto y la viril concepción de la patria, de la guerra y de la vida, el Caudillo, también llamado Generalísimo por los oportunistas y pelotas que siempre están a mano en tales casos, se apuntó a ello con trompetas y tambores. Apoyado por la oligarquía terrateniente y financiera, a los carlistas los fue dejando de lado, pues ya no necesitaba carne de cañón para la guerra, y encomendó a la Falange -a los falangistas dóciles a su régimen, que a esas alturas eran casi todos- el control público visible del asunto, el encuadramiento de la gente, la burocracia, la actividad sindical, la formación de la juventud del mañana y esa clase de cosas, en estrecho maridaje con la Iglesia católica, a la que correspondió, como premio por el agua bendita con que los representantes de Dios en la tierra habían rociado las banderas victoriosas, el control de la educación, la vida social, la moral y las buenas costumbres. Hasta los más íntimos detalles de la vida familiar o conyugal se dirigían desde el púlpito y el confesonario. Ni se te ocurra hacerle eso a tu marido, hija mía. Etcétera. Empezó así la primera etapa del franquismo (que luego, como todo oportunismo sin auténtica ideología, iría evolucionando al compás de la política internacional y de la vida), con un país arruinado por la guerra y acojonado por el bando vencedor, vigilado por una nueva e implacable policía, con las cárceles llenas para depurar responsabilidades políticas -pocos maestros de escuela quedaron a salvo- y los piquetes de fusilamiento currando a destajo; y afuera, en el exilio, lo mejor de la intelectualidad española había tenido que tomar las de Villadiego para escapar de la cárcel o el paredón mientras en sus cátedras se instalaban ahora, ajustando cuentas, los intelectuales afines al régimen. «Somos más papistas que el papa», proclamó sin cortarse el rector de la universidad de Valencia. Y así, en tales manos, España se convirtió en un páramo de luto y tristeza, empobrecida, enferma, miserable, dócil, asustada y gris, teniendo como único alivio los toros, el fútbol y la radio -otra herramienta fundamental en la consolidación del asunto-. La gente se moría de hambre y de tuberculosis mientras los cargos del régimen, los burócratas y los sinvergüenzas hacían negocios. Todo eran cartillas de racionamiento, censura, papeleo, retórica patriotera con añoranzas imperiales, mercado negro, miedo, humillación y miseria moral. Una triste España de cuartel, oficina y sacristía. Un mundo en blanco y negro. Como afirmó cínicamente el embajador, brillante escritor e intelectual derechista Agustín de Foxá, nada sospechoso de oponerse al régimen: «Vivimos en una dictadura dulcificada por la corrupción».

[Continuará].



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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por kekodi »

Una historia de España (LXXX)

Las cosas como son: Franco era un fulano con suerte. Frío y astuto como la madre que lo parió, pero con la fortuna –la baraka, decía él, veterano militar africanista– sentada en el hombro como el loro del pirata. Cuando se lió el pifostio contra la República, los que prácticamente mandaban en Europa eran de su cuerda, así que lo apoyaron como buenos compadres y lo ayudaron a ganar. Y cuando éstos al fin fueron derrotados en la Segunda Guerra Mundial, resultó que las potencias occidentales vencedoras con los EEUU a la cabeza, que ya le veían las orejas al lobo Stalin y a la amenazante Rusia soviética que se había zampado media Europa, necesitaban a elementos como Franco para asentarse bien en el continente, poner bases militares, anudar lazos anticomunistas y cosas así. De modo que le perdonaron al dictador su dictadura, o la miraron de otra manera, olvidando los viejos pecadillos, las amistades siniestras y los grandes cementerios bajo la luna. Por eso los republicanos exiliados, o algunos de ellos, los que no se resignaban y seguían queriendo pelear, o sea, los que esperaban que tras la victoria contra nazis y fascistas le llegara el turno a Franco, se quedaron con las ganas. «¿En quién me vengo yo ahora?», como decía La venganza de don Mendo –a cuyo autor Muñoz Seca, por cierto, habían fusilado ellos–. Pensaban esos ingenuos que al acabar la guerra mundial volverían a España respaldados por los vencedores, pero de eso no hubo nada. Y no fue porque no hubieran hecho méritos, oigan. Buena parte de aquellos republicanos que habían pasado los Pirineos con el Tercio y los moros de Franco pisándoles los talones, un puño en alto y llevando apretado en él un puñado de tierra española, masticando el sabor amargo de la derrota, el exilio y la miseria, eran gente derrotada pero no vencida. Por eso en 1940, cuando se probó una vez más que las carreteras de Francia están cubiertas de árboles para que los alemanes puedan invadir el país a la sombra, y el ejército gabacho y su línea Maginot y sus generales de opereta se fueron a tomar por saco –en una de las más vergonzosas derrotas de la Historia–, los sucios y piojosos republicanos españoles, a quienes los franceses habían humillado y recluido en campos de concentración, se plantearon el asunto en términos simples: los alemanes por un lado y la España franquista por otro, dicho en corto, compañeros, que estamos jodidos y no hay a dónde ir. Así que, por lo menos, vendamos caro el pellejo. De manera que, de perdidos al río, centenares de esos veteranos con tres años de experiencia bélica en el currículum, hombres y mujeres duros como el pedernal, cogieron las armas que el ejército franchute había tirado en la fuga y empezaron a pegarles tiros a los alemanes, echándose al monte y convirtiéndose en instructores, primero, y en núcleo importante, luego, de esa Resistencia francesa, tanto la urbana como la del maquis rural, de la que tanto presumieron luego los de allí. Y no hay mejor prueba que darnos una vuelta por los pueblos y lugares del país vecino, donde con estremecedora frecuencia es posible encontrar monumentos conmemorativos con la frase: «A los combatientes españoles muertos por Francia». Y vaya si combatieron. Unos, capturados por los nazis y rechazados por la España franquista, acabaron en campos de exterminio. Otros murieron luchando o asistieron a la liberación. El recorrido de bastantes de ellos –es muy recomendable la lectura de La Nueve, de Evelyn Mesquida– fue de epopeya; como el caso de los que, enrolados algunos en la Legión Extranjera francesa y fugitivos otros del norte de África, acabaron integrados en las fuerzas francesas libres del general De Gaulle, y desde África central viajaron a Inglaterra, y de allí a Normandía; y luego, con la famosa división Leclerc, liberaron París, combatieron y murieron en suelo alemán, llegando los supervivientes hasta el cuartel general del Führer (tuve el honor de estar cinco años sentado en la Real Academia Española junto a uno de ellos, Claudio Guillén Cahen, hijo del poeta Jorge Guillén). Y todavía lo remueve a uno por dentro y le empaña los ojos ver en las fotos y los viejos documentales de la liberación de París, cuando pasan los carros blindados aliados por las calles, aplaudidos y besados por franceses y francesas, a un montón de fulanos bajitos, morenos y sonrientes, despechugados de uniforme y siempre con un pitillo a medio fumar en la boca, y leer con asombro los nombres que esos tipos indestructibles pintaron sobre el acero para bautizar sus tanques: Guernica, Guadalajara, Brunete, Don Quijote y España Cañí.

[Continuará].



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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por kekodi »

Una historia de España (LXXXI)

Durante la Segunda Guerra Mundial, no sólo hubo compatriotas nuestros en los campos de exterminio, en la Resistencia francesa o en las tropas aliadas que combatieron en Europa Occidental. La diáspora republicana había sido enorme, y también el frente del Este, donde se enfrentaban la Alemania nazi y la Unión Soviética, oyó blasfemar, rezar, discutir o entonar una copla en español. Como escribió Pons Prades, muchos de aquellos hombres y mujeres que habían cruzado los Pirineos con el pelo enmarañado, desaliñados, malolientes, con barba de pordioseros, el uniforme salpicado de sangre y plomo y el mirar de visionarios, no se sentían vencidos. Porque hay gente que no se rinde nunca, o no se acuerda de hacerlo. Su origen y destino fue diverso: de entre los niños enviados a la URSS durante la Guerra Civil, de los marinos republicanos exiliados, de los jóvenes pilotos enviados para formarse en Moscú, de los comunistas resueltos a no dejar las armas, salieron numerosos combatientes que se enfrentaron a la Wehrmacht encuadrados en el ejército ruso, como guerrilleros tras las líneas enemigas o como pilotos de caza. Uno de éstos, José Pascual Santamaría, conocido por Popeye, ganó la orden de Lenin a título póstumo combatiendo sobre Stalingrado. Y cuando el periódico Zashitnik Otechevsta titulaba «Derrotemos al enemigo como los pilotos del capitán Alexander Guerasimov», pocos sabían que ese heroico capitán Guerasimov se llamaba en realidad Alfonso Martín García, y entre sus camaradas era conocido por El Madrileño. O que una unidad de zapadores minadores integrada por españoles, bajo el mando del teniente Manuel Alberdi, combatió desde Moscú hasta Berlín, dándose el gusto de rebautizar calles berlinesas escribiendo encima, con tiza, los nombres de sus camaradas muertos. En cuanto a lucha de guerrillas, la relación de españoles implicados sería interminable, haciendo de nuevo verdad aquel viejo y sombrío dicho: «No hay combatiente más peligroso que un español acorralado y con un arma en las manos». Centenares de irreductibles republicanos exiliados lucharon y murieron así, en combate o ejecutados por los nazis, tras las líneas enemigas a lo largo de todo el frente ruso, y también en Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia y otros lugares de los Balcanes. El balance oficial lo dice todo: dos héroes de la Unión Soviética, dos órdenes de Lenin, 70 Banderas y Estrellas Rojas (una, a una mujer: María Pardina, nacida en Cuatro Caminos), otras 650 condecoraciones diversas ganadas en Moscú, Leningrado, Stalingrado y Berlín, y centenares de tumbas anónimas. Y en Rusia se dio, también, una de esas amargas paradojas propias de nuestra Historia y nuestra permanente guerra civil; porque en el frente de Leningrado volvieron a enfrentarse españoles contra españoles. De una parte estaban los encuadrados en las guerrillas y el ejército soviético, y de la otra, los combatientes de la División Azul: la unidad de voluntarios españoles que Franco había enviado a Rusia como parte de sus compromisos con la Alemania de Hitler. En ella, conviene señalarlo, había de todo: un núcleo duro falangista y militares de carrera, pero también voluntarios de diversa procedencia, desde jóvenes con ganas de aventura a gente desempleada y hambrienta, ansiosa de comer caliente, o sospechosos al régimen que así podían ponerse a salvo o aliviar la suerte de algún familiar preso o comprometido. Y el caso es que, aunque la causa que defendían era infame, también ellos pelearon en Rusia con una dureza y un valor extremos, en un infierno de frío, nieve y hielo, en el frente del Voljov, en la hazaña casi suicida del lago Ilmen (los 228 españoles de la Compañía de Esquiadores combatieron a 50º bajo cero, y al terminar sólo quedaban 12 hombres en pie), en el frente de Leningrado o en Krasny Bor, donde todo el frente alemán se hundió menos el sector donde, durante el día más largo de sus vidas y muertes, 5.000 españoles pelearon como fieras, a la desesperada, aguantando el ataque masivo de 44.000 soldados soviéticos y 100 carros de combate, con el resultado de una compañía aniquilada, varias diezmadas, y otras pidiendo fuego artillero propio sobre sus posiciones, por estar inundados de rusos con los que peleaban cuerpo a cuerpo. Obteniendo, en fin, del propio Hitler este comentario: «Extraordinariamente duros para las privaciones y ferozmente indisciplinados». Y confirmando así unos y otros, rojos y azules, otra vez en nuestra triste historia, aquel viejo dicho medieval que parece nuestra eterna maldición nacional: «Qué buen vasallo que fuera, si tuviese buen señor».

[Continuará].



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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por Minimoto »

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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por Xavidebcn »

kekodi escribió:Una historia de España (XXI)

Y conviene señalar aquí, para aviso de mareantes y tontos del ciruelo, que esa elección fue por completo voluntaria, en un proceso de absoluta naturalidad histórica; por simples razones de mercado (como dice el historiador andaluz Antonio Miguel Bernal, y como dejó claro en 1572 el catalán Lluis Pons cuando, al publicar en castellano un libro dedicado a su ciudad natal, Tarragona, afirmó hacerlo por ser esta parla la más usada en todos los reinos). Y no está de más recordar que ni siquiera en el siglo XVII, con los intentos de unidad del ministro Olivares, hubo imposición del castellano, ni en Cataluña ni en ninguna otra parte.

[Continuará].

Muy interesante la historia gamberra, pero lo que quiere decir en esta parte es mentira.
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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por Triply »

Xavidebcn escribió:
kekodi escribió:Una historia de España (XXI)

Y conviene señalar aquí, para aviso de mareantes y tontos del ciruelo, que esa elección fue por completo voluntaria, en un proceso de absoluta naturalidad histórica; por simples razones de mercado (como dice el historiador andaluz Antonio Miguel Bernal, y como dejó claro en 1572 el catalán Lluis Pons cuando, al publicar en castellano un libro dedicado a su ciudad natal, Tarragona, afirmó hacerlo por ser esta parla la más usada en todos los reinos). Y no está de más recordar que ni siquiera en el siglo XVII, con los intentos de unidad del ministro Olivares, hubo imposición del castellano, ni en Cataluña ni en ninguna otra parte.

[Continuará].

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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por Triply »

Gracias Kekodi :XX: :XX: :XX:
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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por Xavidebcn »

Triply escribió:
Xavidebcn escribió:
Muy interesante la historia gamberra, pero lo que quiere decir en esta parte es mentira.
Cuenta cuenta, no nos dejes con las ganas :popcorn: :popcorn: :popcorn:

Pues muy fácil, en cuanto al primer punto el escritor quiere decir que el castellano era lengua habitual ya en el siglo XVI. No es así. Solo la sabían hablar curas o personas que por motivos de su relación con la Corona la necesitasen usar. El uso social de la lengua está muy estudiado, porque hay mucha documentación notarial de gente corriente. El Hospital de la Santa Creu (Sant Pau hoy en dia) tiene un fondo documental desde 1401 repleto de testamentos por ejemplo. El castellano comenzó a introducirse en el s. XVIII y XIX, porque fue en 1716 que las leyes de Castilla sustituyeron a las de Catalunya y el resto de la Corona de Aragón.

En cuanto a las prohibiciones son muy conocidas las del franquismo, pero es algo que venía de antaño:
1700: Luis XIV prohibe el catalán en cualquier uso legal.
1722: prohibición del catalán en la contabilidad.
1773: prohibición de libros escolares en catalán.
1799: prohibición de representaciones teatrales en catalán.
1821: se comienza a legislar para excluir el catalán como lengua usada en las escuelas.
1862: se excluye el catalán de los documentos notariales.
1870: se prohiben las inscripciones públicas en catalán y se castellanizan apellidos.
1881: se prohibe el catalán en las causas de enjuiciamento civil.
1896: esta suena increíble desde nuestra óptica actual, se prohibe hablar por teléfono o enviar telegramas en catalán, hasta 1904.

En el s. XX hubo muchas más...

Que nadie se lo tome a mal y disculpad la extensión de la explicación, es para que veamos que la situación lingüística actual es bastante reciente ;)
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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por Triply »

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Gracias por la aclaración

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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por MILDOTT »

Xavidebcn escribió: En cuanto a las prohibiciones son muy conocidas las del franquismo (…)..
Afortunadamente no se puede hablar de política en el foro. Pero no me resisto a decir, que de lo te ha sido enseñado por tu sistema educativo faltan muchos elementos claves; por ejemplo, no se prohibio el catalán, sino lo escrito "en cualquiera de los dialectos de las provincias de España".
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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por Xavidebcn »

MILDOTT escribió:
Xavidebcn escribió: En cuanto a las prohibiciones son muy conocidas las del franquismo (…)..
Afortunadamente no se puede hablar de política en el foro. Pero no me resisto a decir, que de lo te ha sido enseñado por tu sistema educativo faltan muchos elementos claves; por ejemplo, no se prohibio el catalán, sino lo escrito "en cualquiera de los dialectos de las provincias de España".
No es política, son hechos históricos que contradicen el extracto de la "historia gamberra". Como al leerlo me he dado cuenta del error, he escrito esta aclaración.

Por otra parte, mi sistema educativo no me enseñó lo que he escrito, no había ninguna asignatura que tratase ese tema.

Y sí, el catalán no fue el único idioma prohibido, eso lo sabe bien mi familia gallega.
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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por MILDOTT »

Xavidebcn escribió: No es política, son hechos históricos que contradicen el extracto de la "historia gamberra". Como al leerlo me he dado cuenta del error, he escrito esta aclaración.
Por otra parte, mi sistema educativo no me enseñó lo que he escrito, no había ninguna asignatura que tratase ese tema.
Es política y lo que tu llamas "hechos históricos" son mensajes-mantra que tu no pones en duda porque es lo que te han repetido en todas las asignaturas y te parece un error que personas mucho más leidas que nosotros -Reverte, p.ej. y muchos otros- opinen de forma diferente.
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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por Xavidebcn »

MILDOTT escribió:
Xavidebcn escribió: No es política, son hechos históricos que contradicen el extracto de la "historia gamberra". Como al leerlo me he dado cuenta del error, he escrito esta aclaración.
Por otra parte, mi sistema educativo no me enseñó lo que he escrito, no había ninguna asignatura que tratase ese tema.
Es política y lo que tu llamas "hechos históricos" son mensajes-mantra que tu no pones en duda porque es lo que te han repetido en todas las asignaturas y te parece un error que personas mucho más leidas que nosotros -Reverte, p.ej. y muchos otros- opinen de forma diferente.
Esto se empieza a alejar del sentido original de mi mensaje, así que me retiro de la discusión... ;)
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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por veterano »

Xavidebcn escribió:
MILDOTT escribió:
Xavidebcn escribió: No es política, son hechos históricos que contradicen el extracto de la "historia gamberra". Como al leerlo me he dado cuenta del error, he escrito esta aclaración.
Por otra parte, mi sistema educativo no me enseñó lo que he escrito, no había ninguna asignatura que tratase ese tema.
Es política y lo que tu llamas "hechos históricos" son mensajes-mantra que tu no pones en duda porque es lo que te han repetido en todas las asignaturas y te parece un error que personas mucho más leidas que nosotros -Reverte, p.ej. y muchos otros- opinen de forma diferente.
Esto se empieza a alejar del sentido original de mi mensaje, así que me retiro de la discusión... ;)
Hubo una vez un tipo que venia del norte de Africa y que atraveso con sus tropas , subidas en elefantes, Los Alpes. El nombre del tipo no viene al caso.

Y yo me pregunto: Ese "hecho historico" es un mensaje mantra..???

Pues esto es lo mismo. Reverte ,en este caso, o esta muy mal informado o no ha dicho la verdad.

No voy a "mentar a la bicha", por eso me callo, aunque vivi una experiencia muy diferente a lo que afirma Reverte, fue pasiva pero tuve ojos y oidos para escuchar y ver las barbaridades que se hacian contra la cultura de un pueblo muy viejo, al que defendi entonces.

Saber si lo sigo haciendo hoy es algo que pertenece a mi intimidad y a las normas (con mi absoluto desacuerdo) de este foro.

Juan


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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por kekodi »

Una historia de España (LXXXII)

Durante la Segunda Guerra Mundial, España se había mantenido al margen; en parte porque estábamos exhaustos tras nuestra propia guerra, y en parte porque los amigos naturales del general Franco, Alemania e Italia, no le concedieron las exigencias territoriales y de otro tipo que solicitaba para meterse en faena. Aun así, la División Azul enviada al frente ruso y las exportaciones de wolframio a los nazis permitieron al Caudillo salvar la cara con sus compadres, justo el tiempo que tardó en ponerse fea la cosa para ellos. Porque la verdad es que el carnicero gallego era muchas cosas, pero también era listo de concurso. A ver si no, de qué iba a estar 40 años con la sartén por el mango y morir luego en la cama. El caso es que a partir de ahí, y gracias a que la Unión Soviética de Stalin mostraba ya al mundo su cara más siniestra, Franco fue poquito a poco arrimándose a los vencedores en plan baluarte de Occidente. Y la verdad es que eso lo ayudó a sobrevivir en la inmediata postguerra. En esa primera etapa, el régimen vencedor hizo frente a varios problemas, de los que unos solucionó con el viejo sistema de cárcel, paredón y fosa común, y otros se le solucionaron solos, o poco a poco. El principal fue el absoluto aislamiento exterior y el intento de derribar la dictadura por parte de la oposición exiliada. Ahí hubo un detalle espectacular, o que podía haberlo sido de salir bien, que fue la entrada desde Francia de unidades guerrilleras –en su mayor parte comunistas– llamadas maquis, integradas en buena parte por republicanos que habían luchado contra los nazis y pensaban, los pobres ingenuos, que ahora le llegaba el turno a los de aquí. Esa gente volvió a España con dos cojones, decidida a levantar al pueblo; pero se encontró con que el pueblo estaba hasta arriba de problemas, y además bien cogido por el pescuezo, y lo que quería era sobrevivir, y le daba igual que fuese con una dictadura, con una dictablanda, o con un gobierno del payaso Fofó. Así que la heroica aventura de los maquis terminó como terminan todas las aventuras heroicas en España: un puñado de tipos acosados como perros por los montes, liquidados uno a uno por las contrapartidas de la Guardia Civil y el Ejército, mientras los responsables políticos que estaban en el exterior se mantenían a salvo, incluidos los que vivían como reyes en la Unión Soviética o en Francia, lavándose las manos y dejándolos tirados como colillas. De todas formas, sobre la URSS y los ruskis conviene recordar, en este país de tan mala memoria, que si bien hubo muchos españoles que lucharon junto a los rusos contra el nazismo y fueron héroes de la Unión Soviética, otros no tuvieron esa suerte, o como queramos llamarla. Muchos marinos españoles, niños republicanos evacuados, alumnos pilotos de aviación, que al fin de nuestra guerra civil quedaron allí y pidieron regresar a España o salir del paraíso del proletariado, fueron cruelmente perseguidos, encarcelados, ejecutados o deportados a Siberia por orden de aquel hijo de puta con macetas de geranios que se llamó José Stalin; y que –las cosas como son, y más a estas alturas– hizo matar a más gente en la Unión Soviética y la Europa del Este que los nazis durante su brillante ejecutoria. Que ya es matar. Y en esas ejecuciones, en esa eliminación de españoles que no marcaban el paso soviético, lo ayudaron con entusiasmo cómplice los sumisos dirigentes comunistas españoles –Santiago Carrillo, Pasionaria, Modesto, Líster– que allí se habían acogido tras la derrota, y que ya desde la Guerra Civil eran expertos en luchas por el poder, succiones de bisectriz y supervivencia, incluida la liquidación de compatriotas disidentes. Dándose la triste paradoja de que esos españoles de origen republicano represaliados por Stalin se encontraron con los prisioneros de la División Azul en el mismo horror de los gulags de Siberia. Y para más recochineo, los que sobrevivieron de unos y otros fueron repatriados juntos en los mismos barcos, en los años 50, tras la muerte de Stalin, a una España donde, para esas fechas, la dictadura franquista empezaba a superar el aislamiento inicial y la horrible crisis económica, el hambre, la pobreza y la miseria –la tuberculosis se convirtió en enfermedad nacional– que siguieron a la Guerra Civil. En esos años tristes estuvimos más solos que la una, entregados a nuestros magros recursos y con las orejas gachas, sin otra ayuda exterior que la que prestaron, y eso no hay que olvidarlo nunca, Portugal y Argentina. Para el resto del mundo fuimos unos apestados. Y el franquismo, claro, aprovechó todo eso para cerrar filas y consolidarse.

[Continuará].



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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por kekodi »

Una historia de España (LXXXIII)

Visto en general, y en eso suelen coincidir los historiadores, el franquismo tuvo tres etapas: dura, media y blanda. Algo así como el queso curado, semicurado y de Burgos, más o menos. Conviene aquí repetir, para entendernos mejor, que aquel largo statu quo postquam –o como se diga– de cuatro décadas no fue, pese a las apariencias, un gobierno militar ni una dictadura de ideología fascista; entre otras cosas porque Franco no tuvo otra ideología que perpetuarse en un gobierno personal y autoritario, anticomunista y católico a machamartillo; y al servicio de todo eso, o sea, de él mismo, puso a España marcando el paso. Naturalmente, el hábil gallego nunca habría podido sostenerse de no gozar de amplias y fuertes complicidades. De una parte estaban las clases dominantes de toda la vida: grandes terratenientes, alta burguesía industrial y financiera (incluidas las familias que siempre cortaron el bacalao en el País Vasco y Cataluña), que veían en el nuevo régimen una garantía para conservar lo que años de turbulencia política y sindical, de república y de guerra, les habían arrebatado o puesto en peligro. A eso había que añadir una casta militar y funcionarial surgida de la victoria, a la que estar en el bando vencedor hizo dueña de los resortes sociales intermedios y aseguró la vida. Paralela a esta última surgió otra clase más turbia, o más bien emergió de nuevo, siempre la misma (esa podredumbre eterna, tan vinculada a la puerca condición humana, que nunca desaparece pues se limita a transformarse, adaptándose hábilmente a cada momento). Me refiero a los sinvergüenzas capaces de medrar en cualquier circunstancia, con rojos, blancos o azules, aprovechándose del dolor, la desgracia o la miseria de sus semejantes: una nutrida plaga de estraperlistas, especuladores, explotadores y gentuza sin escrúpulos a la que nadie fusila nunca, porque suele ser ella quien está detrás, inextinguible, comprando favores y señalando entre la gente honrada a quien fusilar, real o metafóricamente hablando. Y al final de todo, en la parte baja de la pirámide, sosteniendo sobre sus hombros a grandes empresarios y financieros, funcionarios con poder, estraperlistas y militares, estaba la gran masa de los españoles, vencedores o vencidos, destrozados por tres años de barbarie y matanza, ansiosos todos ellos por vivir y olvidar –pocas ideas de libertad sobreviven a la necesidad de comer caliente–, pagando con la sumisión y el miedo el precio de la derrota, los vencidos, y con el olvido y el silencio los que se habían batido el cobre en el bando de los vencedores. Devueltos éstos últimos, sin beneficio ninguno, a sus sueldos de miseria, a sus talleres y fábricas, a la azada de campesino o el cayado de pastor; mientras quienes no habían visto una trinchera y un máuser ni de lejos se paseaban ahora entre Pasapoga y Chicote, fumándose un puro, llevando del brazo a la señora –o a la amante– con abrigo de visón. Todo ese tinglado, claro, se apoyaba en un sistema que el Caudillo, para entonces ya también Generalísimo, situó desde el principio y con muy hábil cálculo sobre tres pilares fundamentales: un Ejército fiel y privilegiado tras la guerra, una estructura de Estado confiada a la Falange como partido único, y un control social encomendado a la Iglesia católica. El Ejército, encargado de borrar mediante consejos de guerra todo liberalismo, republicanismo, socialismo, anarquismo o comunismo, «apenas hubiera podido resistir una agresión exterior en toda regla, pero cumplió hasta el final con el cometido de mantener el orden interno», como apunta el historiador Fernando Hernández Sánchez. En cuanto a la Falange, purgada con mano implacable de elementos díscolos –que fueron perseguidos, represaliados y encarcelados–, era a esas alturas una organización dócil y fiel a los principios del Movimiento, léase a la persona del Generalísimo, que en las monedas se acuñaba «Caudillo de España por la gracia de Dios». Así que a sus dirigentes y capitostes, a cambio de prebendas que iban desde cargos oficiales hasta chollos menores pero seguros –un estanco o un puesto de lotería–, se encomendó el control y funcionamiento de la Administración. Con lo que todo español tuvo que sacarse, le gustara o no, un carnet de Falange si quería trabajar, comer y vivir. Y también, naturalmente, además de saberse el Cara al sol de carrerilla, debía demostrar en público que era sincero practicante de la religión católica, única verdadera, tercer pilar donde Franco apoyaba su negocio. Pero de la Iglesia hablaremos con más desahogo en el siguiente episodio de esta siempre –casi siempre– lamentable historia de España, la de los tristes destinos.

[Continuará].



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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

Mensaje por kekodi »

Una historia de España (LXXXIV)

Nacionalcatolicismo, es la palabra. Lo que define el ambiente. La piedra angular de Pedro fue el otro pilar, Ejército y Falange aparte, sobre el que Franco edificó el negocio. La Iglesia Católica había pagado un precio muy alto durante la República y la guerra civil, con iglesias incendiadas y centenares de sacerdotes y religiosos asesinados sin otro motivo que serlo; y su apoyo (excepto del de algunos curas vascos o catalanes, que fueron reprimidos, encarcelados y hasta fusilados discretamente, en algunos casos) había sido decisivo en lo que el bando nacional llamó cruzada antimarxista. Así que era momento de compensar las cosas, confiando a la única y verdadera religión la labor de pastorear a las descarriadas ovejas. Se abolieron el divorcio y el matrimonio civil, se penalizó duramente el aborto y se ordenó la estricta separación de sexos en las escuelas. Sociedad, moral, costumbres, espectáculos, educación escolar, todo fue puesto bajo el ojo vigilante del clero, que en los primeros tiempos –esas fotos da vergüenza verlas– incluía a los obispos saludando al Caudillo, brazo en alto, a la puerta de las iglesias. Hubo, justo es reconocerlo, prelados y sacerdotes que no tragaron del todo; pero la tendencia general fue de sumisión y aplauso al régimen a cambio de control escolar y social, privilegios ciudadanos, apoyo a los seminarios –el hambre y el ambiente suscitaron numerosas vocaciones–, misiones evangelizadoras, sostén económico y exenciones tributarias. Que no era grano de anís, y en la práctica un sacerdote mandaba más que un general (como dice mi compadre Juan Eslava Galán, «ser cura era la hostia»). Además, las organizaciones católicas seglares, tipo Acción Católica, Hijos de María y cosas así, constituían un cauce conveniente para que se desarrollara, bajo el debido control eclesiástico y político, una cierta participación en asuntos públicos; o sea, una especie de válvula de escape para quienes no podían expresar sus inquietudes sociales mediante la actividad política o sindical tradicionales, abolidas desde el fin de la guerra. El resultado de todo ese rociamiento general con agua bendita fue que la Iglesia Católica se envalentonó hasta extremos inauditos: duras pastorales contra los bailes agarrados, que eran invento del demonio, contra los trajes de baño y contra todo aquello que pudiera albergar o despertar pecaminosas intenciones. La obsesión por la vestimenta se tornó enfermiza, la censura se volvió omnipresente, lo del cine para mayores con reparos ya fue de traca, y los textos eclesiásticos de la época, con sus recomendaciones y prohibiciones morales, conforman todavía hoy una grotesca literatura donde la estupidez, el fanatismo y la perversión de mentes enfermas de hipocresía y vileza llegó a extremos nunca vistos desde hacía siglos: «El baile atenta contra la Patria, que no puede ser grande y fuerte con una generación afeminada y corrompida», afirmaba, por ejemplo, el obispo de Ibiza; mientras el arzobispo de Sevilla remataba la faena calificando lo de agarrarse con música como «tortura de confesores y feria predilecta de Satanás». Naturalmente, la gran culpable de todo era la mujer, engendro del demonio, y a mantenerla en el camino de la castidad y la decencia, apartándola del tumulto de la vida para convertirla en ejemplar esposa y madre, se encaminaron los esfuerzos de la Iglesia y el régimen que la amparaba. Era necesario, según el Fuero del Trabajo, «liberar a la mujer casada del taller y de la fábrica». Ella, la mujer, era el eje incontestable de la familia cristiana; así que, para devolverla al hogar del que nunca debía haber salido, se anularon las leyes de emancipación de la República, destruyendo todos los derechos civiles, políticos y laborales que la habían liberado de la sumisión al hombre. La independencia de la mujer, su derecho sobre el propio cuerpo, el aborto, la sexualidad en cualquiera de sus manifestaciones, se convirtieron en pecado. Y el pecado se convirtió en delito, literalmente, vía Código Penal. Había multas y encarcelamientos por «conductas morales inadecuadas»; y a eso hay que añadir, claro, la infame naturaleza de la condición humana, siempre dispuesta a señalar con el dedo, marginar y denunciar –esos piadosos vecinos de entonces, de ahora y de siempre– a las mujeres marcadas por el oprobio y el escándalo (las que, para entendernos, no se ponían el hiyab de entonces, metafóricamente hablando). Por no mencionar, claro, la sexualidad alternativa o diferente. Nunca, desde hacía dos o tres siglos, se había perseguido a los homosexuales como se hizo durante aquellos tiempos oscuros del primer franquismo, y aún duró un buen rato. Nunca la palabra maricón se había pronunciado con tanto desprecio y con tanta saña.

[Continuará].



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Re: HISTORIA DE AQUÍ, POR CAPÍTULOS

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