Socarrat
05-17-2005, 10:57 AM
Hasta ayer mismo estaba convencido de que no era más que una leyenda urbana aquello de la madre que fue capaz de levantar un coche (o un autobús o una camioneta de helados, no recuerdo bien) para sacar al hijo que se había quedado atrapado debajo. Los que contaban la heroica anécdota siempre acababan sobrecogidos por el poder del amor, de madre en este caso, que es capaz de otorgar tal capacidad sobrehumana. Eso sí, con tal de no estropear el momento enfervorizado de fe mística en el amor que embargaba a la concurrencia, yo callaba. Lo que no podía nunca evitar era que mi ceja se esculpiera en modo escéptico. Siempre me ha salido pelín independiente, la muy tozuda.
Decía que hasta ayer mismo, en que la providencia decidió que ya estaba bien de tanto descreimiento y rasgó mi hereje nihilismo de la mejor forma con que se puede ganar a un converso: con un milagro (del amor) vivido en carne propia.
Pues andaba yo con mi flamante Speedmaster saliendo del aparcamiento, cuando un alterado hideputa y su coche cruzaron la calle a toda leche y me obligaron a frenar bruscamente justo cuando estaba soltando el embrague para salir. La rueda delantera derrapó, la moto se caló y empezó a inclinarse justo hacia el lado donde tenía el pie subido en el estribo. Mi moto pesa en seco unos 230 kgs., sumando aceites, gasofa y alforjas, digamos que tenía más de 240 sólidos kilos entre las piernas. Pues bien, la gravedad siguió haciendo su implacable trabajo y la moto caía y caía hacia el lado derecho. Yo salté hacia ese lado e intenté sujetarla con ambas manos mientras que mis pies enviaban señales de terror ante lo que les venía encima, pues la moto ya estaba prácticamente tumbada sobre ellos. No recuerdo si gruñí, bufé o me cagué en alguna inocente meretriz, pero con el manillar a menos de un palmo del suelo y la alforja chafando mi pie izquierdo, el pánico de que le ocurriera un solo rasguño a mi moto se apoderó de mi y tiré con todas mis fuerzas hacia arriba. Y logré levantarla. Joder si lo hice. La aparté a un lado y la examiné con esmero, centímetro a centímetro, buscando los inevitables desperfectos. Pero no encontré absolutamente nada. Todo relucía como un momento antes y ni una sola sombra empañaba el refulgir de los cromados. Mi niña estaba a salvo. Por la fuerza del amor.
Saludos sobrecogidos,
Socarrat
Decía que hasta ayer mismo, en que la providencia decidió que ya estaba bien de tanto descreimiento y rasgó mi hereje nihilismo de la mejor forma con que se puede ganar a un converso: con un milagro (del amor) vivido en carne propia.
Pues andaba yo con mi flamante Speedmaster saliendo del aparcamiento, cuando un alterado hideputa y su coche cruzaron la calle a toda leche y me obligaron a frenar bruscamente justo cuando estaba soltando el embrague para salir. La rueda delantera derrapó, la moto se caló y empezó a inclinarse justo hacia el lado donde tenía el pie subido en el estribo. Mi moto pesa en seco unos 230 kgs., sumando aceites, gasofa y alforjas, digamos que tenía más de 240 sólidos kilos entre las piernas. Pues bien, la gravedad siguió haciendo su implacable trabajo y la moto caía y caía hacia el lado derecho. Yo salté hacia ese lado e intenté sujetarla con ambas manos mientras que mis pies enviaban señales de terror ante lo que les venía encima, pues la moto ya estaba prácticamente tumbada sobre ellos. No recuerdo si gruñí, bufé o me cagué en alguna inocente meretriz, pero con el manillar a menos de un palmo del suelo y la alforja chafando mi pie izquierdo, el pánico de que le ocurriera un solo rasguño a mi moto se apoderó de mi y tiré con todas mis fuerzas hacia arriba. Y logré levantarla. Joder si lo hice. La aparté a un lado y la examiné con esmero, centímetro a centímetro, buscando los inevitables desperfectos. Pero no encontré absolutamente nada. Todo relucía como un momento antes y ni una sola sombra empañaba el refulgir de los cromados. Mi niña estaba a salvo. Por la fuerza del amor.
Saludos sobrecogidos,
Socarrat