Socarrat
12-07-2004, 08:27 AM
No es mío, pero me lo dedicó una amiga y tengo su permiso para copiarlo aquí. Espero que os guste.
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ERES LA ÚNICA
Su primer pensamiento consciente, como siempre, fue para ella. Apenas las brumas del último sueño se difuminaban en su mente convirtiéndose en esa sensación confusa entre lo vivido y lo soñado, cuando ya saltó la sonrisa en su cara a la vez que sus ojos se abrían a la luminosa mañana.
La certeza de su presencia llenaba siempre los primeros momentos de cada día. No importaba que tantas veces demostrara torpeza o incomprensión para interpretar lo que le sucedía. No importaba que alguna vez con las prisas de un día especialmente atareado hubiera olvidado prodigarle esa última caricia de despedida que se había convertido en un rito necesario para ella. Incluso tampoco importó demasiado el día que olvidó que tenía que volver a buscarla y la había dejado horas esperando su vuelta. Sabía que ninguna de esas pequeñas cosas haría que la perfecta compenetración de ambos se tambaleara o siquiera se difuminase un poco. Habían pasado ya cuatro años desde su primer encuentro y los sentimientos que le despertaba cada día y cada noche seguían siendo exactamente los mismos que aquella gloriosa mañana cuando la vio por primera vez y supo que sería suya.
Esa mañana, al dirigirle la primera mirada del día, un estremecimiento de culpabilidad hizo palidecer por un momento su sonrisa. Aquél domingo habían tenido visita en casa, gente a la que atender, cosas que preparar, niños a los que entretener. Sabía que nunca le reprocharía que, como siempre, fuera ella la primera sacrificada, pero aunque nunca obtuviera de ella una queja, pudo ver de inmediato que ese pequeño placer al que se entregaban cada domingo sin falta, había sido ignorado y ella lo sufría.
Tendría que esperar una semana, en ese momento se le antojó interminable, hasta poder disfrutar del infinito placer de verterle el agua desde arriba y contemplarla caer sobre ella como una alegre cascada, verla deslizarse, mansa ya, por su firme y a la vez tan suave contorno. Con infinita suavidad, pasarle la esponja de arriba abajo lentamente y luego sentir con la mano desnuda la textura lisa y dura de sus redondeces. Introducir los dedos con toda la delicadeza del mundo por cada hendidura, por cada hueco, por cada diminuto pliegue y dejar allí su aliento pegado como una firma.
Sé que no necesito decírtelo en alto, pero lo haré esta mañana para exorcizar los demonios del deseo y la culpa:
¡Eres la única!
- ¿Ya estás otra vez hablando con la moto, Socarrat?
Clara
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ERES LA ÚNICA
Su primer pensamiento consciente, como siempre, fue para ella. Apenas las brumas del último sueño se difuminaban en su mente convirtiéndose en esa sensación confusa entre lo vivido y lo soñado, cuando ya saltó la sonrisa en su cara a la vez que sus ojos se abrían a la luminosa mañana.
La certeza de su presencia llenaba siempre los primeros momentos de cada día. No importaba que tantas veces demostrara torpeza o incomprensión para interpretar lo que le sucedía. No importaba que alguna vez con las prisas de un día especialmente atareado hubiera olvidado prodigarle esa última caricia de despedida que se había convertido en un rito necesario para ella. Incluso tampoco importó demasiado el día que olvidó que tenía que volver a buscarla y la había dejado horas esperando su vuelta. Sabía que ninguna de esas pequeñas cosas haría que la perfecta compenetración de ambos se tambaleara o siquiera se difuminase un poco. Habían pasado ya cuatro años desde su primer encuentro y los sentimientos que le despertaba cada día y cada noche seguían siendo exactamente los mismos que aquella gloriosa mañana cuando la vio por primera vez y supo que sería suya.
Esa mañana, al dirigirle la primera mirada del día, un estremecimiento de culpabilidad hizo palidecer por un momento su sonrisa. Aquél domingo habían tenido visita en casa, gente a la que atender, cosas que preparar, niños a los que entretener. Sabía que nunca le reprocharía que, como siempre, fuera ella la primera sacrificada, pero aunque nunca obtuviera de ella una queja, pudo ver de inmediato que ese pequeño placer al que se entregaban cada domingo sin falta, había sido ignorado y ella lo sufría.
Tendría que esperar una semana, en ese momento se le antojó interminable, hasta poder disfrutar del infinito placer de verterle el agua desde arriba y contemplarla caer sobre ella como una alegre cascada, verla deslizarse, mansa ya, por su firme y a la vez tan suave contorno. Con infinita suavidad, pasarle la esponja de arriba abajo lentamente y luego sentir con la mano desnuda la textura lisa y dura de sus redondeces. Introducir los dedos con toda la delicadeza del mundo por cada hendidura, por cada hueco, por cada diminuto pliegue y dejar allí su aliento pegado como una firma.
Sé que no necesito decírtelo en alto, pero lo haré esta mañana para exorcizar los demonios del deseo y la culpa:
¡Eres la única!
- ¿Ya estás otra vez hablando con la moto, Socarrat?
Clara