kekodi
02-17-2007, 02:01 PM
Buenas, he rescatado este interesante documento del cajón de los recuerdos. Espero que guste y tomarlo con humor.
"¡Ya está aquí el crudo invierno, amigos! Ahora los motoristas que se ven por las carreteras son sólo los auténticos. Son tipos curtidos en mil rutas que no temen ni al frio ni al viento helado; ni a la nieve ni al cruel granizo. Ya no vemos a esos payasos de la moto llena de cromados que se paseaban por la playa, porque ahora la gélida brisa marina bate la costa y no quedan nenas a las que impresionar. Vivimos meses duros en que sólo unos cuantos motards nos atrevemos a seguir las resbaladizas líneas blancas del asfalto. ¿Somos masoquistas? No, somos seres espirituales. El motorista que pone en marcha su montura entre la tos de la difícil carburación en una mañana de invierno es un personaje místico en busca del Nirvana. Yo mismo lo experimenté hace unos días. Salí temprano a dar una vuelta. La moto aparcada en la calle lucía una fina capa de escarcha. Al montarme sobre el asiento congelado noté una curiosa sensación en mis genitales. El frío contacto hizo que todo mi aparato reproductor se encogiese, espantado por la temperatura, hasta desaparecer. A través del pantalón y de mis gruesos guantes me palpé para comprobar mi castración hipotérmica y vi que era cierto. Ya no tendría más problemas con las mujeres, me había convertido en un ángel del cielo, en un ser asexual como los Geyperman.
Ya en marcha comenzaron las sensaciones veradaderamente sublimes. Un viento polar barriendo la carretera multiplicaba el efecto refrigerante de la velocidad y, conforme iban cayendo los dígitos en el cuentakilómetros, yo iba notando como mi nariz iba destilando unas mucosidades cada vez más acuosas que terminaban colgando en un inquietante goterón como una estalactita. Luego la nariz se me llenó de finísimas agujitas, después se infló como un globo y, cuando ya debía ser como un balón, ¡alehop! desapareció. Solté un momento la mano del acelerador y, efectivamente, ya no tenía nariz. Lo peor era que las agujitas estaban extendiéndose por todo el rostro y que en unos instantes ya no meencontré la papada, ni la mandíbula, y que tal vez, por las recientes pérdidas, mis ojos comenzaron a llorar y me hacían ver todo como en una nebulosa. Me imaginé a mi mismo como un fantasma, sin rostro bajo el casco, y me preocupé por si alguien me veía y se asustaba.
Pronto dejé de preocuparme por una tontería facial semejante. Un fuerte dolor en las rodillas captó mi atención. Luego no fue dolor. Sentí algo parecido a un rítmico martilleo indoloro, como si la sangre estallara en olas. Luego sí, fue dolor, dolor profundo de algo roto por dentro. Unas curvas después ya no me dolían las piernas ni se rompía nada, porque mil hormigas salvajes del Amazonas recorrían mis piernas enloquecidas. Y después... después nada. Era seguro que mis piernas se habían autoamputado y sentí la pérdida como una liberación, no con nostalgia. Aún así, me picó la curiosidad y quise llevarme las manos al lugar que antes ocupaban mis piernas, para averiguar porqué mágico motivo seguía cambiando marchas tullido de cintura para abajo. ¡Pero no pude! No pude mover las manos del manillar porque el hielo las había agarrotado y adherido firmemente a los puños de dirección. Quise hacerme la ilusión de que aún había vida dentro de los guantes pero, ¿para qué engañarme? En cada guante yacían los cadaveres congelados de cinco dedos. Entonces lo advertí en plenitud. Allí, en mitad de la carretera, corría yo veloz liberado del cuerpo, trazando curvas imposibles, viendo pasar el hielo de los márgenes de la carretera a una velocidad vertiginosa sin importarme nada. No me importaba nada porque era un espíritu puro, liberado del cuerpo, fundido con mi motocicleta, pilotando sin sentir mis movimientos, subiendo marchas hacia el infinito hasta alcanzar la velocidad de la luz. ¡Había alcanzado el Nirvana! ¡Era el Motorista Fantasma, era el piloto del Halcón Milenario!
Decidí regresar de mi mundo autohipnótico al mundo real y para ello, ¿qué cosa mejor que buscar una gasolinera? Pensé: "Las gasolineras tienen cafés calientes y un cuarto de baño con secador de manos, de esos que están conectados por un tubo a un viejo tuberculoso, que cuando le das al botón te sopla calorcito hasta que te calientas las manos o lo que le pongas debajo de la tobera". Cuando encontré la estación de servicio, el señor gasolinero me dijo: "Mal día para andar en moto ¿eh?" Mientras yo le respondí tiritanto y aterido de frío: "¡Qué fá! Fafe un día dofonudo fara fandar en dfmoto. ¡Folo ef al frincipio, hafta que te acoftumbraf!".
Porque soy un tipo bondadoso, cualquier otro le hubiera matado por graciosillo."
Que sirva de homenaje a todos, uves.
"¡Ya está aquí el crudo invierno, amigos! Ahora los motoristas que se ven por las carreteras son sólo los auténticos. Son tipos curtidos en mil rutas que no temen ni al frio ni al viento helado; ni a la nieve ni al cruel granizo. Ya no vemos a esos payasos de la moto llena de cromados que se paseaban por la playa, porque ahora la gélida brisa marina bate la costa y no quedan nenas a las que impresionar. Vivimos meses duros en que sólo unos cuantos motards nos atrevemos a seguir las resbaladizas líneas blancas del asfalto. ¿Somos masoquistas? No, somos seres espirituales. El motorista que pone en marcha su montura entre la tos de la difícil carburación en una mañana de invierno es un personaje místico en busca del Nirvana. Yo mismo lo experimenté hace unos días. Salí temprano a dar una vuelta. La moto aparcada en la calle lucía una fina capa de escarcha. Al montarme sobre el asiento congelado noté una curiosa sensación en mis genitales. El frío contacto hizo que todo mi aparato reproductor se encogiese, espantado por la temperatura, hasta desaparecer. A través del pantalón y de mis gruesos guantes me palpé para comprobar mi castración hipotérmica y vi que era cierto. Ya no tendría más problemas con las mujeres, me había convertido en un ángel del cielo, en un ser asexual como los Geyperman.
Ya en marcha comenzaron las sensaciones veradaderamente sublimes. Un viento polar barriendo la carretera multiplicaba el efecto refrigerante de la velocidad y, conforme iban cayendo los dígitos en el cuentakilómetros, yo iba notando como mi nariz iba destilando unas mucosidades cada vez más acuosas que terminaban colgando en un inquietante goterón como una estalactita. Luego la nariz se me llenó de finísimas agujitas, después se infló como un globo y, cuando ya debía ser como un balón, ¡alehop! desapareció. Solté un momento la mano del acelerador y, efectivamente, ya no tenía nariz. Lo peor era que las agujitas estaban extendiéndose por todo el rostro y que en unos instantes ya no meencontré la papada, ni la mandíbula, y que tal vez, por las recientes pérdidas, mis ojos comenzaron a llorar y me hacían ver todo como en una nebulosa. Me imaginé a mi mismo como un fantasma, sin rostro bajo el casco, y me preocupé por si alguien me veía y se asustaba.
Pronto dejé de preocuparme por una tontería facial semejante. Un fuerte dolor en las rodillas captó mi atención. Luego no fue dolor. Sentí algo parecido a un rítmico martilleo indoloro, como si la sangre estallara en olas. Luego sí, fue dolor, dolor profundo de algo roto por dentro. Unas curvas después ya no me dolían las piernas ni se rompía nada, porque mil hormigas salvajes del Amazonas recorrían mis piernas enloquecidas. Y después... después nada. Era seguro que mis piernas se habían autoamputado y sentí la pérdida como una liberación, no con nostalgia. Aún así, me picó la curiosidad y quise llevarme las manos al lugar que antes ocupaban mis piernas, para averiguar porqué mágico motivo seguía cambiando marchas tullido de cintura para abajo. ¡Pero no pude! No pude mover las manos del manillar porque el hielo las había agarrotado y adherido firmemente a los puños de dirección. Quise hacerme la ilusión de que aún había vida dentro de los guantes pero, ¿para qué engañarme? En cada guante yacían los cadaveres congelados de cinco dedos. Entonces lo advertí en plenitud. Allí, en mitad de la carretera, corría yo veloz liberado del cuerpo, trazando curvas imposibles, viendo pasar el hielo de los márgenes de la carretera a una velocidad vertiginosa sin importarme nada. No me importaba nada porque era un espíritu puro, liberado del cuerpo, fundido con mi motocicleta, pilotando sin sentir mis movimientos, subiendo marchas hacia el infinito hasta alcanzar la velocidad de la luz. ¡Había alcanzado el Nirvana! ¡Era el Motorista Fantasma, era el piloto del Halcón Milenario!
Decidí regresar de mi mundo autohipnótico al mundo real y para ello, ¿qué cosa mejor que buscar una gasolinera? Pensé: "Las gasolineras tienen cafés calientes y un cuarto de baño con secador de manos, de esos que están conectados por un tubo a un viejo tuberculoso, que cuando le das al botón te sopla calorcito hasta que te calientas las manos o lo que le pongas debajo de la tobera". Cuando encontré la estación de servicio, el señor gasolinero me dijo: "Mal día para andar en moto ¿eh?" Mientras yo le respondí tiritanto y aterido de frío: "¡Qué fá! Fafe un día dofonudo fara fandar en dfmoto. ¡Folo ef al frincipio, hafta que te acoftumbraf!".
Porque soy un tipo bondadoso, cualquier otro le hubiera matado por graciosillo."
Que sirva de homenaje a todos, uves.